La guerra contra el terrorismo lleva doce años: ha sido un gran desastre para la imagen internacional de Estados Unidos y para su economía. Obama acaba de anunciar su decisión de ponerle punto final. ¿Tendrá los medios para lograrlo?
Diana Marcela Rojas*
El anuncio
En un discurso en la Universidad Nacional de la Defensa en Washington, el presidente Obama hizo pública su intención de poner fin a la lucha global contra el terrorismo, declarada por George W. Bush. ¿Qué está en juego tras esta declaración? ¿Cómo se propone la Casa Blanca dar vuelta a la página de los ataques del 11 de septiembre de 2001?
Frente a una opinión pública y a unas fuerzas políticas profundamente polarizadas, ¿es posible reencauzar la estrategia de seguridad que ha prevalecido en la última década en Estados Unidos?
Frente a una opinión pública y a unas fuerzas políticas profundamente polarizadas, ¿es posible reencauzar la estrategia de seguridad que ha prevalecido en la última década en Estados Unidos?
Nueva estrategia de seguridad
Cuando Obama llegó a la Casa Blanca en enero de 2009, se encontró con un legado que hacía del terrorismo la principal amenaza a la seguridad de los Estados Unidos. Como resultado de esta concepción estratégica, recibió dos guerras empantanadas en el exterior: la de “necesidad” en Afganistán y la de “elección” en Irak. Además, debía hacer frente a la hostilidad y a la desconfianza mutua frente al mundo musulmán, resolver la encrucijada de la cárcel de Guantánamo y frenar el creciente gasto en defensa en medio de una profunda recesión económica.
Diana Rojas Obama terrorismo guardaespaldas Foto: Winni3 |
Rápidamente, la nueva administración se dispuso a cambiar de tono — dejando de utilizar la expresión “guerra global contra el terrorismo” — para concentrar la atención pública en la amenaza que representan Al-Qaeda y sus asociados.
Esta tentativa de dar un giro sustancial a la política de seguridad se plasmó en la Estrategia de Seguridad Nacional (ENS) presentada por la Casa Blanca en mayo de 2010. En ella no sólo se circunscribe la amenaza terrorista, sino que se afirma la responsabilidad internacional compartida en el mantenimiento del orden global, en contraste con la declaración de la guerra preventiva y de las acciones unilaterales que caracterizaron la doctrina Bush.
Asimismo, la ENS de Obama plantea la promoción de la democracia y de los valores liberales como fundamento de la seguridad internacional. A diferencia de la visión neoconservadora de la seguridad — donde se pretendía democratizar todo el Medio Oriente (¡incluso por la fuerza si era necesario!) — el nuevo gobierno opta por una versión más ejemplarizante: en vez de intervenir directamente sobre los gobiernos poco democráticos, se propone mantener abierto el diálogo con esos gobiernos, mientras se promueven los derechos y las libertades individuales, brindando apoyo a los activistas locales e internacionales que luchan contra esos regímenes.
La sombra de los atentados del 11-S sigue estando muy presente en la psique estadounidense, como mostraron las reacciones al atentado de Boston, en abril de este año.
Otro elemento importante de la ESN de 2010 consiste en reconocer la interdependencia creciente, que obliga a pensar de manera más amplia y compleja la relación entre la seguridad doméstica y la seguridad internacional. La seguridad se vuelve un asunto interméstico — internacional y doméstico — donde las amenazas se definen en un continuo que va desde los riesgos locales que afectan a la población y al territorio estadounidense (Homeland Security) hasta los que afectan a la seguridad global.
Asimismo, las amenazas ya no se asimilan al terrorismo: se reconocen los riesgos derivados de la globalización, tales como el cambio climático, la proliferación de armas de destrucción masiva, los tráficos ilícitos, las epidemias, la ciberguerra y los desastres naturales.
Pero tal vez el contraste principal entre la estrategia de la actual administración y la doctrina Bush consiste en reconocer que el poderío estadounidense no sólo se basa en su capacidad militar, sino en proyectar bienestar, crecimiento económico y ejercicio democrático dentro de los propios Estados Unidos.
La ESN destaca la necesidad de que Estados Unidos no sólo mantenga su condición de potencia en distintos ámbitos, sino que asuma un liderazgo moral, basado en el respeto de los valores liberales y del Estado de derecho, tanto internamente como en el plano internacional.
Tiempos nuevos
En su reciente discurso sobre la estrategia antiterrorista, Obama reiteró los elementos de la estrategia del 2010, la mayor parte de los cuales sigue pendiente: la diferencia radica en que el contexto de hoy es distinto del de tres años atrás.
Ponerle fin a la lucha contra el terrorismo — o al menos redefinir su naturaleza y limitar su alcance — es mucho más difícil de lo que parece
Alejado ya de los compromisos y urgencias de la reelección, el inicio de su segundo mandato parece traer vientos más favorables: es el momento de cosechar los resultados de la última elección presidencial — que confirmó un respaldo contundente — a lo cual se suma la situación de la economía, que — aunque no del todo saludable — comienza a mostrar signos de recuperación. Cuenta también con los réditos de una política internacional menos hostil y más cooperativa.
Pero además Obama ya había demostrado que en materia de terrorismo no es la “paloma” que temía la derecha: en su primer gobierno no dudó en usar todo el poder y la tecnología militar a su disposición – incluyendo los letales y controvertidos “drones” o aviones no tripulados – y en dar golpes tan certeros como la muerte de Ben Laden.
Todo lo anterior pone al Presidente en una mejor posición para dedicar sus esfuerzos a cumplir sus promesas y a sacar adelante el proyecto político con el que fue elegido en su primer mandato.
Los desafíos
Sin embargo, ¿está hoy Estados Unidos más próximo a dar por terminada la guerra global contra el terrorismo y a superar la visión neoconservadora, tanto de su propia seguridad nacional como del orden internacional? ¿Se encamina la superpotencia por la senda de un imperio benevolente capaz de promover un orden global liberal?
Foto: Justin Sloan |
La experiencia del primer período de Obama demuestra que no bastan la buena voluntad ni la férrea decisión, pues hay problemas intrincados de por medio:
· En primer lugar, el carácter difuso del terrorismo, su alta capacidad adaptativa en tanto método bélico, así como las condiciones favorables que ofrece la globalización para la difusión de armas e información, hacen que los grupos y las redes terroristas puedan recomponerse y que la posibilidad de nuevos atentados esté siempre presente. Debido a que se trata de una amenaza que no puede conjurarse de modo definitivo, la guerra contra el terrorismo puede fácilmente resurgir.
· En segundo lugar, pese a la desarticulación de Al–Qaeda, al asesinato de Osama Ben Laden y al perfil cada vez más local de los grupos asociados con esa red terrorista — lo cual reduce la posibilidad de atentados en territorio estadounidense — el terrorismo se sigue considerando como la principal amenaza a la seguridad nacional, tanto por parte de influyentes círculos políticos (particularmente los sectores más conservadores del partido republicano), como por la opinión pública en general.
La sombra de los atentados del 11-S sigue estando muy presente en la psique estadounidense, como mostraron las reacciones al atentado de Boston, en abril de este año.
· En tercer lugar, la posición de la actual administración no está exenta de ambigüedades, pues al mismo tiempo que se invocan los valores estadounidenses y el respeto al Estado de derecho como elemento esencial de la política de seguridad, se afirma la legalidad del uso de la Fuerzas Especiales y de los drones. El Presidente los ha descrito como parte de una “guerra justa”, con lo cual se reafirma el unilateralismo estadounidense bajo una nueva forma de asesinato extrajudicial.
Del mismo modo, se reitera la promesa inicial de cerrar la cárcel de Guantánamo sin que se resuelvan las contradicciones legales ni se acallen las críticas generalizadas que impiden que esta decisión se concrete.
En fin, Obama le pone una vela a Dios y otra al diablo con el propósito de mantener al mismo tiempo su gobernabilidad presente y de construir su propio legado para la historia.
Por último, hay muchos intereses creados que surgieron en el combate al terrorismo y que se oponen con decisión a concluir esta guerra:
– Los intereses institucionales, con el establecimiento de instancias gubernamentales y la ampliación de la burocracia dedicada al tema;
– los objetivos misionales de las agencias encargadas de la seguridad interna y externa (quienes por fin pudieron reemplazar la narrativa del anticomunismo por la del antiterrorismo);
– los intereses de la industria armamentística y de los contratistas privados del sector defensa, quienes han obtenido cuantiosos dividendos en esta cruzada.
La sombra de los atentados del 11-S sigue estando muy presente en la psique estadounidense, como mostraron las reacciones al atentado de Boston, en abril de este año.
Así pues, ponerle fin a la lucha contra el terrorismo — o al menos redefinir su naturaleza y limitar su alcance — es mucho más difícil de lo que parece: se necesitan esfuerzos sostenidos tanto en el plano simbólico, en términos de la narrativa, del debate político y de los medios de comunicación, como en terreno práctico, en poner en marcha políticas efectivas consecuentes con sus intenciones y sus discursos.
Es precisamente esto lo que cabría esperar del segundo mandato de Obama: lo que le daría un lugar destacado en la historia.
* Docente e investigadora del IEPRI de la Universidad Nacional de Colombia, Co-directora del Centro de Estudios Estadounidenses CEE-Colombia.
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