Estos fueron los cambios en el bienestar de los colombianos, que al fin de cuentas debe ser el objetivo de las políticas económicas. Este es el estado de la economía en el momento del cambio de gobierno.
César Ferrari*
La meta es el bienestar
Hay varios modos de evaluar el estado y los avances de una economía. No obstante, no se trata de juzgar únicamente las variables tradicionales, como la tasa de crecimiento y la inflación; estos son resultados intermedios.
Lo que interesa son los resultados que se traducen en el bienestar de las personas. El propósito último de la política económica es aumentar el bienestar y esto es lo que debe juzgarse y analizarse.
Este artículo se refiere a esos resultados de la política económica que se aplicó durante los últimos años considerando el contexto nacional e internacional.
Pobreza y desigualdad
El bienestar de las personas tiene que ver con sus condiciones de vida y sus ingresos. Por lo tanto, la evolución de la pobreza monetaria y de la distribución del ingreso reflejan la evolución del bienestar.
Según el DANE, durante los últimos años la pobreza monetaria aumentó y la distribución del ingreso empeoró en Colombia. La pobreza pasó de afectar a 16,8 millones de personas en 2018, a 19,6 millones en 2021 (Cuadro 1). A su vez, la concentración del ingreso, según el coeficiente de GINI, pasó de 0.517 en 2018 a 0,523 en 2021 (Cuadro 2).

Por otro lado, en 2018, entre pobres y vulnerables se encontraba el 67,4 % de la población, es decir, 32,6 millones de personas; en 2019 esta cifra fue del 67,7 %, es decir, 33,1 millones; en el 2020 llegó al 72, 9 %, lo que incluye a 36,0 millones; mientras que en 2021 se ubicó en el 70,3 % de la población, esto es a 35,1 millones de personas.
Según esto, entre el 2018 y el 2021 los pobres y vulnerables aumentaron 2,5 millones de personas. Pasaron de ser 32, 6 a 35,1 millones de personas. El mayor aumento se dio en 2020 respecto del 2019 (2,9 millones), lo que puede atribuirse a la pandemia; después de ella se dio una recuperación parcial (Cuadro 1).
Por su parte, según el dane (Cuadro 2), el coeficiente de GINI aumentó desde 2017. En 2018 era 0.517, en 2019 0,526, en 2020 aumentó intensamente a causa de la pandemia a 0, 544 y en 2021 se redujo a 0,523. Los asiáticos tienen un Gini promedio de 0,35. Según el Banco Mundial, Colombia se ubica en la quinceava peor posición en distribución del ingreso entre 174 países.

Empleo escaso: el culpable
Esos resultados tienen que ver, fundamentalmente, con el volumen de empleo insuficiente que produce la economía formal. La pandemia apenas agravó transitoriamente una situación que ocurría desde antes.
Sin puestos de trabajo formal disponibles, las personas desocupadas se ven obligadas a inventar sus propios puestos de trabajo. Pero como cuentan con pocos medios, su productividad es muy baja, lo que hace que sus ingresos sean precarios y trabajen como informales.
Según el DANE el desempleo promedio anual en 2021 alcanzó el 13,9 % de la fuerza laboral, y la informalidad laboral el 46,9 %.
La insuficiencia de ocupación formal es consecuencia, principalmente, de que la economía tenga como sectores líderes a los que son intensivos en capital e incapaces de producir puestos de trabajo suficientes. Según el DANE, la explotación de minas y canteras ocupa apenas al 0,9 % de los trabajadores del país.
Esto a su vez es consecuencia de que la rentabilidad sea mayor en el renglón de minerales e hidrocarburos, en perjuicio relativo de la agricultura y la manufacturas, que son los intensivos en mano de obra.
Al aumento del desempleo contribuye también el porcentaje reducido de inversiones; por eso se produce poca expansión de capital, y así la economía es incapaz de crecer aceleradamente para producir más puestos de trabajo.

Un país que no invierte porque no ahorra, ni tampoco sabe invertir
La excepción a esa regla, como la recuperación de 2021 (10,7 % de crecimiento del PIB tras la caída del 7 % en 2020), se basó en el aumento del consumo al concluir la cuarentena (estimulado por medidas como el “día sin iva”) y el uso de la capacidad productiva que había estado ociosa durante la pandemia.
Durante los últimos años, el consumo aumentó del 84,9 % del PIB en 2018, al 91 %, en 2021. Con esto el ahorro es minúsculo y la tasa de inversión reducida: cayó de 22 % a 19 % del PIB (Cuadro 3). No disminuyó más gracias a la inversión extranjera directa, que cubre la diferencia entre el ahorro doméstico y la inversión total, la cual se destina, casi en su totalidad, a la minería y los hidrocarburos.
Es decir, se invierte poco porque existe un nivel de ahorro reducido por un consumo excesivo, y se invierte mal porque los sectores preferidos son los intensivos en capital.
Así, con poca inversión en los otros sectores, el crecimiento de su capacidad de producción es bajo. Y cuando se agota la capacidad instalada ociosa, el crecimiento de estos sectores se reduce drásticamente; que es lo que se puede esperar durante los próximos años si no se reduce el consumo, se recupera el ahorro y, en consecuencia, la inversión doméstica.
Los chinos y coreanos ahorran e invierten más de 40% de su PIB, por eso crecen aceleradamente. Cambiar la estructura colombiana del gasto es tal vez el mayor desafío de política económica de los próximos años.

El problema de fondo
En últimas, la pobreza e inequidad son consecuencia de una inversión orientada hacia los sectores intensivos en capital por las rentabilidades relativas vigentes.
La definición de las rentabilidades es consecuencia, en gran parte, de la existencia de mercados de crédito imperfectos que determinan un crédito reducido y elevan las tasas de interés por encima de las que pudieran resultar en situaciones de mercados en competencia plena.
Con ello, los costos financieros y totales de las empresas se elevan, lo que reduce su competitividad. Por esto venden, producen y contratan menos personas de lo que podrían si los mercados de crédito fueran competitivos. Sin embargo, este no es el caso de las grandes empresas y de las que producen materias primas, pues se financian internacionalmente, pero contratan poca gente porque son intensivas en capital.
El crédito se reduce aún más por una política monetaria que sistemáticamente se mantiene ligeramente expansiva por encima de la inflación y que llevó a que los medios de pago (m2) en Colombia en 2020 equivalgan al 57 % del PIB y en 2021 a, 70 % (Cuadro4). Mientras que, por ejemplo, en Corea del Sur, con una inflación más baja, representaron el 166 % en el 2020.

Como consecuencia, en Colombia los créditos son limitados y el mercado de capitales es casi inexistente dificultando el financiamiento de la inversión privada. Según el Banco Mundial, en 2019 el crédito doméstico al sector privado en Colombia representó el 51,.5 % del PIB, mientras que en Corea del Sur el 151,7 %. A su vez, en 2020 el valor de los stocks transados en bolsa en Colombia equivalió al 3,7 % del PIB, mientras que en Corea del Sur equivalió al 318%. Cambiar este tipo de política monetaria es perentorio.
Baja competitividad
Esa reducida expansión monetaria contribuye a una tasa de cambio sistemáticamente revaluada, lo que reduce la rentabilidad y la competitividad de las empresas que producen bienes y servicios que se podrían transar en los mercados internacionales.
Por el contrario, la devaluación ocurre en periodos en los que disminuyen los precios internacionales de los hidrocarburos que se exportan y aumentan los de los alimentos que se importan, como en la actualidad.
La falta de competitividad es evidente al observar las exportaciones e importaciones durante los últimos años: en 2021 los segundos crecieron de una manera mucho más acelerada que los primeros, 28.7% vs 14.8%, después de la enorme contracción que experimentaron en 2020 como consecuencia de la pandemia (Cuadro 3).
Con tasas de interés elevadas y tasas de cambio reducidas, los bienes alimentarios y manufacturados son poco competitivos y se colocan con dificultad en los mercados internacionales e incluso en los domésticos.
La inflación que no cesa
A pesar de ese comportamiento monetario, la inflación de los últimos años ha venido aumentando, excepto durante 2020, cuando la deflación de varios meses ocasionada por la enorme caída del ingreso que produjo la pandemia se tradujo en una inflación anual de 2 %.
Por otro lado, la invasión rusa a Ucrania, que contrajo la oferta mundial de energía y de alimentos, causando la elevación de sus precios internacionales, explica gran parte de la inflación colombiana del 2022, que en julio llegó a una tasa anual de 10,21 %. El aumento de la tasa de interés del Banco de la República en incapaz de frenarla porque reduce la demanda, pero no los precios domésticos de los bienes importables y exportables como alimentos y energéticos que dependen de esos precios internacionales.
En contravía del desarrollo
Además, según la OCDE, en 2019 la recaudación tributaria en Colombia representó el 19,7 % del PIB, la del promedio de los países de América Latina 23 %, la de los países miembros de la OCDE 33,7 % y en Dinamarca llegaba a 46,3 %.
En ese mismo año, en Colombia el 6,2 % de la recaudación tributaria provino de impuestos a la renta y ganancias de capital de las personas naturales, 24,5 % de impuestos a la renta de las empresas, y 42,9 % de impuestos al consumo (IVA principalmente). Por su parte, en Dinamarca el 52,.2 % provino de las personas naturales, 6,6 % de las empresas, y 30,6 % del consumo.
Es decir, la recaudación en Colombia es mínima y está organizada al revés de la de un país desarrollado.
Durante los últimos años no mejoró esta situación. La pandemia agravó la situación fiscal con la caída del impuesto a la renta y el IVA y el aumento de los subsidios. Así, el déficit fiscal que en años anteriores valía el 2 o 3 % del PIB, llegó a 7,8 % en 2020 y a 7,1 % en 2021. La reforma tributaria que se necesita tendrá que ser de envergadura.