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La verdad sobre las fumigaciones

Escrito por Hernando Gómez Buendía
Hernando Gomez Buendia

Ahora los gringos no quieren darnos plata para fumigar los cultivos de coca. ¿Cómo llegamos a estas?

Hernando Gómez Buendía*

Colombia es el único país del mundo que ha utilizado el glifosato para la fumigación masiva de cultivos ilícitos.

Ese es el hecho simple que ignoran tanto los defensores como los detractores de la fumigación aérea como herramienta de lucha contra el tráfico de drogas. Y este ignorar el hecho ha condicionado las decisiones de cinco presidentes sucesivos y ha confundido los debates nacionales durante casi treinta años.

El glifosato es un matamalezas que, por supuesto, se había usado antes y en muchas partes se utiliza todavía. La multinacional Monsanto lo lanzó al mercado en 1969 y su eficacia ha sido comprobada por millones de agricultores. Pero otra cosa es usarlo para erradicar cultivos comerciales, en aspersiones aéreas, y cuando las plantaciones coexisten con otras actividades económicas.

Los críticos afirman que las fumigaciones no han servido porque las siembras se renuevan o se trasladan a otros municipios; pero esto no es culpa de la fumigación, sino de la rentabilidad del negocio de la coca. El glifosato sin duda sirve para matar o para disminuir la productividad de los arbustos, y las series históricas confirman que la aspersión aérea es la herramienta más eficaz del gobierno en su lucha contra los cultivos.

Los defensores de la fumigación por su parte sostienen que el glifosato es inofensivo, y para eso apelan por ejemplo a la OMS, que clasifica esta sustancia como “de baja toxicidad”; pero después la propia OMS encontró que la sustancia “probablemente es cancerígena”. Otros estudios llegan a conclusiones diversas, pero ninguno de ellos se ha referido a la aspersión masiva que solo se usa en Colombia: el glifosato en gran escala no es bueno para la salud, ni es bueno para los otros cultivos campesinos. Tanto así que Colombia aceptó indemnizar al Ecuador por el daño de las fumigaciones.

O tanto así que en Estados Unidos nunca se ha permitido la fumigación aérea de cultivos.  En México se utilizó el Paraquat contra el cannabis, en Perú y en Bolivia se ensayó el Tebuthiuron contra la coca, pero Colombia fue el único país del planeta que aceptó utilizar el glifosato en escala masiva.

Digo “aceptó” porque las fumigaciones masivas comenzaron con Ernesto Samper, arrinconado por el narco-escándalo y por imposición del gobierno norteamericano. Esta es la herencia que les quedó a sus sucesores y ha enredado el asunto durante casi treinta años. Desde las marchas cocaleras bajo el propio Samper hasta el viaje fallido de Duque en estos días, pasando por los fallos insensatos de la Corte o el proceso de La Habana, la fumigación de los cultivos ha sido un gran dolor de cabeza para los colombianos.

Pastrana, el sucesor de Samper, mantuvo las fumigaciones a cambio del apoyo que implicaba el Plan Colombia. Uribe por supuesto las escaló hasta el máximo y en contra de las FARC: por eso la caída sustancial en las áreas cultivadas. Santos suspendió las fumigaciones, primero como parte de su ilusoria campaña por la despenalización mundial de la droga, después en medio del proceso de La Habana: por eso el gran aumento en los cultivos. Duque, el inepto, resolvió que esos cultivos eran la causa de los males de Colombia y para darle gusto a Trump volvió a embarcarse en las fumigaciones. Ahora trata de hacerlo con Biden, pero el tiro le salió por la culata.

Hemos rociado 18 millones de hectáreas del territorio colombiano a lo largo de esto años: les hacemos un favor a costa nuestra y los gringos ni siquiera lo agradecen.

(Los detalles de esta historia pueden verse en mi libro Entre la Independencia y la Pandemia, Colombia 1810 a 2020).

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