Reflexión, matizada de añoranza, sobre el significado de esta competencia que durante 30 años construyó identidad regional y nacional, hasta cuando los cambios tecnológicos, la urbanización desordenada y la pérdida de la ingenuidad la sacaron de la escena.
Francisco E. Thoumi
Otros tiempos
Esta semana empezó a disputarse la sexagésima segunda edición de la Vuelta a Colombia en bicicleta, una competencia que hoy pasa casi desapercibida para la mayoría de los colombianos. Pero durante dos o más décadas este evento capturó la imaginación de todo el país: por ejemplo, el General Jefe Supremo Gustavo Rojas Pinilla y el Presidente Alberto Lleras Camargo dieron la largada de la Vuelta desde la Plaza de Bolívar.
Sin duda la Vuelta fue muy importante durante la niñez y la juventud de los colombianos de mi generación. De niños estábamos pegados al radio escuchando cómo “Carlos Arturo Rueda C.” relataba emocionadamente en vivo — y muchas veces en imaginario — las peripecias de cada etapa. RCN y Caracol competían duramente por la audiencia de la Vuelta. Cada cadena tenía tres transmóviles asignados a la carrera. Uno reportando desde la punta, otro en el medio y otro con los rezagados.
De niños soñábamos con participar y ganar la Vuelta e inventabamos juegos al respecto: recuerdo cómo tomábamos tapas de gaseosa o de cerveza, las rellenábamos de plastilina y les pegábamos la foto de nuestro ciclista favorito, para hacer competencias por los bordes de las aceras. Sin duda eran otros tiempos.
Héroes inolvidables
![]() La voz de Carlos Arturo Rueda era el vehículo que conectaba la realidad con la imaginación de la vuelta Colombia. |
Los mejores ciclistas eran héroes nacionales y regionales: Efraín Forero Triviño, “el indomable Zipa”, primer campeón con más de dos horas de diferencia sobre el segundo; José Beyaert, nacido en Lens (Francia), campeón de ruta individual en los Juegos Olímpicos de 1948 y ganador de la segunda Vuelta, quién se quedó en el país y entrenó equipos de ciclismo; Ramón Hoyos Vallejo, “el escarabajo de la montaña”, gran campeón ganador de 5 vueltas (1953, 1954, 1955, 1956 y 1958).
Durante los años cincuenta, la Vuelta fue un enfrentamiento regional importante donde los paisas superaron claramente a los pedalistas del altiplano cundiboyacense, cuyos mejores exponentes – Efraín Forero y Jorge Luque, “el Águila Negra” – solamente lograron los segundos y terceros lugares en 1956 y 1957.
La dominación paisa continuó durante los años sesenta con Rubén Darío Gómez, Martín Emilio “Cochise” Rodríguez, Hernán Medina Calderón y Javier Suárez. Roberto “Pajarito” Buitrago — oriundo de Guayatá, Boyacá y ganador en 1962, aunque por solo ocho segundos adelante de “Cochise”— fue el contrapeso mayor al dominio paisa.
En los años setenta, la dominación paisa se quebró: ocho de las diez vueltas fueron ganadas por pedalistas de pequeños pueblos boyacenses. Rafael Antonio Niño —quien más vueltas ha ganado, cinco en esa década y una en la siguiente—, Miguel Samacá y José Patrocinio Jiménez, todos de pequeños pueblos boyacenses. Un bogotano (Álvaro Pachón) y un bumangués (Alfonso Flórez) ganaron las otras dos vueltas.
Durante las décadas posteriores la Vuelta fue perdiendo importancia y aunque muchos ciclistas colombianos han tenido grandes éxitos internacionales, especialmente Luis Herrera, “el Jardinerito” de Fusagasugá —quien ganó la Vuelta a Colombia en 1985, 1986 y 1988 y la Vuelta a España en 1987— la Vuelta siguió perdiendo popularidad y hoy no cautiva el interés del público, a pesar de que los corredores colombianos son más exitosos en el exterior que la selección nacional de futbol. No creo que haya muchos colombianos que sepan que Libardo Niño ganó las Vueltas de 2003, 2004 y 2005.
Víctima de la modernización
Las primeras vueltas fueron eventos artesanales, casi épicos. Los participantes tenían poca preparación física, se sabía muy poco sobre medicina deportiva y tendían a ser personas sencillas y provincianas. Basta recordar cómo después de cada etapa la mayoría de los entrevistados le ofrecían su esfuerzo a “mi apá y mi amá” y a alguna noviecita.
En un país de regiones desconectadas, la Vuelta fue un instrumento para que mucha gente conociera la geografía del país, o por lo menos para que oyera descripciones sobre ciudades, pueblos y regiones que nunca habían visitado. A su vez fue un instrumento de ascenso social, que generaba identidad y pertenencia, especialmente regional.
La mayoría de los ciclistas de las primeras décadas venían de pequeños pueblos donde era fácil utilizar la bicicleta como medio de transporte. El gran crecimiento de las ciudades con su tráfico desordenado ha hecho que muy pocas personas utilicen la bicicleta, aunque en un entorno urbano más organizado y amable debería ser uno de los principales medios de movilidad en vías atascadas por los autos y buses.
Por eso, los grandes ciclistas de los años setenta fueron principalmente de Boyacá, departamento con ciudades pequeñas y relativamente poco tráfico de vehículos automotores. Hoy la realidad no es muy distinta.
El origen de los ganadores de las últimas veinte vueltas es muy diciente: doce han sido boyacenses nativos de Umbita, Tuta, Sogamoso, Paipa y Nobsa; dos santandereanos de Barichara y Encino, pueblos cercanos a Boyacá, un venezolano de Santa Cruz de Mora, un pueblo en el Estado de Mérida, cercano a Colombia.
Los cinco restantes han sido paisas: dos de Medellín, uno de Manizales, otro de Rionegro y el último, simplemente antioqueño. Esto muestra que en Colombia el ciclismo es deporte principalmente de poblaciones pequeñas y de la montaña antioqueña.
Sin embargo, tras seis décadas después de la primera Vuelta de 1951, tanto la tecnología de las comunicaciones como el país mismo han cambiado drásticamente. Ver carreras de bicicleta por televisión tiende a ser un espectáculo aburrido y frío, que no resiste la comparación con la emoción y las descripciones que un buen locutor de radio expresa, aunque mucho de ello sea imaginario. Sin duda, el éxito de las primeras Vueltas se debió a la destreza y al carisma de los locutores.
Deporte y sociedad
![]() Uno de los héroes que dejo la edad dorada de la vuelta: Efraín Forero Triviño, “el indomable Zipa”, primer campeón. Foto: lablaa.org |
El deporte siempre ha tenido dos dimensiones: una, contribuir al desarrollo de destrezas durante los años formativos y fortalecer la salud y otra, permitir que la gente satisfaga sus instintos competitivos.
Por eso en los deportes modernos se establecen reglas para que el juego sea equitativo (fair play), tratando de no dar ventajas a ningún competidor. Si no existiera el instinto competitivo el deporte no tendría un papel más allá de la niñez. Por eso, con frecuencia se afirma que los deportes son juegos de niños, jugados por adultos.
En las sociedades modernas, este segundo aspecto se ha vuelto cada vez más importante y hoy se ha convertido en fuente de identidad y de sentido de pertenencia. En la Colombia urbana —donde los lazos familiares y territoriales (barriales, citadinos) se han debilitado— la iglesia católica perdió su capacidad de imponer un control social y los partidos políticos no representan los sentimientos de la gran mayoría, muchos jóvenes encuentran en algunos deportes y en particular, equipos deportivos, una forma de lograr identidad y sentido de pertenencia. Las barras bravas son una expresión extrema de este fenómeno, que necesita ser controlado.
Sin duda, los deportes juegan un papel muy importante en la sociedad. No en vano son cubiertos ampliamente por los periódicos y noticieros en la televisión y la radio. Los éxitos de los futbolistas colombianos en el exterior son noticia invariable de primera página. Por eso frases como “el colombiano Fulanito de Tal hizo pase gol en el partido de su equipo tal de la liga de tal país” son titulares bastante frecuentes.
El ciclismo debe competir hoy con otros deportes en las grandes zonas urbanas, no solo porque en ellas hay muchos otros espectáculos deportivos con los cuales tienen más afinidad los residentes, sino además con una cada vez más amplia gama de opciones para disfrutar los tiempos de ocio que incluyen tecnologías que no existían hace pocos años como el internet.
Para las nuevas generaciones es difícil identificarse con el ciclismo, que muy pocos practican en zonas urbanas, y con pedalistas con quienes no establecen una conexión afectiva.
Resulta lamentable que siendo la bicicleta un medio de transporte ecológico muy adecuado para muchas de las ciudades colombianas, su uso no se haya generalizado, seguramente debido a los problemas de tráfico desordenado y de inseguridad. El diseño de las ciudades dominado por el automóvil y todos los intereses a su alrededor, además de la decisión implícita de copiar a las ciudades estadounidenses en el desarrollo urbano colombiano, generan sesgos muy fuertes en contra del uso de la bicicleta.
Si algún día las ciudades colombianas se hacen amigables y seguras para el transporte en bicicleta, será posible que la Vuelta a Colombia vuelva a ser popular, aunque debido a los cambios tecnológicos tal vez ya nunca regrese a su época dorada.
* El perfil del autor lo encuentra en este link.