La alineación vertical de Colombia con el derecho internacional se perdió durante el gobierno Uribe. La orientación del presidente Santos resulta contradictoria al comparar las decisiones del gobierno colombiano sobre Kosovo, Libia y Sudán del Sur con la posición adoptada frente a las aspiraciones de Palestina.
Mauricio Jaramillo Jassir*
Arrodillados
La conducta reciente de Colombia en la Asamblea General de Naciones Unidas consolida una serie de errores cometidos por nuestra diplomacia en los últimos años.
Colombia acaba de reafirmar su aislamiento regional y su dificultad para leer lo que ocurre en el mundo, que comenzó por el apoyo a la invasión de Irak y pasó por el reconocimiento del Consejo Nacional de Transición en Libia hasta llegar esta semana a negar la aprobación del Estado palestino.
Durante la larga presidencia de Álvaro Uribe Vélez, la política exterior comenzó a abandonar derroteros que por décadas la habían orientado. Uribe apoyó la intervención de Washington en Irak, basado en dos premisas: la prioridad de mantener la relación con Estados Unidos en los mejores términos, y el compromiso de Colombia en la “guerra global contra el terrorismo”.
Aunque esta última fuera una manera de convocar la solidaridad internacional en la lucha contra las FARC, la diplomacia colombiana abandonó el respeto irrestricto por los principios básicos del derecho internacional y legitimó la intervención militar sin previa consulta interna.
El apoyo a la guerra contra el terrorismo en poco o nada contribuyó a aislar internacionalmente a las FARC, ya que la mayoría de los países supieron distinguir entre la necesidad de combatir el terrorismo dentro de la legalidad y en armonía con la democracia, por una parte y por la otra, una ofensiva global basada en métodos execrables y en violación de los derechos humanos.
Colombia votó a favor de la guerra en Irak, mientras países como Chile y México condenaron el hecho y aún así mantienen buenas relaciones con Estados Unidos, e incluso ambos tienen acuerdos de libre comercio. Digo lo último para rebatir la tesis de la diplomacia colombiana que insiste en la necesidad de comulgar en todo con Estados Unidos para lograr ventajas en el plano comercial.
Error con Libia
Luego de esta postura contradictoria, hace unos meses el presidente Santos decidió reconocer al Consejo Nacional de Transición de Libia y entrevistarse con algunos de sus miembros, bajo la premisa de que Colombia debía apoyar el naciente proceso de democratización. Esta acción, entre osada y equivocada, no tuvo en cuenta varios factores:
- En primer lugar, se desconoció por completo el confuso contexto político de Libia y el hecho de que dicho Consejo aun no puede ser representante del pueblo libio, porque aún no controla todo el territorio y porque en su seno existen divergencias que le impiden comprometerse a fondo con la democratización.
- En segundo lugar, Colombia volvió a desconocer el principio de no injerencia, como lo había hecho el gobierno anterior. Esto resulta contraproducente, porque otros actores podrían hacer lo mismo en contra del Estado colombiano y reconocer también la beligerancia de grupos armados al margen de la ley.
Error con Palestina
El tema palestino ha vuelto a desnudar la voluntad colombiana de desafiar consensos internacionales en materia de derechos humanos y autonomía de pueblos y naciones: en su calidad de miembro no permanente del Consejo de Seguridad y como miembro de pleno derecho de la Asamblea General de Naciones Unidas, Colombia ha insistido en condicionar cualquier reconocimiento al avance del proceso de paz entre israelíes y palestinos.
Así lo dijo el presidente Santos: “Nos preocupa -como al resto de la comunidad internacional- la suspensión de las conversaciones de paz y exhortamos -es más, imploramos- a las partes a que vuelvan a las negociaciones tan pronto como sea posible, porque este es el único — repito el único— camino que lleva a lo que todos queremos: dos Estados viviendo en paz y seguridad”
Pero resulta evidente la contradicción en la postura del presidente colombiano, porque Colombia sí ha apoyado independencias unilaterales.
Kosovo, Sudán del Sur
El caso de Kosovo ilustra dicha contradicción. ¿Por qué Colombia reconoció entonces a Kosovo, sin un previo acuerdo con Serbia? El reconocimiento del Estado kosovar se justificó apelando a dos razones:
- la vida de los albano-kosovares estaba en riesgo siempre y cuando permanecieran como una provincia serbia,
- los kosovares tienen una identidad diferente de la serbia.
Ambos argumentos podrían aplicarse al conflicto prolongado que han sostenido los palestinos con los israelíes.
A su vez, el presidente Santos recordó el caso de Sudán del Sur -independencia también apoyada y reconocida por Colombia- de la siguiente forma: “[…] podemos resaltar como un ejemplo de adecuada concertación y negociación el que dio lugar a la creación de la república de Sudán del Sur, el más reciente miembro de las Naciones Unidas, al que le damos la más efusiva bienvenida”
El presidente olvidó decir aquí que la creación de Sudán del Sur está plagada de dificultades, que han sido soslayadas para poner fin al conflicto que por décadas enfrentó al norte y al sur. La más protuberante consiste en que Darfur, región donde paramilitares que apoyaban al norte perpetraron un genocidio, quedó justamente bajo el control y soberanía del Estado del norte.
La pregunta es bien clara: ¿por qué Colombia no tomó en consideración la posición de Serbia respecto de Kosovo, o la tesis de Darfur sobre Sudán del Sur? La respuesta es bien clara: detrás de estos reconocimientos existen motivaciones políticas que van más allá de la necesidad de reconocer la conformación de nuevos Estados para preservar la identidad de algunos grupos humanos.
La Posguerra Fría comenzó con la aparición de nuevos Estados, surgidos de la desintegración de la Unión Soviética y de Yugoeslavia. Éstos fueron recibidos por el pleno de la comunidad internacional con la ilusión de reivindicar identidades cuya existencia estaba en riesgo.
Palestina: oportunidad para recuperar la coherencia
Colombia ha desconocido una realidad inapelable: la necesidad de que los palestinos ejerzan el gobierno de manera autónoma, sostengan relaciones diplomáticas y hagan uso legal del monopolio de la fuerza.
Esta posición contradice la tradición diplomática que en 1947 llevó a Colombia a abstenerse de reconocer la resolución de la Asamblea de Naciones Unidas que creaba al Estado de Israel. Desde esa fecha la posición de Colombia siempre estuvo alineada con el mundo árabe y con los palestinos, sin descuidar su relación con Tel Aviv.
Es más: Colombia se contradice cuando llama al diálogo pero hace caso omiso de la intransigencia de Israel cuando impone tres condiciones no negociables:
- su presencia en Cisjordania y en la Franja de Gaza, muy a pesar de la prohibición del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (resolución 242),
- la declaración de Jerusalén como capital eterna e indivisible de su Estado, y
- la negativa a aceptar el Estado palestino.
Colombia tiene una oportunidad irrepetible para reconciliar sus acciones con los ideales que han marcado su participación internacional durante los últimos 50 años. El error de haber apoyado la guerra en Irak es imperdonable, así como el de haber intervenido en una caótica e indefinida Libia, en favor de un actor sin agenda.
El caso de Palestina sigue siendo una ventana de oportunidad abierta.
* Profesor de la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario, investigador del Ceeseden, Escuela Superior de Guerra.