Lo que el COVID-19 puede enseñarnos sobre el consumo y la explotación animal - Razón Pública
Inicio TemasEconomía y Sociedad Lo que el COVID-19 puede enseñarnos sobre el consumo y la explotación animal

Lo que el COVID-19 puede enseñarnos sobre el consumo y la explotación animal

Escrito por Santiago Eslava
Animales modificados

El origen del virus nos invita a replantear la forma de relacionarnos con los animales.

Santiago Eslava Bejarano*

¿Cómo apareció el virus?

A propósito del COVID-19 han circulado muchas teorías conspirativas. Aunque las historias que relatan son distintas, todas parecen atribuirle la responsabilidad de la pandemia a algún grupo particular de personas, principalmente a científicos descuidados o a gobiernos inescrupulosos. Todas ellas carecen de fundamento.

Pero lo que sabemos sobre el virus sí nos permite afirmar que los seres humanos tenemos un grado de responsabilidad por la pandemia y que, además de preocuparnos por combatirla, deberíamos concentrarnos en prevenir catástrofes similares.

Todo parece indicar que el virus tiene origen en los murciélagos. Tal vez los estudios más reconocidos sobre este tipo de virus son los de Shi Zhengli y su equipo, quienes durante años han extraído y analizado muestras de ADN de murciélagos en busca de coronavíridos y de los anticuerpos que les permiten a estos animales combatirlos.

En estado salvaje, los murciélagos estudiados por Zhengli son afectados de manera estacional y periódica por distintas cepas del virus que cambian con el tiempo. En la mayor parte de los casos, sus cuerpos generan los anticuerpos necesarios para combatir los distintos tipos de coronavíridos.

El confinamiento prolongado de especies que, en estado natural, no convivirían juntas, promueve el contagio y la mutación del virus

Sin embargo, al transmitirse a otros animales, entre ellos los seres humanos, estos virus pueden mutar y resultar letales. Un ejemplo de esto es la pandemia ocasionada por el SARS-Cov en 2003, cuya tasa de mortalidad fue casi del 10 por ciento y acabó con la vida de 774 personas en 17 países.

Puede leer: COVID-19: la necesaria mirada global

Nuestra cuota de responsabilidad

La pandemia actual comparte ciertas características con la del 2003.

Numerosos estudios apuntan a que la propagación de ambas tuvo origen en el consumo y comercio de animales salvajes en mercados de fauna silvestre en China. En efecto, de las primeras 41 personas infectadas por el COVID-19, 27 habían estado en el mercado Huanan, en Wuhan. Este es uno de los mercados que resultó de la promoción del consumo de fauna salvaje hecha por el Partido Comunista de China para combatir las duras hambrunas que azotaban al país.

Nuevos virus

Foto: Departamento de Agricultura de Estados Unidos
Este tipo de virus no solo pueden transmitirse a los humanos por medio de los animales salvajes sino también por los domésticos

Lugares como este son focos de transmisión del virus: el confinamiento prolongado de especies que, en estado natural, no convivirían juntas, promueve el contagio y la mutación del virus. Allí es posible ver jaulas apiladas unas sobre otras, de modo que las heces, fluidos y pus de los animales en las jaulas superiores inunda las de los animales que se encuentran debajo.

Esas condiciones resultan idóneas para la emergencia de zoonosis producto del contacto directo con fluidos corporales de otros animales. En el caso del actual COVID-19, es probable que el virus haya pasado de los murciélagos a otros animales (posiblemente pangolines) y de estos últimos a los vendedores y clientes del mercado.

Esa cadena de transmisión describe una zoonosis provocada por la explotación de animales por parte del ser humano. Esta historia resulta familiar porque otros virus se han difundido de manera semejante: dos ejemplos claros son el virus Hendra (VHe) en 1998 y el virus Nipah (VNi) en 1994. Además de causar muertes en seres humanos, ambos virus resultaron letales en otros animales como caballos y cerdos.

El caso del virus Nipah es particularmente llamativo, puesto que para detener su propagación fueron sacrificados más de un millón de cerdos.

A la lista anterior de zoonosis podemos agregar también el ébola, el sida, el mal de las vacas locas, la gripe aviar y la fiebre porcina. En todos estos casos, la confinación de animales salvajes y de animales considerados domésticos ha demostrado ser una práctica que puede poner en riesgo la vida de los seres humanos.

En consecuencia, prohibir el tráfico de fauna silvestre no es una medida suficiente para prevenir pandemias como las mencionadas. Es más: limitarse a señalar las prácticas alimenticias en China y otros países puede fomentar prejuicios racistas que además ignoran el hecho de que en Occidente la explotación de animales entraña peligros semejantes.

La crianza y el hacinamiento de millones de animales (principalmente cerdos, gallinas y vacas) representan riesgos reales para la vida en nuestro planeta: hace tan solo cuatro años, en la provincia de Qinyuan, cerca de 25.000 cerdos murieron por un virus de la misma familia del que causa la COVID-19.

Además de la difusión del virus, el uso excesivo de antibióticos en granjas industrializadas es un factor de riesgo importante puesto que contribuye al surgimiento de bacterias inmunes, que pueden trasladarse a los seres humanos.

Si nuestra cercanía biológica con los cerdos y otros animales no es suficiente para que nos avergoncemos por las horribles condiciones en las que los obligamos a vivir, la posibilidad de que las enfermedades que ellos padecen se trasladen a nosotros sí debería producirnos terror.

Consumo y explotación de animales

Foto: Geograph.org.uk
Tal vez sea momento de replantearnos el consumo y la explotación de animales.

Vale la pena aclarar que no solo los mamíferos pueden portar enfermedades que resulten letales para el ser humano. Distintas cepas de la influenza presentes en aves han encendido las alarmas de la comunidad internacional.

En estos últimos días, miles de aves han muerto en Filipinas a causa de un tipo de influenza llamado H5N6, y todavía no se descarta que pueda ser transmitida a los seres humanos a través de las heces de las aves. Si bien es cierto que los virus de gripe aviar no suelen infectar a los seres humanos, ha habido cepas que causan afectaciones respiratorias que pueden resultar letales.

La confinación de animales salvajes y de animales considerados domésticos ha demostrado ser una práctica que puede poner en riesgo la vida de los seres humanos.

Esta pandemia nos invita a reflexionar sobre la forma como tratamos a los demás animales y a desarrollar nuevas formas de relacionarnos con ellos. Las imágenes de animales salvajes deambulando por ciudades en cuarentena nos permiten imaginar un mundo distinto. Aunque algunas de ellas son falsas, nos recuerdan que los espacios que habitamos no son nuestros sino que los compartimos con muchos otros con quienes tenemos obligaciones éticas.

Puede leer: La influenza A: más preguntas que respuestas

¿Qué podemos hacer?

En redes sociales muchas personas han insistido en la importancia del autocuidado en relación con el bienestar colectivo. Gracias a ellas hemos comprendido que lavarnos las manos, evitar congregaciones públicas y mantenernos tan aislados como sea posible son estrategias que nos permiten cuidar de nosotros mismos y cuidar de quienes nos rodean.

La relación entre el autocuidado y el cuidado de otros no es unidireccional: al cuidar de otros también cuidamos de nosotros; evitar que otros se contagien contribuye a prevenir nuestro propio contagio.

Pero las lecciones no resultan apenas de las maneras apropiadas para frenar la pandemia. Los orígenes de este virus y la manera como se ha difundido también nos muestran algo importante sobre aquella relación: si no cuidamos de los demás, humanos o no, tampoco estamos cuidando de nosotros mismos.

En este caso, como en otros, la propagación del virus ha sido causada por el confinamiento, explotación y consumo de animales, lo cual debería mostrarnos que nuestro futuro como especie demanda un cambio radical en nuestras prácticas de consumo y en las maneras de relacionarnos con otros seres vivos.

En tiempos tan extremos como este, la insistencia en dejar de consumir y explotar animales deja de parecer radical.

*Filósofo, literato y magíster en Literatura de la Universidad de los Andes.

 

 

Artículos Relacionados

Dejar un comentario

Este sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Leer políticas Aceptar

Política de privacidad y cookies