Los cuentos que nos siguen contando sobre el feminicidio
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Los cuentos que nos siguen contando sobre el feminicidio

Escrito por Ana Patricia Pabon - German Cortes

El día de la madre se ha convertido en una de las fechas más violentas para las colombianas. Pero la sociedad y las autoridades siguen evadiendo su responsabilidad y culpando a la víctima.

Ana Patricia Pabón Mantilla* y Germán Andrés Cortés Millán**

“Florentino Ariza destapó un tarro de pintura roja que estaba al alcance de la litera, se mojó el índice, y pintó en el pubis de la bella palomera una flecha de sangre dirigida hacia el sur y le escribió un letrero en el vientre: Esta cuca es mía. Esa misma noche, Olimpia Zuleta se desnudó delante del marido sin acordarse del letrero, y él no dijo una palabra, ni siquiera le cambió el aliento, nada, sino que fue al baño por la navaja barbera mientras ella se ponía la camisa de dormir, y la degolló de un tajo”.

Gabriel García Márquez, (1985) El amor en los tiempos del Cólera.

El día “para celebrar a mamá”

Hace unos días, una búsqueda en Google con las palabras “Feminicidio + Colombia + Noticias” arrojó 3850 resultados en 0,37 segundos.

Y es que el domingo 14 de mayo, fecha en que comercialmente se celebra el día de las madres, se ha convertido en uno de los días con más altos índices de violencia en Colombia desde hace varios años.

En esta oportunidad se sumaron cuatro feminicidios en distintos lugares del país.

Las preguntas de siempre

Cada vez que la prensa despliega noticias sobre feminicidios en Colombia se plantean las mismas preguntas:

  • ¿Por qué las autoridades no actúan oportunamente a pesar de las denuncias y las solicitudes de las víctimas?,
  • ¿Por qué se instrumentaliza a los hijos?,
  • ¿Cuáles medidas efectivas podrían tomarse para evitar estos hechos?,
  • ¿Quiénes son los responsables?,
  • ¿Por qué se normalizan estas prácticas?,
  • ¿Cuál es la intención de los medios al reportar dichos hechos?,
  • ¿Cuáles son las raíces culturales de estas prácticas?

Estas preguntas vuelven a ser o siguen siendo necesarias, porque seguimos sin darles respuestas.

Lo que dicen los funcionarios en nombre del Estado parece a veces trasladar la responsabilidad a las mujeres víctimas o insinuar que se trata de actos de un agresor psicópata o un monstruo, olvidando que no somos otra cosa que el producto de los relatos que nos han contado desde la infancia y que nos arrojan a unas relaciones interpersonales cargadas con discursos llenos de estereotipos y expectativas de rol que reproducen mandatos de género, discriminación y violencias.

Foto: Policía Nacional - En Bogotá se resaltó la imposibilidad de “poner un policía por mujer”. Las instituciones suelen frivolizar los hechos de violencia estructural.

Las respuestas oficiales

Frente a los hechos recientes, una alcaldesa y un alcalde aseguraron haber tomado las medidas que les correspondía y defendieron la labor de las instituciones que dirigen.

Lo que dicen los funcionarios en nombre del Estado parece a veces trasladar la responsabilidad a las mujeres víctimas o insinuar que se trata de actos de un agresor psicópata o un monstruo, olvidando que no somos otra cosa que el producto de los relatos que nos han contado desde la infancia y que nos arrojan a unas relaciones interpersonales cargadas con discursos llenos de estereotipos y expectativas de rol que reproducen mandatos de género, discriminación y violencias.

Estas respuestas de las autoridades resultan frustrantes, precisamente porque refuerzan los dispositivos finamente instalados en nuestra vida cotidiana, que en lugar de salvaguardad la vida y la dignidad de las mujeres, las revictimiza o les atribuye todas “las responsabilidades”.

“Un policía por mujer”

Cuando mañana tengamos otras noticias que ayuden aumentar la circulación de los medios, habremos olvidado nuevamente el tema y otra vez quedarán huérfanas las personas que se enfrentan cada día a patrones de violencia y las organizaciones que trabajan para hacer visibles estos hechos.

Todos los días vivimos pequeñas muertes. Y es que las circunstancias alrededor de las violencias se repiten como gotas de agua. Esto se ha estudiado en los casos de acoso en las universidades, donde se da un relato con las mismas aristas y lo mismos papeles, aunque los nombres de los protagonistas sean distintos; o en los feminicidios, donde el agresor suele recurrir al suicidio para evadir su responsabilidad.

Estos y otros elementos propios de interacción cotidiana muestran la complejidad de una circunstancia que pone en clave de crisis toda la estructura social.

Conocemos los papeles protagónicos y conocemos la incapacidad de las instituciones para atender los llamados de las víctimas. En Bogotá, por ejemplo, se habla de 2.300 mujeres en riesgo de feminicidio. Pero “no es posible poner un policía por mujer” indicó Diana Rodríguez Franco, jefe de la Secretaría de la Mujer del Distrito.

De esta manera las instituciones, con su repertorio de mandatos instalados, hace uso instrumental y frivoliza la violencia sistemática contra las mujeres, presentándose impávidamente ante una población que reclama posiciones más dignificadoras.

El relato del poder

Los feminicidios retratan el relato del poder y la propiedad sobre los cuerpos, expresiones de género y papeles asociados con lo femenino.

Las respuestas institucionales responsabilizan a la víctima, por meterse con quien no debía, por ir a visitar “criminales a prisión” o por no aceptar las medidas de protección del Estado; también las respuestas sociales muestran prejuicios y división entre chicas a las que les gustan los tipos malos y tipos que bueno, “seguro están enfermos”.

También se encuentran afirmaciones como “por algo sería”, “algo habrá hecho” o “no es una buena esposa”. Esas son formas de pensar que promueven en ocasiones los altos mandos de la seguridad del Estado.

Un modelo de sociedad jerarquizado, conservador, heteronormado y misógino —que estimula las prácticas patriarcales de reproducción de las violencias— resulta ser responsable de la naturalización de acciones violentas hacia las mujeres y de la  consolidación de categorías que excusan al agresor.

Si a esto le sumamos el “interés” intencionado de los medios, participantes de este modelo por sugerir un debate aparente, fácilmente se concluye el lugar del dolor y el sufrimiento en las lógicas propias del mercado.

Otro relato

Si no hay un policía para cada una de las 2300 mujeres en riesgo, y si es cierto, como dos mandatarios afirman, que aun aplicando todas las medidas para reducir el riesgo o estando en las instalaciones de un Centro Penitenciario y Carcelario con seguridad, se puede perpetrar un feminicidio, las respuestas institucionales no pueden ser apenas medidas policivas o correctivas

Necesitamos medidas transformadoras que permitan contar otros relatos distintos.

La resignificación de la estructura social hace parte de la tarea, y en esta se integran todas y cada una de las dimensiones que nos definen como sociedad.

En el mismo país que expresa indignación por un feminicidio, se rechaza la educación para los derechos sexuales y la no discriminación por razones de género; se les dice a las niñas y a las adolescentes estudiantes y a las mujeres trabajadoras que, frente a los actos de violencia, tengan paciencia, que eso es así, que así es la realidad y que eso es normal.

Los feminicidios retratan el relato del poder y la propiedad sobre los cuerpos, expresiones de género y papeles asociados con lo femenino.

Por eso, la redefinición de papeles, la atribución de prácticas y la exhortación de mandatos de poder en las relaciones son y serán parte de la agenda desafiante del Estado, las comunidades, las instituciones y las familias.

Ninguna medida será efectiva si no emprendemos un proceso de “alfabetización” en torno a la equidad; si no despatriarcalizamos la enseñanza; y si no se critican los relatos que repiten que una persona es propiedad de la otra, que reproducen la dependencia y niegan el valor de cada ser humano.

Si no tejemos relatos de otra forma, no habrá medida policiva o punitiva que valga.

Todos y todas hemos olfateado el odio y la violencia, hoy tenemos la suerte de leer este texto, pero ¿qué medidas tomamos en lo cotidiano para transformar lo que reproduce la violencia?

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