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El lugar del duelo colectivo en pandemia

Escrito por Mónica Uribe
Monica Uribe

Es urgente reconocer, narrar y sanar las heridas que ha provocado la crisis, en especial para aquellos que siguen luchando en la primera línea de emergencia.

Mónica Uribe Gómez*

Dolor y pérdida colectivas

En marzo de 2020, cuando la pandemia apenas comenzaba, el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Gutiérrez, hizo un llamado a la solidaridad como un imperativo moral durante esta crisis que ha propagado el sufrimiento humano.

Poco más de un año después, estas declaraciones mantienen vigencia y siguen interpelando a los gobiernos que, pese a las dimensiones de la catástrofe que estamos atestiguando, no se centraron en la gente, en quienes perdieron sus empleos, en los más vulnerables. Mucha gente, en todo el mundo, está agotada, asustada y sigue sufriendo.

Durante la crisis, el dolor y la pérdida se han vuelto parte de la vida de casi todos. Ya sea por haber perdido a un ser querido o por perder la vida que conocíamos (laboral, social, familiar) y que no hemos podido recuperar. Nos enfrentamos a un duelo colectivo que necesita ser reconocido y ritualizado.

Como ya muchos lo han dicho, la pandemia nos demostró la interconexión que hay entre los seres humanos. La acción de uno nos afecta a todos. Este destino compartido nos obliga a aceptar que no estamos separados y dependemos los unos de los otros, incluso para llevar el duelo y la pena que también son parte de la condición humana.

Foto: Alcaldía de Bogotá - Los procesos para sanar y procesar tantas heridas no dan espera; no se pueden posponer hasta después de que se supere este complicado momento.

Políticas en pandemia

Por los informes diarios sobre la evolución del virus, sabemos que en Colombia las cifras de contagios y muertes por COVID-19 no paran de aumentar. La vacunación avanza muy lentamente y las desigualdades se han agravado. Según el reporte más reciente del DANE, más de 3,5 millones de colombianos cayeron en la pobreza debido a la pandemia. El número de personas empobrecidas pasó de 17,4 millones a 21,2 millones en 2020; es el aumento más significativo de un año a otro desde que se tienen mediciones.

En un momento como el que estamos viviendo no tiene sentido seguir buscando culpables: que si son los jóvenes porque no quieren quedarse en casa o si son quienes deben movilizarse a diario porque no tienen otra opción… No es sólo el coronavirus lo que mata.

Durante la crisis, el dolor y la pérdida se han vuelto parte de la vida de casi todos.

Las políticas para responder a las consecuencias de la pandemia son decisivas. Teniendo en cuenta las variaciones entre países, se demostró que hay elementos fundamentales de las políticas para mejor enfrentar los traumatismos, como decir los mecanismos de protección social y la existencia de un sistema de salud público, eficiente e inclusivo.

Hacer cambios implica mejorar todas las acciones preventivas, que además de medidas sanitarias deben incluir medidas para contrarrestar el impacto social de la crisis y el sufrimiento humano. Tal vez no sea exagerado decir que, como parte de la salida de este túnel en el que nos encontramos, se necesita que tanto las políticas como todas las dimensiones de la vida puedan recuperar valores tan escasos en estos tiempos, como la empatía, la solidaridad y la compasión,

Desde el campo de estudios conocido como la psicología de la compasión, se viene repensando el significado de este término. El diccionario de la Real Academia de la lengua española define la compasión como un “sentimiento de pena, ternura, identificación ante los males de alguien”. Lo que se propone es dejar de poner el peso en el sentimiento de lástima y plantear la compasión como reconocimiento del sufrimiento que mueve a procurar aliviarlo.

Los rostros de la crisis

En medio de esta realidad apabullante, aumentan tanto la indignación y el miedo como la necesidad de darle rostro a tantas pérdidas y vidas rotas, así como a los actos de valentía y resiliencia que muchos colombianos llevan a cabo todos los días.

Parafraseando un artículo reciente de Siri Hustvedt, la pandemia ha provocado una explosión de números y macro-datos abrumadores que nos han permitido conocer la evolución del virus y el tamaño de la tragedia; sin embargo, muchos de los informes de los medios de comunicación siguen dejando en un lugar secundario los rostros y las historias de las víctimas.

En medio de la desolación, es nuestro deber recordar el rostro humano que está detrás de las cifras: “no olvidemos a los muertos, no olvidemos nuestros fracasos ni nuestros éxitos durante la pandemia, porque nos ayudarán a imaginar un futuro y a actuar juntos para crearlo”, escribe Hustvedt.

Debemos suavizar los juicios y las culpas por aquello que no hemos podido hacer, por los abrazos que no hemos podido dar y por la compañía que no nos ha sido posible brindar. Tener conciencia de esta pena en compañía, tal vez ayude a atenuar el dolor y la sensación de impotencia que hoy padecemos casi todos los humanos.

En Cambiemos de Vía: lecciones sobre la pandemia, Edgar Morin habla de la necesidad de una nueva vía donde, entre otros aspectos, el desarrollo se conjugue con el “arropamiento”. Esto, en sus palabras, hace referencia a la comunidad y a la solidaridad: “El desarrollo de los bienes materiales solo tiene sentido si va acompañado de un modo de vida que puede arropar un Yo dentro de un Nosotros: la convivencia, la comprensión del otro y la amistad” (p. 63).

Es mucho lo que se debe tener en cuenta para recuperar el rostro humano de esta tragedia. Entre otras cosas, el reconocimiento de las innumerables acciones que distintas personas de manera individual o colectiva vienen realizando para revertir los efectos de la pandemia. De este grupo hacen parte los trabajadores de la salud, científicos, estudiantes, artistas, jóvenes, mujeres y muchas otras personas.

Entre estas iniciativas destacan esfuerzos que vienen haciendo algunos sectores de la academia como la Alianza Académica Nacional, en la que participan distintas universidades del país. Desde este espacio se han promovido diálogos intersectoriales sobre la pandemia, se ha dado voz a diferentes personas y se han propuesto alternativas para mejorar las acciones gubernamentales.

Muchos de los informes de los medios de comunicación siguen dejando en un lugar secundario los rostros y las historias de las víctimas.

Recientemente se abrieron las puertas de estos espacios a los rituales y expresiones de solidaridad que nos recuerdan que las pérdidas son de todos. El próximo homenaje será el 5 de mayo y estará dedicado al personal de salud que ha fallecido y a sus familias, así como a quienes siguen estando en la primera línea de esta emergencia: médicos, enfermeras, personal de aseo, vigilantes, trabajadores sociales y todos aquellos que tampoco sabían cómo responder a una crisis de estas dimensiones y han tenido que enfrentar la difícil situación en medio de precarias condiciones laborales y un creciente agotamiento físico, mental y emocional.

Los procesos para sanar y procesar tantas heridas no dan espera; no se pueden posponer hasta después de que se supere este momento, porque a estas alturas no tenemos ninguna certeza de cuándo será esto. Necesitamos reconocer nuestro sufrimiento y el de quienes nos rodean, abrir espacios para las narrativas de lo que pasa y “exorcizar” juntos el miedo y el dolor.

En palabras de Pema Chodron, “todo puede caerse a pedazos, pero podemos aprender el valor de estar vivos en el presente.” A esto le agregaría que podemos hacerlo sólo si reconocemos tanto la dicha como la pena en compañía de otros que también son nosotros.

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