Con su escalada de violencia, el ELN despide a Duque y pretende reabrir las conversaciones con el próximo gobierno. ¿Es posible un proceso de paz con esta guerrilla?
Camilo Echandía* e Irene Cabrera**
Protagonismo con poco esfuerzo militar
No son pocos los analistas que interpretan los paros armados y los ataques más recientes del ELN en distintas regiones del país como una prueba del fortalecimiento militar de esta guerrilla.
No se puede negar el reacomodo de varios frentes del ELN en zonas de presencia histórica como Norte de Santander, Arauca y Antioquia, así como el intento de algunas unidades de esta guerrilla de expandir su influencia hacia municipios estratégicos disputados por otros grupos en La Guajira, Cesar, Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño.
Sin embargo, un breve examen de los eventos recientes revela, en primer lugar, un retroceso militar y estratégico del grupo alzado en armas y, en segundo lugar, su intención de abrirse un espacio en la agenda del próximo gobierno ganando protagonismo a través de la degradación de los métodos de guerra.
Los bloqueos a las vías, los hostigamientos a la fuerza pública, la detonación de explosivos contra la infraestructura eléctrica y de comunicaciones, la voladura de puentes y tramos de oleoductos, así como el uso de panfletos, han hecho parte de las acciones del ELN en los territorios donde trata de hacer visible su presencia.
El ELN quiere demostrar que aún es una fuerza desestabilizadora, pero sin adelantar acciones armadas de peso.
Este tipo de acciones necesita de muy poca capacidad o esfuerzo militar. Enviar a un miliciano, por ejemplo, a instalar o dejar un petardo, no supone capacidad alguna de despliegue militar, ni operaciones complejas de inteligencia, hombres entrenados para el combate o armas sofisticadas. Estas acciones no se comparan con las tomas de poblaciones del pasado, las emboscadas a patrullas del Ejército o los ataques a bases militares donde se desplegaban cientos de hombres, se aplicaban tareas de inteligencia y se necesitaba un alto poder de fuego.
En otras palabras, el ELN quiere demostrar que aún es una fuerza desestabilizadora, pero sin adelantar acciones armadas de peso. Es decir, que no se está fortaleciendo militarmente. Como muestra la gráfica siguiente, esta tendencia no es nueva en el conflicto armado colombiano.
Acciones armadas del ELN y las FARC clasificadas en bajo esfuerzo y alto esfuerzo militar

Las acciones que no demandan capacidad ofensiva se acentúan en coyunturas estratégicas, cuando resulta útil ejercer presión sin desgastarse, como pasó en los años previos a la firma del acuerdo con las FARC. Y sin embargo estas acciones tienen un alto impacto humanitario y tienden a destruir el poco apoyo o legitimidad de la guerrilla entre la población civil.
La lógica territorial del ELN
El ELN ha tratado de evitar a toda costa los combates directos con la fuerza pública. Pese al registro de nuevos reclutamientos, esta guerrilla sabe que su mejor alternativa militar es golpear y huir, dando así prioridad al esfuerzo de controlar los espacios estratégicos.
Las operaciones de la fuerza pública mediante comandos conjuntos en las últimas dos décadas han causado un repliegue difícilmente reversible para el ELN, incluso cuando el gobierno no ha logrado consolidar su control territorial e institucional, entre otras cosas, por el cumplimiento apenas parcial del Acuerdo de 2016.
Como puede verse en el mapa siguiente, buena parte de los ataques registrados en 2022 han ocurrido en departamentos de frontera como zonas clave de refugio, financiación y corredores hacia espacios seguros. Ya en 2015 casi el 90% de las acciones armadas del ELN estaban ocurriendo en departamentos de frontera.
Mapa: Acciones armadas del ELN en 2022

La localización del mayor protagonismo armado de 2022 en zonas limítrofes es un indicador de que los frentes o unidades del ELN siguen replegadas territorialmente. El frente de guerra nororiental (entre Norte de Santander y La Guajira) y el frente de guerra oriental (en Arauca) están liderando la escalada de acciones armadas. En medio de la creciente autonomía de los frentes del ELN para garantizar su supervivencia y financiación, la pérdida de cohesión interna es otro factor que tiende a debilitarlo.
Entre tanto, los ataques intermitentes de algunas unidades del ELN alteran el orden público y aumentan la inseguridad de comunidades localizadas en áreas rurales y fronterizas.
El ELN y el gobierno Duque
La escalada del ELN despide a un gobierno que cerró la puerta a la salida negociada del conflicto, al incumplir los protocolos que garantizaban el retorno al país de los negociadores de esta guerrilla tras la ruptura de las conversaciones iniciadas por el gobierno Santos. Aquí se marca un contraste con el proceso de las FARC, cuando el gobierno accedió a cumplir protocolos y reglas específicas para iniciar las negociaciones.
En la actual coyuntura electoral, el mayor activismo armado del ELN pretende reabrir las conversaciones con el próximo gobierno.
Los líderes del ELN hicieron caso omiso al llamado del gobierno Duque a dar muestras de voluntad de paz, y más bien insistieron en reanudar las conversaciones sin condiciones.

Sin interlocutor y sin agenda definidos
En la actual coyuntura electoral, el mayor activismo armado del ELN pretende reabrir las conversaciones con el próximo gobierno, pero acá nos hallamos frente a dos dificultades cuando menos: la falta de un eje o un tema central en la agenda, y la insistencia del ELN en tener como interlocutor a la sociedad en lugar antes que al propio gobierno.
Un obstáculo para el reinicio eventual de las negociaciones es la imprecisión de la agenda de seis puntos que se acordó con el gobierno Santos en 2016: 1) participación de la sociedad en la construcción de la paz, 2) democracia para la paz, 3) transformaciones para la paz, 4) víctimas, 5) fin del conflicto armado y 6) “implementación” de los acuerdos.
Esta agenda, que fue motivo de desacuerdo permanente, ya de por sí contiene algunas incompatibilidades básicas. Por ejemplo, mientras que para el Gobierno el objetivo de la negociación es acabar el conflicto armado, para el ELN se tratará de resolver los problemas del país.
Cabe recordar que Jesús Antonio Bejarano, en Una Agenda para la Paz, define las incompatibilidades básicas como “verdaderos nudos gordianos […] que surgen de concepciones diferentes de las partes sobre aspectos centrales de la negociación, las que habitualmente no se expresan en forma explícita, pero conducen a objetivos mutuamente excluyentes, en tanto se fundan en diferencias sobre la manera como cada parte evalúa las relaciones de poder”.
Cómo avanzar
Debe tenerse en cuenta que la correlación política y militar de fuerzas determina la naturaleza y el alcance de la agenda de negociación. De ahí que las FARC y el gobierno Santos acordaran una agenda restringida, cuyo foco principal fue la política de transformación de los territorios afectados por el conflicto, y los derechos y garantías para la participación política de los excombatientes.
En cuanto al ELN, el balance de fuerzas y la representatividad del grupo alzado no se corresponden con su aspiración de superar los problemas del país mediante la negociación. Aunque se trata de la organización guerrillera con mayor presencia territorial y poderío militar en la actualidad, hay que advertir su profunda fragmentación y cómo la relación estrecha con actividades criminales ha hecho que sus métodos tengan costos humanitarios que minan su legitimidad.
Es necesario redefinir la agenda de negociación pactada en 2016, orientándola hacia el propósito de ponerle fin al conflicto armado y ampliar la democracia.
La viabilidad de un proceso de paz entre el próximo gobierno y el ELN dependerá de la voluntad de superar las incompatibilidades para que las partes puedan alcanzar simultáneamente sus objetivos. Es muy importante que hagan una adecuada lectura de la correlación política y militar de fuerzas como condición necesaria para construir consensos.