
Si la Constitución impide la vacuna obligatoria hay que cambiar la Constitución. Así de simple.
Hernando Gómez Buendía*
Puede ser que la pandemia se haya acabado en Colombia y que la gente necesite olvidar la pesadilla. Ojalá que lo primero sea cierto y lo segundo sea posible.
Lo que sí no debemos olvidar son las lecciones que deja esta pandemia, empezando por las obvias: que las vacunas deben ser obligatorias y que la estupidez no tiene límites.
Las vacunas, para empezar, han sido el mayor avance de la medicina en la historia de la humanidad, comparables apenas con el agua tratada o la fumigación de plagas: son millones y millones de vidas ahorradas. Y las vacunas contra la COVID sin duda han sido el arma más poderosa para frenar esta pandemia en todos los países que las han recibido.
Las vacunas, por supuesto, necesitan ser probadas porque una mala vacuna podría causar la muerte de muchísimas personas. Pues con seis mil millones de dosis aplicadas al 44% de la población mundial, es inaudito que tantos sigan pensando que las vacunas contra la COVID son peligrosas o son ineficaces.
Las vacunas evitan la muerte y a veces el contagio, pero las epidemias se siguen expandiendo mientras no exista inmunidad de rebaño, es decir, mientras la gran mayoría de la gente no haya sido vacunada o infectada por el agente patógeno. Por esta simple razón, los Estados del mundo vacunan gratis a la gente contra la viruela, el tétano, el polio y otros males infecciosos; por eso las vacunas son cuestión de salud pública, por eso vacunarse es un deber, un acto de responsabilidad elemental con quienes nos rodean. Por eso deben ser obligatorias.
Es verdad que son muchas la personas que se niegan a vacunarse o a vacunar a sus hijos, con argumentos diversos, pero estúpidos. En el caso, digamos, de la viruela, esas personas son una minoría que puede darse el lujo de su egoísmo o de su estupidez precisamente porque la mayoría sí está vacunada. Se benefician de la inmunidad de rebaño, pero no contribuyen a ella.
Los argumentos o movimientos estúpidos contra la vacuna se pueden dividir en cuatro grupos:
-Los lunáticos, como decir que la vacuna tiene un chip o que el virus no existe.
-Los religiosos, que interpretan así o asá algún pasaje de la Biblia, siendo que para entonces ni siquiera existían las vacunas.
-Los hípsters que se creen educados y dicen por ejemplo que alterar el ARNm va a volvernos infértiles: su problema es no leer los artículos científicos sino seguir por las redes a científicos excéntricos.
-Los libertarios que posan de juristas o filósofos porque el Estado no tiene derecho de interferir en nuestras decisiones. Pues el Estado tiene la obligación de evitar la muerte innecesaria de miles o millones de persona; es la misma razón por la cual nadie puede manejar borracho o incendiar un bosque.
Dicen algunos que la Constitución colombiana impide la vacuna obligatoria. Pues en el caso dudoso de que esto sea cierto, habría que cambiar la Constitución colombiana.
Así de simple.
(Para ahondar en este diálogo, remito a la amable lectora o lector al libro “ Entre la Independencia y la Pandemia, Colombia 1810 a 2020”).