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Monos: perder la infancia, ganar un futuro

Escrito por Santiago Ardila Sierra
En Monos vemos el conflicto desde los ojos de un niño.

La candidata a los premios Óscar y Goya pone en escena un juego de jóvenes que estalla para recordarnos que, en medio de balas, la infancia es solo una ilusión.

Santiago Ardila Sierra*

La infancia perdida

Monos de Alejandro Landes es la apuesta de Colombia para los premios Óscar. Ha estado presente en varios festivales por todo el mundo y aspira a convertirse en un referente de la cinematografía nacional.

La película es una metáfora de la pérdida de la inocencia: ver la guerra desde los ojos de los niños nos obliga a volver a crecer. Sin poder movernos de nuestras sillas, nos vemos forzados a perder la inocencia infantil junto a los protagonistas y nos aferramos a ella tanto como ellos. Reconocer que ya no somos niños duele y volver a caminar ese tramo requiere valor.

Otras películas como La infancia de Iván, La tumba de las luciérnagas o Los colores de la montaña han puesto en escena la angustia y los sueños de los niños. En Monos nos vemos obligados a alcanzar la adultez por medio del dolor y de la normalización del sufrimiento. Nos vemos obligados a ser como sus protagonistas, a calzarnos sus botas y cargarnos su fusil, su familia menguada y sus sueños perforados, cada vez peor remendados.

En Monos nos vemos obligados a alcanzar la adultez por medio del dolor y de la normalización del sufrimiento.

En Monos crecer es un ritual lleno de alcohol y balas que se nos presenta desde la primera escena sin prisa ni sutileza: nos adentramos en las vidas de los jóvenes soldados de La Organización que se debaten entre su juventud, el poder de las armas y una difusa lucha ideológica. Todos cuidan de una rehén mientras luchan por no perderse en sus demonios. De repente, nos damos cuenta de que hemos dejado de ver a unos niños en medio del conflicto armado porque nos hemos vuelto ellos, sufrimos como ellos.

Monos Muestra la intrincada realidad que vivimos y nos permite sentir el cóctel de sentimientos propio de la juventud.

Foto: IDARTES
Monos no tiene intención de resolver nada. Muestra la intrincada realidad que vivimos y nos permite sentir el cóctel de sentimientos propio de la juventud.

Tal vez el mayor logro de esta película consiste en que nos hace desear y disfrutar las pausas, los momentos cálidos cuando los protagonistas no cargan sus rifles y se dejan llevar por la inocencia juvenil; disfrutamos tanto su libertad que, cuando debemos cargar de nuevo el fusil, sentimos su peso y guardamos la ilusión de no ver otra vez en sus manos esa arma.

Al salir del cine recordé la respuesta simple, pero contundente, de por qué luchar por un país en paz: porque el dolor causado por su opuesto, la guerra, es insoportable, no nos permite crecer realmente, condena al niño a no ver más allá de la indiferencia, más allá de la muerte.

Le recomendamos: Los niños en la guerra: tema pendiente para la paz.

Zonas grises

Por supuesto, la película es hija de su tiempo. Además de indagar por el conflicto, pone en escena la búsqueda de identidad de los protagonistas y retrata algunas respuestas halladas por los jóvenes frente a nuestro propio existir: buscar cariño en medio del sexo, desconfiar de las soluciones finales, aceptar toda respuesta mientras sea útil, mientras se agota y buscamos otra con la robustez suficiente para reemplazarla.

Monos no tiene intención de resolverle nada a nadie, solo muestra la intrincada realidad que vivimos y nos permite sentir, de nuevo, el coctel de sentimientos propio de la juventud. Como dijo el mismo Landes, la película pretende dinamitar conceptos binarios para ahondarse en las vastas zonas grises que caracterizan a la realidad y, particularmente, a la guerra.

En Colombia, otras películas recientes como Matar a Jesús, La Siempreviva, Oscuro Animal y Violencia han explorado esas zonas grises a través de personajes complejos y atípicos que no pueden ser clasificados fácilmente.

En Monos, la fractura de los moldes binarios logra su cometido, pues los personajes resultan misteriosos, profundos e imprevisibles. Nunca sabemos cuándo están dispuestos a matar, a seguir al pie de la letra las órdenes y la jerarquía militar o a disfrutar la noche en medio de un poco de trago y algunos “honguitos que nos dejó la vaca”.

Landes buscó dinamitar los conceptos binarios para mostrar las zonas grises que tiene la vida en guerra.

Foto: Facebook Monos
Landes buscó dinamitar los conceptos binarios para mostrar las zonas grises que tiene la vida en guerra.

La conquista de la adultez

Cuando todo termina, hemos llegado a la adultez con los personajes. Hemos alcanzado el dichoso crecimiento y la no tan anhelada mayoría de edad. Pero también, en medio de esa transformación, sentimos un almizcle en la boca, pues ellos ya lo han vivido todo. Estos niños ya habían perdido su infancia cuando recibieron su fusil; verlos jugar con el rifle es solo su lucha para recuperar lo que no vuelve más. La infancia es irrecuperable, así que cualquier esfuerzo por volver a ella no solo es inútil, sino castigado por la ley castrista.

Si bien persiste la sensación de que todo se ha perdido, seguimos soñando con un futuro; quizá no el de los personajes, sino el nuestro. Ellos pierden todo para regalarnos a nosotros, como individuos, como sociedad, la capacidad de renacer, de explorar otros futuros, de arriesgarnos a poner un pie en el deseo de ser liberados de nuestra opresión y de las cargas que nos hemos o se nos han impuesto a lo largo de nuestra vida.

La película pretende dinamitar conceptos binarios para ahondarse en las vastas zonas grises que caracterizan a la realidad y, particularmente, a la guerra.

Monos hace parte de un conjunto de películas nacionales que presentan el desgarrador, aunque mágico y deseable libertinaje resultado de siglos de lucha en armas y acartonado moralismo. Vemos los cuerpos jóvenes apoderarse de su vida y perderse en las dudas y el miedo. A pesar del dolor y a sabiendas de su inevitable derrota ante el enemigo  —un Otro deshumanizado y poderoso —, resulta refrescante verlos levantarse para buscar una mejor vida.

Esta película también es hija de su tiempo en tanto expone los hitos de la realización audiovisual en Colombia. Desde hace varios años la calidad técnica y músculo financiero del sector cinematográfico se han acrecentado, y grandes conglomerados, entre los que se cuentan fondos nacionales e internacionales, han permitido que los realizadores filmen películas ambiciosas, incluso en el plano de los efectos especiales. El público que se deja seducir por los grandes efectos también podrá encontrar su lugar en Monos, pues la película sabe hacer uso de esos recursos y, además, desde ellos marca nuestra memoria.

Lea en Razón Pública: La guerrilla en el cine colombiano: una tradición ausente.

La obra de Landes ha logrado sumarse a las historias que denuncian la inconformidad de los jóvenes cansados de estar a disposición de los poderes etéreos y omnipresentes. Monos está entre Los Hongos, Los Nadie y Matar a Jesús: jóvenes que pierden su infancia para ganarse, y permitirnos ganar, un futuro en paz y libertad.

* Comunicador social y politólogo de la Pontificia Universidad Javeriana.

 

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