La obra de teatro Labio de liebre sigue siendo un éxito de taquilla tras varios meses en cartelera. ¿Qué hace que esta obra que trata sobre el perdón, la venganza y el reconocimiento del conflicto colombiano haya calado tanto entre el público?
Nicolás Pernett*
Un fenómeno
Más de tres meses de éxito en cartelera lleva la obra Labio de liebre, escrita, dirigida y protagonizada por Fabio Rubiano, y montada por el grupo Teatro Petra, que con este aclamado montaje (coproducido por el Teatro Colón) celebra por lo alto sus 30 años de existencia.
Pocas veces una obra de teatro colombiana ha tenido un recibimiento tan positivo por parte de la crítica y al mismo tiempo ha tenido la aprobación del público, que sigue llenando cada noche los asientos del Teatro Nacional, donde se exhibe actualmente.
En la obra se cuenta la historia de Salvo Castello (alegoría de Salvatore Mancuso), un personaje que está pagando arresto domiciliario en un país invernal por crímenes cometidos en un “paraíso” tropical en el que asesinó indiscriminadamente personas y animales en su empresa criminal por “hacer patria”.
Una noche Castello es visitado (como si se tratara de una reescritura colombiana del Cuento de Navidad de Charles Dickens) por los fantasmas de las personas que mató en su tierra natal, quienes le exigen como única condición para dejarlo en paz que diga sus nombres y los lugares donde están enterrados para así dejar de ser muertos sin identidad.
El tema de los muertos que se niegan a ser enterrados y vuelven para acompañar como fantasmas a los sobrevivientes es un lugar recurrente en el arte colombiano, desde García Márquez hasta la película Retratos en un mar de mentiras, como evidente expresión de los homicidios nunca resueltos que prácticamente han hecho nuestra historia.
En un país que se precia de ser el más feliz del mundo y en el que se sobrevalora la risa fácil como sinónimo de alegría, la memoria también tiene que ser una fiesta.
En el proceso de reconocer a sus víctimas, Castelo alcanza a dimensionar la magnitud de sus crímenes y se descubre a sí mismo también como víctima de un sistema más grande que él (pues es “un empleado más”, como dice), que cumplió su papel sanguinario por encargo de otros, aunque creyendo sinceramente en él. Por eso precisamente, y esta es una de las vueltas de tuerca más interesantes de la obra, Castelo también tiene que perdonar a sus víctimas, a las que asesinó en pleno uso de un odio para él completamente justificado.
En un momento, para ayudar a recordar a Castelo sus acciones criminales, Alegría de Sosa (interpretada por Marcela Valencia, quien sin duda se roba el show con su actuación) le pide a la familia de fantasmas que recree los momentos en que las fuerzas de Castelo los masacraron. Los hijos lo hacen, en medio de pequeñas y jocosas peleas, y finalmente Castelo reencarna su papel de verdugo.
Es esta escena se condensa la pregunta que plantea Labio de liebre: ¿cómo reconocer y reencarnar el horror ocurrido en Colombia en los últimos años para volver a habitar el presente más allá de la negación y el trauma? Aunque en varias reseñas y en la misma publicidad de la obra se dice que su tema es el perdón, es posible pensar que la palabra clave de este montaje no sea “perdón” sino “reconocimiento”.
![]() Familiares y víctimas del conflicto armado conmemoran en Cali el Día Internacional del Detenido Desaparecido. Foto: Centro Nacional de Memoria Histórica |
La memoria como deber
Es claro que la sociedad colombiana se debe todavía el momento de reconocerse en la guerra que se ha vivido y se está viviendo en nuestro territorio. Este reconocimiento no se trata solamente de saber que han sucedido cientos de horrores perpetrados por paramilitares y guerrilleros, para culparlos a ellos como nuestros terribles verdugos y calmar la consciencia, sino saber con plena consciencia qué estábamos haciendo cada uno de nosotros mientras en los campos se perpetraba una carnicería sin nombre.
Tal como le sucedió a los alemanes de la posguerra, a quienes sus hijos y nietos todavía les preguntan qué estaban haciendo durante el régimen nazi, dentro de algunas décadas es posible que los nuestros nos pregunten en qué trabajábamos o pensábamos mientras la guerra se cernía sobre el país, o si colaboramos (directa o indirectamente) con la empresa que produjo cientos de miles de muertos y millones de desplazados.
La diferencia es que el nazismo y la Segunda Guerra Mundial tocaron a casi la totalidad de la población europea y por ello los años de posguerra han sido un procesamiento colectivo del horror en los países implicados. Sin embargo, en Colombia una guerra de la magnitud de los conflictos étnicos africanos o de las dictaduras del Cono Sur ha sucedido sin que la población urbana se dé cuenta, y no se ha podido empezar el proceso de memoria porque ni siquiera se ha dado el reconocimiento del pasado.
Por eso es necesario el arte y obras como Labio de liebre para ayudarnos a dar el primer paso en la recordación de un pasado que preferimos enterrar para mirar con optimismo tiempos mejores en el futuro.
![]() Centro de Memoria Histórica de Bogotá. Foto: Juan Carlos Pachón |
La memoria como comedia
Fabio Rubiano es un dramaturgo astuto que conoce bien la idiosincrasia colombiana y sabe cómo contar una historia apelando al humor como condimento necesario para atrapar la atención del público.
En un país que se precia de ser el más feliz del mundo y en el que se sobrevalora la risa fácil como sinónimo de alegría, la memoria también tiene que ser una fiesta. Tal vez por eso las múltiples empresas de memoria que se han impulsado en Colombia (es difícil encontrar en el presente un proyecto gubernamental que no tenga la palabra “memoria” en alguna parte) no han logrado calar profundamente en la consciencia colectiva.
Muchos de los libros, documentales y programas televisivos que han tratado de presentar a una audiencia ignorante lo sucedido en el conflicto colombiano han apelado al “deber de la memoria” como motivación imperiosa para acercarnos al pasado (precisamente El deber de Fenester se llamó una bienintencionada pero aburrida obra de teatro sobre el conflicto impulsada por el Centro de Memoria Histórica).
Esa es la diferencia entra la historia y la memoria: mientras la primera está hecha de papel, la segunda está hecha de latidos.
A pesar de lo bien hechas que puedan estar las investigaciones que nos cuentan nuestro pasado reciente, para que esta historia realmente se pueda convertir en memoria tienen que tocar al público en el centro del corazón. Esa es la diferencia entra la historia y la memoria: mientras la primera está hecha de papel, la segunda está hecha de latidos.
Sin embargo, este deber de memoria se ha impuesto desde la lógica racional de la terapia: es necesario recordar a la fuerza para madurar emocional y políticamente. Pero la memoria suele estar asociada a las emociones, y en muchos casos a las emociones más pueriles. Justamente por eso la derecha puede imponer con facilidad su visión política: porque apela al miedo y al odio, un par de emociones en las que se puede caer con facilidad con los estímulos adecuados.
Por el contrario, para reconocernos en nuestro conflicto, muchas iniciativas de memoria exigen una madurez política y una consciencia histórica que sencillamente la mayoría no tiene o (peor) no le interesa tener.
Es justamente en este punto en que Labio de liebre hace una apuesta arriesgada: contar la memoria del conflicto con humor, ¡y tiene éxito! Pero no se trata de hacer burla de la tragedia de los asesinados o desplazados sino de acompañar el drama de la narración con las expresiones cómicas y las frases de cajón que se encuentran en cualquier familia colombiana, un recurso que Rubiano ya ha usado en otras ocasiones y que se puede encontrar con frecuencia en el arte argumental colombiano, desde Jaime Garzón hasta La estrategia del Caracol.
Aunque reírse en una obra como esta puede resultar incómodo para un espectador consciente de la tragedia que se esconde detrás de la comedia, Labio de liebre consigue conmover al tiempo que se gana la atención del espectador con su representación “familiar” de nuestra desdicha.
En los tiempos de hedonismo y espectáculo en que vivimos, esta obra nos muestra que es posible que la memoria también deba ser des-solemnizada y bajada de su cruz de dolor para que el pasado nos importe, para que las emociones nos lleven a los pensamientos que nos permitan la reflexión. En una palabra: para que la vida esté realmente cargada de memoria.
*Historiador.
@HistoricaMente