Las discrepancias entre miembros del gobierno, congresistas y de Petro con el Fiscal han ocupado la agenda pública recientemente. ¿Diferencias que ponen en peligro la favorabilidad del presidente?
Daniela Garzón*
Unas pequeñas grietas
En las últimas semanas los titulares de prensa han sido ocupados por las desavenencias dentro y hacia afuera del gobierno de Gustavo Petro, a seis meses de su llegada a la Casa de Nariño. Las ha habido con los que era previsible (el fiscal), con los que no era previsible (entre ministros y viceministros), dentro de la bancada de gobierno y, principalmente, por las ambiciosas reformas —de las que se conocen pocos detalles— y el programa de Paz Total, al que Petro está apostándole todo su capital político. Todo esto en un año electoral y cuando Petro se ha dedicado a atrincherarse en Twitter contra las críticas, lo que ya ocasionó un llamado de atención de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP).
El presidente ya mostró cuál va a ser su estilo de gobierno: aquel que vive de los golpes de opinión, que confía en su capacidad para entusiasmar a las masas que votaron por él para mantener el apoyo en las calles, navegando contra las “trabas” institucionales, sin coquetear por ahora con el autoritarismo, pero aprovechando el fuerte presidencialismo que caracteriza a la democracia colombiana. A Petro no le interesa tanto el método como el resultado, es un tipo de convicciones firmes y para el que probablemente algunos medios justifiquen “nobles” fines, como sacar a la gente de la pobreza o proteger el medio ambiente. Pero depende de no reventar la cuerda de su propia coalición y de mantener el teflón frente a sus votantes para lograr algunas de las cosas con las que sueña.
La ambición de su agenda de reformas es amplia: se proponen más de treinta, llamando a sesiones extra, con cambios radicales —como acabar las EPS, crear un sistema pensional de pilares, formalizar el empleo de los contratistas del Estado, plantear negociaciones con organizaciones sin estatus político para acabar la violencia armada—, tocando intereses de aseguradoras, fondos privados, y un largo etc. Y con una cereza que adorna el pastel: una izquierda aprendiendo a gobernar, sin suficiente fuerza técnica formada para ocupar todos los cargos de alto nivel y con algunos nuevos funcionarios salidos de la academia o del activismo que desconocen la importancia del juego político, de ser como discretos ajedrecistas.
El presidente ya mostró cuál va a ser su estilo de gobierno: aquel que vive de los golpes de opinión, que confía en su capacidad para entusiasmar a las masas que votaron por él para mantener el apoyo en las calles, navegando contra las “trabas” institucionales, sin coquetear por ahora con el autoritarismo, pero aprovechando el fuerte presidencialismo que caracteriza a la democracia colombiana.
Así, estos son los frentes en los que se han abierto algunas grietas.
1. Con Roy Barreras
Las diferencias de opinión con el líder de la bancada y presidente del Congreso, Roy Barreras, son evidentes, a tal punto de que Barreras decidió expresarlas en el medio de comunicación que más oposición le ha hecho a Petro, la Revista Semana. Aunque Roy dice que no tiene ninguna distancia con Petro y que el problema es con los que no saben interpretar lo que quiere el presidente, apareciendo en la portada de Semana dijo que no estaba de acuerdo con acabar las EPS ni con destruir un “sistema de información, de calidad, de administración de riesgos, que tiene 30 años”. En la entrevista dijo que considera a la ministra Corcho una persona arrogante, que no oye y que no negocia.
También lanza dardos hacia la política de Paz Total, la posibilidad de negociar con narcotraficantes, y hacia aquellos miembros del gobierno que, en su concepto, en vez de transiciones creen que “hay que hacer fracturas y arrasar con todo para empezar de cero”. Se burla, además, de las intenciones electorales de su principal detractor, Gustavo Bolívar.
Lo curioso es que las ideas de acabar con las EPS o de frenar la explotación de petróleo están en el programa de gobierno que registraron para ganar, y no solo las ministras Vélez o Corcho las han defendido, sino que el mismo Petro no ha escatimado en espacios nacionales e internacionales para hacer énfasis en ellas. Barreras calificó como “malintencionada” una historia de La Silla Vacía en la que dicen que su distancia busca posicionar a su partido, La Fuerza de la Paz, en las regionales, pero cierto es que el que ha cambiado de parecer ha sido Roy, las ideas que defiende Petro y sus ministras siguen siendo las mismas.
2. Con la bancada de gobierno
El resto de la bancada del Pacto Histórico, a pesar de su desorden, de su empeño en nobles causas propias de cada congresista y por fuera del plan de reformas de gobierno, se ha mantenido en general alineada con el presidente. Pero esto no ha sido así con los otros partidos que se declararon de gobierno.
El partido Alianza Verde, por ejemplo, vive hoy su propia división, por cuenta de la decisión de Petro de “chantajear” a la alcaldesa Claudia López con quitarle la financiación a proyectos de infraestructura si no acepta volver subterráneas algunas partes del metro elevado. Esta división entre “verdes petristas” y otros miembros del partido se ha manifestado en otras ocasiones, pero puede agravarse si la tensión entre López y Petro hace que se distancien más y si López, además, sigue arreciando sus críticas frente a la política de seguridad o la reforma a la justicia que presentará el ejecutivo.
Por su parte, los partidos que entraron por meros acuerdos burocráticos, como La U, el liberalismo y los conservadores, no desaprovechan ocasión para mostrarse en contra o inconformes y amenazar con salirse de la coalición, para aumentar su capacidad de negociación de sus votos en el Congreso. César Gaviria, líder del liberalismo, señaló en su momento que no votarían la tributaria y hace poco dijo que el partido no votará la reforma a la salud. Dilian Francisca Toro, la baronesa electoral del Valle y presidenta de la U, también dijo que ”no van a permitir que se destruya el actual sistema” ni volver a lo que había antes de la Ley 100. Y el conservatismo mantiene su apoyo en veremos.
Estas negociaciones se trasladarán a las elecciones regionales, donde muchos clanes políticos y políticos cuestionados presionarán al Pacto Histórico para recibir su apoyo, y este, a su vez, tendrá que pensar si ceder o quedarse por fuera de alcaldías y gobernaciones, lo que podría afectar significativamente la gobernabilidad de Petro. Las negociaciones con estas fuerzas políticas fueron fructíferas en el pasado, pero apoyar a Julián Bedoya en Antioquia o a Gabriel Calle en Córdoba es a todas luces contradictorio con la lucha contra la corrupción que se ha defendido como parte del cambio.
Era previsible que al conformar la coalición de gobierno esto sucediera con los tres partidos que no comparten las ideas de Petro y que entraron solo para no quedarse sin cargos públicos, pero si el presidente no logra aprobar sus reformas el precio de negociar con políticos tradicionales habrá sido pagado en vano.
3. Con el gabinete ministerial
Los roces entre ministros, como los causados por la transición energética entre Ocampo e Irene Vélez no son nuevos, pero los que se han presentado por la reforma a la salud podrían sacar al primero de una cartera, a Alejandro Gaviria. El 1 de febrero, la Revista Cambio publicó las objeciones del actual ministro de Educación a una reforma que aún no se conoce, pero de la que se espera la eliminación de las EPS y pasar a una administración única de los recursos de la Administradora de los Recursos del Sistema General de Seguridad Social en Salud -ADRES-. Gaviria dice que “hay mucho que conservar del sistema actual” y que la experiencia con un pagador único en Colombia “ha sido desastrosa”.

La pregunta difícil de resolver, incluso con una bola de cristal, es si la cuerda de la coalición de gobierno y del gabinete se romperá antes de los dos primeros años de gobierno, y sin que se hayan concretado al menos algunos cambios significativos para mostrar después de los cientos de anuncios hechos.
El ministro salió rápidamente a decir en Twitter que sus preocupaciones se habían discutido ampliamente en el Consejo de Ministros, pero según La Silla Vacía, la jefe de gabinete, Laura Sarabia, llamó a Gaviria poco después de que el documento empezó a circular para decirle que si no reconsideraba sus posiciones debía pensar en dar un paso al costado. Aunque por supuesto Sarabia desmintió eso, las tensiones dentro de los consejos que cita Petro cada semana entre los ministros que piensan como él y los que tienen vuelo propio, como el ya mencionado Ocampo, Cecilia López y ahora Gaviria, son secretos a voces.
Aunque desde el principio he sostenido que Petro eligió a estos ministros para tener sus propios “frenos de mano” y porque confía en la capacidad que tiene cada uno para dar peleas en sus carteras, para todos también es evidente que Petro prefiere hacer las cosas a su manera, y que como todo caudillo las personas demasiado críticas le molestan. Siempre es más sencillo tener comités de aplausos, es una cuestión apenas humana.
Entonces, la unión de su gabinete dependerá, primero, de que los ministros no quieran irse y prefieran seguir tramitando sus diferencias internamente, o de que, en últimas, se acojan a lo que quiere y diga Petro, al fin y al cabo, él es el presidente y no pueden olvidarse de eso.
El límite de la cuerda
La pregunta difícil de resolver, incluso con una bola de cristal, es si la cuerda de la coalición de gobierno y del gabinete se romperá antes de los dos primeros años de gobierno, y sin que se hayan concretado al menos algunos cambios significativos para mostrar después de los cientos de anuncios hechos. Petro desde el principio manifestó que gobernar era una carrera contra el tiempo, y que aprobar tanto como se pudiera era una urgencia, por supuesto era el más consciente de todos de que la luna de miel no era más que una ilusión.
Las grietas, sin embargo, han empezado a notarse sin haber cumplido seis meses como mandatario, con pocos hechos por mostrar y con tantos frentes de batalla abiertos que se arriesga a perder en la mayoría, o a que sus soluciones no funcionen.
A su vez, parece que quiere seguir jugándose la carta que más le favorece, según la cual está haciendo los cambios que quiere la gente y por los que votó con entusiasmo, en otras palabras, que lo respaldan las calles. Por eso el llamado a marchas y a que sea “el pueblo” el que defienda las reformas, pero la gente ya está ocupada en su propia vida de nuevo, enfrentando una inflación que no encuentra techo y preguntándose si votaron bien, por lo que sería realmente raro ver marchas numerosas el 14 de febrero.
Después de todo, al ganar por fin una opción de izquierda y no encontrar el antídoto mágico para los numerosos problemas del país, la conclusión es que no todo es cuestión de voluntad política, que querer no es poder, que las buenas intenciones no siempre son buenas acciones; y que cambiar cosas en un status quo profundamente conservador, cómo hacerlo y para qué es increíblemente difícil.
Aunque el poder siempre será un delicado tablero de intereses difíciles de conciliar, a Petro le quedan tres años y medio para construir su propio legado, y para no cerrarle las posibilidades electorales a la izquierda en Colombia.