El presidente Obama tendrá que ir más allá de su encanto y sus buenas intenciones para organizar una casa que le fue entregada en ruinas.
César González Muñoz *
El Jefe del Estado en una democracia estable tiene una obligación máxima, cuyo incumplimiento convierte al mandatario, o a la mandataria, en una equivocación institucional; esa obligación es la defensa de la constitución, el respeto personal y la promoción del respeto del acuerdo político fundamental. El Jefe del Estado es el Primer Magistrado, el Comandante en Jefe, el Líder del Gobierno. Enormes responsabilidades. No obstante, por muchas razones, en casi todas partes del mundo la gente espera en realidad mucho más del Jefe del Gobierno. Un artículo del semanario The Economist (Agosto 4) recuerda a Clinton Rossiter, un analista político quien en 1956 dijo que los estadounidenses esperaban que el Presidente fuera "una combinación de líder Scout, Oráculo de Delfos, héroe cinematográfico y padre de las multitudes".
Claro: Los Presidentes, que son de carne y hueso, nunca son capaces de realizar todas las proezas que la ciudadanía espera de él o ella. Las alturas no alcanzadas regularmente se compensan con propaganda.
Han pasado siete meses desde la toma de posesión de Barack Obama en Washington. Ese día fue fascinante. Produjo en todo el planeta un encuentro de emociones positivas, que podían alentar el sueño de una nueva era. La Era Obama. Por esos días nos preguntábamos en esta columna cuánto tiempo habría de transcurrir entre ese instante mágico y el totazo de las realidades sociales, políticas, militares, económicas a escala global. En realidad, lo que uno puede observar es que la gente del común y los expertos están siendo presa de un rápido desencanto con la endiosada figura del Presidente Obama, en lo que tiene que ver con el manejo de la agenda interna del gobierno de Estados Unidos. Ese desencanto se refleja en los sondeos de opinión. La gente se está dando cuenta de que la oratoria de Obama y sus promesas de un cambio radical en muchas facetas de la vida, contrastan con el continuismo intrínseco de las políticas y las instituciones públicas. Es cierto que el Presidente gringo sigue produciendo intensas emociones en las muchedumbres, tanto en Estados Unidos como todos los sitios que visita en el extranjero. Pero la evaluación colectiva de sus decisiones e iniciativas domésticas concretas es mucho más dura.
En el plano internacional, comienza a ser crecientemente claro que el cuerpo político de la sociedad estadounidense tiende a ser introvertido y reticente frente a las responsabilidades globales de la potencia hegemónica. Irak, Guantánamo, la estrategia militar contra las drogas, son las imágenes principales que el mundo percibe de la presencia del superpoder. Son imágenes que, acompañadas del desdén del régimen político gringo con el derecho internacional y con muchas de las instituciones y acuerdos multilaterales, generan una visión muy poco amigable de Estados Unidos en el mundo. El reto de la era Obama tendría que ser el de lograr que en la sede del imperio se cambie la reticencia por el entusiasmo, y la introversión por una participación responsable y solidaria. Ahora se está demostrando que para Obama no es fácil esta transformación del talante imperial. Y se está mostrando también que los cambios en la actitud internacional del gobierno gringo durante estos siete meses han sido principalmente de estilo y de lenguaje y que Obama está sujeto a limitaciones que quizás no puede manejar y que proceden del establecimiento político, militar, empresarial e ideológico de Estados Unidos y de las demás potencias.
Sobre América Latina, ni se diga. Somos el patio trasero, pero seguimos siendo un lote lejano y de poco interés, excepto para las agencias de combate al narcotráfico. Varias de las posiciones y actitudes del gobierno Obama así lo comprueban. Pero esto queda para la próxima.
*Miembro fundador de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.