Las elecciones del Congreso del posconflicto: ni fundacionales, ni esperanzadoras - Razón Pública
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Las elecciones del Congreso del posconflicto: ni fundacionales, ni esperanzadoras

Escrito por Carlo Nasi
Corrupción y clientelismo.

Carlo Nasi¿Por qué se acabó la guerra pero no cambió nada? ¿Por qué volvió a ganar el clientelismo?

Carlo Nasi*

Elecciones fundacionales

Las primeras elecciones que se dan al concluir una guerra civil o un conflicto armado interno suelen ser consideradas como “fundacionales” porque habitualmente implican el comienzo de una “nueva era”.

Si bien en muchos países –como Colombia-  hay elecciones periódicas aun en medio de un  conflicto armado, estas tienden a excluir a grupos políticos y a grandes segmentos de la población.

En cambio – y aunque persista la polarización política- las elecciones que siguen a una guerra interna hacen que el régimen político gane legitimidad- si es que esas elecciones fueron transparentes-.

Con las “elecciones fundacionales” se produce un cambio de las normas electorales excluyentes hacia reglas genuinamente democráticas, de manera que:

  • los antiguos enemigos aceptan por primera vez jugar bajo las mismas reglas del juego,
  • los líderes de la oposición que habían sido perseguidos hacen un tránsito a la legalidad y ganan protagonismo político, y
  • el sistema de partidos se transforma de manera sustancial.

Colombia, la excepción

Elecciones para conformar el Congreso de la República.
Elecciones para conformar el Congreso de la República.
Foto: Cancillería

Este fenómeno se ha observado en muchos países, pero no ocurrió en Colombia. Acá hubo elecciones del Congreso, pero no fueron fundacionales.

El punto de partida no fue la existencia de reglas electorales excluyentes; los problemas de exclusión se remediaron tiempo atrás, con el desmonte del Frente Nacional y la Constitución de 1991.  Quizá estas reglas no han sido capaces de controlar algunas prácticas fraudulentas de los partidos, y no sirvieron para contrarrestar la coacción armada de guerrillas y paramilitares a candidatos y electores.

Pero esto es muy distinto de decir que han sido anti-democráticas.  Si las reglas hubiesen sido genuinamente excluyentes, no se explicaría la elección de representantes de partidos de oposición a distintos cargos públicos durante los últimos veinticinco años.

Para las elecciones parlamentarias del 11 de marzo las reglas solo cambiaron marginalmente: le abrieron espacio a la participación política de las FARC y dieron algunas prebendas a este grupo, pero nada más.

Tampoco hubo mayores cambios en cuanto a la composición de fuerzas en el Congreso: apenas un reacomodamiento limitado de las mismas fuerzas de antes.

Las FARC no representaban

Cuando hay “elecciones fundacionales” el sistema partidista cambia en la medida en que la oposición armada que se incorpora a la democracia efectivamente representa los intereses de sectores sociales importantes.  Este no es el caso de las FARC.

Pese a haber sido una de las guerrillas más longevas del mundo, y de tener durante varios años fortaleza militar y un grado importante de control territorial, las FARC no lograron conectarse con sectores sociales más amplios, lo cual fue evidente en las elecciones al Congreso, donde obtuvieron poco más de 85 mil votos para ambas cámaras (y tanto miedo que generaron con la supuesta “amenaza castro-chavista”).

Por supuesto que en Colombia existe mucho descontento, pero este no fue canalizado por las FARC.  Para las mayorías las FARC han sido parte del problema y no de la solución. Claro, durante la campaña hubo varios actos hostiles contra los excomandantes guerrilleros, pero si este grupo hubiese representado “el descontento de las mayorías marginadas y oprimidas,” éstas lo habrían respaldado en las urnas.

Aunque tuvimos los comicios menos violentos en muchas décadas, hubo más continuidad que cambio.  Pero al menos se despejó un poco la bruma.  A todos los que ingenuamente creían que “Colombia sería un paraíso al acabarse la guerrilla,” les quedó claro que los problemas siguen: criminalidad en muchas regiones, la economía del narcotráfico no cede, la corrupción se extiende; todo alentado por la pobreza y falta de oportunidades.

La construcción de paz sigue en pañales.

Votar sin información

¿Qué hacer al respecto? Muy pocas luces nos han dado en la reciente campaña electoral quienes pretenden dirigir los destinos del país desde el Congreso.

La campaña transcurrió sin sobresaltos, o sea que padecimos la habitual contaminación visual que ocasionan las vallas con publicidad política que:

  • No decía absolutamente nada.
  • Incluía fotos de hombres y mujeres sonrientes, personas desconocidas, a excepción de varios políticos de marras y congresistas que buscaban reelegirse.
  • En el mejor de los casos algunas incluían una frase, tan hueca como la propia sonrisa de los candidatos.
  • Ninguna daba la menor pista de que el aspirante fuese menos incompetente o menos corrupto que los políticos de siempre, y menos aún incluían propuestas en caso de resultar elegidos.

Por supuesto que una valla política no puede decir mucho, pero los aspirantes realmente se esmeraron en guardarse todo.

En principio, votar por el Congreso tiene incluso más sentido que votar por un presidente: al ser numerosos los congresistas pueden representar mejor los intereses ciudadanos sin tener que agregar preferencias contradictorias. Un aspirante al Congreso puede legítimamente representar un sector específico sin complacer a todo el mundo.

Por eso los ciudadanos deberíamos tener mediana claridad sobre qué congresista defiende qué. Pero el colombiano promedio no identifica al 95 por ciento de los congresistas, no conoce sus ideas y acaba votando de manera desinformada.

Un puñado de congresistas ha tenido una exposición mediática amplia (Álvaro Uribe, Antanas Mockus, Angélica Lozano, Iván Cepeda), y con eso los ciudadanos más o menos conocen sus propuestas, pero eso no resuelve el problema: la mayoría de congresistas pasan totalmente desapercibidos.

Tampoco se trata de promover la exposición mediática.  Hay congresistas que llaman la atención participando en programas de radio y televisión, otros por los escándalos, pero nada de eso los vuelve buenos representantes. Una cosa es lograr protagonismo en los medios, otra muy distinta tener una trayectoria destacada como representante.

En teoría los colombianos podríamos informarnos mejor sobre las trayectorias de nuestros honorables, pero eso no ocurre en la práctica. No sé cuál sea el rating del Canal del Congreso pero es probable de que esté en el profundo subsuelo.  Y ese canal apenas revela el comportamiento más público de nuestros honorables, y no sus tratos fuera de cámara.

Por lo demás existen herramientas como Congreso Visible de la Universidad de los Andes que permiten conocer mínimamente la trayectoria de un porcentaje, pero son pocos los colombianos que hacen las respectivas averiguaciones.

Si esos son los problemas que enfrenta el ciudadano común para reelegir a un político, votar por un candidato primerizo conlleva mayores problemas de información: dada la carencia de trayectoria política, hay más incertidumbre entre los electores.

Por un puñado de votos

Firma de los Acuerdos de Paz con las FARC
Firma de los Acuerdos de Paz con las FARC
Foto: Unidad de Víctimas

Más allá de nuestra dificultad para elegir bien, ¿por qué muchas curules acaban en manos de políticos incompetentes y corruptos?

Parte del problema tiene que ver con el sistema electoral. De acuerdo con la Registraduría:

  • En Colombia hay 36.493.318 potenciales votantes, de los cuales votaron para este Congreso 17.818.185 es decir, el 48,82 por ciento.
  • Según el pre-conteo, 27 senadores que ganaron una curul obtuvieron entre 10 mil y 50 mil votos.  Eso quiere decir que el apoyo a cada uno de esos senadores estuvo entre el 0,02 y el 0,13 por ciento de los votos potenciales, y entre el 0,05 y el 0,28 por ciento de los votos depositados en las pasadas elecciones.
  • Casi un tercio del Senado fue elegido por entre el 1,35 y el 7,56 por ciento de los votos. Y no es que los ciudadanos hubiesen votado copiosamente por los dos tercios restantes de senadores: tan solo 13 de los elegidos rebasaron la barrera de los 100 mil votos, y de ellos únicamente 3 superaron los 200 mil votos.

Congresistas despreocupados

Ahora bien, si un senador obtiene su curul con apenas el 0,28 por ciento de los votos, ¿a cuenta de qué le va a interesar lo que piensa, necesita o quiere el 99,72 por ciento de los electores?

En términos egoístas y racionales no tiene que preocuparse por los demás. Si las reglas electorales le permiten alcanzar una curul con pocos miles de votos, y los niveles de pobreza facilitan la compra de votos a cambio de chichiguas, tenemos la mezcla perfecta para que se desborde el clientelismo.

La situación es incluso más dramática para la Cámara de Representantes, donde hubo varios políticos elegidos con poco más de dos mil votos en los departamentos más despoblados, y es en parte por eso que hay crisis de representación y tanta corrupción.

No conocemos a nuestros congresistas porque el propio sistema hace que, en su mayoría, no necesiten darse a conocer para ganar una curul.  Lo raro es que, a pesar de todo, haya unos cuantos congresistas destacados, honrados y genuinamente dedicados al bien público.  Como sea, hay que repensar las reglas electorales.

*Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor.

 

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