La relación entre democracia y liberalismo encuentra sus raíces en grandes pensadores políticos de los siglos XVIII y XIX que centraron sus reflexiones en la naturaleza de las libertades individuales, para terminar exaltando la participación política como la máxima realización humana: la transformación del individuo en ciudadano.
Francisco Cortés Rodas *
¿Vigentes los fundamentos del liberalismo?
En las últimas décadas del siglo pasado y en la primera del siglo XXI las diferencias ideológicas entre los partidos tradicionales colombianos se fueron diluyendo y el talante de unos y otros, con muy contadas excepciones, fue desapareciendo en función de las cuotas, la clientela, y las gabelas en el ejercicio del poder político.
Sin embargo, hay unos fundamentos filosóficos que mantienen vivos principios fundamentales para las sociedades modernas, que hablan de la libertad de los individuos, de la democracia para elegir, pero también de ser elegido y de ejercer libremente la crítica, la opinión, la oposición, sobre quienes manejan el poder.
Pero ¿qué son el liberalismo y la democracia? Hay que volver a los clásicos del pensamiento liberal y democrático para responder esta pregunta; a John Locke, Montesquieu, James Madison, George Washington, Alexander Hamilton, Emmanuel Sieyes, Benjamin Constant, Alexis de Tocqueville, Thomas Paine y John Stuart Mill.
El liberalismo es un sistema complejo que articula dos formas de libertad, las cuales han sido denominadas como libertad negativa y libertad positiva.
La libertad negativa: el derecho a ser uno mismo
La libertad negativa, como escribe Benjamin Constant, "no es otra cosa que el derecho a no estar sometido sino a las leyes, no poder ser detenido, ni preso, ni muerto, ni maltratado de manera alguna por el efecto de la voluntad arbitraria de uno o de muchos individuos; es el derecho de decir su opinión, de escoger su profesión, de ejercerla, y de disponer de su propiedad, y aún de abusar si se quiere, de ir y venir a cualquier parte sin necesidad de obtener permiso, ni de dar cuenta a nadie de sus motivos o sus pasos; es el derecho de reunirse con otros individuos, sea para deliberar sobre sus intereses, sea para llenar los días y las horas de la manera más conforme a sus inclinaciones" [1]
La libertad negativa comprende la idea del debido proceso: nadie puede ser juzgado, detenido, ni preso, sino de acuerdo a leyes preexistentes al acto que se le imputa, en consonancia con procedimientos establecidos por la ley y por las autoridades instituidas.
La libertad negativa contiene además el derecho a tener una opinión propia y poder expresarla públicamente sin ningún tipo de restricción salvo el respeto a la dignidad y privacidad de los otros.
La libertad negativa incluye también la libre elección de la forma de vida, la profesión y las actividades que cada uno decida emprender. Abarca, además, el derecho a tener propiedades y poder disponer de ellas libremente, y los derechos de reunión y asociación.
Constant identifica la libertad moderna con la experiencia personal de la seguridad, con aquello que Montesquieu denominó la tranquilidad de espíritu, resultante de que ningún ciudadano pueda temer de otro.
La libertad negativa es, entonces, aquello que los individuos tienen derecho a hacer y es donde la sociedad no tiene derecho a intervenir. La dimensión privada del individuo queda completamente separada de la sociedad. El individuo domina con total libertad su ámbito privado y el ámbito público queda por fuera, bajo el control de la sociedad.
Libertad es el nombre dado al límite que separa esos dos espacios de acción, es la barrera más allá de la cual cualquier intervención de la sociedad es ilegítima, donde el individuo decide cada cosa por sí mismo.
La libertad positiva implica el derecho a participar
Pero Constant introduce una segunda dimensión de la libertad cuando habla del derecho a tomar parte en el gobierno político.
La libertad moderna sería incompleta si se redujera a su dimensión negativa. "El peligro de la libertad moderna puede consistir en que, absorbiéndonos demasiado en el goce de nuestra independencia privada y en procurar nuestros intereses particulares, podamos renunciar muy fácilmente al derecho de tomar parte en el gobierno político".[2]
Contra este peligro, Constant reclama el fortalecimiento de la democracia, el cual debe concretarse en el ejercicio de las libertades políticas: la práctica de la libertad de prensa; el control por parte de la sociedad civil de las actividades de los funcionarios públicos, mediante una opinión pública crítica y deliberante; y el desempeño de una vigilancia activa y constante sobre los representantes elegidos para ver si cumplen exactamente con su encargo.
Si estos derechos políticos no se ejercen y se confía en la buena voluntad de los gobernantes y en sus promesas de respeto a las leyes y a la Constitución, se crea un vacío en el ejercicio del poder.
El ejercicio de las libertades garantiza el control del poder
¿Es posible disfrutar de los goces de la libertad privada sin las garantías para el ejercicio de las libertades políticas? y ¿dónde encontraríamos esas garantías si renunciásemos a la libertad política?, se pregunta Constant.
Pretender disfrutar de los derechos privados sin hacer uso de los derechos políticos, "sería una locura, semejante a la de un hombre que bajo el pretexto de no habitar sino un primer piso, pretendiese edificar sobre la arena un edificio sin cimientos".[3]
Es decir, todos los derechos civiles pueden ser abrogados en ausencia del derecho a la libertad política. Así, podemos ver que la libertad moderna es un sistema complejo y entrelazado, en el cual las dos formas de libertad se combinan entre sí y se dan soporte mutuo.
Al participar en política, el individuo se hace ciudadano y trasciende
Pero es incluso posible dar un paso más e introducir una formulación más amplia de la idea de participación política: El ejercicio de la autonomía pública no tiene valor solamente como instrumento para la protección de la autonomía privada, sino que tiene valor en sí mismo.
El placer de la participación en tomar parte en el gobierno político es el placer de la acción, de la imaginación, de una exaltación duradera, de la gloria y las emociones generosas y profundas.
Ese placer que hallaban los antiguos en la existencia pública no tiene por qué desaparecer en el mundo moderno. Pretender reducir la naturaleza humana al disfrute de las fórmulas del bienestar privado, es entender de forma muy estrecha al hombre.
"No", escribe Constant, "yo certifico la existencia de la parte mejor de nuestra naturaleza; de esta noble inquietud que nos persigue y nos atormenta; de este ardor de extender nuestras luces y desarrollar nuestras facultades; […] y la libertad política ciertamente es el más poderoso y enérgico modo de perfección que el cielo nos ha dado entre los dones terrenos."[4]
La libertad política es la convocatoria a todos los ciudadanos a que concurran con sus determinaciones y sufragios al ejercicio del poder, garantizándoles un derecho de vigilancia por medio de la manifestación de sus opiniones, que los eleva a la más alta posición moral.
Al darles a todos los ciudadanos la tarea de examinar y estudiar sus más grandes intereses, la libertad política agranda su espíritu, ennoblece sus pensamientos y hace que la nación adquiera un esplendor del que carecía.
El reto histórico para Juan Manuel Santos
Si el presidente Juan Manuel Santos quiere realmente defender estos grandes ideales del liberalismo y de la democracia, de un lado tiene que romper con lo que representa el "uribismo", es decir, con el despotismo y el populismo político de los "consejos comunitarios" y ahora de los "talleres democráticos". Pero también tiene que romper, de otro lado, con el desconocimiento de los derechos individuales y de la Constitución de 1991, lo más nefasto del régimen "uribista".
En fin, debe materializar el "cambio radical" que Colombia requiere para ser una nación más justa, más democrática y más liberal, es decir, emprender el camino de la redistribución de la riqueza, del aseguramiento de los derechos humanos, civiles, políticos, sociales y económicos para todos los colombianos.
Es un reto similar al que tuvieron que enfrentar Alfonso López Pumarejo con la "Revolución en Marcha" y Alberto Lleras Camargo tras el fin de la dictadura de Rojas Pinilla.
* Instituto de Filosofía, Universidad de Antioquia. E-mail: franciscocortes2007@gmail.com
Notas de pie de página
[1] Constant, B., Del espíritu de conquista, Tecnos, Madrid, 1998, 67.
[2] Constant, Benjamin: "De la libertad de los antiguos comparada con la libertad de los modernos". Tecnos, Madrid. 1998. Pág. 90.
[3] Constant, Benjamin, De la libertad, Op.cit., p.91.
[4] Constant, Benjamin,: "Del espíritu de conquista". Tecnos, Madrid. 1998, 90.