Nicanor Parra: cien años de antipoemas - Razón Pública
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Nicanor Parra: cien años de antipoemas

Escrito por Natalia Torres
Nicanor extiende la mano y mira como deteniendo a quien lo ve

Nicanor extiende la mano y mira como deteniendo a quien lo ve

Mujer joven sonriente de pelo largo liso y oscuro​Creador de un estilo denominado por él como “antipoesía”, el chileno Nicanor Parra cumplió cien años la semana pasada. ¿En qué consistió su revolución poética que todavía hoy tiene seguidores y detractores?

Natalia Torres Behar*

“Yo no permito que nadie me diga

que no comprende los antipoemas

todos deben reír a carcajadas.

Para eso me rompo la cabeza

para llegar al alma del lector”

(“Advertencia”, Versos de salón, 1962).

 

Poesía: fuente de juventud

Alguna vez, en El show de los libros, le preguntaron a Nicanor Parra cuál es el secreto para la juventud permanente, a lo que él respondió: “la buena vida y la poca vergüenza”. A juzgar por sus 100 años, que celebramos el pasado 5 de septiembre, tendríamos que creerle.

Porque eso ha sido su vida y eso ha sido también su obra: una burla constante de todo y de todos, la negativa a ajustarse a los moldes de la poesía; una escritura sin vergüenza, “tierrafirmista”, brutalmente honesta, que lo hace uno de los poetas vivos más grandes de América Latina.

La poesía de Parra no se opone solamente a la tradición de su país, específicamente a Neruda, sino también al capitalismo, al comunismo, a la modernidad, al Estado, a la belleza, a la decencia, a ser encasillada.

Para él la poesía es vida en palabras y por eso en ella caben tantas cosas: los sentimientos nobles y los otros, el llanto y la risa, la belleza y la fealdad, el lenguaje literario, pero también y, sobre todo, el lenguaje conversacional, el de todos los días.

Por eso su poesía es así: a veces contradictoria, a veces irreverente e irónica y otras veces integradora, pues en ella conviven carnavalescamente los opuestos.


​El poeta chileno Nicanor Parra.
Foto: Giuliano Pastorelli

Los antipoemarios

Este hombre sencillo, que nació en 1914 en Chile, que antes de ser poeta estudió Física y fue profesor, que vive recluido hace años en su casa de Las cruces y que todavía maneja su Volkswagen escarabajo, fue capaz de oponerse a los más grandes poetas de su país (Neruda, Mistral y Huidobro) y sobrevivió en el intento.

No solo sobrevivió, sino que su libro Poemas y antipoemas (1954), que lo lanzó a la fama, revolucionó la poesía. Desde entonces, Parra ha publicado varios poemarios entre los que destacan La cueca larga (1958), Versos de salón (1962), Obra gruesa (1969), Artefactos (1973), Sermones y prédicas del Cristo de Elquí (1977), Chistes para desorientar a la poesía: Chistes parra desorientar a la policía (1983) y Hojas de parra (1985).

Estos libros, aunque muy distintos entre sí, han mantenido su carácter antipoético y humorístico, y son los que le han valido la nominación al Premio Nobel de Literatura en más de una ocasión así como reconocimientos tan importantes como el Premio Miguel de Cervantes en el 2011.

¿A qué se oponen los antipoemas? Es difícil decirlo, pero en palabras del poeta sueco Artur Lundkvist esta es una poesía “de dinamitero”, anárquica, que reduce a polvo las fórmulas y ataca todas las tradiciones, ideologías e instituciones.

La poesía de Parra no se opone solamente a la tradición de su país, específicamente a Neruda, sino también al capitalismo, al comunismo, a la modernidad, al Estado, a la belleza, a la decencia, a ser encasillada.

Recogiendo las múltiples definiciones que se han dado y consciente de la dificultad de darlas, podría decir que la antipoesía desmitifica a la poesía y le devuelve su lugar entre los hombres:

Señoras y señores

Ésta es nuestra última palabra.

-Nuestra primera y última palabra-

Los poetas bajaron del Olimpo.

Para nuestros mayores

La poesía fue un objeto de lujo

Pero para nosotros

 Es un artículo de primera necesidad:

No podemos vivir sin poesía

 A diferencia de nuestros mayores

-Y esto lo digo con todo respeto-

Nosotros sostenemos

Que el poeta no es un alquimista

El poeta es un hombre como todos (…)

La situación es ésta:

Mientras ellos estaban

Por una poesía del crepúsculo

Por una poesía de la noche

Nosotros propugnamos

La poesía del amanecer.

Este es nuestro mensaje,

Los resplandores de la poesía

Deben llegar a todos por igual

La poesía alcanza para todos

“Manifiesto”  (Obra gruesa, 1969).

 

Poesía y humor

La de Parra es una poesía sin solemnidad, que evita la metáfora y tiene un lenguaje narrativo y coloquial, que la hace aparentemente clara y fácil de leer; como dice el poema: quiere ser una poesía para todos.

El mismo Parra lo decía: la poesía chilena le parecía aburrida y sin vida y por eso recurría al habla popular, pues encontraba vitalidad en el pueblo y en lo que se podría denominar los temas no poéticos.

Por supuesto, no se puede olvidar que detrás de la aparente facilidad y sencillez hay un montaje, un delicado equilibrio entre la sintaxis fluida del discurso narrativo y la regularidad rítmica de las frases. Así pues, esta narrativa (como todas) es también una construcción literaria que tiene detrás un proceso estilístico artificial.

Por otro lado, la antipoesía tiene una función paródica, alejada de los sentimentalismos y que aspira a conseguir la risa del lector. Es una poesía crítica, corrosiva.

El humor en la obra de Parra es innegable como se puede ver en el poema “Padre Nuestro”, que no solo es una burla y una parodia, sino que habla de la soledad del hombre, abandonado incluso por el dios imperfecto que se inventó. Dice:

La antipoesía tiene una función paródica, alejada de los sentimentalismos y que aspira a conseguir la risa del lector. 

“Padre nuestro que estás en el cielo/ Lleno de toda clase de problemas/ Con el ceño fruncido/ Como si fueras un hombre vulgar y corriente/ No pienses más en nosotros (…) Padre nuestro que estás donde estás/ Rodeado de ángeles desleales/ Sinceramente: no sufras más por nosotros/ Tienes que darte cuenta/ De que los dioses no son infalibles/ Y que nosotros perdonamos todo” (Obra gruesa, 1969).

La antipoesía tiende a la burla, al sarcasmo y al descreimiento, y por eso tiene un sentido demoledor, porque el humor parte del desencanto con el mundo, de la conciencia de la caída del hombre y de su vacío infinito.

Además, la antipoesía de Parra, como lo dice su nombre, se niega todo el tiempo a sí misma, se desacredita y es autocrítica:

“Antes de despedirme/ Tengo derecho a un último deseo: / Generoso lector/ (…) quema este libro/ No representa lo que quise decir/ A pesar de que fue escrito con sangre/ No representa lo que quise decir” (“Me retracto de todo lo dicho”, Obra gruesa, 1969).


El autor chileno en la celebración de sus 100 años.
​Foto: Wikimedia Commons

Es una poesía que se afirma en la inestabilidad, que reconoce sus fallas e incapacidades y que juega constantemente con el lector y con sus convicciones al decirle que “Según los doctores de la ley este libro no debiera publicarse: / La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte,/ Menos aún la palabra dolor,/ La palabra torcuato./ Sillas y mesas sí que figuran a granel,/ ¡Ataúdes!, ¡útiles de escritorio!/Lo que me llena de orgullo/ Porque, a mi modo de ver, el cielo se está cayendo a pedazos”.

Es una poesía que no se engaña, que es realista y no habla de la belleza sino de la destrucción, que ya solo puede hablar de lo cotidiano.

“"¿A qué molestar al público entonces?", se preguntarán los amigos lectores: / "Si el propio autor empieza por desprestigiar sus escritos,/ ¡Qué podrá esperarse de ellos!"/ Cuidado, yo no desprestigio nada/ O, mejor dicho, yo exalto mi punto de vista,/ Me vanaglorio de mis limitaciones/ Pongo por las nubes mis creaciones”.

En resumen, y como una vez lo dijo el mismo Parra en una entrevista con Ricardo Yamal, la función de la antipoesía es “repartir mierda con ventilador para todos lados”.

La vida indefinida

Se podría decir que los antipoemas parrianos le dan muchísima importancia al lector, dialogan con él y esperan su audacia, complicidad e inteligencia; lo sacan de su posición pasiva de receptor y lo obligan a juzgar, “a tomar partido”.

Tienen la tarea de incomodarlo y hacerlo reflexionar, por medio de la risa, de las maneras en que se engaña, de lo absurdo de la vida cotidiana y de todo lo que hace.

A pesar de su aire de ligereza y de banalidad, en el fondo los antipoemas hablan de lo permanente y de lo profundo, de la paradójica experiencia humana que es a la vez risible y dolorosa y frustrante.

Exactamente como decía Parra, los antipoemas hablan de la vida y de cómo en ella conviven las contradicciones y tensiones:

“Qué es un antipoeta:/ ¿Un comerciante en urnas y ataúdes?/ ¿Un sacerdote que no cree en nada?/ ¿Un general que duda de sí mismo? (…) ¿Un narciso que ama a todo el mundo? (…) ¿Un revolucionario de bolsillo? ¿Un pequeño burgués? ¿Un charlatán? ¿Un dios? ¿Un inocente? (“Test”, Obra gruesa, 1969).

En últimas, cómo el dijo, la función del antipoeta es ser la conciencia de la tribu, señalar un posible camino en medio del caos y la confusión. Por supuesto, no se trata de dar instrucciones concretas ni caminos seguros, mucho menos una verdad absoluta.

Él más que nadie es consciente de eso y, por ello, cuando le preguntan por su longevidad asegura que es como un monje taoísta: está listo para morir, pero también para vivir indefinidamente.

 

*Literata de la Universidad de los Andes.

 

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