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Los cuadernos de N: una clásica aflicción

Escrito por Darío Rodríguez

El escritor Caleño, Andrés Caicedo.

Dario RodriguezUn libro colombiano que a pesar de no haber tenido gran difusión puede ser considerado un clásico que, desde el pesimismo, nos habla a todos. Un libro difícil de clasificar, difícil de leer, pero que sin duda merece volver a vivir.

Darío Rodríguez*

Un clásico poco común

En 1994 Planeta Colombia publicó Los cuadernos de N (¿una antinovela?, ¿un libro de aforismos?, ¿una miscelánea?) del escritor bogotano Nicolás Suescún. Como sucede con la mayoría de las obras maestras que en el mundo han sido, esta pasó sin pena ni gloria por los escritorios de críticos y de reseñistas. Fue un absoluto fracaso en ventas y acabó siendo olvidada entre la indigesta proliferación de publicaciones que invaden las librerías y la literatura colombiana cada año.

La única edición del libro es de mil ejemplares. ¿Cómo puede un texto en circunstancias vitales tan discretas -casi desconocido para quienes no advirtieron su presencia cuando salió a la luz- haberse transformado no solo en un particular volumen de culto (o mejor, de culto particular) sino, además, ya por derecho propio, en un clásico?

Los cuadernos circularon con entusiasmo, prescindiendo de enormes publicidades

N, el protagonista de Los cuadernos, es un solitario radical, alguien que trata de vivir, con varias cargas a su espalda: el mundo entero, la ciudad específica donde naufraga día por día, su pasado, su porvenir, la desconfianza que le endilgan los demás y el desprecio profundo que siente por sí mismo.

Está partido, fisurado, lleno de grietas internas y externas. Por eso su autor eligió una extensa hilera de fragmentos a la hora de concebirlo. El propio deambular de N por calles y parques no solo es difuso y desolado, sino que forma parte de su derrota.

Afirmar que este libro resulta pesimista es muy poco. Quizás sea más justo decir que se trata de un abismo, de un gran callejón sin salida al cual ni la muerte puede aportar soluciones.

La crítica

Collage creado por el artista Bogotano, Nicolás Suescún.
Collage creado por el artista Bogotano, Nicolás Suescún. 
Foto: Ciudad Viva

Existen dos comentarios perentorios del libro escritos con muchos años de diferencia. Uno por el legendario crítico Hernando Valencia Goelkel y el otro por la crítica literaria Luisa Fernanda Espina. Son testimonios sopesados de lectura y brindan enfoques certeros en torno al valor de Los cuadernos.

Valencia Goelkel dice: “La armazón de los ‘Cuadernos’ no puede ser más clásica, más convencional, si se quiere: es el manuscrito encontrado al azar, los papeles destinados a volverse ceniza en un fogón y rescatados casual y coincidencialmente por un amigo del anónimo diarista. La historia, si es que esta antinovela la tiene, es la de una vida oscura y anónima registrada en las páginas de unos cuadernos; pero allí no hay cronología (no hay tiempo, en definitiva), no hay sino reflexiones salpicadas a veces con los sucesos que a N le acontecen, sobre sus encuentros, sus conversaciones, sus ocasionales amigos o relacionados. N parece tener 47 años recién cumplidos en algún momento del libro, pero en los demás carece de edad; es un sujeto profunda, rigurosamente solo. (…) Pero son la soledad, la pobreza, el silencio -las gentes locuaces no escriben diarios- las notas más definitorias de N, junto con su inconformidad y su maravillosa capacidad de ver el envés y el revés de las cosas al mismo tiempo, de poner patas arriba los lugares comunes de su sociedad, que, sobra decirlo, es la nuestra”.

Espina, por otra parte, dice: “Los aforismos de N son horizontales, la gravedad los hace caer en el renglón. (…) Aunque a N lo vemos caminar por las calles sentimos que es un ser esencialmente inmóvil (…) El principal material de N es el pensamiento racional (su cárcel)”.

El autor

Nicolás Suescún está construido con una materia singular, casi imposible de encontrar en estos tiempos simples, livianos. Es un intelectual a la antigua, que ha desempeñado todos los oficios del ámbito cultural: poeta, periodista, notable librero, editor, diseñador gráfico, ilustrador, ensayista, crítico, traductor, profesor y gestor.

Su obra literaria es vasta. Sin embargo, él lo negaría de plano debido a una modestia hormonal que siempre lo ha caracterizado. Nacido en 1937, ha tenido el carácter suficiente para crear una voz pulida y ante todo sobria. No es su costumbre mostrarse ni exhibir sus publicaciones. Solo de un autor tan compacto, con una aguda y desencantada visión, sumada a una honda convicción artística que nunca ha tranzado ante nadie, pueden haber surgido sus desgarrados relatos, su poesía juguetona pero letal, y un libro inclasificable como Los cuadernos de N.

Los cuadernos y su público

Durante la década de los noventa las vicisitudes de N corrieron con una suerte envidiable para cualquier artefacto de la literatura. Si bien no tuvieron el favor comercial que tal vez el autor jamás deseó, dieron inicio a su insólito devenir de mano en mano mediante la complicidad lectora entre públicos jóvenes.

Las esquirlas narrativas fueron entendidas como un bálsamo nihilista por universitarios y habituales de la bohemia bogotana. No era raro oír por aquel tiempo a ciertos narradores orales citar de memoria un trozo del libro o una reflexión de N.

Tal como ha sucedido con otros éxitos del desmadre juvenil colombiano (Érase una vez el amor pero tuve que matarlo, Que viva la música, Opio en las nubes), Los cuadernos circularon con entusiasmo, prescindiendo de enormes publicidades e incluso a despecho de quienes fijan las pautas de lectura en el país: la prensa y a veces la academia. El libro respondía perfectamente a las inestabilidades adolescentes de aquellos primeros lectores.

Suescún refirió alguna vez que en medio de una lectura poética alguien del auditorio le pidió leer fragmentos de Los cuadernos, como si en vez de haber escrito una prosa incisiva los aforismos de N fuesen poemas.

Inasible, el libro no fue instrumentalizado por el criterio juvenil. Después de los noventa se salvó de convertirse en un ícono, como las novelas de Andrés Caicedo o Rafael Chaparro Madiedo, por razones extraliterarias.

La historia personal de Nicolás Suescún debe resultarle poco interesante a un muchacho que adora los excesos y, más importante, los textos acerca de N carecen de la trepidación, del éxtasis premeditado que abunda en muchísima de nuestra literatura dirigida a jóvenes. Este es uno de los méritos del libro, no haberse dejado manipular ni siquiera de quienes lo asumieron con fervor.

Debido a la exigencia del texto mismo, su evidente densidad, a nadie se le ocurrió piratearlo ni copiarlo en ediciones ilegales. Los mil ejemplares originales siguen siendo los únicos testigos del paso vencido de N por este mundo. Luego vinieron internet y las sagas literarias juveniles y Los cuadernos fueron desdibujándose hasta ser lo que son ahora: una curiosidad bibliográfica.

Un libro universal

Nicolás Suescún escritor y artista Colombiano.
Nicolás Suescún escritor y artista Colombiano. 
Foto: Festival Internacional de Poesía en Medellín

Al vuelo, una cita de este libro reticular: “Estamos en el borde de un precipicio, y mientras más alto estemos, más hondo el quiebre de la tierra, más larga la caída. N, sin embargo, no sabe en qué lugar está, a veces cree estar muy alto, a veces se dice que no puede estar sino en el puro fondo. No sabe que está sentado en su cama”.

Si el libro conserva su actualidad y su frescura se debe a la pertinencia innegable de lo que dice y también de lo que lleva entre líneas. Existen escritores de la sospecha y escépticos dentro de la tradición europea por lo menos desde Schopenhauer. Pero este modo de expresar la fatiga con un aire tan desenfadado, sin pretender sentar cátedra, con una especie de atmósfera tropical, solo puede escribirlo un latinoamericano. Y con un tono limítrofe entre el humor y la acidez socarrona, solo un colombiano.

Si el libro conserva su actualidad y su frescura se debe a la pertinencia innegable de lo que dice.

Esto lo vuelve, al mismo tiempo, universal. Porque la amargura no es propiedad exclusiva de Colombia.

Nicolás Suescún le dijo a Jotamario Arbeláez, dentro de un largo texto conmemorativo, que Los cuadernos de N no se publicaron como él quería: “Se convirtió en una especie de clásico subterráneo. Este es en cierto modo el libro de mi vida. Se trata de fragmentos narrativos o descriptivos sobre un personaje algo kafkiano que hice desde que empecé a escribir y sobre el que seguí escribiendo después de publicado, de modo que ahora es casi tres veces más largo. Además es más filosófico y no tiene un pequeño prólogo, ni un corto epílogo ni otras cosas que tuve que poner para publicarlo en una colección de novelas como una ‘antinovela’. En realidad es una serie de anécdotas, casi minicuentos, observaciones, pensamientos y aforismos, un libro, en suma, que creo que se puede empezar a leer en cualquier parte y, espero, releer”.

Los auténticos Cuadernos de N son, pues, aún desconocidos. Y esperan no solo la reedición del libro original sino una elaboración editorial profusa y seria del texto completo. Esta aflicción de N, que ya es clásica, necesita volver a vivir. 

 

* Escritor y editor. Columnista de www.cartelurbano.com 

twitter1-1@etinEspartaego

 

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