Aumentar la competitividad de las empresas y acelerar el crecimiento económico son las dos grandes tareas anunciadas, pero no serán fáciles en un escenario mundial de turbulencias.
César Ferrari*
El contexto
En materia económica, los desafíos del nuevo gobierno son múltiples y graves.
En lo esencial tienen que ver con la estructura de la economía colombiana que se ha consolidado a lo largo de décadas, y con las tendencias económicas y geopolíticas mundiales.
Hacen parte de esas tendencias, el desarrollo de una nueva matriz energética y de una tecnología que está introduciendo nuevas formas de producir, transar, y gerenciar empresas o países.
De cómo responda el gobierno Duque dependerá cómo se posicione Colombia en los próximos años.
El ahorro y la inversión
Según el Ministerio de Hacienda y Crédito Público (MHCP), la tasa de ahorro en el 2018 será 18,8 por ciento del PIB y la tasa de inversión 21,6 por ciento; la diferencia deberá ser financiada con ahorro externo que en 2018 equivaldría a 2,8 por ciento del PIB, similar al de años anteriores. Las tasas proyectadas para 2019 son del mismo orden.
Esas tasas suenan diminutas si se comparan con las chinas que, según el Banco Mundial, entre 2011 y 2015 fueron 49,7 y 47,1 por ciento promedio, respectivamente.
Resulta inverosímil una expansión acelerada de la capacidad de producción para soportar un crecimiento elevado del PIB.
Con esas tasas colombianas de ahorro-inversión resulta inverosímil una expansión acelerada de la capacidad de producción para soportar un crecimiento elevado del PIB, que en 2017 fue apenas 1, 8 por ciento.
Parece difícil aumentar el ahorro total con ahorro externo porque, entre otras razones, los recursos financieros internacionales serán cada vez más caros y escasos: en junio pasado la Reserva Federal de Estados Unidos elevó su tasa de interés a un rango entre 1,75 y 2 por ciento, anunciando dos alzas más para el resto del 2018; por eso las tasas comerciales se están elevado (el 14 de junio el prime rate se elevó a 5 por ciento; un año antes era 4,25 por ciento).
Los precios internacionales
![]() Producción colombiana. Foto: Urna de cristal |
Según el MHCP, el precio promedio del petróleo colombiano fue 48, dólares-barril en 2017, y para 2018 se proyecta un precio de 59,1. Esto haría más rentables las operaciones en el sector de hidrocarburos, que por supuesto es fundamental para la economía colombiana y al generar mayores ingresos externos induciría mayores ingresos internos y la aceleración de la economía, como ha sucedido en los últimos años.
Y sin embargo varios hechos sugieren que en el mediano plazo y en lugar de aumentar, esos precios van a disminuir.
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Parte de ello se debe a que Europa y China creen en la necesidad de reducir el uso de combustibles fósiles, que hoy producen un 60 por ciento de los gases efecto invernadero. Alemania completará la sustitución de sus centrales térmicas en 2020, Francia las cerrará en 2021, el Reino Unido lo hará en 2025, Holanda en 2030; el resto del mundo seguirá tarde o temprano. Con lo cual la demanda –y el precio- del carbón térmico sufrirán una caída notable (lamentablemente, casi 95 por ciento del carbón producido en Colombia es de tipo térmico, solo 5 por ciento es coquizable, es decir que se puede usar para producir aceros).
Por otra parte, según Bloomberg New Energy Finance, “entre 2025 y 2030 el costo de los autos eléctricos se volverá competitivo respecto de los vehículos que utilizan gasolina, incluso sin subsidios y antes de tomar en cuenta el ahorro en combustible.”. O sea que también disminuirán la demanda y el precio del petróleo, particularmente de los pesados como el colombiano. No es casualidad que las grandes petroleras hayan invertido más de 3 mil millones de dólares en los últimos cinco años en la adquisición de energías renovables.
El cambio de la estructura productiva
Lo anterior sugiere que Colombia está ad-portas de un cambio radical en su estructura productiva y en su matriz energética inducido externamente.
Este es un hecho positivo, pero -si no se da una preparación adecuada-, conducirá a una crisis de balanza de pagos. Esa preparación implica identificar nuevos sectores estratégicos, promover la inversión necesaria y la estructura de precios que los hará viables en una economía de mercado. No es poca cosa sustituir progresiva pero eficientemente alrededor de 60 por ciento de las exportaciones.
Los sectores candidatos parecen ser la agricultura y sus transformaciones, las manufacturas, el turismo, las energías sostenibles y los sectores ligados a la economía digital en la producción de software y aplicaciones. Tienen una ventaja sobre los antiguos sectores líderes basados en las materias primas: los nuevos son intensivos en mano de obra; el ultimo es también intensivo en conocimiento y requiere ingenieros y científicos que deben ir formándose.
Tienen una ventaja adicional consecuencia de la característica anterior: contribuirán a reducir la concentración del ingreso en Colombia, una de las más elevadas del mundo.
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Guerras comerciales y nueva geopolítica mundial
A su vez, la elevación generalizada de los aranceles que está causando el presidente Trump conducirá a una elevación de los precios internos en todas partes, una caída del ingreso real mundial, de la demanda y el precio de las materias primas.
Inducirá también una desviación del comercio mundial: los chinos dejarán de comprar petróleo, soya y carne de cerdo en Estados Unidos y lo comprarán en Irán, en Brasil y Argentina, respectivamente. Los europeos y los latinoamericanos comprarán más a los chinos y menos a los estadounidenses. Los estadounidenses tendrán dificultades para colocar sus productos en China y Europa.
Todo ello mientras China se sigue consolidando como primera potencia económica mundial. Ya hoy es la economía más grande del mundo (según el Banco Mundial, su PIB en 2016 fue 19,8 millones de millones de dólares a precios de 2011 a paridad de poder de compra), por encima de la Unión Europea (18,5 millones de millones) y de Estados Unidos (17,2 millones de millones).
Por su parte Estados Unidos está aumentando sus tensiones con Europa a raíz de la ya dicha guerra comercial, de las diferencias en torno a la OTAN, del retiro unilateral del acuerdo sobre cambio climático, del abandono del tratado nuclear con Irán, o de los acercamientos entre Trump y Putin.
Encuentre en RP: La guerra comercial de Trump contra China.
Dicho de otra manera: Colombia debe prepararse para un escenario donde la Cuenca del Pacífico y el continente euroasiático serán los predominantes. Si no logramos aumentar la competitividad y posicionar nuevos sectores de exportación, seremos invadidos por las importaciones y no será posible aumentar la ocupación, reducir la informalidad y mejorar la distribución del ingreso.
La competitividad
![]() Economía colombiana. Foto: Alcaldía de Santiago de Cali |
Aumentar la competitividad de las empresas colombianas es pues uno de los mayores retos del nuevo gobierno.
No parece nada fácil: según el Foro Económico Mundial, en 2017 Colombia ocupó el puesto 66 entre 137 países. Algunas de las variables más atrasadas o inadecuadas son la tasa impositiva como porcentaje de las utilidades de las empresas (puesto 135), los costos del terrorismo (puesto 132), el desvío de fondos públicos (131), las importaciones como porcentaje del PIB (125), las exportaciones como porcentaje del PIB (124), la calidad de las carreteras (110) y la asequibilidad de los servicios financieros (99).
Cualquiera entendería que resolver esos atrasos es necesario para un mejor desarrollo del país. Pero eso no quiere decir que, con esas soluciones, las empresas necesariamente se volverían más competitivas:
Colombia está ad-portas de un cambio radical en su estructura productiva.
-La falta de competitividad en Colombia se debe en gran medida a los costos financieros que son muy elevados por una competencia insuficiente en los mercados de crédito.
-También sufrimos la llamada enfermedad holandesa: el país exporta recursos naturales abundantes, que generan una cantidad enorme de divisas, que revalúan la tasa de cambio y hacen inviable la producción y exportación de otros bienes y servicios.
Pero, aún con un precio alto del dólar, como el actual, las empresas no parecen estar aprovechándolo. Las razones pueden ser varias: 1) no tienen oferta para exportar, 2) no invierten para aumentar su capacidad de producción, 3) porque nadie les asegura que esa tasa de cambio y la rentabilidad correspondiente son estables, 4) tampoco tienen recursos para financiarla, y 5) el crédito es muy caro.
Nuevas políticas públicas y la cuestión fiscal
Para elevar de manera sustantiva la tasa de crecimiento económico hay que aumentar entonces el ahorro, la inversión y, sobre todo, la competitividad de las empresas, lo cual a su vez implica:
- Contar con crédito abundante y barato,
- Por lo tanto, desarrollar un sistema bancario eficiente,
- En consecuencia, adoptar una política regulatoria que promueva la competencia entre los bancos,
- Inducir una tasa de cambio elevada y estable que garantice rentabilidad empresarial de largo plazo, y
- Establecer una política monetaria que la garantice.
Adicionalmente, se requiere más y mejor infraestructura. Pero para hacer más carreteras se necesita mayor gasto público y por lo tanto más ingresos fiscales: las alianzas público-privadas son una solución ineficiente que implica desviar fondos de las inversiones en fábricas que debería estar haciendo el sector privado, para emplearlos en carreteras que debería estar haciendo el sector público.
Por su parte, resolver el problema del terrorismo supone resolver el del narcotráfico que exige a su vez que los cultivadores de coca tengan ingresos razonables en sus cultivos legales, es decir no solo una solución policial sino, sobre todo, una nueva política económica agraria que haga rentable la economía campesina e incluya la construcción de carreras de tercer nivel que conecten a los productores con los mercados.
Sobre la cuestión fiscal, se ha anunciado una reducción del gasto, eliminando rubros superfluos. Pero mientras que los países de la OCDE tienen niveles de gasto estatal de 40-50 por ciento del PIB, el MHCP proyecta que el de Colombia será 18,2 por ciento del PIB en el 2018.
También se anuncia una rebaja de impuestos a las empresas, lo que parece razonable. Pero para lograr esa rebaja sin desbarajustar el erario deberían aumentarse los impuestos a las personas naturales más ricas.
No es nada claro que la también mencionada reducción de la evasión y la elusión tributarias logren compensar la primera rebaja. Tampoco debe olvidarse que la reforma tributaria de 2016 se quedó corta puesto que el déficit proyectado para este año es 3,1 por ciento del PIB, los ingresos siguen siendo reducidos, las empresas siguen siendo insuficientemente competitivas, y la inequidad en la distribución del ingreso sumamente elevada.
El desarrollo es una cuestión compleja que requiere una visión estratégica amplia, apropiada a los nuevos contextos geopolíticos y tecnológicos, y nuevas políticas económicas que la pongan en práctica. En últimas, concebirla y hacerla posible es el desafío fundamental del nuevo gobierno. Esperamos que tenga éxito.
*Ph.D. en economía, Profesor Titular de la Pontificia Universidad Javeriana en el Departamento de Economía.