El problema de los jóvenes que “ni” estudian “ni” trabajan, los Ninis, es más complicado de lo que parece y dice mucho sobre la forma de entendernos como sociedad en términos de trabajo y educación.
Francisco Díaz*
Un fenómeno en aumento
Tanto en el mundo desarrollado como en América Latina, en Colombia y Bogotá, el tema de los Ninis ha sido recurrente, y ahora se acentúa con las cifras crecientes que se vislumbran a comienzos de este milenio.
Desde las ciencias sociales se ha advertido la amenaza de una segunda o una tercera generación de jóvenes Ninis, que deberá ser tratada por los organismos gubernamentales en concertación con las familias y el sistema educativo.
El fracaso escolar es un ingrediente clave para entender el auge de la deserción. Esto forma parte del desaliento que sienten algunos adolescentes frente a sus perspectivas educativas y laborales. La participación de los jóvenes en las actividades escolares hasta la educación superior es un gran reto ya que las pedagogías pertenecen a otro tipo de sociedad, una que está en el pasado y que ya no les pertenece. De aquí que el sistema educativo promueva la deserción.
El ciclo escuela, trabajo, jubilación
Por eso importa mejorar el triángulo entre los organismos estatales, las familias y la institución educativa mediante una concertación de grupos sociales con el fin de dar cabida a las nuevas generaciones que tienen una mirada diferente sobre la educación.
El fracaso escolar es un ingrediente clave para entender el auge de la deserción. Esto forma parte del desaliento que sienten algunos adolescentes frente a sus perspectivas educativas y laborales. La participación de los jóvenes en las actividades escolares hasta la educación superior es un gran reto ya que las pedagogías pertenecen a otro tipo de sociedad, una que está en el pasado y que ya no les pertenece. De aquí que el sistema educativo promueva la deserción.
Hay que repensar y reconstruir el ciclo tradicional de educación, trabajo y pensión para garantizar una transición demográfica adecuada para las nuevas generaciones. Pero esta transición ha sido pospuesta durante los últimos 30 años, desde el fin de la Guerra Fría hasta la postpandemia y toda vez que las condiciones de vida han mejorado sustancialmente y podemos vivir un poco más de tiempo.
Pero, si vemos los ciclos de población que llegan al sistema educativo y se mantienen en el mercado formal de trabajo para mantener a los jubilados, nos damos cuenta de que los esfuerzos para sostener este ciclo de vida ya no funcionan. En consecuencia, los gobiernos intentan cubrir esos huecos de pensiones inflando aún más la bomba pensional.
La ruptura se agrava con rapidez: más ancianos, menos pensionados, pocos jóvenes incorporados y un número de Ninis en aumento. Por otra parte, las respuestas y las soluciones no llegan con la misma velocidad.
El problema en los adolescentes
Este fenómeno es más evidente entre los adolescentes que sufren serias exclusiones, sin importar su situación socioeconómica. Por eso, prefieren desertar del ciclo escuela-trabajo- jubilación.
Este sentimiento de exclusión de los jóvenes entre 14 años y 28 años causa más preocupación en medio de las políticas que intentan mejorar los entorno educativos y laborales de este grupo. El rígido sistema de los adultos y mayores que no desean transitar voluntariamente a un mundo de no trabajo, a una actividad distinta de la realizada en su mundo estudiantil y laboral, está cobrando sus primeras víctimas.
Dichas víctimas son estos jóvenes que se sitúan en la pirámide de la transición demográfica y que quieren participar en una nueva sociedad, rica en nuevas posturas e ideologías, con nuevas visiones sobre el mundo que les rodea y apartada de las tradiciones de un mundo que ha cambiado sustancialmente.
Pero estas aspiraciones se han aplazado tanto como los esfuerzos por participar en la formación de la riqueza del país. Los adultos privilegiados del mundo laboral no quieren renunciar a este modelo y prefieren consolidarse sin la participación de los jóvenes.
Por otro lado, la exclusión conlleva vergonzosos códigos morales sobre estas nuevas generaciones, al decir que son vagas, frágiles, perezosas o que ha perdido el sentido tradicional de la sociedad. Esto los puede marginar hasta rincones oscuros como el de la criminalidad, la ilegalidad o el trabajo fácil amparado en actividades que los mayores no comprendemos todavía.
Un fenómeno que se perpetúa
Los primeros Ninis del baby boom de la posguerra fría no fueron tantos y tan visibles como los de ahora. Pero entraron en un mundo lleno de cambios, con internet y redes sociales, y entendieron que la educación tradicional no les brindaba opciones, explicaciones ni oportunidades en esta nueva sociedad.
Más bien los aliena y los desespera. Los jóvenes se sienten cada vez más distantes de un aparato educativo que ya perdió validez, que se volvió escolástico y que favorece la deserción escolar y el desánimo laboral.
Por otra parte, la marginalidad sigue siendo grave entre sectores que no pudieron resolver su continuidad en el sistema escolar. Eso es más grave en el caso de las mujeres adolescentes, que tuvieron que sacrificar su oportunidad de llevar a cabo el proyecto de movilidad social existente en la memoria de las sociedades.
Por esa razón, el ingreso al mercado laboral tendrá un carácter de informalidad, donde las cifras confirmas las consecuencias de una sociedad que perdió su fe en el progreso o en desarrollo.
Esto significa que las responsabilidades de la sociedad giran de un lado al otro, ya que posponen y desplazan el problema a una nueva generación de jóvenes hijos de los anteriores Ninis. En otras palabras, este fenómeno se perpetúa y destruye nuevas visiones de futuro con resultados que todavía no comprendemos. Las réplicas y los comentarios sobre estudiar y trabajar son más ruidosas que las de una nueva política de inserción en el aparato escolar y laboral.
Virar hacia ellos
La deserción estudiantil provoca sentimientos muy encontrados, asociados con las fragilidades de una sociedad en crisis, pues la depresión en los jóvenes aumenta como una nueva pandemia.

Por otro lado, la exclusión conlleva vergonzosos códigos morales sobre estas nuevas generaciones, al decir que son vagas, frágiles, perezosas o que ha perdido el sentido tradicional de la sociedad. Esto los puede marginar hasta rincones oscuros como el de la criminalidad, la ilegalidad o el trabajo fácil amparado en actividades que los mayores no comprendemos todavía.
La posibilidad de no pertenecer a la sociedad agudiza estos sentimientos encontrados, agravan la desesperación, los margina y los incita a retirarse de esta vida en una especie de círculo vicioso.
Después de la depresión aparece la ansiedad de que no haya un futuro y, si lo hay, es incierto. La agonía es perpetua. El Nini pasa por su etapa de 14 a 28 años y después las disciplinas sociales dicen que ya no existe y no lo toman más en cuenta.
Perdida en el espacio social de un mundo muy ocupado, muy laborioso y muy excluyente, crece la segunda o la tercera generación de Ninis. Sus progenitores o abuelos lo fueron y crecen en una sociedad que encuentra nuevos caminos, donde la educación como proyecto revolucionario de control social perdió su protagonismo y el mundo laboral obtuvo un triunfo más.
Seguimos en la burbuja comparando casos y proponiendo soluciones porque no somos esos jóvenes adolescentes. Tratamos el fenómeno social como adultos, desde un lugar cómodo, pero la ruta debe virar hacia ellos. La pregunta es cómo.
*Este artículo hace parte de la alianza entre Razón Pública y la Facultad de Economía de la Universidad Externado de Colombia. Las opiniones son responsabilidad de las autoras.