Esta frase podría expresar el sentimiento de miles de personas en San Andrés, Providencia y Santa Catalina después del huracán Iota del 2020.
Gustavo Wilches Chaux*
La supervivencia
No recuerdo si fue después del paso del huracán Andrew por la Florida en 1992 o del Katrina por Nueva Orleans en 2005, que circuló una camiseta con la frase que le da título a este artículo. Hoy más de dos años y medio después del paso del huracán Iota, esa frase podría capturar el sentimiento de miles de personas en el Departamento Archipiélago de San Andrés.
El 16 de noviembre de 2020 el huracán Iota llegó allí. Días después escribí en esta misma revista un artículo titulado Raíces y consecuencias de un desastre estructural, en el cual compartí mi interpretación de la visita de ese poderoso huracán, como “Una auditoría implacable a la manera como muchas veces, a lo largo de décadas, se han venido tomando y aplicando en los territorios decisiones públicas o privadas generadoras de riesgos; o cumpliendo de manera meramente formal normas como las que orientan el ordenamiento territorial y la gestión del riesgo de desastres. O, en general, a la manera como los seres humanos hemos concebido el “desarrollo”, ya sea desde la legalidad o la ilegalidad”.
Por fortuna, en la temporada de huracanes del 2021 no se repitió esa auditoría. Tampoco ocurrió cuando en octubre 2022, el huracán Julia, de apenas categoría 1 (leve comparada con la categoría 5 de Iota), visitó a San Andrés.
Era predecible que el rimbombante plan con el cual el entonces presidente Duque prometió que iba a reconstruir las islas en 100 días, era imposible de cumplir. Esto se debe en parte al enfoque invasivo con el que ese plan se diseñó y ejecutó.
Esperemos que en la temporada de este 2023, marcada por la presencia del fenómeno El Niño, que tiende a reducir la probabilidad de formación de organismos tropicales de gran intensidad en el Caribe, el Archipiélago y sus habitantes no sean sometidos nuevamente a un examen tan implacable. Sin embargo eso no se puede asegurar.
El plan no podía salir bien
El 5 de Julio de 2021 volví a escribir sobre el tema y afirmé que la reconstrucción de San Andrés y Providencia no iba por buen camino. Después de visitar el Archipiélago a mediados de este mes de mayo de 2023, debo decir que lamentablemente no me equivoqué.
Era predecible que el rimbombante plan con el cual el entonces presidente Duque prometió que iba a reconstruir las islas en 100 días, era imposible de cumplir. Esto se debe en parte al enfoque invasivo con el que ese plan se diseñó y ejecutó. Aunque se han construido numerosas viviendas y se ha iniciado la reconstrucción de otras estructuras, los actores institucionales y comunitarios del territorio se enfrentan a una creciente vulnerabilidad.
Como se temía, empresas constructoras externas se encargaron de reconstruir —con centenares de trabajadores llevados desde el interior del país— la telaraña destruida por el huracán, mientras las arañas locales fueron relegadas a un frasco, obligadas a observar pasivamente cómo las contratistas del Gobierno Nacional y sus trabajadores llevaban a cabo el proceso de reconstrucción.
Ver: Resiliencia
Inminente peligro
Durante una reciente visita al Archipiélago, quienes estuvimos allá conversamos con líderes ancestrales como Edgar Jay, presidente de la I FISH Association; con Josefina Huffington, Sully Archbold y Jennifer Archbold, y con la periodista Amparo Pontón, quien reside en Providencia desde hace varios años.
En estas conversaciones comprobamos que, si bien existen diferentes apreciaciones entre los actores locales sobre el proceso que ─literalmente─ ha sufrido el Archipiélago desde el paso del huracán y sobre lo que puede venir en el futuro, todos coinciden en que si no se cambian por completo el enfoque y la manera de operar, y si no se cumple plena y efectivamente la sentencia T-333/22 de la Corte Constitucional, que ordena proteger de manera perentoria los derechos de las comunidades del Archipiélago la situación de desastre empeorará, incluso aunque no volviera en el corto plazo otro huracán.
De prolongarse demasiado tiempo la situación de desastre (como ha sucedido en Gramalote y en Mocoa) no solamente se afectaría el Archipiélago sino Colombia en general. Entre otras de las cosas que Iota puso en evidencia, están las múltiples razones por las cuales, desde tiempo atrás, las comunidades raizales consideran a Colombia como un país invasor.
¿Cómo está la situación?
No es posible en este corto espacio realizar una descripción completa de la grave situación que se vive en el Archipiélago y de los motivos de descontento frente a la reconstrucción. Sin embargo, podemos mencionar algunas de las principales quejas expresadas por las personas con quienes tuvimos la oportunidad de conversar:
- Como ya se indicó, las empresas contratadas por el Gobierno Nacional para llevar a cabo la reconstrucción llevaron cientos de trabajadores provenientes de otras regiones del país. Muchos de esos trabajadores se establecieron permanentemente en el Archipiélago, lo que ha agravado los problemas derivados de la falta de servicios públicos y el incremento del costo de vida para la población local.
- Uno de los problemas más graves es la escasez de agua potable, especialmente en Providencia. Además, la isla carece de un hospital que pueda satisfacer las necesidades de la población. También ha aumentado la dependencia de alimentos (la mayoría importados) cuyos precios están cada vez más elevados.
- La reconstrucción de la industria turística está fortaleciendo un modelo que, si bien genera empleo, margina a las comunidades locales de la posibilidad de tomar decisiones sobre sus territorios ancestrales.

- La ausencia de refugios donde la población pueda ponerse a salvo en caso de que otro huracán, y de albergues donde pueda permanecer la gente cuyas viviendas lleguen a quedar inhabitables si aparece un nuevo huracán.
- La falta de instalaciones escolares que garanticen la seguridad de las comunidades educativas cuyas vidas giran a su alrededor.
- La inexplicable negativa de las empresas “reconstructoras” de dotar a las casas nuevas de cisternas (depósitos subterráneos de agua hechos en concreto) en donde se pudieron refugiar cientos de personas cuando pasó Iota y que permitieron que el número de fallecidos fuera sorprendentemente bajo (4 personas en Providencia) a pesar de la muy alta categoría del huracán.
- La ausencia en muchas de las nuevas edificaciones, de medidas estructurales que efectivamente las hagan resistentes al embate de un huracán.
- En general, la falta de condiciones objetivas y subjetivas que les permitan a las familias receptoras adaptarse a las casas que se supone que sean su nuevo hogar.
- La gestión inadecuada de los escombros en Providencia ha llevado a una acumulación creciente, lo que conduce a la ruina económica y emocional de los propietarios de hostales cercanos. Estos escombros podrían convertirse en proyectiles peligrosos en caso de otro huracán.

Nicasio Howard, damnificado del huracán y de la reconstrucción, quien para vivir depende íntegramente de los ingresos que genera su hostal. Sin embargo, los visitantes ya no se hospedan allí, pues en el lote de propiedad de la Alcaldía situado al frente de su hostal (siguiente foto), las autoridades han arrojado toneladas de escombros que causa una peligrosa contaminación. Foto: GW-Ch

Un escenario de riesgo que se agrava
El 27 de mayo, cuando esto se escribe, el escenario de riesgo está aumentando de manera muy rápida debido a un incendio que se desató desde el 15 de mayo, que avanza por las montañas de Providencia y que todavía no se ha logrado controlar.
Como consecuencia de ese incendio, los ecosistemas de la isla están quedando todavía más vulnerables ante el embate de un nuevo huracán que se presente en esta o en posteriores temporadas.
La reconstrucción de la industria turística está fortaleciendo un modelo que, si bien genera empleo, margina a las comunidades locales de la posibilidad de tomar decisiones sobre sus territorios ancestrales.
Este hecho constituye un argumento más para sustentar la necesidad de fortalecer, con equipos aerotransportados, la capacidad del país para responder muy rápidamente ante la ocurrencia de incendios forestales que se presenten en cualquier parte del territorio nacional.
Falta de coordinación
El proceso de reconstrucción tiende a complicarse debido a que ya comenzó en Colombia una muy reñida época preelectoral. Durante este período, se ha observado que las autoridades departamentales del Archipiélago y la Alcaldía de Providencia no siempre están trabajando en la misma dirección, lo que, como ocurre en otras partes del país, ha generado una grave falta de coordinación.
No desconozco que la principal característica de un desastre es que es un desastre, y que si no fuera altamente complicado solucionar los problemas que caracterizan una situación de estas, pues no sería un desastre.
También reconozco que existen problemas previos que han contribuido a la vulnerabilidad del territorio, como el deterioro de los manglares y los arrecifes de coral, así como las deficiencias en el ordenamiento territorial. Enfrentar estos problemas requiere la coordinación estrecha entre Coralina y otras instituciones científicas, instituciones educativas y organizaciones sociales, incluyendo las poseedoras de conocimientos ancestrales para la gestión socio-ambiental, la gestión climática y la gestión del riesgo de desastres.
Sea este un llamado para revisar el enfoque general de la reconstrucción y evitar que se aumente la vulnerabilidad no solamente frente a amenazas de origen natural y socio-natural, como la crisis climática, sino de origen meramente antrópico. De no hacerlo, ese desastre se puede eternizar.