Qué propone la asesora económica invitada por el presidente Petro, y cómo podrían aprovecharse sus recomendaciones en los casos concretos de la reforestación y la reforma rural integral.
Mauricio Velásquez*
La asesora
En estos días se reunieron buena parte de los miembros del equipo de gobierno con la economista Mariana Mazzucato. Su argumento podría resumirse como keynesianismo en la gestión pública: El estado y sus agencias, que responden ante los votantes en lugar de los accionistas, deben asumir riesgos fortaleciendo su capacidad para ofrecer una visión propia -no de consultores externos- de cambio para así desempeñar un papel estratégico y visionario.
Además, propone la idea del “capitalismo democrático”, es decir, un modelo de crecimiento basado en invertir en innovación para abordar objetivos como el bienestar, los servicios sociales o la igualdad. La nueva inversión ayudaría a optimizar la productividad y a aumentar el empleo.
Tres pilares del cambio
Para la economista se necesitan tres pilares para cambiar el papel del Estado.
En primer lugar, producir valor. No se trata tan solo de redistribuir lo que otros producen, sino de producir la riqueza a través de misiones para la creación de valor. No se trata de corregir fallas de mercado o facilitar el emprendimiento, sino de crear mercados donde no los hay, así como de cofinanciar empresas riesgosas con un reparto justo de beneficios.
Los ejemplos son contundentes: la misión Apolo para ir a la luna, el internet, varias de las múltiples tecnologías que hicieron posible el iPhone. Todas ellas fueron pagadas con dineros públicos, forjadas a partir de una visión de funcionarios entusiastas, quienes sobre todo contaban con un serio respaldo político.
En segundo lugar, repensar la gestión del Estado y sus agencias, para que tanto ministros como directores estén dispuestos a cumplir metas ambiciosas que sean parte de misiones más amplias que las de sus carteras específicas. Si los funcionarios están respaldados políticamente frente al chantaje del congresista de turno, y la misión se estructura a partir de las metas ambiciosas basadas en la confianza, las narrativas inspiradoras, y la coordinación permanente, tanto los ministerios como las agencias podrán dejar de ser silos de arrogancia y falta de cooperación.
Por último, la propuesta de Mazzucato parte de confiar en la capacidad del Estado para formar mercados y atraer al sector privado como socio en las misiones. El Estado no se debe quedar esperando a que el privado ofrezca invertir, ni se debe limitar a fijar incentivos para que el privado invierta.
De esta manera, el Estado creará un ecosistema simbiótico de innovación en el que asume el riesgo de inversionista y enviará una poderosa señal a los privados para que acompañen el proyecto y, después, compartan las utilidades.
La propuesta de Mazzucato es buena, especialmente por representar una visión actualizada del estado desarrollista de los 70s y 80s, donde los modelos de concentración política, corrupción y manipulación de los instrumentos económicos produjeron casi una venganza sobreviniente con el neoliberalismo que quiso dejar al mercado encargado de todas las cosas.
En todo caso la idea de Mazzucato no está exenta de dudas razonables. Por ejemplo, ¿cuáles diseños institucionales y entornos políticos innovadores conducen a mejorar los resultados y no a una mayor concentración del poder presidencial?
Deforestación y reforma rural integral: La misión de la paz
Desde mi punto de vista, la aplicación de las ideas de Mazzucato puede estar a la orden del día en al menos dos frentes. Primero, lo que podemos llamar “misión de transformación económica con perspectiva social en el llamado “arco de deforestación” (15 municipios que producen el 60% de la deforestación del país).
Es decir, un modelo de acción interministerial, con un gabinete ambiental dirigido por el ministerio de Ambiente y coordinado con acciones por parte de la sociedad. En Brasil se hizo algo parecido cuando Marina Silva fungió como “presidenta” de ambiente, le contó al país en que consistía y cómo se luchaba contra la deforestación, y coordinó a los demás ministerios para reducir dramáticamente la deforestación, todo respaldada por Lula. Ahora que Lula ganó en Brasil, vale la pena volver sobre este modelo.
El otro frente para el que las ideas de Mazzucato son pertinentes es la Reforma Rural Integral (RRI). Es la mejor teoría con la que contamos para construir la paz territorial, pero ni con Santos ni con Duque, hemos tenido una gestión estratégica orientada a la producción del valor público.
Y es que la RRI nació bajo un planteamiento relativamente simple: la paz es duradera y sostenible si se cambia el contrato social entre las comunidades y el Estado. Sin embargo, la ejecución es realmente difícil, particularmente porque La sombrilla de todas las intervenciones debe ser participativa y territorial, como lo establece el PDET. Y no solo para construir la lista de iniciativas, sino para ejecutarlas de la mano con las comunidades, con enfoque comunitario, para que sea su ejecución en si mismo un ritual de construcción de confianza y por ende de legitimidad, y además para que las comunidades como un todo hagan las transiciones y así no se fragmentara una vez más a la población a través de subsidios individuales o favorecimientos a ciertas familias.
Trágicamente, desde la administración Santos, y después con Duque, el espíritu de la RRI se dejó a un lado.
Las agencias del sector agricultura y paz no se hablan, se obstruyen, multiplican los formatos para las mismas tareas, no tienen sistemas de información interoperables y se culpan mutuamente por las fallas de servicio y el mediocre cumplimiento de metas.

El PNIS se sustrajo a la lógica territorial de los acuerdos colectivos. En su lugar se usaron los poderes comunales para facilitar la firma de acuerdos con familias individuales, seguido de los múltiples incumplimientos, lo cual produjo un baño de sangre contra los líderes sociales, que siempre son llamados para poner la cara por el estado, pero no como socios para hacer las tareas de transformación del territorio.
Además, las obras del PDET se hicieron de la mano de contratistas amigos de políticos, sin acompañamiento de las comunidades, y los resultados son abismales, ya por la pérdida del sentido de construcción colectiva que tenían inicialmente, o por el robo de los recursos.
Más grave aún, seguimos navegando una implementación de la paz rural totalmente desarticulada entre agencias como la ADR, ART y ANT que nacieron para colaborar en la transformación de territorios completos, no para la dinamización de micro subsidios, la contratación de miles de pequeños proyectos sin espíritu comunal, o el represamiento de los procesos agrarios.
Hoy es un secreto a gritos que las agencias del sector agricultura y paz no se hablan, se obstruyen, multiplican los formatos para las mismas tareas, no tienen sistemas de información interoperables y se culpan mutuamente por las fallas de servicio y el mediocre cumplimiento de metas.
A esto se suma que ningún gobierno ha querido asumir el riesgo para la formación de mercados en las zonas PDET y así incentivar la producción de alimentos, bonos de carbono, productos forestales o turismo. En vez de eso seguimos viendo los municipios PDET como cargas y no como oportunidades.
Por eso, vemos a las comunidades exclusivamente bajo el lente de ser víctimas y no como protagonistas de sus territorios, así como vemos al sector privado como una tabla de salvación en esquemas de incentivos tributarios y no como socios de modelos de riesgo compartido.
Petro y el storytelling de la construcción de paz
Con el acuerdo de paz la misión siempre fue la paz territorial, pero desde que empezó la implementación en el gobierno Santos hubo una falta de visión, y de narrativa pública, que permitiera una ejecución unificada e integradora en el territorio.
No ha existido una colaboración real de las “burocracias” comprometidas con los objetivos de paz, ni una disposición de gabinetes rurales para el seguimiento permanente de las metas y para mejorar los procesos.
Por eso es necesaria una nueva perspectiva que jalone al sector privado para pensar los municipios PDET en clave de oportunidad y no solamente en clave redistributiva. En clave de paz pero también como la base para apalancar la visión de una Colombia potencia de la vida.
Mazzucato insiste en un aspecto para el que quizás sea Petro el presidente ideal. Ella lo llama como el storytelling o la narrativa. Se trata de que el gobierno pueda llegar a inspirar a la ciudadanía, a la burocracia, al sector privado y, por qué no, a los políticos para que se sumen a una visión de país ambiciosa, arriesgada y, sobre todo, creíble. Es necesario dejar de pensar en que el país puede cambiar con una orden dictatorial o un decreto, como se ha intentado en innumerables ocasiones.
Si el país entiende que el gobierno está poniendo sus palabras donde están sus acciones, es decir, si logra integrar las capacidades de las instituciones mientras las fortalece, y si es directo y sincero frente a la visión de futuro que desea implementar, es posible que el país entre en un proceso verdadero de paz y en un crecimiento económico estable.
Todavía hay que esperar porque la misión de paz territorial está por diseñarse, pero considero que las posibilidades de este gobierno son inmensas. Quizá pueda ser posible obtener un cambio y, por fin, disfrutar de una paz real.