Una tragedia cotidiana, silenciosa y casi naturalizada, la violencia contra niños, niñas y adolescentes alcanza cifras alarmantes en todo el mundo. Ver de frente el problema es el primer paso para cambiar los paradigmas al respecto.
Rocío Rubio*
El informe
Este artículo toma su nombre del reciente informe de UNICEF que hace un análisis estadístico en 195 países, incluido Colombia, sobre la violencia en contra de niños, niñas y adolescentes.
El informe utilizó fuentes comparables a partir de los programas internacionales de vigilancia que se adelantan en países de desarrollo bajo y medio, y es un valioso instrumento para identificar los modos de expresión de esta violencia y encontrar pistas para prevenirlos y contrarrestarlos.
Se trata de una práctica prevalente en el mundo, que se percibe como un fenómeno marginal, cuando en realidad no lo es, y que tiene enormes costos económicos y sociales.
Ocultos a plena luz hace visible una forma de violencia que no se denuncia, que en muchos casos se legitima culturalmente, con respuestas lentas o extemporáneas por parte de los sistemas judiciales, y que es reforzada por la ausencia de sistemas de protección de los derechos.
Esta violencia no se presenta solamente en países con conflictos armados, pues en los demás es sutil, discreta, pero también devastadora y con ramificaciones. Se trata de una práctica prevalente en el mundo, que se percibe como un fenómeno marginal, cuando en realidad no lo es, y que tiene enormes costos económicos y sociales.
![]() Niña wounaan desplazada de su hogar en Bajo San Juan, Chocó. Foto: UNHCR/ACNUR Américas |
Modalidades
Los perpetradores de la violencia incluyen por supuesto a los grupos criminales, pero también a los progenitores y parejas íntimas, conocidos y pares generacionales. La violencia se vive en silencio y esto ayuda a su reproducción y consolidación como una práctica normalizada.
Según Ocultos a plena la luz, la mitad de las víctimas del mundo nunca contaron los hechos, jamás recibieron asistencia, reparación de sus derechos ni medidas para evitar la repetición de las violencias. Así, sus ciclos no se interrumpen.
Frente a la impunidad, los perpetradores se empecinan y las víctimas siguen en aumento, con afectaciones o daños tanto en sus trayectorias individuales como en el desempeño social de sus países.
Más allá de la magnitud de la violencia contra niños y niñas, el informe esclarece las diversas formas como se manifiesta. La más evidente es la muerte violenta: “ya los niños no mueren de viejitos”, como le dijo en tono tranquilizador el protagonista de los Colores de la montaña (la hermosa y dolorosa película del director Carlos César Arbeláez) a su amigo Poca-Luz.
En el 2012, 95.000 menores de 20 años fueron víctimas de homicidio, reveló la UNICEF. América Latina y el Caribe son la región con más alta tasa de homicidios. En los primeros lugares están El Salvador, Guatemala y Venezuela.
Los citados países centroamericanos han sido testigos de una violencia mayor contra jóvenes tras la firma de acuerdos de paz, lo cual invita a reflexionar sobre el post-conflicto que se anuncia en Colombia.
Colombia está dentro de los diez países que concentraron más de la mitad de todas las víctimas jóvenes de homicidios en el mundo. Ocupa el noveno lugar en homicidios perpetrados a niños y adolescentes menores de 19 años.
Otra forma de violencia es el castigo físico, principalmente a manos de cuidadores: seis de cada diez niños del mundo lo han sufrido. Esta modalidad presenta estrecha relación con la tesis de castigar como una forma de disciplinar, de modelar cuerpos, posturas y comportamientos.
De hecho, el informe revela que cerca de tres de cada diez adultos en el mundo “creen que para criar o educar de manera adecuada a un niño es necesario apelar al castigo físico”. No puedo dejar de relacionar este hallazgo con la frase que oí en el Magdalena Medio, en el marco del Informe de Desarrollo Humano para Colombia 2003: “Aquí, un niño hace toda la carrera: en la casa es el rejo, en la escuela la regla y en el grupo armado el fusil”.
Son muchas las denuncias de niños y niñas sobre sus maestros, la forma de enseñar, los castigos aplicados o las solicitudes indebidas que les hacen; igualmente graves son las regulaciones que imponen los armados a través de los llamados códigos de convivencia, que dominan en departamentos como Caquetá y Putumayo.
El Informe de UNICEF también registra la violencia entre pares generacionales, y señala que uno de cada tres estudiantes entre 13 y 15 años ha participado en peleas en los últimos doce meses. Colombia ocupa el puesto 20 entre los 25 países que más casos concentran en el mundo.
La misma proporción y en el mismo rango etario se presenta en las victimas mundiales de actos sistemáticos de acoso e intimidación. Las escuelas están dejando de ser entornos protectores de derechos para convertirse en campos de batalla, donde se libran las más variadas confrontaciones capitalizadas por redes criminales en Colombia.
Colombia está dentro de los diez países que concentraron más de la mitad de todas las víctimas jóvenes de homicidios en el mundo.
Se trata de una compleja mezcla de violencias que difícilmente logra contrarrestar la Ley 1620 de 2013, cuyo objetivo es prevenir y mitigar la violencia escolar. El lamentable suicidio de Sergio Urrego devela a las escuelas como escenario de agresiones y estigmatizaciones por su orientación sexual. Este y otros casos son descritos bajo el eufemismo de intolerancia social, cuando en realidad es mera y escueta violencia.
Otra modalidad que registra UNICEF es la violencia basada en género. Una cuarta parte de las adolescentes entre 15 y 19 años en el mundo afirmaron haber sido violentadas físicamente y cerca de 120 millones de niñas fueron víctimas de violencia sexual.
Cifra que es legitimada por el 77 por ciento de los encuestados que señalaron como culpable a la víctima y no al perpetrador, remarcando que “la manera en que se viste una niña puede despertar el interés sexual de los hombres”.
En Colombia en 2012 fueron agredidos sexualmente un promedio diario de 36 menores de edad, señaló el informe local. Este dato debería prender alarmas sobre la normalización de este tipo de violencia que ha llevado a que se pronuncien frases como: “es más difícil que se roben un celular a que violen a una niña”.
Hay que añadir que, aunque no se registre, en Colombia también se presenta la violencia sexual contra niños, como ocurrió en Riachuelo, municipio de Charalá, Santander. Allí se asentó una de las escuelas del Bloque Central Bolívar, donde no solo se perpetró el salvaje entrenamiento de niños reclutados, sino también la violación de cientos de ellos por comandantes paramilitares, y bajo la mirada permisiva de la rectora de la escuela formal, concejales y otras figuras de autoridad.
Finalmente y no menos dramática resulta la violencia perpetrada a mano de la pareja íntima. UNICEF señala que “casi una de cada tres adolescentes de 15 a 19 años de edad (84 millones) que integran uniones formalizadas ha sido víctima de violencia emocional, física y/o sexual por parte de su marido o pareja”.
América Latina y el Caribe están dentro de las regiones con mayores tasas en la materia. Al igual que la violencia sexual, casi la mitad de las jóvenes han justificado la violencia perpetrada por sus parejas.
![]() En Latinoamérica los colegios han dejado de ser lugares seguros, para convertirse en escenarios del conflicto armado o lugares de abuso. Foto: UNCHR/ACNUR Américas |
Que pare la violencia
Ocultos a plena luz hace un llamado a denunciar, registrar y sistematizar los datos sobre la violencia contra niños y niñas. Contarla como más que un ejercicio estadístico es dar cuenta de su existencia, y lo generalizada y sistemática que resulta en algunos países.
Su prevalencia no implica sea inevitable. Por tanto, hay que detectarla, prevenirla, contrarrestarla y sancionarla. Es una tarea que nos debe convocar a todos, un imperativo ético, jurídico y político para todos los ciudadanos del mundo. No es un problema individual, se trata de un fenómeno social, que implica medidas de diverso tipo, en diferentes ramas del poder y niveles de gobierno.
Los datos reseñados por el informe de UNICEF y su contrapunteo con algunos casos del país nos hablan de una realidad dramática y desesperanzadora, pues tanto nos hemos acostumbrado a ella que perdimos la capacidad de asombro y la hemos normalizado.
Parafraseando a Yolanda Reyes, la infancia tiene un toque de tragedia pero se narra desde un lugar común. Por ende, quisiera invitar al lector a dejarse tocar por lo expresado, a pasar de la estadística fría, y ponerle rostros a las cifras, a comprometerse a sacar a la luz esa violencia oculta que no afecta el futuro del mundo y nuestro país, sino su presente continuo, esa presencia latente que son los niños, niñas y adolescentes. Como lo concluye UNICEF: está en nuestras manos.
* Antropóloga, magister en Estudios Políticos y candidata al doctorado en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, consultora en construcción de paz, política pública y enfoque diferencial. rubiorocio55@hotmail.com
@Antropologa1