Orgullo y prejuicio: los mitos del voto de los jóvenes
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Orgullo y prejuicio: los mitos del voto de los jóvenes

Escrito por Mateo Ortiz
el voto de los jóvenes 2022

Se dice que los jóvenes no votan y que si lo hicieran “pondrían presidente”. Pero estos son prejuicios que no nos dejan ver el verdadero lugar de los jóvenes en la política. Así votan los jóvenes en Colombia.

Mateo Ortiz Hernández*

Orgullo y prejuicio

“Es una verdad mundialmente conocida que cualquier persona poseedora del derecho al voto, debería participar en los comicios sin dudarlo. Sin embargo, poco se sabe de los sentimientos u opiniones de esa persona cuando deba decidir en un ambiente políticamente hostil”.

Más o menos así comenzaría Orgullo y Prejuicio si, en lugar de abordar los dilemas de clase y género que viven Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy, la novela tuviese como protagonista a un joven colombiano en el actual contexto electoral. Y no es para menos: todas y todos nos mantenemos a la expectativa frente a la pregunta que nos hacemos en cada período de comicios: ¿cuál será el papel de las y los jóvenes en estas elecciones?

Es cierto que las y los jóvenes votan menos; lo que no es cierto es que voten considerablemente menos.

Nos aterra que los jóvenes no participen: ¿cómo no van a participar si ellos son el “futuro” del país? Nos molesta y les recriminamos que sean “apolíticos”. Pensamos que esto ha llevado a que el abstencionismo en Colombia sea tan alto, que su falta de interés en la “política” les impide hacer nada que efectivamente sirva para hacer los cambios en la sociedad que ellos mismos dicen desear.

Como trataré de mostrar en este artículo, ese es el orgullo y prejuicio que nos impide ver el lugar de la participación política juvenil y las brechas que existen alrededor de la misma.

¿Los jóvenes no votan?

Para entender el lugar de los jóvenes en la política, tenemos reconocer algunos mitos que se han construido alrededor de esa “verdad” de que las y los jóvenes no participan.

El primer mito es que los jóvenes no votan en Colombia. Recientemente, esta percepción se ha visto reforzada por los resultados de las elecciones de los Consejos de Juventud. Aunque quisiera extenderme más sobre este punto, voy a retomar apenas la idea central que ya presente en otro lugar:

  • que estos resultados no se pueden leer sin tener en cuenta la crisis de legitimidad que tenía el Estado durante el 2021; y
  • que, como en toda instancia de participación nueva, es importante tener en cuenta la diferencia entre un abstencionismo neto o intencional (personas que saben que tienen que votar y deciden no hacerlo) y el abstencionismo no intencionado (personas que no votan por desconocimiento).

Sobre lo que realmente quisiera hablar es sobre cómo se manifiesta esta idea frente a elecciones como las que estamos viviendo en estos momentos. Un dato que he visto frecuentemente es el que salió en la Encuesta de Cultura Política que realizó el DANE en 2021: que las y los jóvenes son el grupo poblacional que menos participó en las elecciones regionales del 2019, con un 52 % frente al 80 % que registraron las poblaciones adultas.

A primera vista, la diferencia es abrumadora. Pero eso es lo curioso de los datos: que abruman tanto que se nos olvidan que son solo imágenes de una realidad. Al leer estas cifras debemos tener en cuenta que:

  • estos datos no son verificables, es decir que una persona puede decir que votó incluso si realmente no lo ha hecho;
  • es imposible contrastar esta información con una fuente oficial, pues la Registraduría no reporta esos datos por grupos de edad; y
  • en las elecciones del 2019 la participación efectiva en todo el país estuvo en el 60% de acuerdo con la propia Registraduría, un valor más cercano al reportado por las y los jóvenes y que hace evidente que ese 80% reportado por los adultos esta inflado (o sea que los adultos dijeron que votaron más de lo que realmente hicieron).

Es cierto que las y los jóvenes votan menos; lo que no es cierto es que voten considerablemente menos. Según la Encuesta Nacional de Juventud que hicimos en el Observatorio Javeriano, el 47 % de las y los jóvenes en edad para votar lo hicieron en las elecciones del 2018 (periodo en que se tomaron los datos). Esto es un 6 % menos que el porcentaje de participación general que se registró en esas elecciones. No obstante, cuando se preguntaba lo mismo, pero con respecto a las elecciones de personeros estudiantiles, el 63 % de las y los jóvenes sí votaron: un aumento del 15 %.

Las principales emociones que despiertan los candidatos en las juventudes –aparte de esperanza con el 31 %– son desagrado (28 %), desilusión (25 %) y miedo (21 %).

La principal razón que explica esta variación es la confianza. De acuerdo con nuestra encuesta, el 75 % de las y los jóvenes sienten que los políticos no los escuchan, algo que a su vez revela por qué ninguna de las instancias de representación (congresistas, presidente, alcalde) tienen una confianza superior al 20 %.

Por el contrario, todas las encuestas que se han hecho muestran que las instituciones educativas son en las que más confían las y los jóvenes. Esto sin contar que la o el personero es, en efecto, una persona joven. Un factor que cobra relevancia cuando se tiene en cuenta que, en Colombia la juventud difícilmente puede representarse a sí misma: la edad mínima para aspirar a la Cámara de Representantes es 25 años y para el Senado o Presidencia es 30 años.

Así las cosas, no es que las y los jóvenes no voten, sino que, no confían en las instancias tradicionales de participación.

el voto de los jóvenes 2022
Foto: Facebook: Registraduria - Dado que representan el 25 % del censo electoral, los jóvenes pueden inclinar la balanza para elegir al próximo presidente.

¿Los jóvenes pueden poner presidente?

Una vez descartado el mito de que los jóvenes no votan, podemos avanzar sobre el segundo: dado que representan el 25 % del censo electoral, los jóvenes pueden inclinar la balanza para elegir al próximo presidente.

Supongamos que, por divina providencia, todas y todos los jóvenes de Colombia salen a votar el próximo 19 de junio. ¿Podrían ellas y ellos determinar al ganador, como se da a entender cuando se repite que son el 25 % del censo electoral?

La respuesta es no. Los datos anteriores muestran que, si bien el abstencionismo juvenil es mayor que el del resto de la población, no es significativamente mayor: las y los jóvenes votan casi de la misma manera que el resto de la población colombiana. Por eso, si todos los jóvenes salen a votar, lo mismo ocurriría con los otros grupos poblacionales.

Y aquí se revela lo más curioso de este mito, pues si bien se trata de acentuar el porcentaje que ocupan las y los jóvenes en el censo electoral, lo que no se dice es que la población adulta y adulta mayor ocupa el 56 % y el 19 % respectivamente. Es decir, el futuro presidente de Colombia lo ponen los adultos.

La verdadera pregunta

Cuando preguntamos si esta vez los jóvenes por fin saldrán a votar, estamos hablando desde un orgullo y un prejuicio: orgullo, pues nos paramos desde una posición adulto-céntrica, en la que juzgamos a las juventudes sin darnos cuenta de que somos nosotros, los adultos, quienes tenemos mayor responsabilidad en este problema; prejuicio, pues preferimos ver a las juventudes como un “chivo expiatorio” de todo lo que salga mal en las elecciones, lo que nos mantiene ciegos frente al verdadero lugar que demandan y requieren las juventudes.

A pesar de que en Colombia existe la Ley 1622 de 2013, que obliga al Estado a producir información sobre las juventudes, aún no hay información oficial sobre esta población. Sin embargo, como lo muestra la toma más reciente de Qué Sienten y Piensan los Jóvenes Colombianos, las principales emociones que despiertan los candidatos en las juventudes –aparte de esperanza con el 31 %– son desagrado (28 %), desilusión (25 %) y miedo (21 %).

Esto nos obliga a salir de los lugares comunes y volcarnos hacia la verdadera pregunta: ¿estamos garantizando que las y los jóvenes puedan ejercer el derecho al voto de manera integral y digna? Si Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy pudieron superar el orgullo y prejuicio que los separaban, ¿podremos los adultos colombianos también hacerlo?

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