Gran parte de la opinión ha condenado el homenaje a este cantante, pero pocos se preguntan por qué tantos disfrutan tanto de sus canciones. Tal vez la crítica no se ha percatado del abismo que hay entre la realidad y la “cultura” reducida a prejuicios.
Juan Diego Jaramillo*
Corrección política
Quisiera no tomar posición a favor de Luis Pérez, gobernador de Antioquia, de Maluma o de los críticos de la condecoración que recibió este último. Pero esto es lo interesante de lo políticamente correcto: siempre nos enfrenta a nuestras propias incomodidades.
Quizás lo más fácil sería argumentar que Maluma no es digno de recibir una condecoración como el Escudo de Oro de Antioquia porque sus letras y música no reflejan lo que somos como departamento, y mucho menos lo que quisiéramos ser. Pero aquí quiero intentar otro camino: un punto medio entre quienes apoyan la condecoración y la crítica que la rechaza.
En un pequeño artículo sobre lo políticamente correcto, el sociólogo Stuart Hall señala que esto ha sido una estrategia para cambiar lo que deben decir y significar el lenguaje y la cultura, pero siempre omitiendo cómo funcionan estos dos. En ese sentido, lo políticamente correcto ha tenido la temeraria misión de desenmascarar “falsedades” culturales para reemplazarlas por “significados verdaderos”. En cierto modo ha sido una política de la verdad.
Aunque esta estrategia ha fortalecido nuevas luchas políticas (de raza, etnia, género, identidades nacionales, etc.) que antes no tenían espacio en el binarismo derecha-izquierda, su mayor debilidad es haberse posicionado al margen de la arena donde realmente se disputan los significados del mundo social, es decir, por fuera de la cultura y del lenguaje.
A pesar de sus muchas posibilidades, con lo políticamente correcto se ha optado por dar nuevas luchas políticas, pero con armas antiguas: las monárquicas, las de derecha, las que quieren imponer sentidos en el mundo sin tener en cuenta sus condiciones reales. O en otros casos, apelando a un pasado inmóvil e inmaculado que se entiende como un momento ideal: “antes las cosas eran mejores”. Lo incomprensible de esto es que casi nunca se ponen de acuerdo en cuándo fue ese “antes”.
Maluma, cantante de música urbana. |
La disputa
La semana pasada el gobernador Luis Pérez galardonó a Maluma con el Escudo de Antioquia en categoría oro. En una ceremonia sin precedentes para este tipo de condecoraciones –con fanáticos del cantante, periodistas, estudiantes de colegio, la Policía Nacional y funcionarios de la Gobernación–, el gobernador explicó las razones para esta condecoración.
En su discurso, Pérez habló de los nativos digitales, de la rebeldía implícita de los jóvenes, de la era líquida, de los millones de seguidores que este cantante tiene y de su importancia como un referente para el futuro de los jóvenes. Además, y consciente de la polémica que estaba provocando, celebró la posibilidad de un mundo donde las controversias fueran causadas por estos temas y no por otros, como la corrupción o la violencia.
Quienes defendían la condecoración esgrimían el aparentemente indestructible argumento de la juventud.
Quienes defendían la condecoración esgrimían el aparentemente indestructible argumento de la juventud. La tesis de que los jóvenes son el futuro, la salvación o un mejor mañana ha sido caballo de combate de distintas estrategias políticas. Incluso en los más represivos discursos políticos, los jóvenes y niños siempre han funcionado bien como pretexto del quehacer político.
Al otro lado de la opinión, en los cafetines llenos de bohemios, las críticas fueron desbordantes. Son tantas y con tan diversas aristas que quisiera agruparlas un poco: “mejores exponentes ha tenido Antioquia y no han recibido esta condecoración”; “el machismo de las letras de Maluma no puede ser premiado” y “Luis Pérez solo realizó un acto de populismo para aprovechar la gran cantidad de seguidores que tiene el cantante”.
Lo curioso de las razones para argumentar de un lado y otro es que, en cierto sentido, todas pretenden ser verdad. Y todas tienen una razón de ser y un sustento dentro de la disputa.
Por ejemplo, alguien argumentaba que Fernando Botero, el pintor antioqueño, nunca ha recibido esta condecoración. Suponía de entrada que él tiene muchísimos más méritos que Maluma. Pero alguien con algo de ojo crítico podría responderle que en las obras de Botero hay una imagen reaccionaria del “ser antioqueño”, que sus obras solo reproducen las instituciones de control y amarran a un pasado mítico por medio de la esterilización de lo folclórico y la defensa de los valores más retrógrados de la sociedad antioqueña.
Cosa contraria a lo que hizo Débora Arango –con quien el gobernador también comparó a Maluma–, quien sí incomodó y desestabilizó con sus pinturas los estereotipos dominantes de la mujer de su época. Por lo menos, esto es lo que nos deja ver una perspectiva histórica de su obra y un análisis de los significados que hoy tiene para nosotros y que en otras circunstancias eran impensables.
El mundo, la cultura, el arte
Débora Arango, artista antioqueña. |
Ahora bien, esta comparación con la pintora antioqueña fue la que alineó a la crítica contra las letras de Maluma. Volviendo a lo políticamente correcto, uno sí puede pensar, sin temor a equivocarse, que sus letras van en contra del significado que quisiéramos que tuvieran las luchas de género. Pero el problema de nuevo está en atacar los síntomas y no las causas y en querer fijar, al margen de lo que realmente ocurre en el mundo, significados impuestos desde afuera.
¿Es acaso accidental que este cantante tenga los millones de seguidores y fanáticos que tiene? La respuesta más fácil sería decir que esos millones están alienados, que responden a incentivos de la industria cultural que decide qué deben consumir. Pero dando esta respuesta estamos de nuevo dándole la espalda a la cultura, es decir, al lugar donde se debaten los significados y se discuten las diferencias.
Si tomamos otro camino, uno que nos ha dado el feminismo, en el que lo personal también es político y donde todo aquello que parece natural —como las relaciones entre sexo y género— está soportado en relaciones de poder opresivas que han sido naturalizadas, podremos iluminar un poco la discusión.
La crítica que hacemos a lo que nos incomoda,está conectada con nuestros propios prejuicios.
Con este encuadre metodológico del feminismo podremos abrir la cuestión de la desnaturalización no solo del género, sino también de la raza, la clase social, el lugar de origen, el arte y la cultura, etc. Estas cadenas de opresión siempre funcionan conectadas entre sí y es desde ellas que podemos empezar a ver cómo la crítica que hacemos a lo que nos incomoda, a lo que nos parece propio de las masas o popular, está conectada con nuestros propios prejuicios de clase social, de valores estéticos, etc.
En resumen, decir cuáles deberían y cuáles no deberían ser los valores artísticos a seguir es también un intento de imponer un significado que ignora todo lo que está pasando en el amplio mundo que hay por fuera de la crítica.
Quizás la intención del gobernador no era otra que crear polémica. Siempre ha actuado así. Estas acciones extravagantes en el escenario público han sido parte de su modus operandi como gobernante. Pero cuando hablaba de pedagogía social en su discurso, quizás sin proponérselo, estaba abriendo la discusión sobre un tema importante para Antioquia y para el país: la cultura.
Aquí hablamos de formación de públicos, de asistencia a escenarios culturales, de emprendimiento cultural, economía naranja, etc., pero todo recurriendo a conceptos y significados construidos antes y en otros lugares, es decir, que no han sido resultado de lo que pasa en nuestro entorno.
Pensar en lo cultural implica reflexionar acerca de por qué un género musical nos parece más artístico o más respetable que otro.
Pensar en y desde la cultura implica entender, entre otras cosas, que los significados son históricos, son reflejo de coyunturas sociales. Además, es necesario que entendamos cómo hemos construido aquello que llamamos lo “correcto”, “el deber ser” de las prácticas artísticas. Pensar en lo cultural implica reflexionar acerca de por qué un género musical nos parece más artístico o más respetable que otro.
Lo anterior es un llamado a no caer en la trampa de tomar nuestros prejuicios como verdades al leer lo que ocurre en nuestro campo cultural. Quizás en las letras de Maluma, en lo que dicen sus fanáticos de él y en las prácticas discursivas alrededor de esta música hay algo que no logramos comprender, pero que está indicando una brecha inmensa entre el mundo y los valores que quisiéramos tener y los que hay en realidad.
El camino más cómodo sería permanecer en nuestros pequeños círculos de autocomplacencia y desde ahí pretender construir y propagar una cultura que se adapte a nuestros deseos. Pero si tomamos este camino no cambiaremos nada y solo estaremos invalidando miles de formas de construcción de sentido y de identidad.
* Economista, magister en estudios culturales, investigador social con énfasis en redes de arte urbanas, jóvenes y políticas culturales.