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Libertad individual y vacunación

Escrito por Delfín Ignacio Grueso
Delfin Grueso

¿Es posible decidir no vacunarse? Los argumentos para no vacunarse y el debate sobre obligatoriedad de la vacuna contra la COVID-19.

Delfín Ignacio Grueso*

Argumentos para no vacunarse

A medida que avanza la vacunación en el mundo, se oyen con más claridad las voces de quienes dicen “no me vacuno”. Sus razones son muchas.

Hay personas que aún niegan que exista el Sars-CoV-2.

Otras consideran que la vacuna no es necesaria, porque no creen en su capacidad para detener la pandemia, o en la rectitud moral de quienes la crearon, o en la de quienes gestionan su aplicación masiva.

Otros más argumentan que el sistema inmunológico no es tan indefenso como se pretende. Para probarlo comparan las bajas cifras de hospitalización y muerte con las de los contagios y los casos asintomáticos y proponen que la mitad de la población podría tener una inmunidad congénita frente al virus. Estas personas consideran que no hace falta vacunarse, porque quienes pueden presentar complicaciones disponen de medios alternativos para mejorar su sistema inmune.

Es evidente que únicamente las investigaciones científicas sólidas y concluyentes podrían invalidar este tipo de razonamientos. Lamentablemente todavía no se alcanzan dichas investigaciones.

También hay personas que creen en la necesidad de las vacunas, pero desconfían de las existentes. Las sospechas son entendibles. Los laboratorios reconocen que sus productos no garantizan el 100 % de inmunidad y que la eficacia se reduce ante las nuevas mutaciones del virus.

Por si fuera poco, ahora parece que no es suficiente con tener las dosis completas, puesto que se necesita una adicional. ¿No dirán mañana que les falta una cuarta dosis? De este modo, surge una duda razonable que únicamente podrán despejar las investigaciones concluyentes.

Aún así, hasta que no se demuestre la existencia de los efectos secundarios, la prudencia aconsejaría vacunarse para evitar caer en la lista de las víctimas fatales que rechazaron la vacuna.

Conspiración

Pero la evidencia científica no es suficiente para quienes sospechan de las intenciones detrás de las vacunas. Ellos se preguntan cómo es posible que las vacunas llegaran tan rápido, si otras como la del polio, el sarampión, la viruela o el tétano demoraron décadas en ser producidas y con otras aún no se llega a puerto seguro.

La mayoría de las vacunas contra la COVID-19 rompieron el método de elaboración seguido en otras ocasiones. Por eso hay quienes creen que ahora se experimenta irresponsablemente con la humanidad.

Algunos afirman que se trata de reducir las probabilidades reproductivas de los vacunados para frenar el crecimiento demográfico. Otros graban sus antebrazos para convencer a las personas de que les colocaron un chip para controlarlos.

Aquí se mezclan enunciados falsables, en términos de la investigación científica, con delicadas acusaciones sobre propósitos ocultos detrás de la vacuna.

El problema estriba en que la balanza se inclina más del lado de las teorías conspiratorias que son inmunes al razonamiento científico y a la lógica más elemental. Las explicaciones de los salubristas y epidemiólogos no pueden contra ellas, menos aún las consideraciones ético-políticas.

Capitalismo y autoritarismo

También hay excusas para no vacunarse que apuntan a una perversa combinación entre capitalismo salvaje y autoritarismo gubernamental.

La lógica del capital invadió las prácticas médicas y domina la agenda de la industria farmacéutica. El autoritarismo político se catapultó en esta pandemia y socavó la democracia. ¿Por qué no podrían confluir estas lógicas a propósito de la vacuna?

Es obvio que los laboratorios están haciendo su agosto; lo muestra el comportamiento de sus acciones en las bolsas de valores. ¿Qué les impediría inventarse una modalidad de obsolescencia programada que, más allá del carácter indómito y mutante del virus, cree un callejón sin salida de innecesarias vacunas estacionarias?

Nada les impide a los gobiernos servirse de planes de vacunación masiva para desplegar formas autoritarias de gobernabilidad so pretexto de administrar la vida y la muerte. Aquí, hay que reconocerlo, la cuestión escapa al alcance de este escrito.

foto: The Bogota Post - Poco se puede hacer, en el corto plazo, contra este libertarismo que se opone a la necesidad de generalizar la vacuna para detener la pandemia.

Libertad individual

Finalmente está quien dice “nadie puede obligarme a vacunarme; al fin y al cabo es mi cuerpo y es mi libertad”. ¿Cómo oponerle un argumento normativo claro a esta forma de plantear una postura contra la vacuna?

Este individuo se presenta como un libertario. No necesita razones médicas ni teorías conspirativas para defender su posición: apela a un valor superior que la modernidad occidental convirtió en ‘derecho natural’, que el liberalismo elevó a piedra angular de su paradigma y que muchas constituciones consagraron como ‘derecho fundamental’.

Ciertamente, los discursos del ‘autocuidado’ y de la ‘responsabilidad personal’ no son suficientes para discutir con estas personas. Dichos discursos siguen la lógica individualista y aislacionista de los enfoques neoliberales en materia de salud pública.

La idea del ‘autocuidado’ también debería servir para disuadir a quienes practican deportes extremos o llevan al límite su experiencia con las drogas, pero estas personas invocan su derecho a hacer lo que quieran con su vida.

A pesar de todo, las legislaciones que obligan a los choferes y motociclistas a usar el cinturón de seguridad y el casco. De esa manera, dejaron de lado ese discurso inocuo e hicieron énfasis en los costos o daños colectivos que sufrimos por los accidentes de tránsito. Es lo mismo que se aduce al penalizar el consumo de las bebidas azucaradas.

Sin embargo, no puede exigirse una imposición legal y directa de la vacuna.

Los entes públicos y privados saben que esta opción sería autoritaria y están optando por modos indirectos (carnés con equivalencia de pasaportes para viajar o ingresar a establecimientos, regulaciones internas de las empresas, estímulos a la vacunación, etc.).

Tienen razón. Ante una eventual imposición legal de la vacuna, el amigo libertarista usaría cualquier herramienta para evitar la vacunación, desde el sacrosanto derecho a la libertad, hasta los recursos legales que en Colombia incluyen la Constitución, los fallos de la Corte Constitucional y el recurso de tutela.

Dirá que la libertad es un derecho natural y acabará apelando a recursos del derecho positivo o de la legislación vigente en su país.  Incluso recurrirá al Código de Núremberg de 1947, que se llevó por delante tanto a los supuestos iusnaturalistas como a los iuspositivistas en materia de derechos.

Poco puede hacerse a corto plazo contra este libertarismo que se opone a la necesidad de generalizar la vacuna para detener la pandemia. Pero hay que socavarlo si de verdad quieren proponerse metas de salud pública más solidarias y eficaces. Es un imperativo ético-político de primer orden.

La pandemia desnudó la fragilidad de los sistemas sanitarios en los regímenes neoliberales. De igual forma, el obstinado libertarista deja en claro lo poco que tenemos como sociedad para promover metas colectivas como la de una sociedad libre de COVID-19.

Pero no es fácil emprender una cruzada contra la premisa detrás de la postura “es mi cuerpo, mi vida, mi libertad”. La premisa es una variación de esa ‘libertad negativa (en el sentido de Isaiah Berlin) y que MacPherson llamó ‘individualismo posesivo’.

Esta postura sirvió para avanzar conquistas progresistas en los siglos recientes, desde la libertad de conciencia, hasta el derecho al aborto y a la muerte digna. Con ella se defendió la autonomía personal frente a los controles que se ejercen contra el individuo.

Tampoco es fácil defender esa libertad negativa con la salvedad que le impuso John Stuart Mill: “con tal de que no afecte a terceros”. No es fácil saber qué significa afectar a terceros en relación con el fumador, el alcohólico, el consumidor de substancias psicoactivas. Pero la cláusula debería ser invocada con relación al libertarista que no se vacuna. Puede afectar por igual a los terceros cercanos (abuelos, padres, hermanos) y a toda una sociedad que quiere alcanzar la llamada ‘inmunidad de rebaño’ y dejar atrás esta pandemia.

Ya está claro que, dentro del marco del libertarismo, sólo se lo puede regañar, como hace el presidente de Francia frente a la protesta de los ‘antivacuna’: su libertad afecta mi derecho a estar sano. Pero está claro que este regaño no va a modificar un ápice de su libertarismo.

Es aquí, con ocasión del libertarista antivacuna, donde mejor se revelan los límites del individualismo posesivo. Este, puede ahondar nuestra condición de especie amenazada, como lo hacen las políticas privatizadoras, la economía extractivista o el calentamiento global. Y lo puede hacer orgulloso de ser un defensor de la libertad.

En el largo plazo, se hace más patente la urgencia de luchar por una prevalencia de las metas sociales y una defensa del bien común expresable en bienes públicos y medios solidarios, de los cuales una vacunación masiva podría ser un buen ejemplo.

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