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Las FARC y el narcotráfico: el motivo y el pretexto

Escrito por Juan Carlos Garzón
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Se ha exagerado la importancia del narcotráfico para las FARC y el papel de las FARC en el narcotráfico. La guerrilla participa de otras economías ilegales, hay otros traficantes, hay otros criminales y hay relaciones más complejas entre finanzas, conflicto y territorio.

Juan Carlos Garzón*

Falacias

Hace poco el gobierno y las FARC comenzaron una nueva ronda de conversaciones, esta vez para hablar sobre el narcotráfico, un tema que ha marcado el conflicto armado colombiano y que hace parte de las explicaciones del estado de guerra permanente.

Alrededor de la relación narcotráfico-FARC se ha construido una retórica cargada de simplificaciones y calificativos, que no solo le quito el carácter  político a la confrontación sino que vendió la salida armada como la única formula posible: para acabar con las guerrillas había que acabar con el narcotráfico y para acabar el narcotráfico había que debilitar a la insurgencia.

Para algunos, las FARC existen para traficar, para otros estas trafican para existir. 

Esta aproximación perdió de vista que la correlación narcotráfico-FARC no implicaba causalidad y que la persistencia del problema de las drogas tiene tras de sí múltiples explicaciones, entre ellas, una política antinarcóticos que, como ha afirmado el propio presidente Santos, no ha dado los resultados esperados.

En esta medida, si bien el proceso con las FARC abre oportunidades para cambiar el paradigma actual – o, al menos, para modificar sus componentes más perjudiciales  e ineficientes-, tiene como punto de partida una limitación: ni el narcotráfico es tan importante para las FARC, ni las FARC son tan importantes para el narcotráfico.

Así las cosas, este proceso hará un gran aporte si logra romper los mitos sobre los cuales se han construido la respuestas al problema de las drogas, si lleva a las FARC a asumir el compromiso de no implicarse en economías criminales, si impulsa al Estado a tener una respuesta integral al problema de las drogas, y si lleva al país a una reflexión más profunda sobre cómo el narcotráfico -entre otras economías criminales- acabó siendo la piedra de toque para explicar el ejercicio del poder en Colombia.

Zona del Bronx, Bogotá.
Foto: Bogotá Humana

Financiación de las FARC

La discusión sobre la relación entre el narcotráfico y las FARC ha gravitado en torno a la definición de los medios y los fines: para algunos, las FARC existen para traficar, para otros estas trafican para existir. Mientras tanto los protagonistas – las FARC – se desmarcan de su responsabilidad, señalando como culpable a “…la crisis del modelo capitalista colombiano y su régimen político”.

En medio de las acusaciones y las exculpaciones, parece apropiado volver a la pregunta de cuál es la relación del narcotráfico y las FARC; por ahora, digamos que existe una relación – así esta sea, como dicen las FARC, una relación “impositiva”.

Si uno de los puntos de partida (no el mío) es suponer que las FARC gravitan alrededor del narcotráfico, habría que preguntarse también qué tan importante es el narcotráfico para las FARC. La evidencia disponible señala que esta guerrilla recibe recursos significativos de la producción y el tráfico de drogas, pero está no es su única actividad y en algunos territorios probablemente tampoco la más rentable. Los ingresos de este grupo guerrillero provienen de un portafolio diverso de economías ilegales: las extorsiones, el tráfico de gasolina y de víveres, la explotación minera y de madera, así como el desvío de recursos públicos.

Aunque importa advertir que las estimaciones sobre los ingresos de las FARC son imprecisas y con frecuencia desactualizadas, hay indicios de que el narcotráfico es menos importante para esta guerrilla de los que suele afirmarse. La ausencia de condenas por el delito de financiación de terrorismo sugiere que el Estado no tiene conocimiento confiable ni capacidad de perseguir las finanzas de este grupo insurgente. La información de terreno señala que la guerrilla ha diversificado sus rentas. En estas circunstancias, hablar de “narco-insurgencia” es una simplificación, no solo porque el término se utilice para desestimar el carácter político de la confrontación, sino también porque desconoce que la participación de esta guerrilla en las economías criminales es compleja y no se limita a las drogas.

Manifestación en Cochabamba, Bolivia, por la
despenalización de la hoja de coca.
Foto:  Shorizo Izo (Hugo Solar)

Cuidado con los remedios

Si se piensa en desmontar el entramado económico que sirve como combustible del conflicto armado, el énfasis sobre las drogas ilegales parece ser un enfoque anacrónico e incompleto. Con las FARC no solo habría que hablar del narcotráfico, sino de un conjunto de actividades ilegales que frecuentemente han estados acompañadas por el uso de la violencia. Reducir la vulnerabilidad de los territorios afectados por el conflicto pasa necesariamente por mitigar las manifestaciones más perjudiciales de estos mercados ilegales, en los cuales la insurgencia ha tenido participación.

Se trata también de un tema de recursos y de cómo las rentas provenientes de estos mercados ilegales pueden contaminar la transición hacia la paz y, más específicamente, todo el proceso político. En otras palabras, es necesario que haya garantías de que el dinero “encaletado” no distorsione la competencia política, ni derive en disputas que prolonguen la confrontación en algunos territorios. Este fue uno de los grandes silencios del proceso con los grupos paramilitares, con repercusiones perjudiciales para la democracia y el desarrollo en las regiones.

El Estado está en la obligación de aumentar su presencia en vastos territorios, con la participación activa de los liderazgos y las comunidades locales. Bajo esta perspectiva, el diálogo sobre el narcotráfico trasciende la sustitución de cultivos. Tal como afirma Ricardo Vargas, lo que está en juego es la suerte del territorio mismo y, vista de esta manera, la coca es un aspecto más del paisaje.

Respecto de las FARC, sin duda su historia está manchada por el dinero de las drogas, de la misma manera que el narcotráfico ha manchado la historia del país. Aquí no valen las exculpaciones, pero tampoco las hipérboles que niegan la necesidad de una salida política y negociada.

 Con las FARC no solo habría que hablar del narcotráfico, sino de un conjunto de actividades ilegales que frecuentemente han estados acompañadas por el uso de la violencia. 

Las FARC en el narcotráfico

La participación de las FARC en el narcotráfico se concentra en los eslabones de la cadena menos rentables, es decir, en la producción. La mayoría de sus recursos derivan del cobro por seguridad a los cultivos ilícitos, el impuesto a laboratorios, el denominado “impuesto de gramaje”, el uso de pistas clandestinas, así como el gravamen que imponen a los precursores químicos.

El grueso de la exportación y la comercialización de las drogas ilegales sigue estando en poder de los grupos de crimen organizado, aunque las FARC hayan tratado de aumentar su participación en estas fases de la cadena, lo cual han conseguido especialmente a través de las fronteras con Venezuela y Ecuador.

Las FARC protegen las áreas de producción, sirven como intermediarios y, en menor medida, participan de la exportación manteniendo el control sobre algunas rutas. ¿Qué tan fácil o difícil es sustituir a este grupo dentro de la cadena del narcotráfico?

La historia del mercado de las drogas, no solo en Colombia sino en América Latina, demuestra  que los vacíos son llenados rápidamente por otras organizaciones o facciones remanentes, que acaban por desencadenar nuevas disputas y ciclos de violencia. En este punto, la incapacidad del Estado para hacer presencia efectiva en los territorios tiene un alto costo. La desarticulación institucional y su falta de conexión con la realidad local propician las condiciones para que las economías criminales y los intereses mafiosos sigan marcando la pauta de cómo se construyen las regiones en Colombia.

En los territorios, las alianzas alrededor de las economías criminales – que involucran a sectores de la política y la economía, pero también a las FARC -, compiten con las agencias gubernamentales, los partidos políticos y elementos de la sociedad civil para configurar al Estado. Las repercusiones en términos de violencia han sido notables.

Como demuestran Andrés Sánchez (et.al) en la “Evolución geográfica del homicidio en Colombia”, las disputas asociadas con el control de áreas estratégicas para la producción y tráfico de narcóticos han sido uno de los detonantes de la violencia. De acuerdo con Daniel Mejía y Pascual Restrepo, entre 1994 y 2008, el narcotráfico explica cerca de 3.800 homicidios al año, es decir el 25 por ciento de la tasa nacional. En esto también la insurgencia ha tenido responsabilidad.

Producción de coca y tasa de homicidios en Colombia

Fuente: Sánchez et al. (2012), “Evolución geográfica del homicidio en Colombia”

Tensiones dentro de las FARC

Por el momento es claro que el narcotráfico es de gran importancia para algunos “frentes” de las FARC, de modo que se han dado alianzas con organizaciones criminales, se ha desdibujado el discurso político y se han abierto dudas sobre la cohesión del grupo. Mas quizá que ningún otro factor, el narcotráfico complica la relación entre el proceso en la Habana y lo que ocurre en el terreno. La posibilidad de que algunas facciones sigan activas es, para algunos, un costo colateral del proceso y, para otros, es un lastre para la seguridad del país.

La participación de las FARC en el narcotráfico se concentra en los eslabones de la cadena menos rentables, es decir, en la producción.

Alias “El Paisa”, jefe de la columna móvil Teófilo Forero, retrata bien esta complejidad. Este jefe guerrillero comenzó su carrera criminal con el tráfico de armas y drogas, como parte de la organización de Pablo Escobar; en la cárcel conoció a varios guerrilleros y al quedar libre se vinculó a las FARC. En una vertiginosa carrera basada en la violencia y el terrorismo, acabó al frente de una de las “columnas” más ofensivas de la insurgencia. Hoy parte de la suerte del proceso está en manos de “El Paisa” y la posibilidad de que el sabotaje a los acuerdos de la Habana venga de las propias filas.

Así las cosas, habría que pensar que probablemente no serán las FARC y sus representantes en la Habana quienes decidan el futuro del narcotráfico en las regiones, sino el narcotráfico y la demás economía ilegales las que dibujen la manera como se configure el poder económico y político en estas zonas del país. Bajo este marco, las respuestas que el Estado a este tema y a sus lógicas mafiosas, son una de las claves para las posibilidades de la paz en Colombia.

Por el momento, esperemos que el actual proceso sirva para que las FARC dejen de ser el motivo y el pretexto para justificar la incapacidad del Estado de llegar a vastas zonas del territorio, más allá del glifosato y las erradicaciones.

 

* Politólogo de la Universidad Javeriana, con Maestría en Estudios Latinoamericanos de Georgetown University. Actualmente es Global Fellow del Woodrow Wilson Center e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de Georgetown University, autor del libro Mafia & Co: las redes criminales en México, Brasil y Colombia. 

@JCGarzonVergara

 

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