

En vez de críticas infundadas y debates confusos, necesitamos soluciones realistas para sobrellevar la crisis***.
Daniela Garzón*
Paula Pinzón**
El virus lo cambió todo
La pandemia nos agarró desprevenidos a todos, incluyendo a los intelectuales colombianos. Mentiría quien dijera que en febrero o marzo avizoró con claridad que duraríamos más de cinco meses encerrados, que nuestras formas de relacionarnos con los demás cambiarían radicalmente y que actividades que antes disfrutábamos como ir a cine o a un centro comercial nos atemorizarían.
Gracias a Twitter y a las columnas en distintos medios, muchos intelectuales colombianos se han convertido en faros de opinión que aclaran confusiones y ofrecen perspectivas valiosas en medio de situaciones complejas. Pero resulta que pensar y, sobre todo, decidir en medio de una pandemia es mucho más difícil que de costumbre porque el virus transformó buena parte de las relaciones y leyes sociales que el conocimiento humano había construido para explicar y predecir la realidad.
Como el coronavirus nos convirtió en un peligro para los demás y trastocó todos nuestros parámetros, en la ‘nueva normalidad’ no es fácil identificar qué tipo de conocimiento es relevante ni cuáles son los criterios y mediciones que debemos utilizar. El desempleo nos ofrece un ejemplo sencillo: ¿tiene sentido medir el número de personas que buscan empleo ahora que muchos quieren trabajar, pero se quedan en casa por miedo al contagio, porque saben que las posibilidades de encontrar empleo son remotas o porque su empresa suspendió actividades, luego no saben si realmente están desempleados?
A estas dificultades, hay que agregarles problemas como la pobreza, la desigualdad y la informalidad laboral, que existían antes de la pandemia y que seguramente empeorarán a causa de ella, y algunas características socio-culturales de nuestro país que dificultan confrontar el virus como la indisciplina social, el gran porcentaje de personas con comorbilidades y el hecho de que más del 50% de adultos mayores vive con sus familias.
Sorprendentemente, muchas de las mentes más brillantes del país parecen ignorar estas dificultades y haber olvidado los problemas mencionados, pues se han ensañado con varias de las medidas adoptadas por los gobernantes locales, han alimentado disputas que confunden a la población y dificultan la contención del virus, y no han propuesto prácticamente ninguna alternativa viable.
Críticas y debates insulsos
El confinamiento, la medida más eficaz para contener el virus que tenemos por ahora, ha sido la más criticada por los intelectuales colombianos. Analistas como Alejandro Gaviria, Sandra Borda y Eduardo Behrentz han afirmado que “nos encerramos de forma prematura”, que la cuarentena no es una solución definitiva, que no ha funcionado como esperábamos y que ha traído más perjuicios que beneficios.
Evidentemente, la cuarentena no es una medida definitiva, ni deseable: vivir encerrados es agotador, tiene consecuencias negativas en la economía y en la salud mental, y es insostenible en el largo plazo. El problema radica en que sigue siendo, hasta ahora, la herramienta más efectiva que tenemos para disminuir la velocidad de contagio, y renunciar a ella es impensable si nuestro objetivo es salvar vidas, especialmente ahora que el sistema de salud de varias ciudades del país está al borde del colapso.
Además, al mirar en retrospectiva es fácil decir que no obtuvimos los resultados esperados, pero si no nos hubiéramos encerrado tan rápido, seguramente el número de muertes sería aún más aterrador y el sistema de salud estaría menos preparado. El tiempo ayudó a que los médicos y el personal de salud conocieran mejor el comportamiento del virus y a identificar estrategias para enfrentarlo. Los intelectuales saben mejor que nadie que es muy fácil juzgar decisiones del pasado teniendo más información de la que existía en ese momento.
Por otra parte, intelectuales tan reconocidos como Rodrigo Uprimny, Florence Thomas, Moisés Wasserman y Catalina Ruíz-Navarro se adhirieron a luchas que carecen de fundamento sólido: los primeros apoyaron la ‘Rebelión de las canas’, y la última respaldó a los activistas que tildaron de “gordofóbica” a Claudia López después de que anunciara que las personas con hipertensión, diabetes y obesidad entrarían en cuarentena estricta.
En ambos casos, el argumento y el error es el mismo: alegan que las medidas de la alcaldía discriminan y coartan las libertades de una población vulnerable (los adultos mayores y las personas con obesidad), pero olvidan que ambos grupos tienen más riesgo de sufrir complicaciones en caso de contraer el virus que el resto de la población y, por ende, necesitan medidas especiales. Vale la pena recordar lo obvio: ningún gobernante decidió que el virus atacara con más fuerza a personas que efectivamente han sido estigmatizadas por la sociedad como los ancianos y los obesos, y sus medidas no buscan limitar las libertades de ningún grupo, sino proteger la salud pública. Para bien o para mal, en este caso el que discrimina es el virus, no los gobernantes.
Los intelectuales deberían ser más cuidadosos porque al proferir estas críticas y promover este tipo de discusiones insulsas confunden a la población y le restan legitimidad a medidas que son desagradables, pero necesarias para sobrellevar la atípica situación que estamos viviendo. En este momento no estamos hablando de discusiones académicas que se quedan en Twitter, sino de decisiones de las que dependen millones de vidas.

Soluciones para otro país
Lo más desalentador es que los analistas que se atreven a proponer soluciones tienden a repetir fórmulas abstractas traídas de otros países: importar más tecnología, hacer más pruebas y procesarlas en tiempo récord, aislar a los adultos mayores y controlar de forma más estricta a la población son algunos ejemplos de medidas que efectivamente han funcionado en otros países, pero que resultan sumamente difíciles de poner en marcha en un país como el nuestro.
Los intelectuales que repiten estas fórmulas olvidan establecer parámetros básicos de comparación, y dejan entrever que desconocen muchas realidades de nuestro país. Sin duda, sería sumamente conveniente adoptar esas medidas, pero somos un país de ingreso medio con un enorme rezago en materia de ciencia y tecnología y con muchos vacíos en la información que el Estado tiene sobre sus ciudadanos. Aunque quisiéramos, no podríamos arreglar problemas históricos en cuatro meses, menos cuando estamos lidiando con una pandemia exigente en recursos y que nos da poco tiempo de acción. El virus llegó a cada país y atacó a su población con las fortalezas y debilidades que cada una tenía.
Resulta sumamente preocupante que nuestros analistas pasen por alto realidades como estas porque la mayoría lleva años estudiando los problemas más importantes de Colombia, y por tanto deberían ser ellos los primeros en proporcionar conocimiento certero y proponer estrategias viables en nuestro contexto. ¿Acaso sus privilegios les están nublando el juicio?

Lo que necesitamos
Con todo esto, no pretendemos menospreciar la importancia de la crítica en tiempos de crisis ni promover la defensa ciega de todas las decisiones de nuestros mandatarios. Sin duda, la crítica y el debate informado son fundamentales para el adecuado funcionamiento de la democracia, y el gobierno ha cometido errores que nos han salido sumamente caros, como la demora en el cierre del aeropuerto, los desastrosos días sin IVA y la falta de pedagogía ciudadana.
Creemos, sin embargo, que la actitud de muchos críticos colombianos en lugar de ayudar es un palo en la rueda frente al tratamiento del virus, y promueve la desconfianza y la confusión entre la población. Queremos invitarlos a hacer una pausa, reconocer la complejidad de la situación que estamos viviendo y recordar la importancia de su labor.
Ahora más que nunca necesitamos intelectuales sensatos, humildes, serenos y comprometidos, que reconozcan sus limitaciones, valoren la importancia de otras disciplinas y propongan debates oportunos y soluciones realistas que nos ayuden a sobrellevar esta crisis.
***Las opiniones expresadas son responsabilidad de las autoras