Medio Oriente en 2020: ¿es inevitable la guerra? - Razón Pública
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Medio Oriente en 2020: ¿es inevitable la guerra?

Escrito por Marcos Peckel

Marcos PeckelLa inestabilidad –nacional e internacional– ha marcado la historia reciente de los países de Oriente Medio y la tensión en la región parece estar llegando a su límite. ¿Qué se puede esperar este año?

Marcos Peckel*

Alerta permanente

Decir que hay inestabilidad en Medio Oriente es una verdad de Perogrullo.

La región vive un precario balance de poder entre múltiples actores, divisiones étnicas y religiosas, intrincados conflictos por poder e influencia, y líneas rojas difusas y cambiantes. Bastaría un error de cálculo, un malentendido, un misil que aterrice donde no es, para causar una devastadora guerra regional que no es inevitable, pero que está lejos de poder descartarse. El asesinato del general iraní Qassem Soleimani, comandante de la fuerza Quds, apenas comenzando el año podría ser esa chispa.

La invasión de Estados Unidos a Irak en 2003, la primavera árabe, sistemas políticos autoritarios, sobredependencia de recursos naturales y conflictos históricos, han hecho que la región de Medio Oriente y el Norte de África (MONA) sea hoy altamente inestable. En esta realidad son protagonistas Estados fuertes y Estados colapsados, poderosos actores no estatales, potencias regionales y globales, poblaciones alienadas y desesperanzadas, economías estancadas e intereses geopolíticos cruzados.

Las erráticas políticas de la administración Trump y una Rusia que busca consolidar su presencia en la región completan un explosivo coctel en este territorio desprovisto de mecanismos institucionales de distención.

Un siglo después de su conformación política tras la primera guerra mundial, la región de MONA pareciera revertir a los conflictos de otrora entre los imperios otomano, ruso y persa, un mundo árabe fragmentado y el sionismo -hoy Israel-, con la significativa ausencia de la Europa que legó los acuerdos secretos base para la formación de los Estados, cuyo lugar en la actualidad lo ocupan los Estados Unidos de América.

Las fracturas

Son tres las principales fracturas políticas que afectan el Medio Oriente:

Bastaría un error de cálculo, para causar una devastadora guerra regional que está lejos de poder descartarse
  • El conflicto entre sunitas y chiitas, fomentado cínicamente por Irán y Arabia Saudita, que libran su propio enfrentamiento por la hegemonía regional;
  • La lucha por la hegemonía en el mundo sunita, que enfrenta a Turquía y Catar con Egipto, Arabia Saudita y Emiratos Árabes, y
  • El enfrentamiento entre Israel y sus enemigos, principalmente Irán y sus proxis.

A estas se suma la disputa que mantienen Estados Unidos y Rusia en MONA, uno de sus más activos escenarios. De hecho, la injerencia extranjera en la mayoría de los Estados de MONA es tal que la política interna queda supeditada a intereses foráneos que reflejan de una manera u otra las mencionadas fracturas.

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Estados colapsados

En Siria se cruzan estos cuatro conflictos creando un escenario de múltiples guerras en tiempo y espacio que ya completan nueve años, han dejado el país en ruinas y el tejido social destrozado. Sus cielos son surcados por cazas de varios países en busca de su presa:

  • Israel ataca bases iraníes y convoyes de Hezbollah.
  • Rusia y Bashar al Assad, el presidente sirio, decididos a recuperar el último bastión rebelde en Idlib con la misma estrategia de tierra arrasada que tan buenos resultados les ha dado a lo largo del conflicto.
  • Turquía se ensaña con los kurdos tras la traición de Trump y,
  • A pesar de las declaraciones del mandatario estadounidense, ISIS no ha desaparecido, sino que se reconfigura en Siria e Irak y sigue recibiendo apoyo de oscuros intereses del Golfo.

Con Assad firme en el poder, la triple alianza entre Turquía, Irán y Rusia –frágil, por decir lo menos– comienza a crujir. Rusia no está interesada en una escalada con Israel ni con Estados Unidos y trata de ser el “adulto responsable”. Mientras tanto, Israel no ha dado respiro a Irán, que se esfuerza por asentarse en zonas aledañas a su frontera; ha llevado a cabo centenares de ataques contra instalaciones militares iraníes y de Hezbollah en Siria y recientemente en Irak. De este enfrentamiento entre Israel e Irán y sus proxis puede estallar una conflagración regional.

Con la decisión de Trump de matar a Soleimani se desestabiliza aún más una región que no ha anulado las posibilidades de una guerra mundial.
Foto: Embajada de Estados Unidos en Uruguay

Así mismo, un pernicioso conflicto geopolítico se incuba en Libia, donde dos gobiernos compiten por el dominio sobre este territorio antes gobernado por Muamar Gadafi, derrocado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 2011. El gobierno reconocido internacionalmente, apoyado militar y políticamente por Turquía, que se apresta a enviar tropas, controla apenas una porción del territorio alrededor de Trípoli, la capital. A él se enfrenta un ejército, comandado por el general Jalifa Hafter, que domina el oriente del país apoyado por la alianza entre Egipto, Arabia, Emiratos y Rusia. La disputa por Libia amenaza rebosar al Mediterráneo cuyos recientes descubrimientos de gas producen un voraz apetito geopolítico.

Yemen, el más pobre de los países árabes sufre una cruenta guerra que ha causado una crisis humanitaria de proporciones bíblicas: hambrunas, desplazamientos y epidemias. En este conflicto se enfrentan los rebeldes houtíes chiitas apoyados por Irán contra el gobierno oficial, apoyado militarmente por Arabia Saudita, los Emiratos y Estados Unidos. Los esfuerzos diplomáticos para resolver esta disputa han sido infructuosos.

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Protestas y más protestas

En casi todos los países de MONA se ahonda la brecha entre gobernados y gobernantes que ha propiciado movilizaciones sociales capaces de producir cambios imprevistos. Así fue el comienzo de la primavera árabe, cuyo único ejemplo exitoso es Túnez, donde gracias a las manifestaciones ciudadanas se instauró la democracia tras décadas de dictadura.

2019 acabó en medio de protestas masivas en Irak y Líbano, una segunda ola de la primavera árabe.

En Irak las fuerzas de seguridad y las bandas armadas alineadas con las milicias proiraníes han asesinado a centenares de manifestantes. A pesar de eso las protestas no cesan. Bagdad lleva semanas paralizada y no se avizora una pronta salida. Desde la instauración del nuevo sistema político tras la invasión de Estados Unidos y la brutal guerra contra ISIS que dejó medio país en ruinas y millones de desplazados, las masas reclaman servicios públicos, empleo y educación, así como el fin de la corrupción, del sectarismo y de la injerencia de Irán en el país.

La provocación de las milicias proiraníes que atacaron una base militar americana e irrumpieron en la embajada de Estados Unidos en Bagdad a final de 2019 escaló con la respuesta de Trump: el asesinato de Soleimani. No debe pasar desapercibido el hecho de que miles de iraquíes salieron a las calles a celebrar la muerte del general persa. Tras la muerte de Soleimani, Iraq queda en una muy delicada situación tras romperse el equilibrio que manejaba su gobierno entre Estados Unidos e Irán, el primero con sustancial presencia militar en el país y el segundo con su control de las poderosas milicias chiitas. Días aciagos le esperan a este castigado país.

Es en esos ríos revueltos que la injerencia extranjera es asfixiante y prolonga las crisis

El desencanto popular también se vive en Líbano, que ha sido el epicentro del conflicto entre saudíes e iraníes y donde la constitución que distribuye el poder con base en la afinidad religiosa: cristianos, sunitas, chiitas y drusos, hace agua debido a clanes que han secuestrado el Estado para su propio enriquecimiento. Las protestas completan meses, no hay gobierno, la economía va en picada, los servicios públicos son precarios y no se ve pronta salida. Ha habido intentos de las organizaciones aliadas con Irán, Hezbollah y Amal de reprimir las protestas violentamente.

Las manifestaciones masivas han derrocado a longevos dictadores militares en Sudán y Argelia, pero no hay que olvidar que la calle puede acabar con las dictaduras, pero no puede restablecer el orden del día después. Es en esos ríos revueltos que la injerencia extranjera es asfixiante y prolonga las crisis, de modo que no se vislumbra una pronta salida en ninguno de los dos países.

Irán y Estados Unidos al borde del precipicio

Desde la toma de los rehenes en la embajada americana tras la revolución islámica hace cuarenta años, la relación entre Irán y Estados Unidos ha estado signada por crisis de diversa índole.

Previo al asesinato de Soleimani, Washington estaba aplicando “la máxima presión” a Irán tras la retirada del acuerdo nuclear lo que ha colapsado la economía persa. Las multitudinarias protestas de fin de año en Irán, reprimidas a sangre y fuego por el régimen con un saldo indeterminado de muertos, demuestran la considerable agitación en ese país.

Foto: Kremlin.
La alianza Irán, Rusia y Turquía ha comenzado a crujir.

La muerte de Soleimani obliga a la dirigencia iraní en cabeza de su líder supremo el Ayatola Ali Khamenei a reaccionar tal como lo han anunciado. Irán tiene múltiples opciones para “vengar” la muerte de su héroe, sin embargo, es plausible pensar que evitará un enfrentamiento frontal con Estados Unidos por los costos que esto tendría para la misma supervivencia del régimen. Sus proxis en la región y células durmientes en diversos lugares del planeta serían la vanguardia de sus acciones vindicativas.

De cómo reaccionen Khamenei y Trump en las próximas semanas depende el futuro del Medio Oriente.

Israel-Palestina: sin novedad en el frente

El convulsionado Medio Oriente ha relegado el conflicto palestino-israelí al final de la agenda. No hay voluntad ni condiciones en las partes, Israel y Palestina para acometer un proceso integral de paz.

Los palestinos siguen irremediablemente divididos y 2020 puede ser el año en que su presidente, Mahmud Abbas, de precaria salud, abandone su cargo y desencadene una pugna por su sucesión. Al otro lado del muro, Israel completa un año de crisis política y parálisis parlamentaria que espera superar en las terceras elecciones que se realizarán en marzo y que podrían ser el final del “reinado” de Benjamín Netanyahu, quien enfrenta cargos de corrupción en la justicia israelí.

Nasrallah, el ayatola Khamenei y el fallecido Soleimani.
Foto de: Wikipedia.

Todo parece indicar que el “acuerdo del siglo”, del que tanto alardeaba Trump y preparaba su yerno Jared Kushner, no verá la luz ante sus casi nulas probabilidades de éxito. Por otro lado, la estrategia palestina de acudir a instancias internacionales para hacer jurídico un conflicto que es esencialmente político ayuda poco a cerrar brechas y acaba convirtiéndose en un bumerang.

Sin embargo, la necesidad de convivir en un mismo territorio obliga a las partes a emprender acciones que aligeren la tensión, como ya está ocurriendo lejos de los reflectores:

  • Continúa la cooperación en materia de seguridad entre Israel y el gobierno de Palestina en Ramala;
  • Israel y Hamas negocian una tregua de larga duración que traiga seguridad para Israel y mejoras para la población palestina en la franja de Gaza;
  • Hay una importante cooperación entre Israel y los países del Golfo para llevar ayuda a Gaza y Cisjordania;
  • Decenas de miles de palestinos cruzan la frontera a diario para trabajar en Israel.

Palestina no es ajena al fenómeno regional de injerencias externas. Hamas, en Gaza –apoyado por Turquía y Catar–, enfrenta a la Yihad islámica apoyada por Irán, mientras que el presidente palestino Mahmud Abbas cuenta con el apoyo de Arabia Saudita y Egipto.

La única solución realista y justa al conflicto es la de dos Estados, Israel y Palestina conviviendo uno al lado del otro en paz y seguridad, solución que no parece ser alcanzable en esta generación, pero es de esperar que tenga otra oportunidad sobre la tierra. 

* Profesor de la Facultad de Relaciones Internacionales de las universidades Externado de Colombia y Rosario, catedrático de la academia diplomática de la Cancillería, columnista de asuntos internacionales de El Espectador y El País.

 

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