Entre la Independencia y la Pandemia | Razón Pública
Inicio Reseña La violencia se entiende a la luz de la historia y la historia a la luz de la violencia

La violencia se entiende a la luz de la historia y la historia a la luz de la violencia

Escrito por Rocío Londoño
Entre la Independencia y la Pandemia

Reseña del libro Entre la Independencia y la Pandemia, Colombia 1810 a 2020, de Hernando Gómez Buendía.

Rocío Londoño*

Más que un libro de historia de Colombia, esta notable y voluminosa obra de Hernando Gómez Buendía es una interpretación, bastante compleja y polémica, de las peculiaridades de la historia de Colombia en el transcurso de más de dos siglos de su existencia como nación independiente. Desde diferentes ángulos de las ciencias sociales y en perspectiva comparada, la exposición gira en torno a dos “historias” que el autor considera intrínsecamente relacionadas o “una misma historia”:

  1. La historia de la violencia política en Colombia.
  2. Y el lento y arduo proceso de construcción del Estado nacional.

Para el exhaustivo análisis de la interrelación, e interacción, entre esas dos historias, Gómez Buendía define una periodización que se aparta de las periodizaciones convencionales de la historia de Colombia, a saber:

  • Las guerras en el centro (1810-1902), —en torno al carácter y la estructura general del Estado.
  • La construcción del orden conservador (1902-1964).
  • Las guerras en la periferia (1964-2016), —que versan ante todo sobre el problema de la tierra, al cual se suma la guerra del narcotráfico.

Cabe anotar, por otra parte, que la fundamentación (conceptual y empírica) de las hipótesis sobre la “personalidad histórica de Colombia”, o sobre las peculiaridades de su historia política, económica, social y cultural en relación con otros países, responde a un conjunto de cuestiones o problemas claves que son analizados a lo largo del libro.

Este no es pues un texto narrativo, o descriptivo, que da cuenta cronológicamente de los principales hechos de la historia de Colombia entre 1810 y 2016. Por el contrario, el hilo conductor es la paradójica relación entre la trayectoria de la violencia política, la democracia y la construcción del Estado nacional, relación que por supuesto presenta variaciones y matices en los diferentes periodos establecidos por el autor.

Otro aporte notable del libro, es su enfoque comparativo, que responde a la pregunta por el lugar de Colombia en el mundo y por sus peculiaridades (políticas, económicas, sociales y culturales) en relación con el mundo y el resto de América Latina en particular. También lo es, el ejercicio prospectivo que le permite a Gómez Buendía no solo mostrar la persistencia de rasgos y patrones políticos y culturales del pasado, sino también vislumbrar los principales fenómenos (internacionales y nacionales) que, en su concepto, Colombia enfrentará en el futuro inmediato.

Pese a la gran extensión del libro, tanto las preguntas que guían la exposición como las recapitulaciones de cada capítulo ayudan a retener y comprender las ideas centrales, e incluso propician el diálogo y la discusión del lector o lectora con el autor.

Respecto del contenido del libro, solo me referiré a algunas de las hipótesis centrales del libro. Por razones de espacio, dejaré de lado asuntos tan importantes como los cambios demográficos y el desarrollo y crecimiento de la economía nacional, a luz de procesos internacionales, y cambios decisivos como la “revolución femenina”.  De acuerdo con Gómez Buendía, los cambios en Colombia, a partir de la segunda mitad del siglo XX, han girado alrededor de cinco ejes: “la reocupación del territorio nacional, el crecimiento decreciente, el progreso desigual, la democratización sin partidos y la modernización sin modernidad”. Estos cambios son analizados en el Capítulo VI. Construyendo país.

Este no es pues un texto narrativo, o descriptivo, que da cuenta cronológicamente de los principales hechos de la historia de Colombia entre 1810 y 2016. Por el contrario, el hilo conductor es la paradójica relación entre la trayectoria de la violencia política, la democracia y la construcción del Estado nacional, relación que por supuesto presenta variaciones y matices en los diferentes periodos establecidos por el autor.

Una hipótesis central, sustentada a lo largo de los tres periodos, y de dos siglos largos, es la coexistencia de la violencia política y la democracia electoral, o de los votos y las balas, en la competencia por acceder al poder y a los cargos superiores del Estado.  Gómez Buendía pone de relieve que, en comparación con otros países de América Latina, en Colombia ha habido muy pocas dictaduras, muchas elecciones, periodos presidenciales cortos y muy pocas reelecciones. Subraya, por otra parte, el debilitamiento de los partidos políticos al tiempo que se fortalece el Estado y aumenta la capacidad de la democracia para tramitar las tensiones y presiones sociales.

Para Gómez Buendía, la violencia ha sido parte sustantiva de la construcción del Estado colombiano: su explicación remite a pautas o rasgos esenciales de la evolución política, económica, social y cultural desde el siglo XIX; y “al modo de organización de la sociedad colombiana”, que se caracteriza por su fragmentación social y territorial.

En resumen: violencia política y democracia electoral son protagonistas de la historia de Colombia desde 1821, aunque ha habido periodos de paz más extensos que los de violencia, como el comprendido entre 1902, año en que culminó la Guerra de los Mil Días, y 1948, cuando comenzó la violencia sectaria, a raíz del asesinato de Gaitán.

En relación con las paradojas del sistema político colombiano, el autor pone de relieve el fraude y la violencia electoral hasta mediados del siglo XX; y desde entonces, el peso del clientelismo y la corrupción. Y a la vez subraya el que las rupturas de la democracia en Colombia han sido “cortas y blandas”.

Las peculiaridades de la democracia y de la violencia política en Colombia se explican, según Gómez Buendía,  por la fragmentación territorial y social, la lucha por acceder a los cargos superiores del Estado mediante el fraude y la violencia, el carácter excluyente de la democracia (v.gr: el Frente Nacional), y la prevalencia y persistencia de un orden conservador“ cuyas bases son (…) la adscripción irrestricta de Colombia a la esfera de Estados Unidos, la ausencia de proyectos masivos de redistribución de la riqueza, el respeto a la libertad de empresa y la concesión o extensión gradual de los derechos ciudadanos como medio de legitimación de las élites”. Sobre el orden conservador en Colombia cabría agregar la concepción de la propiedad privada como un derecho natural y la adopción del catolicismo como religión oficial del país hasta la promulgación de la Constitución de 1991, fenómeno que Gómez Buendía examina en detalle.

Respecto de la violencia, considero especialmente relevantes dos ideas de Gómez Buendía. Una, “la violencia es una acción voluntaria de quienes la practican, pero existen factores sociales que hacen más probable la irrupción, extensión y eficacia de la violencia”. Dos, “cualquier intento de interpretación histórica debe dar cuenta del origen, las bases empíricas y la lógica interna de los varios y opuestos relatos que auto justifican la actuación de cada bando o que siguen polarizando a los colombianos”.

De su análisis de las guerras en el centro (1810-1902) y en la periferia (1964-2016), como también de La Violencia de mediados del siglo XX, Gómez Buendía concluye que “la violencia política ha sido un rasgo principal y distintivo en la formación de la nacionalidad y en la historia de Colombia, pero de modo imprevisto la desmovilización de las FARC le habría puesto fin a esa violencia”.  Dos hechos anteriores a la desmovilización de las FARC en el 2016, tuvieron bastante incidencia en la terminación de las guerras periféricas, y de la violencia política, a saber: los acuerdos de paz de 1990-1991, en particular el acuerdo con el M-19, y la muerte de Pablo Escobar. Para Gómez Buendía, en el posconflicto la violencia política será un fenómeno “residual”, pues “no existen circunstancias internas o internacionales que podrían dar origen y sustento a una insurgencia comparable con las FARC”.

Sobre el Acuerdo de La Habana, la conclusión de Gómez Buendía es relativamente optimista y a la vez polémica. Considera que lo fundamental es “el silencio de los fusiles” y que, a pesar de que no hubo reformas (por la carencia de apoyo político a las FARC), y de que subsisten algunos grupos guerrilleros, “es muy probable que hayamos llegado a la paz estable y duradera, es decir, que nuestra larga historia de violencia política y la excepcionalidad del caso colombiano en América latina sean cosas del pasado”.

Ciertamente, en los acuerdos de paz con la insurgencia armada en Colombia lo principal ha sido la desmovilización y el desarme de los combatientes y las garantías jurídicas y políticas otorgadas a sus dirigentes y sus bases. Pero un aspecto distintivo del Acuerdo de La Habana, que no solo reconoce la bandera agrarista de las FARC, sino también la oportunidad de llevar a cabo una mejoría radical de las condiciones de vida de la población rural y las economía campesinas de las familias establecidas en epicentros del conflicto armado interno, es el acuerdo sobre la Reforma Rural Integral, que durante la administración Duque tuvo escaso cumplimiento, pero que el nuevo gobierno, presidido por Gustavo Petro, ha incluido entre sus prioridades programáticas. Recuérdese por lo demás que el Acuerdo estableció un periodo de quince años para la ejecución de esta reforma, de los cuales han transcurrido seis.

Razón de sobra tiene Gómez Buendía al afirmar que la terminación de las guerras en la periferia contribuye a poner en el centro de la agenda pública   los principales problemas del país.  Más aún, en las nuevas circunstancias es posible la “sustitución de la polarización falsificada alrededor del conflicto, por una polarización real en torno a la distribución de la riqueza creada”.

En su ejercicio prospectivo, Gómez Buendía formula cuatro “conjeturas”, o tendencias supranacionales, que deben tenerse en cuenta en la nueva agenda pública del país. Basta con mencionarlas brevemente.

Primera. “(…) Necesitamos gobernantes que miren el mundo y se pregunten cuál puede ser nuestro lugar en él, necesitaríamos un periodismo menos parroquial (…) necesitaríamos una política exterior educada y proactiva en vez de las ideologías, los amiguismos y la pasividad que hasta ahora la han caracterizado”.

En consecuencia, se requieren políticas de Estado que tengan en cuenta los efectos en la vida cotidiana y el trabajo de tendencias supranacionales como la globalización, el avance de la ciencia, el desarrollo de nuevas tecnologías, la batalla por la regularización de Internet; el predominio geopolítico de Estado Unidos, etcétera.

Segunda. La precaria inserción de Colombia en la economía mundial no parece resolverse a corto plazo, “puesto que una vez pasada la bonanza energético-minera no se avizoran locomotoras capaces de jalonar el aumento acelerado del ingreso nacional”. Con respecto al tráfico de drogas, Gómez Buendía vislumbra que, por factores internacionales, “el problema no será tan agudo, tan violento y central, como lo fue a finales del siglo pasado (…)”, de manera que las autoridades colombianas podrían adoptar estrategias más inteligentes [para enfrentarlo]”.

Tercera. “No [habrá] más violencia política”. Conjetura basada en la hipótesis según la cual el Acuerdo de La Habana puso fin a las “guerras en la periferia”.  El desafío de las autoridades estatales es entonces “transitar de una estrategia rural dedicada a combatir las guerrillas residuales y otros GAOS, a la estrategia de seguridad ciudadana que de manera insistente reclamará un país cada vez más urbano (…)”.

A la cuarta conjetura, Gómez Buendía la denomina “volatilidad política”. Se refiere a las funciones del Estado a nivel mundial en la “modulación o [el arbitraje de] los impactos de la globalización sobre distintos actores y sectores del país en cuestión”.  En el caso del Estado colombiano, vislumbra un margen de intermediación muy limitado, por el déficit fiscal, “la creciente deuda pública”, y las dificultades de disminuir el gasto público, entre otros.

Se refiere igualmente a las protestas ciudadanas en contextos de ajuste fiscal, y a la “fragmentación de las organizaciones populares colombianas”, en gran parte por causa de la violencia que éstas han padecido. Pero a la vez avizora un posible fortalecimiento del movimiento social, a semejanza de otros países de América Latina, gracias a que la agenda pública actual y futura ya no está ocupada por el conflicto armado interno.

En términos políticos, Gómez Buendía pone de relieve el ocaso de la democracia liberal en el mundo y su sustitución por populismos de derecha o de izquierda.

Y de Colombia subraya, entre otros, la precaria inserción en la globalización; el narcotráfico; la “dramática degradación ambiental”; la carencia de partidos y organizaciones que representen a las mayorías; y la improbabilidad de que surja una economía competitiva, es decir, productiva. Según Gómez Buendía, “tanto la derecha como la izquierda evaden la pregunta de fondo:  la generación masiva de empleos productivos”.  Y en lugar de “crear mercados competitivos y [un estado que maximice] su potencial para crear bienestar, la izquierda y la derecha promueven “un capitalismo de compadres por arriba y un estado dadivoso por abajo (…)”.

El remedio formulado por Gómez Buendía es el Capitalismo con Estado.

Artículos Relacionados

Dejar un comentario

*Al usar este formulario de comentarios, usted acepta el almacenamiento y manejo de sus datos por este sitio web, según nuestro Aviso de privacidad

Este sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Leer políticas Aceptar

Política de privacidad y cookies