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La “Unidad Nacional” a la hora de la Habana

Escrito por Medófilo Medina
Medófilo Medina

medofilo medina¿En qué anda la unidad, y en qué los siete partidos que deberían respaldar al presidente en busca de la paz? Entre euforia y precariedad, entre corrupción y transfuguismo, entre Santos y Uribe, Colombia se juega su suerte.

Medófilo Medina*

paz

El bipartidismo descansa en paz

Hasta hace algunos años el sistema político colombiano aparecía como indisociable del bipartidismo. Tan difícil era imaginarse el paisaje político sin la dominación de ambos partidos, como representarse a Bogotá sin la escolta de los cerros de Monserrate y Guadalupe.

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La Unidad Nacional: tan aparatosa plataforma debería garantizar un sólido apoyo.
Foto: SIG
 

La izquierda y los expertos hacían correr ríos de tinta y avalanchas verbales sobre la inminente crisis del bipartidismo. Tanto se redundó en la profecía que cuando al fin esta se cumplió, la opinión pública ni siquiera registró el acontecimiento.

Pero la desaparición del bipartidismo hegemónico no ha dado lugar, hasta el presente, a la afirmación de un cuadro democrático y pluralista de partidos modernos. Las expectativas creadas por las conversaciones que se instalaron en Oslo hacen hoy más evidente tal déficit democrático.

A la sombra de intereses ilegítimos, el conflicto interno ha gozado de una azarosa y prolongada centralidad en la historia contemporánea de Colombia. No resulta entonces sorprendente que la hipótesis de su final suscite de un lado grandes esperanzas y de otro lado reavive furias atávicas.

La paz: euforia y precariedad

Recientes sondeos de opinión han mostrado la aprobación mayoritaria a las conversaciones de paz: 72 por ciento según la encuesta de Gallup Colombia, realizada durante la semana final de octubre.

Pero la misma encuesta muestra el piso precario sobre el que esas mayorías se sostienen hasta ahora:

  • El 57 por ciento de los encuestados no cree que se llegue a un acuerdo que ponga fin al conflicto armado;
  • Solo el 19 por ciento está de acuerdo con que los miembros de las FARC puedan participar en política, una vez que hayan dejado las armas.

Entre la vocinglera acogida a la paz y la asimilación serena de los esfuerzos que ella demanda hay, por ahora, una distancia muy grande. Es allí donde se requiere la argumentación persuasiva y la labor apremiante de los partidos políticos que al menos en teoría deberán asumir el liderazgo.

Unidad cuarteada

El gobierno de Santos cuenta con un campo conformado por el partido de la U — formalmente, el partido de gobierno — y otros seis integrantes de la Unidad Nacional: Partido Liberal, Partido Conservador, Verdes, Cambio Radical, Mira, PIN. Tan aparatosa plataforma debería garantizar un sólido apoyo. Pero el número, las denominaciones pretenciosas y la variedad cromática no logran ocultar las desnudeces.

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Cumbre del Partido de la U: la adopción de una proposición de apoyo a la política de paz  fue saboteada a ciencia y conciencia por el uribismo.
Foto: Partido de la U.
 

El 28 de octubre el senador Plinio Olano saludó en su calidad de presidente a los delegados del Partido de la U reunidos a la Asamblea, con dos frases dirigidas a destinatarios individuales: “Presidente Uribe, esta será siempre su casa”. “Presidente Santos, este será siempre su partido” Conmovedora aspiración de un señor de clientelas que quisiera tener a los poderosos factores de poder en armonía, como fuente inagotable de puestos y prebendas.

Pero, ¡ay! La realidad es dura: para que Uribe se sintiera en casa, sus partidarios sometieron al presidente Santos a un desplante tal que puso en evidencia que la U no es de manera inequívoca su partido. Lo más notable: la adopción de una proposición de apoyo a la política de paz que fue saboteada a ciencia y conciencia por el uribismo.

Pero el manejo del presupuesto — que sigue en manos del presidente en ejercicio — irá reduciendo a los remisos y avivará la atención de los despistados. Afirman los entendidos que por el momento venció Uribe, pero que a la postre el ganador será Santos.

La suerte está echada

Lo cierto es que el gobierno quemó las naves de la política de Seguridad Democrática cuando se abrieron las negociaciones en Oslo. Las perspectivas de paz constituyen hoy un componente decisivo de la realidad del país, que ya no puede absorberse mediante la continuidad manifiesta de las políticas neoliberales.

A medida que se aproxime la coyuntura electoral, se impondrá la necesidad de formalizar los dos partidos que actualmente coexisten dentro de la U. Los dos extensos discursos pronunciados por Uribe y Santos en la Asamblea de la U proveen las líneas de demarcación.

La pieza de Uribe constituye la exaltación de la guerra, que recibirá oxígeno en la medida en que lo pierda la política de paz. Al contrario, los avances de la paz cortarán la hierba bajo los pies a la alternativa de la guerra. Por ello carece de toda base la afirmación del presidente Santos de que si los acuerdos no se abren paso, el gobierno se levantará de la mesa y aquí no habrá pasado nada. ¡O sancta simplícitas!

Si bien la gestión del senador Roy Barreras es objeto de fuertes controversias, su protagonismo en la definición del Marco Jurídico para la Paz fue indudable y señala caminos para la acción parlamentaria de los partidos que se identifican con la política del gobierno en materia de un manejo alternativo del conflicto interno.

Liberales “chupamedias”

El Partido Liberal viene administrando con admirable persistencia una trayectoria de desastres electorales: seis en línea desde 1998. Se ha convertido en una especie de caja menor para los gastos políticos del gavirismo, en un dispensador de avales y en una coordinadora cada vez más reducida de empresas electorales regionales.

Ha sido también una plataforma de lanzamiento de delfines: Simón Gaviria, el jefe actual del partido; Horacio José Serpa, cabeza liberal de Concejo en Bogotá; Miguel Samper, viceministro; Juan Manuel Galán y otros menores.

Por supuesto, el Partido Liberal podría aún activar algunas bases populares sobre la base de una plataforma de reforma social, de inclusión política y de modernización organizativa. Pero… ¿quién podría impulsar tal programa?

De momento, no cabe esperar algo muy diferente a que el Partido Liberal siga desempeñando el desangelado papel que le atribuye Navarro Wolff, con humor mordaz: Chupamedias de Santos.

Tartuffe ou l´Imposteur

El Partido Conservador ha desarrollado con evidente maestría una tecnología para lograr una participación proporcionalmente mayor a su significación cuantitativa en la burocracia. Como partido ha protagonizado diversas formas de corrupción: agenció la descomposición en la Dirección de Estupefacientes, en el Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (INCODER), y Agro Ingreso Seguro (AIS) por lo cual están investigados Andrés Felipe Arias, Andrés Fernández y Rodolfo Campo Soto, exdirector del organismo.

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El gobierno quemó las naves de la política de Seguridad Democrática cuando se abrieron las negociaciones en Oslo.
Foto: SIG

 

En cuanto a la para–política, el Partido Conservador puede reclamar su propia contribución con una larga lista: Ciro Ramírez Pinzón, Alfonso Campo Escobar, Luis Humberto Gómez Gallo, Antonio Valencia, Gonzalo García, Oscar Suárez Mira, etc., etc.

En la Yidis–política contó con un verdadero elenco: Iván Días Mateus, Teodolindo Avendaño, Sabas Pretelt de la Vega y Alirio Villamizar. La feria de las notarías es otro campo donde la habilidad de los conservadores brilló de manera clara.

Resulta sorprendente que un partido de corruptos pretenda reclamar al mismo tiempo títulos de excelencia moral y actuar en el Congreso y ante la opinión pública como adalid de una línea de fundamentalismo ético y de integrismo católico.

Al lado de las efigies decimonónicas de Caro y Ospina Rodríguez, debería figurar hoy en los murales conservadores la efigie de Tartufo, el célebre personaje de la comedia de Molière.

En materia de paz la contribución de los conservadores es hasta ahora limitada: la reproducción de reportajes líricos sobre la paz de Belisario. Pero bien podría ser otra.

Otras fuerzas políticas

El Partido Verde no ha podido reponerse del fiasco que siguió a la interesante movilización desencadenada por Antanas en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2010. Varias alas se disputan los despojos de los verdes:

  • el peñalosismo, encabezado por Alfonso Prada y Gilma Jiménez;
  • la corriente de los originarios del senador boyacense Jorge Londoño;
  • los disidentes ex–visionarios, representados en el Senado por John Sudarsky y en la Cámara por Angela María Robledo.

Lucho Garzón ha hecho su propio juego buscando sacar ganancia de su porfía por meter a los Verdes en la Unidad Nacional, eso sí haciendo alarde de que no se trata de búsqueda de puestos, pero afrontando el sacrificio de aceptar el cargo de ministro consejero para el diálogo social. Al tiempo, Carlos Fonseca — amigo de Lucho — asumía su propia cuota de sacrificio como director de Colciencias.

Ciertamente Angela María Robledo ha mostrado en su gestión en la reconstruida Comisión de Paz del Congreso que se puede adelantar — con banderas verdes y en muy diversos escenarios de la geografía nacional — una interesante labor a favor de la paz.

Sobre Cambio Radical no cabría extenderse, porque simplemente se acaba hablando bien o mal del ministro Vargas Lleras.

Al tratar de examinar al PIN, el observador no puede evitar ser alcanzado por cierto malestar que se desprende de esta formación política, no obstante su significativa representación en el Congreso — 9 senadores y 14 representantes — pues en la política nacional cuenta muy poco.

Su proyecto bandera es sintomáticamente el del transfuguismo o sea la posibilidad de pasar a otros partidos cuando el 60 por ciento de sus miembros así lo quiera (véase a ese respecto el artículo de Laura Wills, publicado en Razón Pública el pasado 5 de noviembre).

Uno de los promotores del proyecto, el representante Juan Carlos Salazar, considera que fue un error haber entrado al PIN y que tal partido no debería existir. El concejal del PIN Marco Ramírez cierra el sombrío panorama intentando proyectarse como inquisidor sobre la orientación sexual de las personas contratadas por Canal Capital. No se sabe qué posición concreta asumirá este partido con respecto a la paz.

El MIRA ha sido un curioso fenómeno: una exitosa combinación entre política y obediencias evangélicas. Es cierto que los conservadores llevan 200 en años de contubernio entre el clero y la política, pero los referentes del MIRA son distintos: las conexiones religiosas le han permitido asegurar una sólida disciplina en la participación electoral e igualmente le ha facilitado crear mecanismos de participación, como los doce comités temáticos que está poniendo en marcha.

Aunque no resulta inspirador para quienes asocian modernidad, republicanismo cívico y participación secular de la gente en la vida política, cabe esperar que el MIRA pueda poner su potencial organizativo al servicio de una política de paz.

Más partidos y más participación

El panorama anterior no permite albergar claras esperanzas para el desarrollo de un sistema de partidos modernos, que el país necesita con urgencia. La pobreza en el campo de la política de paz es notoria. 

Esto contrasta con una reactivación notoria de comunidades, organizaciones sociales y ONG a favor de la salida política al conflicto interno. Son numerosas las voces que proceden de esos lugares y que reclaman alguna representación en la mesa de conversaciones. Pero tal demanda no parece adecuada, en la medida en que una negociación no se puede adelantar mediante asambleas masivas.

El ámbito para esa Mesa Nacional debe ser la sociedad misma y sus organizaciones políticas y sociales. Sin tal escenario paralelo, la Mesa de la Habana devendría en un teatro intrascendente.

Por razones de espacio, no he incluido aquí el análisis de las fuerzas políticas que tienden a asociarse con la oposición, pero su necesidad es obvia y se hará en otra ocasión.

* Profesor emérito de la Universidad Nacional. 

 

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