
La CPI abre investigación contra Maduro, pero ni la presión internacional, ni la pobreza extendida, ni los esfuerzos de la oposición han sido capaces de acabar la dictadura. ¿Qué ha impedido la transición a la democracia?
Nastassja Rojas Silva*
Veinte años de crisis
Durante los últimos veinte años, Venezuela ha sufrido una serie de crisis políticas. Desde finales de 2012, el gobierno perdió definitivamente sus rasgos democráticos, y hoy es el país con menor adhesión al Estado de derecho en el mundo.
El régimen también ha encontrado dificultades para sostenerse en el poder. La mayoría de los gobiernos del mundo no reconocen a Nicolás Maduro como presidente legítimo, y muchos altos funcionarios venezolanos están envueltos en escándalos relacionados con el narcotráfico y el lavado de activos.
A pesar de lo anterior, el régimen bolivariano se ha mantenido durante más de dos décadas, y aún no hay indicios de que se esté acercando a su fin. ¿Cuáles son los obstáculos para una transición a la democracia en Venezuela?
El papel de la fuerza armada
Durante estas dos décadas, la oposición ha hecho un llamado constante para que la fuerza armada restablezca el orden interno en Venezuela.
Pero de poco ha servido ese llamado porque desde el ascenso de Hugo Chávez al poder, esta institución ha vivido una profunda transformación, que la volvió leal al régimen. Como señala Chávez en su Libro Azul, la participación política que se otorgó a los militares les dio un papel en el proyecto bolivariano.
Durante los primeros años de la revolución, esa participación política vino acompañada de reconocimientos y dádivas. Los militares fueron incluidos en el ato gobierno, principalmente en el control del sector petrolero y de la alimentación. Posteriormente, se les dio un papel protagónico en los negocios ilegales del Estado, como el narcotráfico y la minería ilegal. Por eso los militares tienen muy pocos incentivos para presionar la caída del régimen: para ellos, los costos serían mayores que los beneficios.
La investigación de la CPI no traerá de forma automática el fin del régimen bolivariano, al menos no en el futuro más cercano.
Esto no significa que no haya militares venezolanos descontentos, especialmente por la mala calidad de la vida y el poder que se ha otorgado a grupos paramilitares o al Ejército de Liberación Nacional (ELN). Pero, valiéndose del servicio de inteligencia cubano, el gobierno ha logrado detectar y castigar a los disidentes, y esto ha minimizado el riesgo de un levantamiento.
Por eso, una transición a la democracia liderada por la fuerza armada es poco probable, al menos en este momento.
La violación de derechos humanos
Desde el comienzo, el régimen bolivariano ha perseguido y reprimido cualquier muestra de descontento. Sin embargo, desde la llegada de Nicolás Maduro al poder, las denuncias sobre violaciones de derechos humanos han aumentado considerablemente. Las cifras y hechos revelados por el Consejo de Derechos Humanos son una muestra de lo anterior.
Recientemente, la Corte Penal Internacional (CPI) anunció que abrirá una investigación por los crímenes de lesa humanidad que se han cometido en Venezuela. Este anuncio marca el comienzo de un camino para determinar la responsabilidad individual de estas graves violaciones de derechos humanos.
Pero la investigación de la CPI no traerá de forma automática el fin del régimen bolivariano, al menos no en el futuro más cercano.

El empobrecimiento
La población venezolana está gravemente empobrecida, y depende del gobierno para gestionar sus recursos o hasta el uso de su tiempo. El día a día de las gente se consume en largas filas e interminables esperas para acceder a los productos o servicios más básicos. Si bien parece que en los últimos años ha habido un mayor abastecimiento de alimentos en los locales comerciales, la mayoría de la población no cuenta con los recursos para adquirir lo mínimo.
En todo caso, esto no significa que las protestas hayan desaparecido en el país. De acuerdo con el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, en septiembre de este año se documentaron 568 protestas, más del 80 % de las cuales estuvieron relacionadas con reclamos por violaciones de derechos económicos, sociales, culturales y ambientales.
Pero por las eternas esperas y la conveniente migración masiva, las protestas multitudinarias por razones políticas que se vieron durante tantos años ya no son frecuentes y parecen cada vez menos probables. La población venezolana sigue resistiendo, pero su prioridad es sobrevivir.
La desinstitucionalización
Pese a las promesas sociales plasmadas en la Constitución de 1999, Hugo Chávez logró imponer un sistema político fácilmente controlable desde el ejecutivo, con un presidencialismo excesivo, que absorbió en muy poco tiempo a los recientemente creados poder ciudadano y poder electoral.
A esta captura de los poderes públicos le siguió la del legislativo y, finalmente, la del judicial. En los últimos años, esta toma de los poderes del Estado ha servido para legitimar internacionalmente el desmonte de la democracia: se han invalidado partidos políticos, se han creado instituciones paralelas en cargos de elección popular, se ha tomado la dirección de grandes universidades y se han expedido leyes –como la Ley contra el Odio– para legitimar la persecución política.
Parece poco probable que haya una salida electoral para volver a la democracia en Venezuela.
Este desmonte de las instituciones creó el escenario ideal para celebrar elecciones no competitivas. Aunque actualmente el oficialismo tiene apenas un 13 % de aprobación, poco tienen que perder, pues controla todos los eslabones de las elecciones. Solo algunos espacios de participación controlada se han entregado a una fracción de la oposición, con el fin de que los procesos electorales parezcan legítimos.
La debilidad de la oposición
A lo anterior se une la desconfianza en la oposición, por las contradicciones que en ella percibe la opinión pública.
La oposición venezolana no está unificada, sino constituida por una pluralidad de sectores que comparten un único objetivo: el fin de la dictadura. Pero esto no es suficiente y actualmente no hay un liderazgo claro que lleve a movilizar a la población en contra del régimen.
Existe otro gran reto: que el líder de la oposición no sea una figura mesiánica, que gane popularidad rápidamente, pero que ante cualquier pequeño error o disconformidad caiga estrepitosamente arrastrando consigo todo su proyecto político.
En cambio, el oficialismo sí mantiene un alto grado de cohesión. Esto no significa que no existan fracturas dentro del partido, sino que logran superarlas y silenciar cualquier voz contraria rápidamente con tal de mantener el poder.
Dadas estas condiciones, parece poco probable que haya una salida electoral para volver a la democracia en Venezuela.
Los efectos de la presión internacional
Finalmente, la comunidad internacional ha desconocido a Nicolás Maduro como cabeza del gobierno, pero el régimen no se encuentra completamente aislado. Aún hay Estados que apoyan a Maduro, y las sanciones internacionales son la excusa perfecta para justificar las precarias condiciones de vida y la crisis alimentaria en el país.
Si bien las presiones internas e internacionales son útiles y necesarias como una forma de impulsar alguna negociación real, hasta el momento parecen insuficientes. Sin garantías para una transición que le convenga, Maduro se aferra al poder a pesar de los altos costos.
Nada de lo anterior desconoce los grandes esfuerzos de la población venezolana para lograr una transición pacífica hacia la democracia. Pero no hay que subestimar a quienes se han sostenido por mas de veinte años en el poder.