El cáncer es como un viaje. Probablemente por eso, desde que logré alzar cabeza después de recibir el diagnóstico definitivo y siguiendo una intuición casi visceral, me he dedicado a hacer un repaso de mi vida.
En una versión inicial de esta columna, escribí que este repaso consistía en revisitar dos ámbitos, conectados pero independientes, de mi existencia. Por una parte, las relaciones, los familiares y amigos (lo de afuera, lo relacional) y, por otra parte, los pensamientos, los sentimientos (lo de adentro, lo íntimo). Ahora, arrepentida y casi avergonzada de lo que se parecía más a una división de campos de estudio entre la sociología y la psicología que a mi experiencia personal, diré que el repaso se ha tratado de revisitar mis amores. Amores, todos ellos, constituidos por un ensamblaje, a veces complejo, pero siempre discernible, de personas, animales, plantas, ideas, experiencias, espacios, tiempos, sonidos, objetos, etc.
En locaciones distintas, entorno a mesas con comida y vino, en medio de caminatas urbanas y campestres, identificando estilos arquitectónicos y especies de plantas o tipos de hongos, a través de audios y textos de whatsapp, he tenido conversaciones fantásticas con quienes me rodean acerca de lo que nos une, de las vivencias compartidas, de consensos y disensos, de lo que creemos que nos hace singulares y de lo que nos recuerda que somos simplemente humanos.
Lo que comenzó como una condena de muerte se ha convertido en una oportunidad única para hacer un duelo tranquilo y compartido al lado de quienes más amo. Un funeral lento, con tiempo para el silencio y para los discursos reflexivos y significativos. Una ventana hacia lo que puede ser cuando tenemos la certeza de que ya no será.
Pero nada de esto sería posible si no fuera por el acceso oportuno y privilegiado que he tenido al diagnóstico, la atención y el tratamiento de mi enfermedad. Ese acceso oportuno y privilegiado, contrario a lo que muchos piensan, me lo ha garantizado el sistema de salud colombiano. El sistema de salud a secas, sin prepagada y en un hospital público con los más altos estándares de calidad, pero especialmente de humanidad (a excepción de un breve encuentro infortunado con un neurocirujano al que se le fue la mano en egolatría). El mismo sistema de salud que queremos reformar.
No pretendo afirmar que mi experiencia es generalizable. Como lo he dicho en otros espacios de opinión y como lo he visto con mis propios ojos trabajando con madres migrantes venezolanas, las inequidades de la sociedad colombiana se cuelan por todas partes y de forma muy dolorosa en el sistema de salud. Pero reconocer que eso es así, no significa que podamos desconocer los avances que como sociedad hemos alcanzado en materia de acceso a la salud.
De las muchas cosas que me han sorprendido, a veces positiva y a veces negativamente, acerca del sistema de salud colombiano, quisiera resaltar una que es uno de mis amores. Se trata del acceso privilegiado que Colombia garantiza, cuando se compara con el resto de los países de América, a medicamentos de alto costo no incluidos en los planes de beneficio.
En gran medida, lo que me permite escribir estas líneas hoy es un medicamento, una píldora azul de tamaño razonable para ser tragada sin dificultad, con o sin agua. Mientras que un paciente en Estados Unidos tendría que pagar, de su bolsillo, unos 12.000 dólares al mes por este tratamiento, yo no tengo que pagar nada. Mientras un paciente igual a mí en Estados Unidos, en Perú o en Uruguay estaría pensando en cómo conseguir el dinero para comprar unos meses más de vida con sus seres queridos, nuestro sistema de salud, alineado con el derecho fundamental a la salud, nos da acceso a mí y a cualquier colombiano con este tipo de cáncer (más bien raro) a una terapia costosa que nos dará tiempo suficiente para conectarnos y para despedirnos. Es más, gracias a la regulación de precios de medicamentos, el sistema de salud colombiano no paga 12.000 dólares al mes por este medicamento, sino alrededor de 7 millones de pesos al mes (1.700 dólares).
A pesar de los logros del derecho a la salud y de la regulación de precios, en un país en desarrollo como Colombia, con recursos escasos, los costos de oportunidad son aciagos. Un mes de mi medicamento podría pagar el seguro de salud anual (la UPC) de casi 6 personas del régimen contributivo o del subsidiado, o el salario mensual de un médico general, o el de dos enfermeros, o muchas más equivalencias similares que garantizarían atención primaria en salud y que son incómodas de hacer.
La ambición fundamental de nuestro sistema de salud de darle la mejor salud a todos los ciudadanos se ha traducido en grandes desbalances financieros, pero también en grandes desbalances en términos de equidad. Esa misma ambición informa las crisis pasadas y la crisis actual del sistema. Nos desgastamos discutiendo el rol, los accionistas y las reservas técnicas de las EPS, pero nadie está hablando de uno de los retos más importantes de todos, la cura de la enfermedad, a nivel global, es cada vez más imposible de financiar y cuando se logra su financiamiento va en detrimento de otras inversiones en salud.
Escribir esto, conectarse con el mundo antes de morir, es una oportunidad que debería ser asequible para todas y todos, siempre y en cualquier lugar, pero se ha convertido en un lujo al que cada vez menos personas en el mundo podrán acceder. Pero nadie parecer estar prestando atención y la reforma que se tramita en el congreso no dice nada al respecto.
7 Comentarios
Tatiana: infinitas gracias por esta hermosa y sesuda reflexión. Las ideologías de todos los ángulos nos nublan la capacidad de observar y escuchar a los otros, y a ponderar un sistema como el de la salud colombiano. Qué belleza confirmar que tus reflexiones, también, tu deseo sentipensante por la conservación y reproducción de la vida. Salud!
Tatiana: infinitas gracias por esta hermosa y sesuda reflexión. Las ideologías de todos los ángulos nos nublan la capacidad de observar y escuchar a los otros, y a ponderar un sistema como el de la salud colombiano. Qué belleza confirmar que tus reflexiones expresan, también, tu deseo sentipensante por la conservación y reproducción de la vida. Salud!
Excelente articulo. «Tener tiempo para morir». Quienes padecemos de cáncer no tenemos la tranquilidad para apreciar ese tiempo tan valioso
Qué escrito tan bello, teje desde lo íntimo con lo social, mostrando la vida, el morir,la vida
Me parece curioso que una profesora de la Universidad de los Andes sea beneficiaria del Sisben.
En su texto Tatiana indica que su tratamiento ha sido provisto por el sistema de salud, no por el SISBEN.
El SISBEN (Sistema de Identificación de Potenciales Beneficiarios de Programas Sociales), es el mecanismo que utiliza el sistema de salud para identificar a los ciudadanos que necesitan financiación de su atención en salud porque no tienen cómo pagarla (régimen subsidiado) y quienes mensualmente un aportamos parte de nuestros ingresos a la gran «bolsa» que paga lo de todos (régimen contributivo).
Tanto los del sistema régimen contributivo como los del subsidiado tenemos derecho a la atención que necesitamos y podemos ser atendidos en instituciones públicas o privadas que tengan la infraestructura necesaria.
En este caso la EPS de Tatiana como aportante al régimen contributivo está siendo atendida en un hospital público, con el que su EPS tiene acuerdo. Los hospitales públicos no solo atienden el régimen subsidiado.
Saludos.
Excelente, te felicito por tu claridad mental. Expones poderosos argumentos para el debate actual. Un abrazo.