Ley contra el castigo físico: un avance con bemoles - Razón Pública
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Ley contra el castigo físico: un avance con bemoles

Escrito por Andrés Parra
Andrés Felipe Parra

El Congreso prohibió el castigo físico de los menores, pero aun así el Estado no ve la crianza como tarea de toda la sociedad: la delega en las mujeres.

Andrés Parra*

La prohibición y las reacciones negativas

Esta semana el Congreso aprobó la prohibición de cualquier tipo de castigo físico de los menores de edad.

Casi todos los sectores políticos apoyaron el proyecto, que reformaba el artículo 256 del Código Civil. Sólo el partido cristiano Colombia Justa Libres se opuso con el argumento de que con esa reforma el Estado se entromete indebidamente en la libertad de los padres para criar a sus hijos.

Pero, más allá del mundo parlamentario, un sector considerable de la sociedad colombiana reaccionó contra el proyecto, expresando sus opiniones en las redes sociales.

Según ellos, casi todos los problemas de nuestra sociedad se explican porque los jóvenes actuales son unos malcriados que no recibieron mano dura durante su crianza. La falta de mano dura, argumentan, produce especímenes excesivamente delicados, quejumbrosos e incapaces de afrontar los retos y dificultades de la vida.

Y la estocada final de su argumento es que ellos mismos son el ejemplo de las bondades de la mano dura: fueron educados a palo y rejo, y andan por la vida divinamente.

Las falacias de los críticos

Pero el argumento anterior presenta varias fallas.

La primera es bastante obvia: quienes se enorgullecen de haber sido educados con castigos físicos son los mismos que educaron a las generaciones actuales, supuestamente llenas de quejumbrosos y malcriados. Si fuese cierto que los problemas actuales de la sociedad son achacables a la flaqueza de las generaciones actuales, la responsabilidad es compartida.

Un sector considerable de la sociedad colombiana casi todos los problemas de nuestra sociedad se explican porque los jóvenes actuales son unos malcriados que no recibieron mano dura

La segunda falla se descubre con un análisis conceptual. En el fondo de la “apología del rejo” hay un malentendido acerca de lo que significan la autoridad y el respeto. Es cierto que el proceso de crianza implica relaciones de autoridad y obediencia. Toda sociedad se basa, al menos en parte, en convenciones arbitrarias que solo pueden enseñarse por medio de la imposición, que es igualmente arbitraria.

Una de esas convenciones es la lengua, que solo puede enseñarse y aprenderse mediante relaciones de autoridad y obediencia. Tenemos que aceptar que las cosas deben nombrarse de una forma específica y que no hay razón ulterior, independiente de la propia lengua, para que esto sea así. Por lo tanto, un proceso de crianza plenamente racional, desprovisto de arbitrariedad, es imposible.

Pero una sociedad con vocación democrática y emancipatoria descubre un sentido de la crianza que va más allá de la simple reproducción de las convenciones sociales arbitrarias. El objetivo de la educación y de la crianza es convertir al menor en un sujeto autónomo.

Un sujeto autónomo es capaz de pensar por sí mismo; además, puede reconocer las convenciones y reglas de su propia sociedad como una construcción arbitraria y, por lo tanto, enfrentarse colectivamente a la pregunta de si la sociedad en su conjunto merece conservarse o ser transformada.

Un sujeto educado es quien puede apropiarse de forma creativa del legado de sus padres y de la generación anterior para reinventarlo o, si es el caso, dejarlo totalmente de lado. La muestra más fehaciente de aprendizaje y de una auténtica buena educación es la capacidad de desaprender.
Así pues, la autoridad y la obediencia pueden ser autodestructivas, especialmente durante la crianza.

Foto: Concejo de Cali El castigo físico es un síntoma de problemas y relaciones sociales más profundas.

El respeto: nadie vive aislado

La educación “a palo y rejo” desconoce el posible carácter autodestructivo de la autoridad en la crianza y en todo proceso educativo. Pero también malentiende el significado del respeto. Se supone que el disciplinamiento físico y violento tiene como objetivo infundir respeto.

La frase “le doy para que aprenda a respetar” da cuenta plena de esa creencia. Aquí se presupone que el respeto designa la capacidad de aceptar una jerarquía, de ser sumiso frente a alguien. Esta es una acepción errada del respeto, al igual que la equiparación del respeto con la tolerancia, implícita en la frase “respeto tu punto, pero no lo comparto”. El respeto no es sumisión ni es tampoco tolerancia.

En su sentido democrático, el respeto tiene que ver más con la reciprocidad y con una forma horizontal de relacionarnos. Yo respeto al otro porque entiendo que él o ella es una condición —y no un obstáculo— de mi existencia humana. Así, el respeto no está relacionado con la sacralidad o la trascendencia, sino con la finitud inmanente de la propia condición humana, que necesita de los otros para subsistir biológicamente y, aún más, para desarrollar una vida humana y libre.

Lo mismo podría decirse del respeto a la naturaleza: no se trata de una veneración mítica, sino del reconocimiento de que no somos completos (como individuos o como especie) y de que la necesitamos como condición y fundamento de nuestra propia libertad. El respeto implica un descentramiento del individuo: dejar de considerarlo (y de considerarse) un átomo y asumirse a uno mismo como una relación con los demás y la naturaleza.

Solo somos libres si respetamos y reconocemos la libertad ajena

Esta idea democrática del respeto presupone la autonomía y la libertad del otro. No puedo exigir que el otro me respete y me considere una persona autosuficiente sin hacerlo yo primero.

La razón de lo anterior fue explicada por Hegel: si yo considero que los otros no son lo suficientemente personas como para merecer mi reconocimiento, no habría nadie en el mundo que me considere a mí como una persona, pues solo las personas son capaces de reconocer a otras como tales. Si el ser humano solo llega a serlo entre los demás; entonces tiene que ver la humanidad en los otros si quiere que los demás la vean en él.

Un sujeto educado es quien puede apropiarse de forma creativa del legado de sus padres y de la generación anterior para reinventarlo o, si es el caso, dejarlo totalmente de lado

La educación a palo y rejo ignora el sentido democrático del respeto, al confundirlo con la sumisión, la veneración o la tolerancia. Claro está que este sentido no democrático del respeto atraviesa nuestro lenguaje: la idea del respeto por lo sagrado, las tradiciones o la ley indican formas asimétricas o verticales de supuesto reconocimiento que, como tales, no involucran reconocimiento, pues todo reconocimiento solamente puede ser recíproco.

La silenciosa opresión de mujeres y niños

Ahora bien, la condena unánime del castigo físico como método de crianza y las fallas argumentativas de quienes lo defienden no deben llevarnos a olvidar otra cara del debate, curiosamente ignorada por los medios y los sectores políticos del Congreso.

La recurrencia del castigo físico en las familias no se debe solamente una mentalidad arcaica o conservadora, aunque haya mucho de eso. Existen problemas estructurales en la distribución del reconocimiento (en el respeto) frente a las tareas del cuidado y la crianza, como lo ha señalado incansablemente el feminismo.

Y más allá de sus intenciones loables, el proyecto de ley aprobado puede ser un mecanismo para agravar estos problemas. En efecto, el proyecto podría reforzar la actitud que ha tenido el Estado (no solo el colombiano, sino en general) frente a los procesos de crianza en las sociedades contemporáneas. El Estado determina unos criterios de la crianza correcta —que podemos más o menos compartir— y exige a las mujeres cumplir con ellos, descargando en ellas la mayoría de las responsabilidades.

La educación a palo y rejo ignora el sentido democrático del respeto, al confundirlo con la sumisión, la veneración o la tolerancia

El Estado exige, quita hijos y —en el mejor de los casos— hace pedagogía (tal y como pretende el proyecto aprobado); pero no asume las tareas del cuidado como una tarea social del género humano y de la sociedad en su conjunto, sino que pone toda la carga en las mujeres.

En este sentido, hay que entender que el castigo físico es un síntoma de problemas y relaciones sociales más profundas. El castigo físico también puede ser la expresión de la frustración y del desespero de algunas mujeres desbordadas por las tareas del cuidado, que no se comparten. Sin duda, una pataleta es mucho menos tolerable para una madre si hay condiciones materiales paupérrimas y si el marido está esperando a que le lleven la comida. Ahí es probable que llegue la famosa chancla.

A medida que se compartan y se socialicen las tareas, mejorarán la tolerancia y la paciencia frente a ciertos comportamientos infantiles. Exigir simplemente paciencia y “amor” a las madres no soluciona el problema, sino que lo reproduce.

Una tarea de toda la sociedad

¿Por qué cuando vemos a un niño con un comportamiento desagradable o socialmente inaceptable culpamos de forma inmediata a la madre y no a la familia o a las circunstancias sociales y materiales?

No podemos asumir el debate del castigo físico si no entendemos que el disciplinamiento físico y violento que algunas mujeres ejercen sobre sus hijos responde al disciplinamiento que la sociedad ejerce en primer lugar contra ellas.

No se trata de exculpar a las madres, sino de entender que, si queremos superar el castigo físico como paradigma de la crianza, debemos acompañar la prohibición del disciplinamiento violento con medidas que tiendan a la equidad de la distribución de tareas de crianza entre los géneros y a la socialización de dichas tareas.

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