Qué nos dicen las movilizaciones de Petro y de la oposición
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Qué nos dicen las movilizaciones de Petro y de la oposición

Escrito por Ricardo García Duarte

Petro convocó marchas para defender sus reformas y en respuesta a las marchas convocadas por la oposición. Para qué sirven las marchas y cuáles son sus virtudes y sus riesgos en nuestra sociedad polarizada.

Ricardo García Duarte*

Un escenario tenso

El presidente Petro convocó una manifestación popular en los próximos días para defender las reformas que el gobierno quiere poner en marcha, como la de salud o la laboral.

El anuncio se hizo sobre la base de que los proyectos de ley deben discutirse en espacios abiertos, de cara al público, aunque no estén cerca las elecciones del Congreso, órgano que debe decidir sobre las reformas.

La llamada de Petro parece entonces ser parte de una estrategia participativa y movilizadora, una nueva forma de gobernar y de movilizar a la ciudadanía para que apoye sus decisiones.

Por su parte, la oposición, cercana al viejo uribismo, había realizado varias marchas de protesta contra un gobierno recién instalado, no cumplidos aún los cien primeros días después de la posesión presidencial.

En medio de este clima político cada vez más caliente, ambas manifestaciones, la del gobierno y la de la oposición, serán una arena para descubrir la capacidad de convocatoria de cada uno, así como los discursos y consignas correspondientes, sin que ninguno de los dos grupos convenza al otro.

Reivindicación o identidad colectiva

La movilización en la calle y en las plazas tiene tanto de lucha como de conciencia, de reivindicación y de identidad. Sirve para conquistar algo, pero también para afirmar la existencia del sujeto colectivo. La gente se moviliza para reivindicar algo y, así mismo, para construir su identidad, para ganar en cohesión y educación.

En ambos bandos, las movilizaciones integran un factor de lealtades políticas. Además tienen un componente instrumental y estratégico: el desgaste del gobierno es el propósito de la oposición. Mientras tanto, la voluntad del presidente es la de allanarle el camino a su proyecto sin muchas trabas, las que son propias del debate y los trámites democráticos.

Ambas dimensiones coexisten aunque sean diferentes y aunque a veces una se imponga sobre la otra. Una movilización multitudinaria puede ser reivindicatoria, tal como sucede hoy en Francia, en la pelea de los sindicatos contra la reforma de las pensiones. Otra puede servir para afirmar colectivamente la libertad de la escogencia de género, como sucede con la celebración anual del orgullo gay.

En las tradiciones teóricas, la idea de movilización de masas encaja más con las luchas reivindicativas y las manifestaciones políticas. Al contrario, el concepto de acción colectiva se aplica preferentemente a los movimientos que forjan las identidades basadas en los llamados valores inmateriales, como el género y el medio ambiente.

Entre la movilización de masas y la acción colectiva, se mueve el poder, ya no como soberanía estatal, sino como la capacidad para cambiar una situación dañina para una comunidad, como un sistema que criminalice la homosexualidad, un régimen laboral que prohíba las horas extras o un aparato educativo privado de recursos financieros. Esta es una capacidad de cambiar situaciones mediante la presión que ejerce la movilización.

En otras palabras, dicha movilización o esa acción colectiva obra como medio de presión para conseguir que se modifique una situación dada. Claramente, es un poder que dependerá de la amplitud y de la duración del movimiento y de las destrezas estratégicas de los dirigentes.

Ahora bien, como lo hacía notar el historiador Charles Tilly, esta durabilidad depende mucho de la fijación de un interés, lo que se convierte en una reivindicación bien sentida por la masa movilizable. Además, depende de que sea recibida con simpatía por los otros sectores de la sociedad —la posible periferia del movimiento—.

Interés y factores en la movilización

En las movilizaciones convocadas por el gobierno no aparece una reivindicación bien precisa. Pero las marchas que promovió la oposición de la derecha en los cuatro primeros meses de la administración Petro tampoco tenían una reivindicación clara. Únicamente, dejaron ver un ánimo de protesta contra un gobierno que apenas entraba en funciones, una suerte de prolongación de la campaña electoral.

Incluso, en alguna de esas marchas, el episodio más negativamente llamativo fue el de la declaración de una manifestante cargada de odio, racismo y discriminación contra la vicepresidenta Francia Márquez. Este suceso prácticamente deslegitimó a los marchantes opositores.

En ambos bandos, las movilizaciones integran un factor de lealtades políticas.  Además tienen un componente instrumental y estratégico: el desgaste del gobierno es el propósito de la oposición. Mientras tanto, la voluntad del presidente es la de allanarle el camino a su proyecto sin muchas trabas, las que son propias del debate y los trámites democráticos.

Por otra parte, el anuncio del gobierno para convocar su marcha está cargada con un gran componente emocional: “Acompáñame el 14 de febrero… Llegó el cambio y sus reformas”, tuiteó el presidente.

No obstante, tales reformas tropiezan con objeciones y críticas que no son del todo insensatas, ni puramente reaccionarias. En la democracia, el debate razonado y las transacciones inteligentes son fundamentales para mejorar los proyectos de ley para que se amplíe la justicia redistributiva y que no cause un daño irreparable a las instituciones que garantizan el cumplimiento de los derechos sociales, como la salud.

En un principio, que se asocie la defensa de las reformas con la idea del cambio en medio de una movilización puede darle un impulso pasional nada reprochable a la deliberación. Pero, también puede enturbiar esa operación pública que procura los consensos y finalmente confiere un mayor reconocimiento a las normas y reglas aprobadas.

Estrategias y discurso en la convocatoria

Es evidente que las contradicciones dentro de la coalición que respalda al gobierno pueden dificultar o hacer imposible la aprobación de buena parte de la agenda legislativa, eventualidad que se convertiría en una pesadilla para un gobierno nuevo. Si se le escapara el control de las mayorías parlamentarias, sería casi una tragedia para su gestión y su gobernabilidad.

La posibilidad de una crisis en la coalición mayoritaria y las consiguientes dificultades en el control de la gestión gubernamental son quizá las causas más próximas para la emergencia de esta nueva arena en la competencia política, la de la calle y la movilización de las multitudes.

Cabe la posibilidad de que el gobierno quiera:

  1. Conjurar cualquier riesgo de alejamiento de los jóvenes que protagonizaron el estallido social entre 2019 y 2021, muchos de los cuales alimentaron la esperanza de un cambio y votaron por Petro, aunque pueden desencantarse, con los aplazamientos sin término de lo soñado.
  2. Asegurar las bases populares ideológicamente más cercanas, dispuestas a la movilización, ante el argumento de que existen sectores empeñados en impedir la misión del progreso.
  3. Presionar a los aliados políticos, a las bancadas de la coalición, con la firme intención de que aprueben los proyectos de ley sin afectarles su contenido.

Sin embargo, el quid del asunto está en el efecto contrario, en que, por ejemplo, la reforma de la salud no devuelva las cosas a un control excesivo y clientelista por parte del Estado, en que la reforma política no perpetúe el mismo personal en el Congreso o que, finalmente, se evite que se corten los contratos de exploración petrolera prematuramente, sacrificando la economía.

Foto: Facebook: Gustavo Petro - El gobierno ha convocado movilizaciones para respaldar sus reformas en un contexto en el que estas reciben objeciones y críticas.

La posibilidad de una crisis en la coalición mayoritaria y las consiguientes dificultades en el control de la gestión gubernamental son quizá las causas más próximas para la emergencia de esta nueva arena en la competencia política, la de la calle y la movilización de las multitudes.

Es decir, la clave para desenredar el ovillo está en reformar las reformas en un sentido progresista y técnicamente impecable, que nazca de la discusión argumentada y de los consensos transparentes. Esto —dicho sea de paso— no desvirtúa para nada el mandato popular nacido de las urnas. Más bien lo desarrolla a través del equilibrio de poderes.

En esa perspectiva sería enriquecedora la movilización en la calle, como espacio complementario de la deliberación y la construcción de acuerdos, no como un escenario tenso y hostil.

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