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Las tres posturas de Duque frente a la paz

Escrito por Carlo Nasi
Los tres Duque frente a la paz

Carlo NasiEl presidente a veces apoya los acuerdos, a veces se opone a ellos y a veces pasa de agache. Por qué tenemos tres Duques distintos y cómo nos afecta semejante ambigüedad.

Carlo Nasi*

La papa caliente

El presidente Iván Duque no parece tener ideas claras acerca de la paz de su país.

Y esto, junto con sus profundas ambigüedades y su falta de liderazgo en la materia, podría salirnos caro a todos los colombianos. Si las cosas siguen como van, la paz va a convertirse en otra oportunidad malograda.

El presidente Duque heredó la paz de Santos. No es una paz perfecta, pero el país está mejor ahora que cuando las FARC estaban armadas y en el monte. A Duque le correspondía simplemente seguir implementando lo acordado con las FARC.

Pero para eso tiene un gran impedimento: ganó las elecciones como candidato del Centro Democrático (CD), un partido dedicado a torpedear desde el comienzo el proceso de paz con la guerrilla. Si las críticas del CD se hubiesen basado en evidencia empírica y en razones de fondo, Duque podría decir que a pesar de todo se logró que las FARC se desarmaran y proceder a cumplir los acuerdos.

Pero durante seis años el CD utilizó una estrategia populista y plagada de mentiras. Sus principales voceros tildaron a Santos de “traidor castrochavista” y divulgaron falacias como que los acuerdos “entregaban el país a la guerrilla”, “convertirían a Colombia en otra Venezuela”, “humillaban al ejército al igualarlo con los terroristas”, “imponían una ideología de género” y, como si fuera poco, “fueron sellados con un rito satánico”, por mencionar solo algunos de los mensajes tóxicos que divulgó el CD.

Esas mentiras contribuyeron a que ganara el No en el plebiscito y a que Duque alcanzara la Presidencia. Pero las palabras amarran y las consecuencias de esa estrategia siguen vivas. El CD satanizó a tal punto los acuerdos que hoy ya no hay vuelta atrás: para los uribistas los acuerdos quedaron “entecados”. Por eso Duque no se los puede apropiar sin que ello le acarree graves consecuencias.

La paz es una papa caliente para él. No puede apoyarla abiertamente sin enviar el mensaje de que, al final, Santos hizo lo correcto. De esta manera pondría en evidencia que su propio partido, el CD, enlodó el acuerdo con las FARC a punta de falsedades.

Duque quiere evitar a toda costa una confrontación abierta con los impulsores de las mentiras sobre la paz, entre ellos el expresidente Uribe, a quien le debe la elección. Y debe sentir pánico de que sus copartidarios lo metan al toldo santista de “los traidores” y le retiren el apoyo, cuando no tiene una mayoría firme en el Congreso.

Puede leer: Paz y política exterior: las particularidades de Santos y la realidad con Iván Duque.

No tiene reversa

Duque y el alto consejero para el posconflicto, Emilio Archila.
Duque y el alto consejero para el posconflicto, Emilio Archila.
Foto: Presidencia de la República

Al tiempo que el presidente está impedido para apropiarse de la bandera de la paz, tampoco la puede desechar de frente.

Sin duda Duque es consciente de que al país no le conviene que la paz con las FARC se descarrile a estas alturas. Sería una locura intentar deshacer lo acordado en La Habana. El desgaste de desmontar los blindajes jurídicos de lo pactado sería inmenso, tomaría mucho tiempo y el gobierno perdería apoyo de la comunidad internacional.

¿Qué gobierno en su sano juicio renunciaría a los dineros del Fondo Colombia en Paz? ¿Quiere Duque pasar a la historia como el presidente que destruyó la paz de Santos o como un presidente que construyó país a partir de las oportunidades del posconflicto?

Duque Se presentó como una “paloma” frente a los “halcones” del CD.

Además, “hacer trizas” los acuerdos sentaría un pésimo precedente: agravaría el problema de las disidencias de las FARC y el gobierno perdería credibilidad en una negociación futura con el ELN o con cualquier otra organización armada ilegal.

De ahí viene la gran ambivalencia de Duque y su falta de liderazgo en la implementación de los acuerdos. Parece que apoya en forma selectiva la paz negociada tratando de complacer a todo el mundo. Se pueden ver, por así decirlo, tres Duques distintos:

1. El Duque a favor de la paz…

Al posesionarse, Duque tranquilizó a las FARC y a la mitad del país cuando afirmó que su gobierno “honraría los acuerdos” (no los volvería trizas, aunque les modificaría varios aspectos). Se presentó como una “paloma” frente a los “halcones” del CD y demostró su interés en formar un gobierno técnico.

Este es el Duque que asevera que seguirá cumpliendo los acuerdos. Es la cara que muestra cuando tiene como interlocutores a la comunidad internacional y a las propias FARC. Más allá del discurso, Duque ha querido demostrar su voluntad de paz con medidas institucionales:

  1. Nombró a Miguel Ceballos como alto comisionado para la Paz, lo que da a entender que el gobierno contempla la posibilidad de negociar con otros grupos armados irregulares;
  2. Nombró a Emilio Archila como alto consejero para el Posconflicto, para mostrar voluntad de implementar los acuerdos.

Uno podría objetar que Duque nombró en esos cargos a dos personas que no tienen trayectoria ni experiencia en el tema de la paz. Pero hay otros aspectos que inquietan más.

Lea en Razón Pública: La nueva ley de orden público: ¿serán posibles otras negociaciones de paz?

…o de la medio paz

Los proyectos de la paz avanzan a media marcha y Duque no los incluyó en su Plan de Desarrollo.
Los proyectos de la paz avanzan a media marcha y Duque no los incluyó en su Plan de Desarrollo.
Foto: Prensa Senado

¿Para qué nombrar a un alto comisionado para la Paz? Uno pensaría que es para buscar una salida negociada con los grupos armados irregulares. Sin embargo, no hay indicios de que el gobierno vaya a negociar con el ELN o con las disidencias de las FARC, ni con nadie en el corto y mediano plazo.

El único protagonismo que ha tenido Ceballos hasta la fecha ha sido en el pugilato verbal con el ELN y con el gobierno cubano en relación con los protocolos y a raíz del atentado terrorista.

Además, el gobierno ha adoptado o promovido medidas que impedirían sentarse a dialogar con esos grupos (como la eliminación del narcotráfico y el secuestro como delitos conexos al delito político, así como la imposibilidad de establecer un cese al fuego bilateral).

Bajo esas condiciones, ¿para qué mantener a Ceballos? Si es para dar la apariencia de que “al gobierno le interesa la paz” o para pugilatos verbales con las guerrillas, sobra.

El cargo de Archila, en cambio, es fundamental, siempre y cuando el gobierno tenga una genuina voluntad de cumplir lo pactado. Archila ha dado “partes de tranquilidad” al país diciendo que se están llevando a cabo los proyectos productivos para los excombatientes, que se les está brindando una protección adecuada y que se están planeando los esquemas de seguridad para que participen en las próximas elecciones.

También ha argumentado que la voluntad de paz del gobierno quedó consignada en el documento “Paz con Legalidad”. Dicho documento, sin embargo, es bastante vago. Aunque menciona temas importantes como un catastro rural multipropósito, deja muchos asuntos en el aire y no contiene metas y plazos verificables. Tampoco deja ver un compromiso decidido del gobierno con la reforma rural, las víctimas y demás.

2. El Duque contra la paz

Iván Duque con su bancada cuando era congresista
Iván Duque con su bancada cuando era congresista
Foto: Presidencia de la República

Este es el Duque partidista. El que viste los colores del CD y quiere demostrar que los ataques de su colectividad al acuerdo de paz durante la campaña presidencial no eran un show mediático. Es el Duque que pone zancadillas al desarrollo de los acuerdos o propicia que sus copartidarios del CD lo hagan.

Es el Duque que:

El riesgo de tantos malabarismos es dejar descontentos a todos, tanto a sus amigos como a sus detractores.
  1. No reclamó al presidente del senado, Ernesto Macías, por sus dilaciones y triquiñuelas en el trámite de la ley estatutaria de la JEP, y aparentemente está dispuesto a objetarla;
  2. Promovió el nombramiento de Vicente Torrijos y luego de Darío Acevedo como directores del Centro Nacional de Memoria Histórica, para imponer la versión unilateral y sesgada del CD sobre el conflicto;
  3. Permitió (¿o apoyó?) las iniciativas de congresistas de su propio partido dirigidas a modificar lo pactado en La Habana, como las de Uribe con respecto a la JEP y las de María Fernanda Cabal frente a la restitución de tierras;
  4. Nombró a Andrés Augusto Castro (cercano a Fedepalma) como director de la Unidad de Restitución de Tierras, y a Claudia Ortiz como directora de la Agencia de Desarrollo Rural, lo que crea preocupación por la voluntad del gobierno para llevar a cabo la reforma rural.

Puede leer: ¿En qué quedó la paz-y qué se sigue?

3. El Duque que pasa “de agache”

Este es el Duque carente de liderazgo. El que usa poco la palabra “paz” porque no sabe cómo abordarla. El que tiende a subordinar la paz a la seguridad, como sucede con su “millón de informantes”. El que manifiesta preocupación, pero no tiene estrategia frente al asesinato de líderes sociales.

Es el mismo que, según Angélica Lozano y Juanita Goebertus, acudió a la leguleyada para no incluir en el Plan Nacional de Desarrollo recursos suficientes para la paz, con la esperanza de que nadie se diera cuenta.

El riesgo de tantos malabarismos es dejar descontentos a todos, tanto a sus amigos como a sus detractores.

El posconflicto puede ser la oportunidad de pasar definitivamente la página de la violencia en Colombia o ser apenas una transición fallida que nos lleve de vuelta al pasado. Si Duque aspira a lo primero debe optar por construir una visión coherente frente a la paz, liderarla y dejar tanta ambigüedad, asumiendo los costos políticos que sean necesarios.

 

*Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes. Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor.

 

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