Los once: novela gráfica sobre el Palacio de Justicia - Razón Pública
Inicio TemasArte y Cultura Los once: novela gráfica sobre el Palacio de Justicia

Los once: novela gráfica sobre el Palacio de Justicia

Escrito por Felipe Martínez Pinzón

Dentro de las muchas formas de contar nuestra trágica historia, sorprende el reciente uso de la novela gráfica, un género que empieza a ser una opción para narrarnos y, por ende, para curarnos.  

Felipe Martínez Pinzón*

Narración, sanación y novela gráfica

Hay una relación entre sanación y narración, de la que Walter Benjamin encontró pistas en la madre que le cuenta historias a su hijo convaleciente, o en el paciente que empieza su curación al contarle su mal al doctor. Con estos ejemplos, Benjamin entendió que los males pueden ser curados cuando fluyen a través de un río de narraciones.

Si el dolor es una represa que opone resistencia a la corriente de la narrativa, la represa solo podrá ser perforada cuando la gradiente del río sea lo suficientemente inclinada, o su cauce tan poderoso como para arrastrar el agua de la experiencia hacia el océano del olvido.

La receta de Benjamin es un bálsamo narrativo y cumple el itinerario de un flujo: memoria para obtener la sanación y, con suerte, al final, un olvido muy personal.

Por eso son tan bienvenidas iniciativas como la más reciente de Laguna Libros, en asociación con los creativos de Sharpball, para editar Los once, la primera novela gráfica en abordar uno de los hechos más dolorosos de nuestra historia reciente: la toma del Palacio de Justicia por un comando del M-19 y la consiguiente retoma militar.

Los males pueden ser curados cuando fluyen a través de un río de narraciones.

Aunque hasta hace poco era un género zaherido por las políticas del libro en Colombia, estaba al nivel de la pornografía impresa y recibía igual tratamiento tributario, la novela gráfica parece tener ahora un camino fecundo por delante a la hora de salvar las brechas generacionales, engrosar el caudal de nuestro bálsamo narrativo y, sobre todo, permitirnos contar la historia de nuestro país desde otros ángulos.

Con Los once, los diseñadores Andrés Cruz y los hermanos Miguel y José Luis Jiménez han conseguido dos cosas fundamentales. Primero, han puesto la antorcha de la memoria (en el cómic es una flor) en las manos de una nueva generación, la de quienes éramos niños cuando ocurrieron los hechos del Palacio.

Y segundo, han hecho girar la historia de Colombia sobre otros goznes. Ya no se trata de una historia hecha a tiros entre dos bandos —héroes y narcoterroristas—, sino de una historia vivida y construida por la vasta mayoría de la población, una población que ha sido muchas veces víctima de los desmanes de ambos.


Foto: Ilustración de Maus Vol. 2, de Art Spiegelman.

Un hito en nuestro arte y nuestra memoria

En el archivo cultural acerca de los hechos del Palacio de Justicia, podemos encontrar las tempranas narrativas de Olga Behar en Noches de humo (1988) y de Ramón Jimeno en Noche de lobos (1989), la obra teatral de Miguel Torres, La siempreviva (1993), así como el espléndido cuento de Tomás González: “Miel” (2012).

También están la instalación Sillas vacías del Palacio de Justicia (2002) de Doris Salcedo, el documental de Miguel Salazar y Angus Gibson La toma (2011), además de la buena literatura periodística sobre el suceso, que incluye a escritores como Germán Castro Caycedo, con El Palacio sin máscara (2008), o Alfredo Molano, con Ahí les dejo esos fierros (2009).

De este listado (del cual sin duda se me escapan títulos) dejo por fuera la literatura judicial, que hasta el día de hoy sigue multiplicando sus folios por la impunidad en que sigue el caso.

En contraste, al ser un libro corto, con poco texto y dibujos en blanco y negro, Los once hace una singular intervención desde el género de la novela gráfica sobre unos hechos que ya han sido narrados por sociólogos, cineastas, artistas, periodistas, escritores y abogados, para revelarnos los hechos del 6 y 7 de noviembre de 1985 bajo otra luz.

Una historia doble

Gracias a su formato de novela gráfica (antes había sido una aplicación disponible en Google Play) Los once trae otros lenguajes, venidos del gótico y del noir, que refrescan las maneras en que abordamos el holocausto del Palacio.

la novela gráfica parece tener ahora un camino fecundo por delante a la hora de salvar las brechas generacionales, engrosar el caudal de nuestro bálsamo narrativo y, sobre todo, permitirnos contar la historia de nuestro país desde otros ángulos.

La rapidez de la narración, la posibilidad de saltar entre historias sin perder el hilo, el lenguaje de los colores y las formas, son todas cualidades que, aunque no garantizadas por el género de la novela gráfica, sí son estimuladas por este formato cuando se hace buen uso de él.

La narración de las relaciones que nos presenta Los once entre dos historias paralelas (sus puntos de contacto y de ruptura) permite a los autores hablar de la memoria como legado liberador y de la narración como sanación frente al horror.

Los once es una historia doble. Por una parte, en apacibles páginas blancas y con pocos trazos, leemos la historia de una abuela ratona y su nieta, que esperan a que el padre/madre de esta vuelva del trabajo. Pero sospechamos que esto no ocurrirá, pues el ratón que falta —uno de los once desaparecidos— trabaja en el Palacio de Justicia en un hueco que hace las veces de cafetería, en donde fueron desaparecidas buena parte de las víctimas.

Y por la otra, en páginas donde predomina el negro, las balas y los gritos, asistimos a la toma y la retoma del Palacio de Justicia. Allí las víctimas son ratones, los guerrilleros son cuervos y los militares son jabalíes o lobos.

La primera historia es un recuerdo revivido en el presente. Una ratona joven recuerda cómo su abuela vivió con ella esos dos días cuando era niña. El lenguaje de este espacio es el tono maternal de la abuela que le cuenta a la nieta cómo sobrevivieron. La voz de la abuela vive en la nieta, aunque aquella haya muerto poco tiempo después de los hechos del Palacio, justo cuando su nieta había dejado de ser una niña.

Muchas veces (y aquí brilla por su fineza Los once) las palabras de la abuela abren agujeros blancos (viñetas) en la segunda historia, que es el cómic noir que narra la toma y la retoma militar. Así, gráficamente, contar trae blancos al negro, abre grises, para hacer soportable y transmisible la historia personal de la pérdida en medio de los tempestuosos hechos de esos días.

La narrativa de la segunda historia, por el contrario, está hecha con todas las tecnologías audiovisuales —la radio, la televisión, los teléfonos— que han formado la memoria de los ciudadanos que presenciaron el holocausto del Palacio desde las televisiones de sus casas o desde los radios (censurados) de las tiendas de barrio.

Esta revisita a los sucesos del Palacio es un collage de voces que le hacen eco o le contestan a los gruñidos de los militares y los graznidos de los guerrilleros. Entre ellas están las voces de Reyes Echandía (su llamado a que “cese el fuego”), los espectrales sonidos de “Arcano 5”, críptico nombres de un militar que exige que “si está la manga, no aparezca el chaleco”, y las amenazas telefónicas del guerrillero Alfonso Jacquin.


El filósofo y crítico literario alemán, Walter Benjamín.

Foto: Wikimedia Commons

Fábula y política

Los creadores de Los once han definido su texto como “una antifábula”, y han reconocido en él las influencias de la clásica novela gráfica Maus, de Art Spiegelman, y también de La rebelión en la granja, de George Orwell. La marca de estos textos es visible en Los once en el uso de la fábula como correlato de una situación histórica.

La rendición de las radicales asimetrías políticas a través de la animalización es clara en Maus (en la que los judíos son ratones y los nazis, gatos), mientras las decisiones políticas en Orwell son llevadas al ámbito de la antropomorfización de lo animal: en La rebelión en la granja el cerdo termina por traicionar, debido a su infinita gula, a los otros animales.

Sin embargo, Los once, en su tratamiento del papel de lo animal, toma una dirección distinta a la de Spiegelman y Orwell, para localizar la fabulación del holocausto del Palacio en un ámbito nacional.

La división en especies animales, una vez rendida en un contexto de conflicto armado interno, puede generar un relato de absoluta separación entre amigos y enemigos, biologizando las diferencias políticas.

En el momento más dramático del texto, cuando se hace la operación “rastrillo” para acabar con los últimos focos de resistencia de los asaltantes, aparece también, como actor del conflicto, un monstruoso ratón con alas de cuervo e indumentaria militar. En ese animal, que comparte las características de las víctimas y de los victimarios, estamos todos los lectores en tanto ahí se vienen abajo las divisiones del conflicto político.

Los creadores de Los once han definido su texto como “una antifábula”, y han reconocido en él las influencias de la clásica novela gráfica Maus, de Art Spiegelman, y también de La rebelión en la granja, de George Orwell.

En ese sentido, Los once es una antifábula. La narración hace a los animales, no son los animales los que hacen a la narración, porque somos nosotros los que hacemos la historia. Ese ratón monstruoso es el cuerpo de la historia y, por tanto, los grises de nuestro conflicto.

Narrar es sanar, pero también, y en su proceso, disputarse el significado de las palabras. El texto comienza y termina con la frase “era miércoles” (el primer día de la toma), pero son dos tonos diferentes los que el lector usa para leer esa frase. Uno es de dolor, el otro de dignidad. La aparente circularidad de Los once propone transmitir la historia, pasarla de boca en boca y de mano en mano (como esa flor), para crear relaciones entre las víctimas mediadas a través de la memoria.

Con un lenguaje gráfico nunca antes escogido para narrar el holocausto del Palacio, Los once, si seguimos con la metáfora que abrió este artículo, contribuye a perforar la represa del dolor. Amansar la historia con el bálsamo de las palabras no pretende despojarla del horror, pero sí sanar a las personas flageladas por hechos como los del Palacio de Justicia.

 

*Ph.D. en literatura latinoamericana de la Universidad de Nueva York (NYU), profesor de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) en el College of Staten Island  

twitter1-1@martinezpinzon

Artículos Relacionados

Dejar un comentario

*Al usar este formulario de comentarios, usted acepta el almacenamiento y manejo de sus datos por este sitio web, según nuestro Aviso de privacidad

Este sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Leer políticas Aceptar

Política de privacidad y cookies