En medio de reformas inanes y un cambio tecnológico veloz, esta mirada a los modelos de TV pública en el mundo, a la historia y al momento que atraviesa en Colombia, deja un sabor bastante menos dulce que amargo.
Mario Morales
Los modelos disponibles Eran otros tiempos. Las respuestas eran más fáciles y repetidas. Y la pregunta, siempre la misma: ¿cuál es el mejor modelo de financiación y de operación para una televisión pública? El de la British Broadcasting Company (BBC), aprendimos a decir y a creer.
Claro, el modelo de sostenibilidad — vía impuestos a cargo de los ciudadanos — garantizaba estabilidad, pero más que nada pertenencia de los usuarios, quienes pronto se convirtieron en reguladores naturales de “su empresa”, hasta convertirla en la más grande, y en paradigma de independencia y de equilibrio: una suerte de videmocracia participativa, modelo de pluralismo y de diversidad creadora. Ese ejemplo cundió en el viejo continente, pero las crisis económicas, que lo relativizan todo, han puesto a temblar el modelo con recortes anunciados de dos mil puestos de trabajo en los próximos cinco años en la propia BBC, afectando por lo menos el servicio mundial, los de Escocia y Asia, y otras extensiones radiofónicas. Amén de las huelgas de protesta, que ya afectan emisiones y franjas de programación. La BBC ya nunca será igual. Lo mismo pasa con la televisión pública en España, en Italia, en Francia y en Portugal, donde el debate tiende a la privatización de algunas frecuencias, copiando el modelo que prosperó en Estados Unidos y en una parte de Latinoamérica con estilos variopintos de financiación — siempre en detrimento de la televisión estatal, no pocas veces confundida con la vocera de los gobiernos de turno y reducida a pequeñas expresiones que no cuentan ni en el rating ni en la repartición de la torta publicitaria. Las excepciones corren por cuenta de Panamá, Brasil — donde la televisión pública compite con los privados mediante estaciones de corte educativo y cultural — y Chile— que tiene una televisión pública independiente del gobierno, apoyada en universidades y compitiendo por la publicidad con la privada-. Caso aparte es Telesur, que no depende de la publicidad, pues está auspiciada directamente por los países del Alba, con asiento en Venezuela. Fue concebida como una televisión pública de alcance continental para competir con empresas como CNN o Fox, Univisión y BBC. Tiene una fuerte carga ideológica de oposición al Norte desarrollado y primermundista y de exaltación del Sur, representado por los países que la patrocinan. Colombia: una crisis permanente El caso de la televisión pública colombiana es también particular, porque quiso parecerse al modelo BBC, sin lograrlo: se inauguró el 13 de junio de 1954, bajo un esquema típicamente estatal, que luego derivó en un modelo de economía mixta, con concesiones. Pero una vez apareció la televisión privada, los canales públicos pasaron a ser financiados mediante aportes del presupuesto nacional, combinados con ingresos publicitarios, pero en medio de crisis repetidas. De hecho, la televisión pública colombiana siempre ha estado en crisis. Las críticas actuales — más bien escasas frente a una oferta pobre, casi mendicante — son pálidas con respecto a las que recibía cuando solo había tres canales nacionales, o cuando nacía la televisión regional y aún la comunitaria. La televisión pública ha dejado de interesarnos, por irrelevante. Y debe ser porque, aquí hemos confundido siempre lo público con lo estatal y peor aún, con los gobiernos de turno. Quizás televisión pública en sentido estricto — la que va más allá de la financiación hasta la participación o la perspectiva ciudadana — no hemos tenido nunca; si acaso intentos, programas y a veces franjas que permiten alimentar ese sueño remoto. De poco sirvió el esfuerzo del constituyente de 1991, que quiso dar autonomía al sector mediante la creación de un ente autónomo — la Comisión Nacional de Televisión (CNTV) — encargado de controlar y vigilar en nombre de la sociedad que representaba, pero que resultó tanto o más politiquero y clientelista que sus antecesores: no hizo ni lo uno ni lo otro. Hoy quedan vestigios de ese naufragio:
Y desde 2012, al frente de este dispositivo público — es un decir — un ente mal concebido, mal criado y mal crecido: la Agencia Nacional de Televisión (ANTV), que hoy luce inerte, intrascendente y ahogada en sus propias contradicciones. El modelo actual: perverso e insostenible Tras la gran fiesta del despilfarro ofrecida por la CNTV, hoy la televisión pública colombiana sufre un profundo guayabo: opera bajo un modelo de financiación perverso, subvencionado con lo que pagan por concesión y compensación los canales privados. Un modelo paradójico: en palabras del comisionado Alfredo Sabagh, la televisión que no es negocio depende de la televisión que sí es negocio. En otras palabras, a más oferta, esto es, a mayor competencia de la televisión privada, mayor financiación, pero menos espacio para la televisión pública. Pero esta no es la única competencia que debe afrontar la televisión pública: el país vive el boom de la oferta internacional a través de la televisión cerrada — la televisión por suscripción o por cable — que según la más reciente encuesta Ipsos alcanza al 85 por ciento de la población colombiana, para quien de todos modos los canales nacionales privados siguen siendo sus favoritos. Y pronto arrancará de veras la televisión digital, y con ella toda la oferta audiovisual por internet, en medio de la multiplicidad de ventanas, plataformas y dispositivos de recepción que amenazan con hacer trizas la forma habitual de consumir hoy televisión, y de paso esa forma de financiación asistencialista con origen en los privados. Pero no será tan pronto como algunos piensan; la conectividad, aunque avanza en el país, cubre fundamentalmente los departamentos y las capitales principales. A las regiones menos favorecidas sólo llegan las señales de radio y televisión. Eso explica que haya crisis internacional en el sector, pero una relativa estabilidad temporal para la televisión dentro de nuestras fronteras. Pese a todo, algo queda Pero no naufraguemos en la confusión. Si bien la televisión pública supone financiación pública, este no es el rasgo que en realidad la define: es su carácter incluyente y universalista, basado en principios como la identidad nacional y regional; el equilibrio, más asociado con la equidad que con la imparcialidad; las parrillas de calidad; el pluralismo; la diversidad. Es decir, una construcción asentada en derechos humanos y democráticos. Desde esta perspectiva, muy poco del contenido de la actual televisión pública pasa el examen:
Pero se encuentra ante la indolencia nacional que no entiende y tampoco asume la televisión como actividad cultural o educativa, sino como mero lugar de entretenimiento pasivo. El resultado es un rating que se puede contar con los dedos de una mano. Una de dos: o esos contenidos de calidad se construyen de espaldas al país, o el país se construye — en su tiempo libre y en sus aficiones — de espaldas a la televisión de calidad.
Su franja de opinión y de análisis es una opción ante el período de fatiga de los realities: como lo es su mirada incluyente de minorías, su espíritu libertario y su apuesta de meterle país a sus narrativas. Esa suma de factores ha tenido en el ojo del huracán de los organismos de control a Canal Capital: – Primero, la Contraloría investigó la transmisión parcial en vivo del histórico concierto de Paul McCartney, pero no encontró detrimento patrimonial ni méritos para seguir el proceso. – Luego, la Procuraduría se abrogó el derecho de retomar esa investigación desde el ángulo disciplinario. Suena a falso moralismo con tufillo político y pacato que quiere ver uniformada la propuesta audiovisual. Peor el remedio que la enfermedad El panorama actual es poco halagüeño:
Por eso, los temas centrales del sector están en el limbo: la puesta en marcha de la Televisión Digital Terrestre, el tercer canal, y licitaciones, como la que ya debía estar en proceso para adjudicar los espacios del Canal Uno. ¡Casi nada! Para este año hay asignados por ley unos 130 mil millones de pesos para el funcionamiento de RTVC y para los canales regionales (a razón de unos 6 mil millones por cada uno). Llamado a los ciudadanos Así cabe esperar más de lo mismo, sin negar estrategias de creatividad — como “contraprogramar” según Hollman Morris, el gerente de Canal Capital — al poner en pantalla lo que los privados no ofrecen en horarios prime, como la opinión y el análisis. O coproducir o vender al exterior, para paliar los costos, sin desmedro de la calidad, como propone Señal Colombia. O hacerle el juego a lo cultural, a lo educativo, a lo identitario e idisioncrático, con una adecuado equilibrio entre lo hiperlocal y lo global, como se concluyó en un reciente foro en el marco del Festival de Cine de Cartagena. O apostarle todo a la TV–web y esperar que para entonces ya se haya inventado el cibermodelo de sostenibilidad. O una nueva ley, como pide Sabagh, que garantice a un nuevo ente autonomía en lo técnico y en lo presupuestal. Pero una nueva ley supone — no sólo demoras en el trámite legislativo — sino riesgo de que a algunos honorables congresistas les dé por regresar a los tiempos del clientelismo y del despilfarro de la CNTV, o de la asignación de espacios por casas políticas, o al control directo del gobierno de turno, o algo peor… Como se ve, nada hace suponer que la larga agonía de la televisión pública en Colombia vaya a tener un final feliz. Y ni modo de volver a soñar con el BBC Style. O quizás sí, tal vez sea justamente este el momento de pensar en la financiación directa de los contribuyentes, sobre todo si creemos lo que se dice tanto en la “tele”, que aquí no estamos en crisis. Como en otros tiempos. * Magíster en estudios literarios, periodista y analista de medios. Ha sido columnista de El Tiempo, Semana.com, Radiosucesos RCN y actualmente de El Espectador. Dirige la Especialización en Televisión de la Universidad Javeriana y el campo de periodismo.
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