Pájaros de Verano y “La Ponderosa” Colombia: de nuestras bonanzas y nuestras tragedias. - Razón Pública
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Pájaros de Verano y “La Ponderosa” Colombia: de nuestras bonanzas y nuestras tragedias.

Escrito por Santiago Trujillo
Comunidad Wayúu.

Santiago TrujilloLos libros y las películas se han encargado de narrar la “historia alternativa” de Colombia, atravesada por una serie de bonanzas. Esta vez la marimbera nos muestra que, en vez de traer prosperidad, traen tragedias.

Santiago Trujillo*

“La Ponderosa” Colombia: una historia que estamos rodando

Alguna vez oí que para relatar una historia alternativa de Colombia bastaba con narrar la historia fallida de sus bonanzas, las legales y las ilegales.

Las bonanzas ocultan el carácter más profundo de nuestros prejuicios y develan nuestras ambiciones más cavernarias. En ellas depositamos la esperanza tardía del desarrollo y la consolidación de una identidad nacional que, para bien o para mal, tenemos que reinventar cada tanto.

Las primeras bonanzas: el río de sangre

Película colombiana, “Pájaros de Verano”.
Película colombiana, “Pájaros de Verano”.
Foto: Facebook – Pájaros de Verano

La historia colombiana de las bonanzas comienza con la extracción de oro durante la Colonia, de esos tiempos a la actualidad, cada tanto nace y muere en una región del país, de la mano de algún actor ilegal de nuestras violencias o del abrazo legal de alguna multinacional depredadora una nueva oleada de oro que sólo nos ha dejado el dolor de saber que muchos de nuestros ríos hoy nadan en mercurio. Entre tanto para el divertimento todavía es posible, en pleno siglo XXI, ver disputas entre criollos y piratas por galeones hundidos repletos de este precioso metal.

Continuamos con la “Fiebre del caucho” que vivió su auge entre 1879 y 1912, que leímos retratada magistralmente por José Eustasio Rivera en su novela La Vorágine y que vimos tangencialmente representada por cadáveres empalados de indígenas y campesinos, con enorme contundencia visual, en El Abrazo de la Serpiente de Ciro Guerra.

Después siguieron las bonanzas bananeras. De la primera bonanza del banano nos quedó Cien Años de Soledad y el relato memorable de la masacre de las bananeras en 1928 que hoy, algunos incautos ponen en duda porque, según ellos, el realismo mágico es más mágico que real.

De la segunda bonanza bananera, la del Urabá antioqueño nos quedan algunos de los archivos audiovisuales más desgarradores de la violencia en Colombia y las dolorosamente mágicas y profundamente reales fotografías de Jesús Abad Colorado.

Las bonanzas ocultan el carácter más profundo de nuestros prejuicios y develan nuestras ambiciones más cavernarias.

La bonanza cafetera, que a mediados de los años 50 nos dio el nombre de “nación cafetera” trajo con sus caminos, sus ferrocarriles y más tarde con sus carreteras la cultura de la arriería a Colombia. Victor Bulmer Thomas, un académico inglés especializado en la historia económica de América Latina, afirma que el minifundio cafetero era una estructura productiva particular: a falta de una fuerza laboral dispuesta a trabajar en esas empinadas lomas, el dueño de la tierra ejercía al mismo tiempo el papel de padre y “patrón” de sus hijos.

Seguramente de allí nacieron la pujanza y solidaridad que caracterizan a los paisas y que impulsan muchos procesos productivos y creativos que son ejemplo para el país, pero también, esa capacidad para hacer de la familia extendida, del clan familiar y comunitario una estructura tan propicia, en algunos casos, para agenciar prácticas y organizaciones mafiosas tan leales, ciegas y disciplinadas, con las consecuencias económicas, sociales y políticas que aún, en pleno siglo XXI, tenemos que padecer.

No se equivocan quienes afirman que este país se maneja como una hacienda -como La Ponderosa, la hacienda de la serie Bonanza-. Llevamos demasiado tiempo viendo la parodia de unos vaqueros que defienden a plomo y caballo ese gran rancho de nombre “La Ponderosa”: Colombia.

Las bonanzas modernas: una novela de corrupción

Pero esto sigue: de la bonanza de la palma africana a principios de los 2000 nos llegan propagandas esperanzadoras que prometen la misma eterna prosperidad. El monocultivo de la palma africana atrajo “bandas criminales” que despojaron de sus tierras y desplazaron a campesinos y comunidades negras. Además de cuñas radiales a esta nueva bonanza no le sentaría mal su propia película.

De la bonanza petrolera tenemos a diario historias novelescas de corrupción. Los personajes transitan entre el heroísmo y la villanía con una facilidad que ningún género cinematográfico aguantaría sin caer en el sainete y la inverosimilitud. Sus historias adornan los noticieros e inundan las columnas de opinión con retahílas técnicas y jurídicas inspiradas muchas de ellas seguramente en el guion de la película Testigo de Cargo de Billy Wilder.

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Con la reciente crisis petrolera, el gobierno dejó de recibir los ingresos de antes. Hoy todavía percibimos las consecuencias: (1) el Ministro de Hacienda propone gravar la canasta familiar con IVA y (2) el presidente de la Federación de Aseguradores Colombianos (Fasecolda) propone privatizar Ecopetrol, antes de que pierda su valor y no puedan repartirse lo último que queda del botín. En Colombia, tal vez solo el Ministro de Hacienda y sus amigos pagarían una boleta para ver una película tan funesta para el país.

Sobre la bonanza cocalera se han hecho tantas películas, casi todas tan malas que enumerarlas sería una tarea tortuosa. Por fortuna, entre todas las producciones repletas de lugares comunes y aproximaciones mediocres, hay películas como Rodrigo D, Sumas y Restas y la emblemática Vendedora de Rosas de Víctor Gaviria; Perro Come Perro de Carlos Moreno; El Rey de Antonio Dorado o María Llena eres de Gracia de Joshua Marston, que en sus estilos dan cuenta de este jolgorio que llevamos bailando décadas.

La bonanza marimbera: Pájaros de Verano

Corrupción.
Película Pájaros de Verano.
Foto: Twitter – Pájaros de Verano

De otra bonanza, la marimbera, tuvimos cuenta hace poco con la Película Pájaros de Verano, de Ciro Guerra y Cristina Gallego, esta última dueña de los créditos de idea original, codirección y producción con lo que demuestra el poder creativo y gestor de la mujer en la actualidad del cine nacional.

Pájaros de Verano es una pieza sincera, tal vez más cercana al público que las películas anteriores de esta exitosa dupla. Es una película hecha con pinceladas de western y drama gangster. Parecería que intenta por momentos, sin lograrlo del todo, hacer una genealogía de la mafia en el norte Colombiano, con epifanías escuetas pero bien narradas, con la soledad arquetípica de una mansión a la buena de dios y del diablo en medio del desierto, con instantes poéticos dedicados al silencio expectante de los animales: un ave que asume el personaje ritual del espíritu que atormenta la conciencia del que ha asesinado a un amigo y que me trajo el recuerdo de algunos momentos, también silenciosos, de otra película lejana en contenido y estilo a esta, pero con esa potente y casi imperceptible coincidencia: El Ornitólogo de Joao Pedro Rodrigues.

De la bonanza petrolera tenemos a diario historias novelescas de corrupción.

Las actuaciones están bien logradas, especialmente la de Carmiña Martínez, quien, con una ardua y denodada vida en las tablas con el paradigmático Teatro la Candelaria, salta al cine con una magistral actuación como Úrsula, una adusta y sabia matrona Wayú.

Para muchos europeos y norteamericanos que fueron jóvenes en la década de los sesenta y setenta, entre muchos otros aspectos, Pájaros de Verano puede contar la historia que devela la tras-escena de toda la marihuana que consumieron en su juventud.

Creo que esto también le pasó a más de un colombiano de esa generación que desde las grandes ciudades poco o nada se enteró de los que pasaba en la tierra sagrada de los hermanos mayores y en los desiertos de los Wayú. No todo en esos años fue Peace and Love.

Para muchos otros colombianos, incluyéndome, esta película es una más de las constancias valerosas y pertinentes que distintas generaciones de artistas han dejado a lo largo de nuestra triste y paradójica vida republicana acerca de esa manía de hacer de nuestras bonanzas, las buenas y las malas, las legales y las ilegales, nuestras más conocidas tragedias.

* Director de la maestría en Gestión y Producción Cultural y Audiovisual y director del programa de Cine y Televisión de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

 

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