Un texto magistral y agudo sobre el debate entre varios columnistas a raíz de la Semana Santa y la visita papal a Cuba. Vivimos de una polarización trasnochada entre creyentes y modernistas que debemos superar en interés…de la modernidad.
Carlos Andrés Ramírez *
Un debate trillado
De la modernidad cabe esperar un afán del pensamiento por renovarse constantemente a sí mismo. Eso no sucede sin embargo en Colombia. Nuestra peculiar modernidad sólo se nutre de viejos debates. Me explico: algunos reconocidos columnistas han estado debatiendo acerca de la conveniencia moral y política del catolicismo. Vino viejo en odres viejos.
-El ya casi eterno padre Llano lanzó desde El Tiempo un ataque al ateísmo, Ateos no tan ateos, al cual el escritor Juan Gabriel Vásquez no tardó en responder en su columna de El Espectador.
El padre, llano en sus argumentos, defiende la existencia de Dios basándose en la autoridad intelectual de Einstein y en el desatino de los “modernistas” a la hora de ponerla en tela de juicio. Su idea es una mezcla de historicismo y de scientia ancilla theologiae – la “ciencia esclava de la teología” -. Sobre esa base concluye que una vida plena, dotada de sentido y consciente de la armonía del universo, no puede existir por fuera del catolicismo.
Las ideas del Padre Llano: una mezcla de historicismo y de la “ciencia esclava de la teología”. |
Vásquez, por su parte, rechaza el tono conminatorio de Llano, su invocación de evidencias absolutas, su descalificación de los ateos como “tontos”. Su defensa del ateísmo se centra en atacar la idea según la cual la vida del ateo es una vida malograda. Para ello afirma sin pudor que el pensamiento griego ya había anticipado todos los contenidos de la moral cristiana. Sostiene en consecuencia que la religión no es necesaria para obrar moralmente y que, si la moralidad es parte de una vida plena, también el ateo puede llevar una vida realizada. El creyente sería sólo un agente moral que no comprende cómo, sin necesidad de la revelación, también podría comportarse tal como se comporta o al menos como debería hacerlo. El creyente sería, entonces, otra clase de tonto.
-Por otra parte Héctor Abad Faciolince dedicó su última columna, La Conjura Antiliberal, a destacar la extraña simpatía entre Fidel Castro y Benedicto XVI. Los derechos humanos, la idea de pensar por sí mismo, la alta valoración de la ciencia, esto es, los ideales de la ilustración son, a su juicio, el enemigo común de ambos. La iglesia católica y el Partido son partes de la “conjura antiliberal”. En el polo opuesto del oscurantismo y de la izquierda están las libertades individuales, los derechos de las minorías sexuales y hasta el desciframiento del genoma. La prédica del Abad es entonces que los individuos y, sobre todo, las sociedades, pueden prescindir de la religión, porque esta es necesariamente autoritaria y reacia al progreso científico.
Inexactitudes y bipolaridades
El problema que surge de este debate no resulta de sus inexactitudes: el padre Llano sabe tanto de astrofísica como el escritor Vásquez de historia de la ética. No basta con recurrir a citas de Einstein para empalmar fe y ciencia, ni basta con hojear la Ética a Nicómaco de Aristóteles para equiparar la moral cristiana con la griega.
Y Abad nunca se enteró al parecer del encuentro Habermas–Ratzinger y de las nada curiosas coincidencias entre el defensor de la modernidad y el entonces cardenal (a propósito: en la pasada edición de esta revista, Guillermo Hoyos se ocupó de aquel encuentro). Si se lee el debate con estos ojos, las posturas de ambas partes resultan casi caricaturescas.
El problema de fondo no es sin embargo la ligereza de los argumentos sino la reducción del espectro de la discusión a un elemental y trillado conjunto de polaridades:
- Por un lado están los defensores de la secularización, quienes no ven en la religión sino oscurantismo, irracionalismo y adoctrinamiento.
- Por otro lado están quienes ven el pensamiento de “los modernistas” como un error superado y recurren a la evidencia de la fe como el único camino a la verdad sobre la naturaleza del universo y, sobre todo, de la vida moral.
Un viejo debate. Si se concibe el proceso de secularización en esos términos no queda más que el O bien– O bien entre liberales ateos y creyentes tendencialmente anti–ilustrados:
- El padre Llano, a pesar de su interés por la ciencia natural, se preocupa ante todo por el diálogo íntimo del creyente con Dios (la fe dialogal) y no por una fe intelectual. En últimas, descalifica como relativismo o moda todo lo que no quepa en la moral cristiana. El pluralismo liberal no es su asunto. Parecería entonces, al leer sus reflexiones y las de sus adversarios, como si Colombia no hubiera superado intelectualmente el bipartidismo. Matices aparte, el debate entre el eje Vásquez-Abad Faciolince y el padre Llano no suena muy distinto que los debates decimonónicos entre ideólogos liberales y conservadores, tan bien descritos por Jaramillo Uribe [1].
Juan Gabriel Vásquez: su defensa del ateísmo se centra en atacar la idea según la cual la vida del ateo es una vida malograda. Foto: Alfaguara. |
Y no se trata de un caso aislado. Las polémicas en torno a la Revista Soho, las posturas inquisitoriales del procurador Ordoñez y la defensa de una mentalidad secular en las columnas de los miembros de Dejusticia son parte de la misma historia: O bien – O bien. Se trata de la historia de una modernidad anquilosada en una de sus fases germinales.
Falso dilema conceptual
La mejor forma de enfrentar un dilema no es tomando partido, sino mostrando que se trata de una contraposición artificiosa. Eso vale también para este caso:
- Por eso, no es cierto que el liberalismo y la ilustración tengan que ser opuestas al catolicismo y a la idea de Dios.
- Cualquier lector de Kant – un liberal ilustrado – sabe que, a pesar de su defensa apasionada de la autonomía moral, Dios es una idea central en su ética.
- Un conocedor de la historia de las ideas sabrá además que la idea de la igualdad de todos los seres humanos – la cual, pese a los juicios temerarios de Juan Gabriel Vásquez, es una idea genuinamente cristiana – subyace al presupuesto de la igualdad jurídica y que la tradición cristiana puede alimentar en general el discurso liberal y la fundamentación del Estado de derecho, tal como lo ha señalado el gran jurista Ernst Wolfgang Böckenförde.
Falso dilema político
Pero no se trata sólo de que haya nexos entre liberalismo y catolicismo para el historiador de las ideas, sino de que quizás sea políticamente necesario reavivarlos. En beneficio del liberalismo.
Su vigencia histórica quizás ya no depende tanto de confrontarse con la religión en nombre de una razón abstracta y desarraigada, sino de saber anclarse en la calidez de las costumbres compartidas y en la intensidad emocional ligada a la fe.
Héctor Abad Faciolince dedicó su última columna, La Conjura Antiliberal, a destacar la extraña simpatía entre Fidel Castro y Benedicto XVI. Foto: congresosdelalengua.es. |
Eso pasa por supuesto por empalmar con aquellos momentos de la tradición cristiana que le son más afines, como la igualdad humana o la dignidad de la persona, de manera tal que no termine realizándose únicamente en la esfera del derecho, al fin y al cabo coercitiva y considerada muchas veces por la población como formal y lejana, sino que adquiera la fuerza de una religión civil.
La estabilidad del Estado de derecho también pasa por su conexión con la espontaneidad de un ethos colectivo. La tradición cristiana puede colaborar mucho en esa tarea.
Asimismo no es en absoluto necesario que el catolicismo se oponga al pluralismo liberal. Por el contrario: tal vez el liberalismo sea la doctrina política más adecuada para su propia realización histórica.
Cuando Alcuino de York criticó a Carlomagno por imponer la fe por la espada y no por el poder de la palabra, no sólo estaba siendo fiel a la tradición humanista y a su confianza en la persuasión racional, sino que estaba perpetuando una idea central de San Agustín: la libre voluntad como una dimensión constitutiva del ser humano. La fe sólo podía propagarse si era libremente aceptada. De lo contrario no se trataba a los hombres conforme a las disposiciones con que fueron creados.
Si bien esta idea no ha sido siempre amparada por la iglesia católica, desde el Concilio Vaticano Segundo forma parte oficial de su ideario. En la medida en que el liberalismo protege la esfera de la libre elección, está también protegiendo la base sobre la cual el cristianismo puede misionar sin contradecir sus presupuestos antropológicos.
Cuando la iglesia colombiana, a lo largo de su historia, ha tomado partido por las fuerzas políticas antiliberales para asegurar sus privilegios institucionales, no ha hecho sino intercambiar beneficios políticos por inconsistencias doctrinales. Un Dios personal, que actúa en libertad, requiere de la protección de la libertad de la persona humana para hacerse presente. Quienes hablan en su nombre deberían entenderlo.
Tienen mucho que ganar
Evidentemente el ala liberal–ilustrada de la modernidad y el catolicismo no siempre han ido de la mano. Al respecto sobran las evidencias en la historia del pensamiento y en la historia política.
No obstante, la necesidad de la contraposición es poco verosímil si (1) la garantía de las libertades individuales y el librepensamiento no tiene que pasar por el rechazo de la religión, y (2) la fe no requiere lanzar anatemas contra todo aquel que no reconozca la evidencia de la revelación. No precisamos de neo-jacobinos ni de ultramontanos.
Cualquier lector de Kant – un liberal ilustrado – sabe que, a pesar de su defensa apasionada de la autonomía moral, Dios es una idea central en su ética. Foto: Biografías y Vidas. |
En vez de eso más valdría concebir un liberalismo que se reproduce a sí mismo en diálogo constante con su propio pasado intelectual y, sobre todo, mediante su articulación con el léxico de los creyentes, y un catolicismo que hace valer su verdad como una parte más en un todo de formas de vida que la desbordan pero que, justamente bajo esas condiciones, es coherente con sus más profundos supuestos antropológicos.
De allí puede resultar no sólo una cultura política liberal con un arraigo más amplio y profundo sino, también, un catolicismo libre de la acusación de ser autoritario y más cercano a su misión espiritual, que necesita partir de la libertad de elección liberal, pero la trasciende.
Eso haría madurar nuestra modernidad. Quizás por esa vía se superen viejos tics ideológicos, junto con las polarizaciones políticas que lo acompañan, y se contribuya a fortalecer – así sea sólo minando desde dentro una de nuestras habituales disyunciones – el pluripartidismo intelectual.
* Politólogo y filósofo de la Universidad de los Andes y candidato a doctor en filosofía por la Universidad de Heidelberg, profesor de teoría política en la Universidad Javeriana de Cali.
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