Un director que nos tenía acostumbrados a presentar obras llenas de humor inteligente y grandes personajes, decepciona con su última producción, Los amantes pasajeros, que se estrenó la semana pasada en Colombia.
Ana Maria Trujillo*
Foto: Divine Decor -Pedro Almodóvar.
La incómoda pero necesaria crítica
Nunca me ha gustado eso de la “crítica” de cine. Dar tal calificativo hace inmediatamente odioso a quien se desempeña en ese oficio. El antagonismo entre el artista y el crítico es bien conocido y, en suma, justificado.
Están quienes se dedican a crear algo por diferentes motivos, está el público que consume esa obra terminada y, en el medio, un espectador que a razón de una cierta ‘especialización’ o ‘experticia’ evalúa, comenta, valora esa obra que es producto y objeto de consumo.
¿Cuál es el valor real de una crítica? En el arte, como en la vida, la crítica aparece para señalar algo que quizás pasa desapercibido; a partir del conocimiento, del análisis, de una consideración más global de la obra o del acto en cuestión, de los hilos invisibles que lo sitúan en un contexto, una intención, una posibilidad.
Desde mi punto de vista, una crítica valiosa trasciende la simple catalogación de algo en bueno o malo y lo inserta en un campo de batalla de sentido, nos invita a ver qué tiene que ver un algo con el todo. El problema es que resulta siempre más sencillo y más taquillero alabar o condenar que tratar de reflexionar y sacar algo de provecho a ese objeto ‘inútil’ que es el arte.
El peor momento de un grande
Foto: Wikimedia Commons -Carlos Aceres interpreta al azafato Fajas, en Los Amantes Pasajeros. |
No he leído la primera crítica buena sobre la última película de Almodóvar, Los amantes pasajeros. Tampoco las hay abiertamente despiadadas. Condescendientes, algunas pocas; desconcertadas, la mayoría. Si se tratara de una ópera prima o de un director desconocido, otra sería la historia.
Pero Almodóvar tiene trayectoria, es un director audaz con un estilo propio muy celebrado, su trabajo está hecho. ¿Cómo recibir entonces esta, la película menos lograda de su carrera?
La idea no es mala: un avión sobrevuela Toledo esperando pista para aterrizar a causa de una falla técnica ocasionada por dos operarios en tierra (Penélope Cruz y Antonio Banderas, en los minutos menos memorables de su historia en el cine).
Es una situación definitiva, insólita, que garantiza la posibilidad de jugar con las excentricidades y los excesos, de sacar el lado oscuro de los personajes: los tres ‘azafatos’ ultra homosexuales, los pilotos de sexualidad ambigua, y los pasajeros de primera clase –la mujer arrogante, el galán gigoló, el mexicano misterioso, el banquero corrupto, la vidente virgen…- todos, a su manera, excéntricos y excesivos.
Ante el peligro inminente, la tripulación se sumerge en el alcohol y las drogas, el sexo, las confesiones y las intimidades. Pero las situaciones y las subtramas no se sostienen. Todo queda a medias.
Lo que generalmente es un ‘condimento’ Almodóvar, un elemento menor que da el sello del director, en Los amantes pasajeros toma un protagonismo desbordado: la hipersexualidad, la ‘mariconería’.
Aquí la caricaturización es deliberada y excesiva, y sobre ello se soporta la intermitente gracia de la película. Un pastiche light y naif, blanco fácil para despertar la indignación o encender los ataques homofóbicos (que por supuesto no es la intención, pero no se sorprendan si ven gente indignada saliendo de la sala).
Seguro causa gracia, sobre todo por la interpretación de increíbles actores, pero es una base muy frágil para sostener hora y media de historias que, como el avión, no van a ninguna parte.
¿Un desliz “pasajero”?
Foto: Ana Jiménez -Lola Dueñas interpreta a Bruna, la vidente. |
¿Cómo es posible que el mismo director de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón o Laberinto de pasiones haga Los amantes pasajeros?
Es una paradoja que en los dos primeros casos, con presupuestos casi inexistentes, Almodóvar supo trabajar desde y con la precariedad, con los obstáculos, y sin embargo lograr películas con mucha fuerza. En esta última película, a pesar de contar con bastantes recursos y la posibilidad de hacer las cosas a su antojo, se tropieza.
Dice el director que quería volver a aquellos años ochenta, treinta y tres años después; que quería hacer sentir mejor a los españoles en medio de la peor crisis de su democracia; que la película era una metáfora de la situación política del país.
Y bueno, treinta y tres años no pasan en vano; risas aisladas no hacen que alguien salga de la película sintiéndose mejor respecto a sí mismo o a la situación de cualquier país; la tal metáfora es demasiado forzada (estilo Sábados Felices), vacía y prescindible.
Así nos haya acostumbrado en el pasado, ¿quién puede exigirle a Almodóvar hacer grandes tratados de la desesperanza humana, retratos de la marginalidad, maravillosos manifiestos de picaresca y estética? Nadie. Su suerte ya se la labró él mismo, su talento no se pone en entredicho. ¿Es este un paréntesis, una equivocación, una ligereza? Aún no lo sabemos.
Hace unas semanas hablaba con alguien que ya había visto esta película y comparaba la situación de Woody Allen con esta reciente de Almodóvar. “No es lo mismo”, decía, a propósito de las películas europeas de Allen, y “¿cómo va a ser lo mismo?”, preguntaba yo.
El Allen de Manhattan descubría la ciudad desde dentro, la hacía suya, nos la dejaba ver; el Allen europeo es un turista más, ve las ciudades por sus lugares comunes, sus mitos, sus superficies. A mí me sigue pareciendo inteligente y talentoso para contar historias.
Del Almodóvar de Los amantes pasajeros no puedo decir lo mismo. Que la explicación sea “es comedia” resulta insuficiente. Es mala comedia. Es, sobre todo, mala comedia viniendo de un grande como él.
Pedro Almodóvar no lee críticas, son pocos los artistas que lo hacen. En todo caso al hacerlo probablemente les tiene sin cuidado una opinión u otra. Ver películas y hacerlas son dos tareas diferentes, son dos complejidades. Él tendrá sus motivos y su historia con este rodaje.
Dicen que los actores se divirtieron muchísimo, que para Almodóvar fue duro ya que está acostumbrado a dirigir a dos, máximo tres actores en un plano. La puesta en escena, confiesa, fue complicada. Rodar una película dentro de una cabina de avión tiene sus limitaciones, la cámara no puede moverse con la libertad habitual, lo que da planos restringidos. El arte –especialidad almodovariana- tampoco tiene muchas posibilidades de descrestar.
Creo que las incomodidades se notan. Creo también que no hay que abstenerse de ir a verla, pero que hay que ir sin muchas expectativas (especialmente si se tiene en gran estima tanto al cine como a Almodóvar). Así como se ve un Duro de matar 8 un domingo por la tarde.
De Almodóvar por ahora nos queda rememorar el gran camino que ya ha hecho y esperar que lo vuelva a encontrar en su próxima película.
* Socióloga de la Universidad Nacional, editora de la revista i.letrada