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Llamar las cosas por su nombre: Edy Fonseca y la trata de personas

Escrito por Catalina Ruíz Navarro
Edy Fonseca y la trata de personas

Catalina RuizAnálisis de un caso doloroso y un delito más común de lo que se piensa. ¿Cuáles son los criterios para considerarlo trata de personas?

Catalina Ruiz-Navarro*

La historia de Edy Fonseca

La primera semana de mayo llegó a los medios de comunicación la denuncia de la vigilante Edy Fonseca, de 51 años, quien  fue obligada a vivir durante un mes en un edificio del barrio Rosales en Bogotá, trabajando de forma forzada, con su movilidad restringida y sin poder salir a ver a su familia.

Según Fonseca, sus empleadores la llamaron el 25 de marzo, justo antes de iniciar el confinamiento obligatorio, para regresar a su puesto de trabajo. Al llegar, le informaron que de ahora en adelante ella debía quedarse en la recepción del edificio, durmiendo en un sofá viejo en una habitación que recientemente había sido fumigada por tener ratas, usando un baño sin agua corriente, obligada a asearse con un balde y recibiendo solo 15.000 pesos a diario para comer.

Fonseca salió del edificio en una ambulancia, a punto de entrar a un coma diabético, con el azúcar alta, parálisis facial y problemas para respirar. El abogado de la víctima, Nixon Forero, ha dicho a los medios de comunicación que planea demandar al edificio por “lesiones personales” y afirma que también estuvieron “muy cerca del secuestro” y al borde del homicidio.

Por otro lado, la Superintendencia de Vigilancia investiga al consejo del edificio “Luz Marina” por sus abusos como empleadores y por contratar los servicios sin acudir a una empresa de vigilancia debidamente reconocida y licenciada.

¿Trata de personas?

Sin embargo, las violaciones de derechos humanos contra Edy Fonseca son mucho más graves. En palabras de la Secretaría de la Mujer de la Alcaldía de Bogotá, es trata de personas con fines de explotación laboral. Según la secretaria, Diana Rodríguez Franco, la trata por explotación laboral se define por dos criterios:

  1. Ausencia de consentimiento para realizar el trabajo o para anular el consentimiento dado, y
  2. Amenaza de una pena, que puede ir desde atentar contra su vida e integridad física hasta el despido o coerción psicológica.

Ambos están presentes en la historia de Fonseca. Ella fue engañada y amenazada con perder su trabajo: “Les dije que tenía un hogar, que yo no podía trabajar en esos turnos y me respondieron que me tenía que someter a esas decisiones, pues en cuarentena nadie podía salir; me dijeron que era mi trabajo y que yo vería si lo perdía”.

Fonseca salió del edificio en una ambulancia, a punto de entrar a un coma diabético, con el azúcar alta, parálisis facial y problemas para respirar.

Según este manual de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), la trata se identifica por tres elementos:

  1. Acto y proceso: incluye captación, transporte, traslado, acogida y recepción de personas. En el caso de Fonseca, la trabajadora regresó al edificio sin saber que no podría volver a su casa y fue obligada a vivir y dormir en el sótano de la recepción.
  2. Medios: que incluyen amenazas, uso de la fuerza, coacción, rapto, fraude, engaño, abuso de poder, abuso de una situación de vulnerabilidad y concesión o recepción de pagos. En el caso de Fonseca los dos medios fueron el engaño y el abuso de poder.
  3. Finalidad: la finalidad de la trata es siempre la explotación, e incluye la prostitución forzada y otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud y las practicas análogas a la esclavitud, la servidumbre involuntaria y la extracción de órganos. En este caso Fonseca fue explotada con la finalidad de servidumbre involuntaria.

El caso también puede recurrir al Protocolo de Palermo, primer instrumento internacional para definir la trata de personas. Esa definición ha sido adaptada casi palabra por palabra en la legislación colombiana contra la trata de personas, en la Ley 985 de 2005.

Edy Fonseca

Foto: Ridley Thomas
Lo de Edy Fonseca no puede llamarse de otro modo sino trata de personas.

Puede leer: La cuarentena y la violencia de género

Otras historias de trata de personas

La historia de Edy Fonseca no es tan extraña. En Colombia la trata para fines de servidumbre es más común de lo que parece, pero es un delito difícil de identificar porque el trabajo se realiza en residencias privadas, y muchas veces las tratantes son personas adineradas con poder político y social.

La trata con fines de servidumbre doméstica cubre una amplia variedad de situaciones que comparten determinadas características: sometimiento, intimidación y obligación de proporcionar trabajo a un particular, sueldos excesivamente bajos o inexistentes, cero o pocas vacaciones, violencia psíquica o física, libertad de movimiento limitada o restringida, denegación de un nivel mínimo de intimidad y de asistencia sanitaria.

Uno de los puntos más crueles del caso de Edy Fonseca es la negación de asistencia sanitaria, que casi le cuesta la vida, y que paradójicamente fue la única alarma externa de que algo malo estaba pasando, su ocasión para escapar y poner una denuncia.

En casos previos, la trata de personas con fines de servidumbre involuntaria también se ha hecho visible solo cuando las víctimas llegan a una situación de crisis tal que su vida se ve en peligro y acaban por involucrarse terceros. Es el caso de María Trinidad Cortés, que en julio de 2015 llegó a los medios de comunicación en Colombia.

María Trinidad Cortés, en ese entonces de 83 años, había sido esclavizada para realizar trabajos serviles por 44 años por una familia del barrio El Poblado de Medellín. Según el periódico El Tiempo, la familia era dueña de fincas ganaderas e industrias metalúrgicas, pero el apellido nunca llegó a conocerse en los medios de comunicación. El caso se hizo público porque Cortés un día le contó llorando a una vecina en el supermercado que “la patrona había muerto y que una de sus hijas quería vender un apartamento y dejarla en la calle”.

A su edad avanzada, Cortés había perdido varios de sus dientes y la audición del oído izquierdo. Según El Tiempo, llegó a trabajar como cocinera de la casa, con un pago de 300 pesos al mes con permiso para cinco horas de descanso los domingos, pero en los años 80 la familia dejó de pagarle argumentando que “no había plata”.

Era forzada a trabajar “a cambio de comida y una cama”, nunca estuvo afiliada al Sistema de Seguridad Social en Salud, estaba indocumentada, y el nieto de la familia la amenazaba con pegarle con una escoba si les contaba a los vecinos lo que pasaba. La familia empezó a impedirle asistir a bautizos y primeras comuniones de su familia y cuando salían de viaje la dejaban sola, sin llaves en la puerta de ingreso y con candado en la nevera.

Tampoco recibía atención médica. Según El Tiempo: “Cuando un carro la lanzó varios metros en la calle, su “patrona” solo le dio una pastilla para el dolor”. Y en 2007 “la dejaron sola por 33 días en el Hospital General de Medellín, con un diagnóstico de linfoma de Hodgkin”. Cuando la dieron de alta y volvió con sus captores, su sobrina trató de sacarla de esa casa, pero una de las hijas de la “patrona” le dijo que “Trinidad solo sale de esta casa de paticas para el cementerio”.

condiciones infrahumanas a la vigilante Edy Fonseca.

Foto: Secretaría Distrital de Planeación
En un edificio ubicado en un sector exclusivo en Bogotá se mantuvo encerrada y en condiciones infrahumanas a la vigilante Edy Fonseca.

En diciembre del 2014, el Juzgado 13 Civil de Medellín falló una acción de tutela que ordenaba a los cuatro hijos de la familia pagarle a Trinidad un salario mínimo y afiliarla a una EPS, pero nunca fueron acusados de trata de personas.

La primera condena por Trata de Personas con fines de servidumbre doméstica se dictó en Colombia en septiembre de 2018. A la víctima, una mujer indígena de 18 años de la comunidad de Carapana en el Departamento de Vaupés, se le prometió trabajo doméstico y un salario de 77 dólares.

Cuando llegó a Bogotá, se le advirtió que no recibiría un salario durante dos meses porque tenía que pagar los pasajes de su ciudad natal a la capital. Posteriormente, se le dijo que tendría que trabajar otros 20 meses sin sueldo porque tenía que pagar por una pieza decorativa que había roto accidentalmente. La mujer estaba embarazada y trabajaba más de 12 horas al día con restricciones a su libertad.

Lea en Razón Pública: La trata de personas en Colombia

La trata durante la pandemia

Ivonne Pineda, consultora independiente y experta en trata de personas explica que la pandemia ha generado cambios sociales y efectos económicos. Según la Cepal, se pueden perder un tercio de los empleos a nivel global durante 2020. Esto tiene un impacto en la trata de personas, pues aproximadamente 29 millones de personas entrarán a las líneas de pobreza y esto las hará más vulnerables a este delito, al no tener sus necesidades básicas satisfechas.

Pineda explica que la trata de personas es un problema que afecta de forma desproporcionada a mujeres, niñas y ancianas, que conforman el 81% de las víctimas de trata según los registros disponibles, mientras que la mayoría de los tratantes son hombres. Pero además la trata se asocia con estereotipos basados en el género, que naturalizan formas de violencia que se están exacerbando en el espacio privado por la pandemia y el confinamiento.

En palabras de la Secretaría de la Mujer de la Alcaldía de Bogotá, es trata de personas con fines de explotación laboral.

Nuestra herencia colonial ha naturalizado el servilismo doméstico y más cuando se trata de clases muy altas y personas en situación de vulnerabilidad. Con frecuencia se escudan actitudes explotadoras de las condiciones laborales con frases como “al menos tuvo la oportunidad de vivir en un barrio como este”, “ella sabe comer con poquita plata”, “es como de la familia”.

Esas, en el fondo, son expresiones de un profundo clasismo, tan recalcitrante que puede llegar a justificar algo tan abominable como la trata de personas. Por eso es importante empezar a llamar a las cosas por su nombre.

*Feminista barranquillera  autora del libro “Las mujeres que luchan se encuentran”, columnista del diario El Espectador desde 2008. Hace parte del Consejo Consultivo de la ONG alemana Centre For Feminist Foreing Policy. También es una de las fundadoras del colectivo feminista colombiano Viejas Verdes. Su trabajo como periodista ha sido publicado en periódicos internacionales como The Guardian y The Washington Post. Es maestra en Artes Visuales con énfasis en Artes Plásticas y Filósofa de la Universidad Javeriana, con Maestría en Literatura de la Universidad de Los Andes. Es conocida en redes como @catalinapordios

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