La reacción nacional ante el “pequeño incidente” de una caricatura sobre Juan Valdez saca a luz una verdad muy amarga sobre la sociedad colombiana. Este texto breve del Profesor Thoumi pone el dedo en la llaga.
Francisco Thoumi*
Una caricatura reciente de Mike Peters ha desatado la ira de la Federación Nacional de Cafeteros quien, de acuerdo con El Tiempo de enero 7, demandará por veinte millones de dólares al dibujante y a varios periódicos de Estados Unidos que reprodujeron la caricatura ofensiva. En la página editorial de El Tiempo del mismo día se reproduce la caricatura cuyo diálogo reza:
"Mother Gooose: Mmm, café colombiano en la mañana.
Ralph: ¿Sabes? En Colombia hay un considerable crimen organizado. Entonces, cuando dicen que hay un pedacito de Juan Valdez en cada tarro (de café), tal vez no están bromeando.
Grimm: ¿Por qué estás tomando té?
Mother Goose: No preguntes".
La caricatura diaria de El Tiempo de esa fecha responde a la de Peters bajo el título: "La paja en el ojo ajeno". En ella aparecen los mismos personajes, pero ahora su diálogo es distinto:
"Mother goose: Mmm, es una lástima que confundas las consecuencias de la cafeína con las de la cocaína.
Ralph: Es que siempre digo lo que tengo en la cabeza".
Además, el cuadro tiene una adición al lado de la cara de Ralph: "sinf, sinf" (que debería ser "snif, snif").
No hay duda de que la respuesta a la caricatura de Peters genera mucha simpatía dentro del público, aunque tiene características profundamente preocupantes. Lo que se hace es responder atacando: "sí, nosotros producimos, pero ustedes son unos cocainómanos consuetudinarios". En ningún momento se reconoce que producir artículos que generan adicción y que violan normas internacionales es algo que se debe rechazar. Esta respuesta recuerda la famosa pregunta de Santa Teresa de Jesús: "¿Quién es más culpable: El que peca por la paga o el que paga por pecar?"
Independientemente del éxito que pueda tener la demanda de los cafeteros, la caricatura de El Tiempo refuerza las actitudes fatalistas y asociales que prevalecen en Colombia respecto de la industria de drogas ilegales. La respuesta implícitamente justifica la participación de los colombianos en la producción y tráfico de drogas pues dice: "si Usted consume ¿por qué se queja de que yo produzca?". En el país hay una tendencia muy fuerte a que cuando se critica a alguien, el acusado responda con un "pero Usted también". En otras palabras: "cuando algo ilegal es rentable, como alguien posiblemente lo hará, ¿por qué no puedo hacerlo yo?"
En el mundo ninguna ley se cumple completamente. Al estudiar la aplicación de cualquier ley o norma siempre se encuentra que hay alguien que la haya violado impunemente. Sin embargo, este hecho no da un derecho a violarla excepto en un contexto de amoralidad, es decir en el que los mores de la sociedad no impongan restricciones al comportamiento individual. Esto se da en un contexto de una sociedad pre-Hobbesiana donde "el hombre es un lobo para el hombre".
El problema de Colombia no es que produzca drogas ilegales, sino que concentra la producción de cocaína. Le existencia de una demanda internacional ilegal no explica esta concentración. En efecto, si la demanda fuera el factor determinante de la producción, todos los países donde se puede cultivar coca y refinar cocaína lo estarían haciendo. En ese caso Colombia estaría compitiendo, entre otros, con Ecuador, Venezuela, Brasil, los países centroamericanos, las tres guyanas, toda el África tropical, Indonesia (que era el primer exportador de coca hace 100 años) Malasia, Sri Lanka, la India y Papua-Nueva Guinea.
Es notable que Colombia tenga muchos más competidores en los mercados de café, flores, banano, petróleo, confecciones, y demás productos legales de exportación que en la coca y cocaína. Sin embargo, muy pocos se preguntan: "¿por qué Colombia concentra la producción de cocaína?" Y la mayoría acepta como natural que mientras exista la demanda ilegal, Colombia continuará produciendo. Por eso muchos afirman que la "única solución es la legalización de las drogas". En otras palabras, el mundo debe cambiar y resolvernos nuestro problema, porque nosotros no podemos hacerlo.
Una situación más grave se encuentra al comparar la violencia asociada con el narcotráfico en Colombia con la de otros países. En Colombia se acepta que cuando hay grandes ganancias ilegales, la competencia y los conflictos en esos mercados lleven a niveles de violencia muy altos. Sin embargo la violencia asociada con las actividades económicas ilegales es notablemente menor en otros países (excepto en el México actual, un país muy parecido a Colombia). En Bolivia y Perú durante mucho tiempo las drogas ilegales generaron un porcentaje del ingreso nacional mucho mayor que en Colombia. Lo mismo ocurre hoy en Afganistán y ha ocurrido en la provincia de la frontera noroccidental de Paquistán, en Tayikistán, en Myanmar y en Laos. En todos estos lugares la violencia asociada con el narcotráfico ha sido mucho menor que en Colombia. Sin embargo, en un mundo individualista pre-Hobbesiano la violencia es una solución común a los conflictos y un instrumento aceptado para apoderarse de riqueza.
La tolerancia hacia las actividades rentables ilegales es comprensible en un mundo cuyo imaginario sea uno donde la riqueza no se crea con el trabajo o con la innovación, sino que se captura o se encuentra; un mundo donde al hacer negocios es aceptable "tumbar al otro" es decir, comprar algo muy barato y venderlo muy caro; donde la gente no considere que rentabilidades de 200% o 300% en dos meses no son anormales; donde se piensa que, puesto que los ricos obtuvieron su capital por medio de privilegios, es razonable quitárselo, en cuyo caso los secuestros son un instrumento para transferir rentas; y donde el individuo no es parte del Estado ni de la sociedad, es decir donde no hay controles sociales, solidaridad, confianza o reciprocidad, es decir, donde el individuo está solo frente al mundo, la vida es una lucha para sobrevivir y no hay deberes ciudadanos.
Los colombianos tenemos hoy dos opciones respecto a la ilegalidad: podemos continuar justificándola porque hay otros que lo hacen impunemente, o la rechazamos y luchamos para establecer el imperio de ley.
En el primer caso, continuaremos padeciendo altos niveles de violencia y corrupción; el Estado continuará siendo un botín, la calidad de vida será baja y seguiremos mirando detrás del hombro cuando salimos con temor a la calle; el crecimiento económico será lento y no generará desarrollo real.
Si se toma la segunda opción, será necesario aceptar que todos somos parte de una sociedad; que la ley debe ser consensuada, no impuesta; que todos tenemos deberes hacia el Estado y hacia los demás ciudadanos; que se requiere una fuerte auto crítica que reemplace frecuentes posiciones como: "el que no tenga culpa que tire la primera piedra" que se usan para justificar la violación de las leyes.
Durante toda su historia en Colombia no ha habido un compromiso serio del Estado ni de la ciudadanía para establecer el imperio de la ley. Muchos colombianos hemos considerado que es mejor seguir como estamos, porque individualmente creemos que podemos sacar ventaja en el corto plazo. Sin embargo, todos hemos perdido en el largo plazo y continuaremos perdiendo si el individualismo amoral continúa prevaleciendo. Porque no hay razones para el optimismo, es mejor no pronosticar el futuro.
*Miembro fundador de Razón Pública y Economista de la Universidad de los Andes. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.