La pandemia mostró las fortalezas y las debilidades del sistema de salud que debemos atender ante futuras emergencias sanitarias.
Andrea Ramírez Varela*,Esteban Vanegas**,Fabián Andrés Rosas Romero***
Evidencia científica para tomar decisiones
En este mes de marzo se cumplen dos años desde que comenzó la pandemia en Colombia. Su manejo nos deja varias enseñanzas.
La primera de ellas es la mucha incertidumbre que existió y aún existe para tomar decisiones globales o nacionales en materia de salud pública, pese a la velocidad sin precedentes en llegar evidencia científica sobre el SARS-CoV-2 y la COVID-19. Esta pandemia hizo evidente que las medidas de salud pueden cambiar rápidamente y en función de las nuevas evidencias científicas, lo cual hace fundamental observar y tener en cuenta la experiencia de los otros países.
El gobierno colombiano tuvo el acierto de adoptar la ciencia como guía de muchas de las medidas que tomó. Además, organismos como el Instituto Nacional de Salud tuvieron amplia incidencia en la coordinación de la respuesta nacional —e independientemente de la efectividad de las medidas—.
La COVID-19 también no dio la oportunidad de revisar la forma tradicional de adaptación de los sistemas de salud ante los retos emergentes y sus maneras de gestionar las demandas de las poblaciones.
Hasta el momento se han aplicado 78 millones de vacunas. De esa marea se logró que 461 municipios tengan más del 70 % de su población vacunada en 384 días desde el comienzo del plan.
La necesidad de promover el autocuidado como estrategia básica de salud individual y colectiva se hizo más que evidente, y por supuesto jugó un papel decisivo en descongestionar los servicios de atención médica. En otras palabras, la corresponsabilidad y la disciplina social transformaron la mirada y la comprensión pública de las tareas de prevención y promoción.
La resiliencia del sistema de salud
El sistema de salud demostró una altísima resiliencia a pesar de las altas demandas de cuidado hospitalario durante los cuatro picos de la pandemia, de la falta de recursos humanos, de la gran necesidad de aplicar el tamizaje en escala masiva y de la vacunación igualmente masiva.
El personal de salud fue capaz de adoptar nuevos planes de acción y promover estrategias para mitigar el riesgo de contagio en la comunidad y en el mismo personal de salud. La innovación como pilar de desarrollo y mejoría de un sistema de salud, demostró la gran competencia de dicho personal.
A su vez, el Estado colombiano apostó por la vacunación con voluntad significativa y a pesar de los retos logísticos y de la escasa disponibilidad de los biológicos. Hasta el momento se han aplicado 78 millones de vacunas. De esa marea se logró que 461 municipios tengan más del 70 % de su población vacunada en 384 días desde el comienzo del plan. Lo anterior ha permitido levantar varias medidas para revitalizar la vida social, económica y cultural de las comunidades.

Los retos
También persisten retos para el tercer año de la pandemia en Colombia.
Queda claro que los puntajes globales de las capacidades de los sistemas de salud, preparación y respuesta ante pandemias no pueden predecir completamente la ejecución de políticas públicas o la gravedad de los resultados en términos de morbimortalidad.
Por lo tanto, hay que tener en cuenta factores como la confianza en el gobierno, en las instituciones y en la ciencia. Es fundamental mejorar la comunicación del riesgo para informar adecuadamente al público sobre la ejecución de políticas nacionales para el manejo de la pandemia.
También debe considerarse el papel de la desinformación para comprender con más claridad los factores que ayudan a acatar las recomendaciones en salud pública y vacunación contra la COVID-19, con el propósito último de prevenir contagios y formas severas de la enfermedad. La pandemia de desinformación o “infodemia” es un reto en salud pública a todo nivel.
Un sistema de salud sólido
La pandemia también demostró que la mejor defensa contra cualquier crisis sanitaria es un sistema de salud sólido.
Por eso es tan importante seguir fortaleciendo el sistema de atención primaria y médica con capacidad de respuesta rápida que cumpla con los estándares del reglamento sanitario internacional.
Esta crisis hizo visible el potencial y la necesidad de aumentar la capacidad de la investigación biomédica para el desarrollo de tecnologías, medicamentos y vacunas.
Por eso es necesario invertir y asegurar fondos para estas actividades que otorguen independencia y mayor capacidad de respuesta en futuras emergencias.
Finalmente, el deterioro de la salud mental y la persistencia de síntomas o el desarrollo de nuevos síntomas al final del curso de la COVID-19 ‒el llamado COVID-19 prolongado‒ es un problema cada vez más reconocido que enfrentan los sistemas de salud. La evidencia preliminar indica que muchos afectados tienen necesidad de enfoques multidisciplinarios de tratamiento y de múltiples especialidades médicas ya que sus condiciones tienen un grave efecto en su trabajo o su vida social.
Por lo tanto, la COVID-19 demostró la urgencia de tener planes de preparación y recuperación del sistema sanitario, con acciones orientadas a construir poblaciones saludables y resilientes frente a potenciales enfermedades emergentes.