¿Reír o llorar? Con cada nuevo presidente vienen familiares que quieren aprovechar el puestico del pariente. La esposa, el hijo y el hermano de Petro serían parte de la lista.
Nicolás Pernett*
Pasado que no es pasado
A los historiadores nos encanta la frase de William Faulkner: “El pasado nunca está muerto. Ni siquiera ha pasado”, porque nos recuerda que los procesos que dábamos por superados nunca nos abandonan del todo.
Basta con ver el enfrentamiento entre Oriente y Occidente, el peligro de la guerra nuclear o la crisis del capitalismo, que son noticias hoy igual que habían sido hace medio siglo, para comprobar que hace tiempo estamos viviendo la misma historia, aunque cambien los nombres de los protagonistas.
Monarquías republicanas
Algo similar sucede con la democracia y los gobiernos republicanos en los que vivimos. Nos han dicho que estos nacieron para reemplazar las viejas monarquías hereditarias y que los nuevos presidentes no tendrían las mismas potestades de los antiguos reyes porque estarían contenidos por el imperio de la ley y la separación de poderes.
Pero las viejas costumbres del poder se resisten a morir y las familias en el poder elegido por el pueblo muchas veces se comportan como las viejas dinastías elegidas por Dios.
Por ejemplo, en Colombia ha habido primeras damas con tanto poder en sus dominios republicanos como Isabel de Castilla tenía en España, madres con tanta influencia sobre sus hijos presidentes como la que tenía Catalina de Medici sobre el rey de Francia, e hijos que quieren disponer del país como si fueran príncipes renacentistas cabalgando en sus dominios.
Pero las viejas costumbres del poder se resisten a morir y las familias en el poder elegido por el pueblo muchas veces se comportan como las viejas dinastías elegidas por Dios.
Casi desde el mismo 20 de julio de 1810 los poderes de la República se empezaron a organizar en torno a grandes caudillos y de sus familiares que se montaron al caballo del poder. En Bogotá, por ejemplo, entre 1811 y 1815, Antonio Nariño gobernó sin oposición. Y cuando tuvo que ausentarse de la ciudad y del poder, simplemente dejó como presidente-dictador a su tío, Manuel Bernardo Álvarez.
Durante los años de la Gran Colombia fueron las amantes del presidente Bolívar y del vicepresidente Santander las que intervinieron de un modo u otro en el poder. Manuela Sáenz instigó la separación entre Bolívar y Santander con sus continuas quejas y chismes sobre la vida política de la capital durante las ausencias del presidente, incluso antes del atentado con el Libertador en septiembre de 1828. Por su parte, Nicolasa Ibáñez, la amante de Santander, fue clave para convencer a Bolívar de que le perdonara la vida al vicepresidente por este atentado, detrás del cual todos sabían que estaba el cucuteño.
Nicolasa Ibáñez no solo pasó a la historia por la influencia que tenía en la sombra sobre su amante Santander, sino por los retoños de su matrimonio oficial con Antonio José Caro, pues de esta unión nació José Eusebio Caro, cofundador del Partido Conservador y padre de Miguel Antonio Caro, quien a su vez fue gramático, fanático religioso y presidente de Colombia. Toda una estirpe de conservadores moralistas y católicos santurrones engendrada por una adúltera.
Como el linaje de los Caro, hubo otras familias que tuvieron y heredaron el poder durante los siguientes siglos de la República, como si de los Borbones, los Austrias o los Tudor se tratara. El otro fundador del Partido Conservador, Mariano Ospina Rodríguez, no solo fue presidente, sino que también lo fueron su hijo, Pedro Nel Ospina, y su nieto, Mariano Ospina Pérez. Y también compartieron el solio presidencial hermanos como Jorge y Carlos Holguín, y Joaquín y Tomás Cipriano de Mosquera.
Podemos ser generosos y decir que no hay nada de malo en que integrantes de una misma familia ocupen cargos en la administración a los que llegaron por sus propios méritos (o por sus propias jugadas), pues la política también es un oficio que se puede transmitir filialmente, como la carpintería o la música. Pero la cosa se complica cuando encontramos que un presidente usa su poder para poner familiares en puestos importantes (nepotismo) o cuando hijos aprovechan ese poder para sacar beneficios por debajo de la mesa.
Presidente, he aquí a tu hijo
Colombia empezó el siglo XX en medio de la guerra civil de los Mil Días, después de quince años de gobierno conservador y con un golpe de Estado que tumbó al viejo Manuel Sanclemente y puso al viejo José Manuel Marroquín. Pero este presidente no llegó solo: detrás de muchas de sus decisiones estaba su hijo, Lorenzo Marroquín, a quien Miguel Antonio Caro apodó “el hijo del Ejecutivo” y quien, dicen, gobernó más que su padre.
Lorenzo no solo participó en la decisión de tumbar a Sanclemente, sino que coordinó las acciones del golpe y dio la orden de recluir bajo terribles condiciones al presidente derrocado, que tenía en ese momento 84 años. También tuvo mucho que ver con la actitud beligerante de su padre en el poder, quien decidió no darles un milímetro a los liberales sublevados y prolongó la guerra hasta los mil días por los que es conocida.
Mientras el presidente se divertía haciendo anagramas y contando chascarrillos en el palacio presidencial, Lorencito se daba la vida de príncipe en el “castillo Marroquín” que construyeron a las afueras de Bogotá, arregló el fraude electoral que le dio la presidencia a Rafael Reyes en reemplazo de su padre, y terminó beneficiándose de las compensaciones y sobornos de los gringos para quedarse con Panamá. Y eso que su padre solo estuvo cuatro años en la presidencia. ¿Qué tal que hubiera podido reelegirse?
El mote “hijo del Ejecutivo” volvió a circular cuarenta años después, cuando en la segunda presidencia del liberal Alfonso López Pumarejo se empezaron a hacer conocidos los supuestos torcidos de su hijo Alfonso López Michelsen, quien fue acusado de comprar a bajo precio, y con autorización gubernamental, una trilladora de café a un ciudadano alemán en un momento en que los bienes de los alemanes en el país estaban incautados a causa de la Segunda Guerra Mundial.
También se acusó a Alfonso hijo de beneficiarse como comisionista con la transacción de acciones de la sociedad holandesa Handel, que era la mayor propietaria de la cervecería Bavaria, y de la cual era abogado López Michelsen. Las acciones de esta sociedad también estaban congeladas, pues los Países Bajos habían sido invadidos por las tropas nazis y sus bienes en Colombia habían sido puestos por fuera del comercio por el gobierno colombiano. De nuevo, una conveniente autorización gubernamental permitió que el negocio se hiciera y que el hijo mayor del Ejecutivo tuviera algunas ganancias.
Como si fuera poco, cuando el propio López Michelsen fue presidente en los setenta, su hijo Juan Manuel hizo fortuna comprando una finca llamada la Libertad, en los Llanos, que se valorizó por las nubes cuando el gobierno de su padre construyó una carretera por esos predios. Por supuesto, Juan Manuel no tuvo ningún problema con sus negocios y pudo disfrutar a sus anchas de la Libertad que solo tienen los elegidos del poder.

Podemos ser generosos y decir que no hay nada de malo en que integrantes de una misma familia ocupen cargos en la administración a los que llegaron por sus propios méritos (o por sus propias jugadas), pues la política también es un oficio que se puede transmitir filialmente, como la carpintería o la música. Pero la cosa se complica cuando encontramos que un presidente usa su poder para poner familiares en puestos importantes (nepotismo) o cuando hijos aprovechan ese poder para sacar beneficios por debajo de la mesa.
Cuarenta años después, los hijos del presidente Uribe volvieron a tener la misma buena suerte cuando pudieron comprar terrenos en el municipio Mosquera justo antes de que se decidiera establecer una zona franca en esa región. De nuevo, todo fue producto de la suerte, pues ya sabemos que las familias de buenas fortunas suelen tener muy buena fortuna.
Nepotismo humano
Con la presidencia de Gustavo Petro se esperaba que las cosas cambiaran y las pasadas prácticas corruptas de los gobiernos colombianos quedaran atrás. Pero, como sabemos, el pasado no está muerto, ni siquiera ha pasado.
Durante las últimas semanas, la esposa, un hermano y un hijo del presidente han sido acusados de tráfico de influencias, apropiación de dineros mal habidos y de prometer rebajas de penas a delincuentes en el llamado “cartel de la paz” (sí, en este país que ha conocido todo tipo de carteles, ahora hay uno que se llama “de la paz”).
Vendrán, como siempre, las declaraciones para desmarcarse del escándalo, las investigaciones exhaustivas que no llegarán a ningún lado y las disculpas de los fanáticos explicando por qué su ídolo político no ha hecho nada malo. Vendrán, además, nuevos escándalos que implicarán a familiares y cercanos del presidente (no hay que ser brujo para preverlo). Pero una cosa quedará clara: no importa si el gobierno es de derecha o de izquierda, la corrupción y las malas prácticas políticas siguen siendo el enemigo más difícil de derrotar en Colombia.