Pelear con el mundo entero no es lo mismo que arreglar los problemas de Colombia.
Hernando Gómez Buendía*
Es como habría dicho Giuseppe Lampedusa: todo en Colombia cambia para que todo siga igual.
Hace un año el país estaba dividido entre los esperanzados y los asustados, pero hoy por hoy se divide entre los desilusionados y los desconcertados. Petro no ha sido el redentor que anhelaban los unos, tampoco la pesadilla que temían los otros: más bien ha sido el agitador que dice muchas cosas, pero cambia muy pocas.
Su obstáculo evidente ha estado en el Congreso. El Pacto Histórico obtuvo apenas 20 de los 108 senadores y el resto de la izquierda le suma otros 7, así que el presidente ha dependido de una coalición artificial con partidos y congresistas dispersos, pedigüeños y dispuestos a abandonar el barco sin el menor pudor. Por eso le aprobaron la reforma tributaria que era inevitable y algunas leyes simbólicas (como la paz total o el ministerio de igualdad), pero las cosas se enredaron con los temas que sí pisan callos (los contratos de trabajo, las pensiones, la salud…).
Petro no ha sido el redentor que anhelaban los unos, tampoco la pesadilla que temían los otros: más bien ha sido el agitador que dice muchas cosas, pero cambia muy pocas.
Detrás de ese Congreso y en defensa de Petro, hay que decir que la izquierda se estrelló con el país conservador por excelencia de América Latina. Esta no es Venezuela, ni Perú, ni México, ni Argentina, o Brasil o Ecuador o Bolivia, sino tal vez Costa Rica, o Chile, o Guatemala, u Honduras, donde los proyectos reformistas se ahogan por la mezcla entre extrema concentración del ingreso, la compra de lealtades a base de corrupción y clientelismo, unas fuerzas armadas de derecha dura, la tutela de Washington, una opinión timorata y un movimiento popular débil y fragmentado de todas las maneras.
El Pacto Histórico es la expresión y suma de esos muchos y dispersos descontentos, los que se vieron en el Paro Nacional…y no lograron nada con su paro nacional. Es una rara convergencia entre la vieja izquierda de corte sindicalista (ahora representada por la ministra de Trabajo y su proyecto de reforma), los estudiantes (que ahora tienen matrícula gratis), los ambientalistas (con sus dos ministras), los identitarios (afros, mujeres…simbolizados por Francia Márquez) y los rescoldos del M19 que ahora están a cargo de la “paz total”.
La carta de reserva de Petro era la movilización popular, pero las calles no eran suficientes y —sobre todo— no tienen motivos bastantes para dar la pelea
Por eso la falta de claridad, por eso la falta de contundencia, por eso el jefe de esa coalición es un ideólogo en lugar de un gerente, un provocador, pero no un ejecutor, un intelectual con dudosa formación que acierta al denunciar las injusticias y se equivoca en cada una de sus teorías porque no fue educado en el rigor sino en esa retahíla de discursos confusos y quejosos que son las utopías del Sur de perdedores.
La carta de reserva de Petro era la movilización popular, pero las calles no eran suficientes y —sobre todo— no tienen motivos bastantes para dar la pelea: la vida diaria de la inmensa mayoría de la gente no ha cambiado o aún, tal vez, ha cambiado para peor.
Esto en parte se debe a que Petro escogió mal sus prioridades: reformas con efectos dudosos y tardíos en lugar de digamos, un programa de empleo de emergencia, transferencias monetarias masivas, un gobierno volcado en el Pacifico… La otra parte se debe a que los males grandes de Colombia se deben a su mala inserción en el mundo: pocas divisas, narcotráfico, inflación importada…
Y es aquí donde debo lamentar la confusión irremediable de Petro sobre cómo funciona ese mundo, sobre nuestro lugar en ese mundo y sobre las maneras reales de sacarle provecho a ese mundo.