¿Quién es en realidad el nuevo presidente y cómo tratará los asuntos que más le han preocupado a lo largo de su vida: el conflicto, la paz, el ELN, las disidencias de las FARC, la criminalidad organizada, el narcotráfico, los lideres asesinados, la Policía, las Fuerzas Armadas…?
Paul Bromberg*
Qué es izquierda, qué es derecha
Se dice que la elección de Gustavo Petro marca el cambio en el país, se dice que las elecciones las ganó la izquierda.
Pero las encuestas mostraron durante años a un país inclinado a la centro-derecha, y a un expresidente señalado de ser de derecha y hasta de extrema derecha con aprobaciones cercanas al 80 % durante 16 años.
¿Será que no existe el eje izquierda-derecha? Claro que existe, como las brujas cuando se cree en ellas. Apenas una minoría —acusada por el otro bando de ser de derecha— se niega a situarse a lo largo de dicho eje.
Esta paradoja ocurre porque se confunde el igualitarismo, que es el mejor descriptor del propósito de la izquierda (como dijo Norberto Bobbio), con el autoritarismo. Pero si lo que define a la derecha es el autoritarismo, entonces Lenin, Stalin, Mao y Fidel Castro serían de derecha.
Por eso Sartori combina dos ejes independientes para describir las ideologías políticas, así:

La política es flexible
Esto aclara mucho, pero aún falta algo. “Soy de izquierda” es la autoclasificación de proyectos políticos que se consideran herederos de la tradición de “voltear la tortilla”. Por eso las reseñas de la prensa internacional casi siempre comienzan con “El exguerrillero…”.
Pero el cambio no es la llegada a la presidencia de un antipolítico. Petro lleva 50 años haciendo política en varios frentes: desde la promoción de invasiones en Zipaquirá, hasta la Cámara, y el Senado. Incluso aspiró a la alcaldía de Bogotá en 1994, cuando le propuso a Mockus ir a la alcaldía por el M-19; y a éste le sonó la idea, pero por cuenta de él mismo.
Después Petro tuvo éxito en esta meta en el 2011. Todo el periplo, pasando por un apoyo relativamente marginal a las actividades del M-19.
El cambio tampoco es la llegada de un sector político excluido. Los grupos de izquierda llevan varios períodos siendo una alternativa política; algo garantizado por las reglas electorales del país, reputadas internacionalmente (tienen un puntaje de 9,17 sobre 10 puntos en los indicadores de calidad de las democracias).
La izquierda incluso negoció un método de financiación que facilitó la presencia nacional de los movimientos adscritos a esa corriente, con la misma ley de garantías que le permitió a Uribe reelegirse.
Los pactos también le permitieron a Samuel Moreno ser de izquierda. La política es flexible.
Las cábalas, la economía y la paz
El cambio descrito de esa forma es el que nos tiene en cábalas sobre el “talante” del gobierno, sus ministros, la agenda legislativa y los acuerdos políticos. Seguramente el resultado electoral tendrá consecuencias, pues hubo cambios, pero no se sabe si para bien o para mal.
Llega a la presidencia un líder político, un intransigente militante de la lucha contra un fantasma. Un antineoliberal de pura cepa. Esta consideración sería suficiente para predecir los actos del gobierno en un país normal. Pero el interés de Petro puede no ser propiamente el “gobierno”.
Como alcalde de Bogotá mostró que su fuerte no es eso de administrar un aparato de gobierno para mejorar la prestación de los servicios a su cargo. En cambio, consiguió ser presidente con el ejercicio de gobierno y acompañado del azar (un contendor impresentable).
Todo indica que no se arranchará, al menos en los primeros meses, en llevar al país a una crisis fiscal para cumplir unas promesas clásicas del populismo liberal en América Latina: “lo social”.
Colombia tiene su anormalidad específica y allí puede estar la apuesta de Petro. Todo indica que perseguirá lo que él entienda como “la paz”. Aun así, el país se ha concentrado en hacer cábalas sobre su ministro de Hacienda. Pero conviene hacer la disección de lo que esto puede entrañar, si de cábalas se trata.
El ELN y las disidencias
Petro dialogará con el ELN y muy posiblemente consiga un “acuerdo”, quién sabe en qué términos.
No le quedará fácil involucrar al uribismo en el diálogo, pues el pacto fundamental no puede ser la perogrullada de “queremos la paz”. Hace rato los acuerdos políticos son más sobre los medios que sobre los fines y el diablo está en los detalles.
Tampoco le quedará fácil repetir el método de La Habana. El Ejercito estuvo siempre involucrado en los diálogos con las FARC. Le quedaba algo más fácil al exmarino Santos, quien además fue un exitoso ministro de Defensa (¡¡salvo por los falsos positivos!!). Eso sí, a Petro lo acompañarán el legislativo y el poder judicial en lo que necesite.
El nombre “disidencias” las cobija a todas, pero ¿son iguales?
Todo parece indicar que Petro no aceptará cobijar a las disidencias por igual: puede que La Nueva Marquetalia, con la sigla FARC-EP, consiga estatus político. Si eso ocurre, echará para atrás el gran logro de la paz de Santos: quitarle estatus político a cualquier rescoldo previo al acuerdo o cualquier disidencia posterior.
Era previsible que renunciarían algunos integrantes de las FARC y que otros desatarían del proceso, y eso ocurrió. Uno de los efectos de los acuerdos de paz es dividir a los contendientes. Colombia se dividió 50-50; la dirigencia de las FARC también se dividió, aunque en un porcentaje mucho menor.
Esta apuesta por la paz será mucho más polémica. Para ello, al igual que hizo Santos, debe tener buenas relaciones con Maduro, pues tanto la Nueva Marquetalia como el ELN se ubican a ambos lados de la frontera.
Por eso habrá trifulca mediática, y rechazo abierto y soterrado de algunos sectores de la Policía y el Ejército. Un asunto nada fácil de manejar, especialmente para Petro.

La batalla del lenguaje
A lo largo de los nuevos procesos para conseguir la no-violencia-llamada-paz, Petro se apoyaría en el lenguaje.
Volveremos a esa discusión que parece bizantina, pero que no lo es en el campo de la guerra cultural: ¿hubo “conflicto armado” en Colombia o más bien “combates con un grupo armado de naturaleza política llamado FARC”?
“Conflicto armado” parece haber sido el acuerdo al que se llegó en las negociaciones de paz con las FARC, en vez del sintagma más extremo, que le encantaba al ‘frente social y político’, y que incorporaba los combates armados bajo las palabras “conflicto social y político que vive país”.
Todos los países tienen conflictos sociales y políticos, pero al comienzo del siglo XXI Colombia tenía el horrible honor de contar además con lunáticos armados que, según parece, esperaban entrar a Bogotá en botas pantaneras por las autopistas para tomarse la sede de gobierno.
Colombia votó un plebiscito bajo este triunfo semántico de las FARC. No se votó para refrendar el acuerdo con un grupo político ultraminoritario, con fuerza militar pero sin personas que se sientan representadas. Se votó para refrendar el “acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”.
Las FARC en esto reclaman algo parecido a lo de los bolcheviques, quienes se consideraban representantes de una figura abstracta: los intereses históricos del proletariado. Los obreros de carne y hueso eran una ficción. “Colombia” era la que estaba representada por las FARC y los colombianos eran otra ficción.
Como se predijo, no hubo paz en el sentido de no violencia. Siguió el negocio del narcotráfico, de naturaleza violenta por su represión; hubo competencia para controlar los negocios que dejaron quienes se acogieron al acuerdo; y quedó un escenario para cobrar venganzas.
Pero se logró que la violencia del posconflicto no ocurriese a nombre de un grupo político como las FARC, y esto es importantísimo. Aunque éstos parecían lunáticos en su propósito, no eran simplemente unos terroristas y mucho menos, delincuentes comunes. Paseaban por Europa, el continente salvaje, con la legitimidad de la herencia del Che.
Delincuencia organizada y narcotráfico
Lo de las conversaciones en La Picota que trascendieron a los medios, ¿quién quita? puede ser tomado en serio.
El resultado electoral puede interpretarse como el paso crucial de una aceptación general. ¿Acaso no ganaron las elecciones aun con el escándalo?
Lo más polémico será la inclusión en “la paz” de la delincuencia organizada: el clan del golfo y otras perlas negras. Petro podrá pretender alcanzar acuerdos con ellos, con gran escándalo nacional e internacional. Sobre el tema ya se ha hablado. ¿Irá más allá del “perdón social”?
Así lo pretendió López Obrador bajo la idea de “abrazos y no balazos” (posiblemente influida por Mockus, su consultor cuando fue alcalde de Ciudad de México), que por cierto acabó en más balazos… y más abrazos a los ataúdes.
La lucha ‘por la paz’ en este frente incluirá varias dimensiones como la legalización de la marihuana, cuyos detalles son inciertos, o el futuro en cuanto a su producción, distribución, comercialización y consumo.
Y quedan por discutir el tratamiento de las demás drogas prohibidas, así como el de los consumidores, la dosis personal, los operativos y las sanciones sobre quienes participan en la cadena de producción y distribución.
¿Cómo responderán los altos mandos del ejército y la policía? ¿Se guardarán en los cuarteles y bajarán la guardia? ¿Cómo compaginará el presidente, muy exitoso en su vida de denuncia, la necesidad de contar con estas autoridades para hacer valer los acuerdos a los que llegue?
Colombia ya tiene un ejemplo de cómo el negocio no puede dejar de existir. Los que lo manejaron no pueden aislarse de él. Así no funciona la lógica del crimen. El acuerdo con Pablo Escobar no fue muy exitoso.
Los líderes sociales
Por lo demás, la delincuencia organizada tiene varios frentes, como el negocio de tierras y la minería ilegal. Esos negocios están asociados con los asesinatos de líderes sociales.
Es fácil denunciar, con información fidedigna o no, que la complicidad, la indiferencia o las órdenes de los altos funcionarios están detrás de los asesinatos. Pero ahora Gustavo debe reducirlos al mínimo. ¡Perdón! No puede decirse así, porque caemos en el turbayismo. Hay que decir erradicarlos. ¿Con la ayuda de quién? ¿Pactos? ¿La policía? ¿El ejército?
Todo esto son cábalas. Es un panorama animado y peligroso el que nos espera. Las consecuencias de concentrarse en esto son difíciles de predecir y se aplaza nuevamente el asunto de gobernar un país como si fuera normal. Tal vez regrese una idea que pueda darle victorias políticas al Centro Democrático: “la paz sí, pero a qué precio”.