Liberación de los rehenes ¿Un final o un comienzo? - Razón Pública
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Liberación de los rehenes ¿Un final o un comienzo?

Escrito por Hernando Gómez Buendía
Hernando Gomez Buendia

hernando gomez buendiaCuáles fueron las razones de las FARC y cuáles los efectos previsibles de la entrega de nuevos secuestrados. Un análisis comparativo e histórico ayuda a aclarar si algo está cambiado y qué tanto está  cambiando en el balance de la paz y de la guerra en Colombia.  

Hernando Gómez Buendía *

0083​Optimismo, pesimismo

Aunque a última hora han surgido inconvenientes para la entrega del capitán Guillermo Solórzano y el cabo Salín Antonio Sanmiguel,  el regreso a la libertad de dos concejales y un militar secuestrados por las FARC no sólo ha sido un motivo de alegría general sino, en sentir de muchos, una señal de que algo de fondo está cambiando en el curso de la guerra y de la paz. 

Para saber si algo está cambiando, creo útil distinguir tres tipos o tres momentos en la historia reciente de las liberaciones de las FARC, momentos que podríamos llamar el del canje de prisioneros, el de la guerra política y el de los gestos de paz. Las liberaciones que han debido concluir hoy domingo (y que todos esperamos han de concluir una vez se despeje el contratiempo que frustró la última fase  de esta compleja operación)   esas liberaciones, digo, parecerían corresponder al último tipo mencionado y – por ende – serían una razón justificada de optimismo.

Para saber qué tanto está cambiando, creo útil esbozar una hipótesis sobre el carácter enfermizo de la relación que históricamente se ha creado entre la guerrilla y la sociedad colombiana. Esta patología hace que –aunque para las FARC estas liberaciones sean un paso de veras importante- para el gobierno y la opinión sean claramente insuficientes como el “case” hacia la paz, y por lo tanto no hay lugar al optimismo.

Pero, antes, una reflexión sobre los tres tipos de personas que involuntariamente están en manos de las FARC y por lo mismo pueden ser objeto de liberación, la cual servirá como marco del análisis que sigue.

Secuestrados por dinero

Las guerrillas rurales de todos los países secuestran hacendados o campesinos ricos como una forma de financiación. Esta fue la principal fuente de recursos en los primeros tiempos de las FARC, justificada además como un “impuesto de guerra” o una expresión válida de la lucha de clases.

El secuestro extorsivo fue pues -y sigue siendo- la pesadilla de los ganaderos y empresarios del campo de distintas regiones y durante décadas. Su importancia relativa sin embargo tiende a disminuir a medida que surgen otras fuentes de ingreso – y, en el caso de Colombia, sobre todo el narcotráfico-. Pero esta práctica común y hasta explicable de las guerrillas, ya de por sí lleva el germen de la degradación del conflicto y el repudio natural de la opinión al delito repulsivo del secuestro. 

Soldados y policías

Cuando la guerrilla alcanza una cierta capacidad militar y control sobre un cierto territorio, aumenta la importancia de un segundo tipo de rehenes: los soldados y policías apresados en combate o en emboscadas, que se pueden mantener en campamentos o en galpones bien guardados.

Los retenidos de este segundo tipo aumentaron notablemente en Colombia durante la segunda mitad de los 90 cuando, gracias a los dineros de la droga, a la habilidad militar del “Mono Jojoy” y a la ineptitud de las Fuerzas Armadas, las FARC pasaron a ser casi un ejército y propinaron los grandes golpes de la época (Las Delicias, en 1996, Patascoy en el 97, Miraflores, El Billar o Mitú en el 98).

Comparados con los del primer tipo, estos rehenes uniformados tienen dos ventajas para la guerrilla: (a) Son “prisioneros”, no “secuestrados” y por lo mismo indignan menos a la opinión o son justificables a la luz del derecho de guerra, y (b) Ponen a la insurgencia en un cierto estatus de igualdad con las Fuerzas Armadas: es una baza que servirá para negociar, como veremos.

Políticos y notables

Inspiradas en parte por las guerrillas urbanas, con su gusto por los golpes simbólicos o propagandísticos (golpes que por los además son la contracara de su falta de fuerza militar) las FARC descubrieron el secuestro político, que comenzó por concejales (alrededor de 1996), se elevó a congresistas (el primero de los cuales fue Oscar Tulio Lizcano en agosto del 2000) y culminó con Ingrid Betancourt (febrero de 2002) los once diputados del Valle (en abril del mismo año) y los tres así llamados “contratistas” de Estados Unidos (febrero de 2003).

El secuestro de políticos prestantes tiene las ventajas obvias de causar conmoción y de poder presionar más al gobierno. Pero este tercer tipo de retenciones sirve, o para dar a conocer a una guerrilla (Aldo Moro y la Brigadas Rosas en Italia) o cuando el secuestrado es altamente impopular y la insurgencia funge como un “ángel vengador” (lo que el M19 probablemente intentó en el caso de José Raquel Mercado). De lo contrario  es inútil  o es perjudicial: las FARC no necesitaban darse a conocer, y el secuestro de Ingrid, en vez de simpatías, causó una ola de indignación que las hizo y las hace aparecer como el principal y el más odiado enemigo de Colombia.        

El secuestro político, que una vez vieron como su gran arma, acabó así por rematar el suicidio político de las FARC. Pero esta es apenas la expresión más visible del diálogo enfermizo entre guerrilla y sociedad que comento adelante.

Y por ahora paso a describir los tres tipos o “momentos” que creo discernir en la historia de las liberaciones de las FARC, no sin hacer dos advertencias: una, obvia, que estos tipos no son puros ni estos cambios son tajantes; y dos, obvia también, que las incontables entregas de secuestrados a cambio del pago una suma no se incluyen aquí porque no son en realidad “liberaciones”.    

(1) El canje de prisioneros, Samper, Pastrana y Uribe

Las liberaciones de esta semana no son por supuesto las primeras que una guerrilla lleva a cabo en Colombia. Para no mencionar los numerosos ejemplos del ELN (los secuestrados del avión de Avianca, los de La María, los de la Vía al Mar, los 42 uniformados en el año 2000) y para aludir sólo a los dos antecesores inmediatos de Uribe:

  • Bajo el gobierno de Samper, y en virtud del Acuerdo de Remolinos del Cagúan, se produjo la entrega de sesenta soldados y diez infantes de marina en un acto solemne con himnos y banderas de Colombia y de las FARC-EP (junio 15 de 1997). Fue la baza que mencioné más arriba.
  • En tiempos de Pastrana y en desarrollo del famoso Acuerdo de los Pozos, se dio primero la liberación de 42 soldados o policías enfermos (febrero 6 de 2001) y luego la de 310 uniformados en la Macarena (27 de junio de 2001)[1].

Pero estas liberaciones se hicieron en el marco de procesos de negociación más o menos nebulosos, y en todo caso se dieron a cambio de excarcelar guerrilleros que habían sido condenados por los jueces, de suerte que se trataba de una especie de “intercambio de prisioneros de guerra” como se estila en los conflictos internacionales.

El intercambio de militares por guerrilleros se estaba convirtiendo en una  tradición. El  presidente Uribe decidió ponerle punto final a esta práctica, y lo hizo con una buena razón: en ausencia de un proceso de paz serio, los canjes producen la certeza de que la guerrilla podrá liberar a sus combatientes apresados con solo echarles mano a policías o secuestrar más y más “canjeables”. Y así surgió la polémica del mal llamado “canje humanitario” -si es canje no es humanitario, y viceversa- donde el derecho de los secuestrados y el dolor de sus familias se sumó al oportunismo de Samper y otros políticos o gobiernos extranjeros para presionar a Uribe y ocasionar un debate donde de uno y del otro lado menudearon los sofismas.

Pero el presidente se mantuvo en sus trece, con los “inamovibles” y el no final al despeje de Florida y Pradera.

(2) La guerra política: golpes y contragolpes

La intervención de Sarkozi y la designación de Chávez como mediador autorizado por Uribe cambiaron sin embargo el sentido de las liberaciones, y de hecho aumentaron su valor estratégico para los insurgentes. En vez de hacer que excarcelaran a algunos guerrilleros (que son demasiado viejos para el servicio, que no vuelven al monte, o que vuelven con el estigma de que tal vez cambiaron de bando allá en la cárcel), ahora las FARC tenían el espacio para posar de razonables o magnánimas ante un gobierno que con razón tenía fama de pasional y sectario.    

El error de Uribe en relación con Chávez convirtió lo que era un dudoso negocio militar para la guerrilla –un canje de excombatientes- en el mejor negocio simbólico o político que habían tenido en medio siglo de historia: la liberación incondicional o estrictamente humanitaria de personas que ya eran muy visibles en la escena mundial.

  • Y así, después de la destitución ruidosa de Chávez y sus discursos no menos ruidosos, del escándalo amarillo que los medios montaron en torno de Emmanuel y de otras peripecias, en enero de 2008 las FARC entregaron a Clara Rojas y a la congresista Consuelo González a una comisión donde estaban Néstor Kirchner y los representantes de otros siete Estados, con transmisión de Teve Sur y el concurso de aviones venezolanos.
  • Un mes después tendría lugar la liberación unilateral de los congresistas Gloria Polanco, Jorge Gechem, Luis Eladio Pérez y Orlando Beltrán, que el país por supuesto recibió con  regocijo y cuyos ecos perduraron en las prensa.

Uribe entonces retomó la iniciativa por la vía militar, y después de la ilegal y traumática pero eficaz y aplaudida Operación “Fénix” en el Ecuador (marzo 1 de 2008) el gobierno culminó la magistral operación que por eso bautizaron como “Jaque” (2 de julio): de la noche a la mañana las guerrillas se quedaron sin su as –Ingrid, el símbolo universal- y sin sus reyes –los tres  “contratistas” de Estados Unidos.

Es un hecho brutal, pero es un hecho: algunas víctimas importan más que otras, y sin embargo en el discurso público hay que decir que todas son iguales. Sumada a otros hechos objetivos –el retroceso militar que habían sufrido las FARC y el cambio de Marulanda por Cano –  esta ambigüedad de la cultura ayudó a que la guerrilla persistiera en su carta humanitaria. Y las liberaciones continuaron, aunque su impacto político fuera mucho menor del que hubieran tenido bajo las circunstancias anteriores a “Jaque”.

A fines de 2008, el nuevo mando de las FARC anunció que entregaría al ex gobernador de Meta Alan Jara y a Sigifredo López, el diputado sobreviviente del Valle, junto con tres policías y un soldado. Sin Venezuela esta vez, ni comisiones internacionales, con el concurso discreto de Brasil, la liberación se dio en enero de 2009, pero hubo interferencias, alegatos varios y un saldo dudoso para la guerrilla. 

El presidente se limitó a presionar a Jara para que no insistiera en sus acusaciones (“Lo digo con claridad, siento de todo corazón que Uribe no hizo nada por la libertad de nosotros[2]) ni en su reclamo de un acuerdo humanitario. En vez de eso el gobierno persistió en los intentos de rescate militar, donde se habían dado fracasos tan dolorosos como el que resultó en la muerte de Guillermo Gaviria, Gilberto Echeverri y ocho uniformados (5 de mayo de 2003), pero también éxitos tan resonantes como la liberación del general Mendieta, dos coroneles y un soldado en el Inírida el 14 de junio de 2010.     

Con un gobierno triunfante y triunfalista, sin Ingrid, sin Clara Rojas, sin los congresistas, sin los contratistas, sin el ex gobernador ni el diputado, sin casi todos los oficiales del ejército y de la policía, las liberaciones ya no tendrían eficacia como recurso de la guerra política. Los para entonces 24 uniformados en poder de las FARC y los dos únicos políticos restantes, parecían condenados a perecer, a escaparse (como hicieron Fernando Araujo, John Pinchao y Oscar Tulio Lizcano)  o al albur de un rescate militar, porque la puerta de las liberaciones había quedado cerrada.        

(3) ¿Gestos de paz? Las elecciones y el gobierno Santos

Pero entonces, el 27 de febrero de 2010, la Corte Constitucional paró en seco el proyecto de una segunda reelección del presidente Uribe. Y esto dio espacio para que las FARC trataran de regresar -o de ingresar- a la política mediante la única carta que en realidad tenían a su alcance: la liberación unilateral de algunos secuestrados.

Lo hicieron por supuesto de una manera calculada para tener el máximo impacto en la opinión que –recordemos- había sido especialmente conmovida por las caminatas del profesor Moncayo y las intervenciones públicas de doña Emperatriz de Guevara. Y así a finales de marzo de 2010 – cuando Uribe ya no era candidato y en mitad de la campaña electoral- las FARC pusieron en libertad al soldado cautivo más reciente, Josué Cuervo, y al más antiguo, el sargento Pablo Emilio Moncayo. El 1 de abril aterrizó el cadáver del coronel Guevara.

Hoy, casi un año después, las FARC liberan a los concejales Marcos Baquero y Armando Acuña, así como al infante Henry López y – esperamos- al mayor Guillermo Solórzano y al cabo Salín Antonio Sanmiguel. No voy a repetir los detalles  de una operación que mis lectores conocen al dedillo, pero vale señalar que, comparada con las liberaciones anteriores – y a falta de información sobre el inconveniente que en apariencia ha postergado su conclusión-  esta vez

  • Transcurrió poco tiempo entre el anuncio y la entrega de los retenidos.
  • No se dieron carameleos y anuncios sucesivos de “ya no va” (como ocurrió por ejemplo con Moncayo).
  • No hubo o no se vio el forcejeo diplomático (Chávez, Kirchner, Correa…).
  • Las recriminaciones fueron menos destempladas (“el gobierno está enterado de que ahora están tramando una nueva liberación humanitaria[3] dijo Uribe en alusión a la de Jara y Sigifredo López )
  • No hubo sobrevuelo de aviones militares ni renuncia del comisionado de paz (lo que si hubo en tiempos del presidente Uribe).

Cierto que el presidente Santos criticó el “show mediático” y la “manipulación” de todos los detalles del proceso por parte de las FARC[4]. Pero esa manipulación era lo mínimo que el gobierno ha debido esperar y que las FARC – que están en las antípodas de ser humanitarias – tenían “el derecho” de ejercer: ellas, al fin y al cabo, están haciendo la entrega unilateral de los cautivos y por supuesto quieren que este hecho tenga la plena atención de los medios.

La frontera es dudosa y difícil de trazar, pero una cosa habría sido liberar a Ingrid para lucirse ante los ojos del mundo y poner entre los palos a un gobierno “pasional y sectario” – la liberación como arma – y otra cosa viene a ser la liberación de personas humildes o casi completamente desconocidas, ora en medio de una campaña electoral, o ante un gobierno que invita a la “unidad nacional”.

En todo caso esta vez  las FARC han dicho expresamente que con las liberaciones “demuestran la voluntad de buscar un salida política al conflicto”, y el presidente Santos les responde que “la puerta de la paz no está cerrada”.  Esta nueva actitud se confirma, de manera especialmente elocuente, con la reunión del Consejo Nacional de Seguridad  esta misma semana, y aún más con el “no” vertical del gobierno a la negociación con las “bandas criminales” (BACRIM) lo cual marca distancia adicional con el gobierno Uribe y coincide con un viejo reclamo de las FARC, como lo explica María Victoria Duque en esta misma edición de Razón Pública.   

Hasta dónde es posible bajo las circunstancias, el gobierno y la insurgencia armada le han abierto una ceja de luz al optimismo.

Pero

En otras partes he escrito que la peculiaridad del conflicto colombiano consiste en que, desde los años 60 y hasta hoy, las FARC han tenido muy poca fuerza política pero bastante fuerza militar[5]. Como no tienen apoyo popular masivo, nunca podrán hacer la revolución[6]; pero el Estado tampoco logra derrotarlos totalmente, porque tienen una alta capacidad de resistencia. De aquí la duración y la inutilidad esencial de esta guerra en las todos somos perdedores.

En semejantes condiciones la victoria militar es muy difícil, y la paz negociada, tal vez más:

  • El gobierno y el establecimiento no tienen por qué sentarse a negociar las reformas con una guerrilla que no representa a casi nadie y que no los amenaza con tomarse el poder.
  • La guerrilla no puede saltar a la política, y su única forma de expresión y de presión son los actos violentos. Y así se nutre un círculo vicioso donde las FARC secuestran, asesinan o asaltan para que el país las reconozca como un “actor político” y el país, al contrario, más y más las detesta  por sus actos criminales.     

Por eso, por modesto que parezca a ojos de terceros,  el gesto de liberar  a sus rehenes sin canje y sin insultos al gobierno es un paso importante y diciente de las FARC en la busca de un camino político.  

El pesimismo viene de otra parte. Interpretando, sin duda, el sentimiento hondo del pueblo colombiano,  el presidente repite que si quieren sentarse a negociar, las FARC deberán  “renunciar al terrorismo, al secuestro, al narcotráfico, a la extorsión y a la intimidación[7]

Pues imagínese Usted que las FARC hicieran todo eso y que partir de  mañana no vuelven a disparar un solo tiro.   ¿A quién le importaría que siguieran existiendo, cuáles periódicos las seguirían cubriendo, a título de qué los congresistas tendrían que sentarse a negociar las leyes con un señor llamado “Alfonso Cano”?.

A no ser que se rompa el círculo vicioso. A no ser que el gobierno,  en interés de veras superior de Colombia, de antemano decidiera tratar a la guerrilla como un actor político, y la guerrilla de antemano se convenza de que no tiene más salida que desmovilizarse para poder entrar a la política. 

Y es que la paz no existe mientras no exista la decisión de que la paz exista.     

 *Director y editor general de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí. 

Notas de pie de página


[1] Boletín de Paz nº 01* Historia de los procesos de diálogo y negociación en Colombia, en Ideas Para la Paz 
(www.ideaspaz.org/portal/index.php?option=com_docman…gid…)

[2] http://bolivia.indymedia.org/node/29896

[3] El Porvenir.mex del 7 de diciembre de 2008, “Califica Uribe de "farsa" posible liberación de secuestrados” 
(en http://www.elporvenir.com.mx/notas.asp?nota_id=270529

[4] El Colombiano, Febrero 12 de 2010.

[5] Este argumento se amplía, en especial, en El Conflicto, Callejón con Salida, Informe de Desarrollo Humano para Colombia 2003,  Bogotá, PNUD, 2003.

[6] Ninguna guerrilla triunfa por la vía simplemente militar; en la última fase del proceso, se necesita la insurrección popular. Sobre este punto abunda la literatura, comenzando por el clásico de Crane Brinton, Anatomía de la Revolución, Madrid, Aguilar, 1962. 

[7] Alocución televisada el 7 de febrero de 2011 (transcripción en  El Tiempo)

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