Además de sus muchos defectos de producción, esta serie de audiencia internacional simplifica y falsea la historia de todo un país en aras del entretenimiento. ¿Hasta dónde se puede deformar la realidad en una telenovela sobre esa realidad?
Jaír Villano*
Héroes y villanos
Al parecer los colombianos le debemos mucho a Estados Unidos.
Durante los últimos dos siglos la potencia ha estado involucrada en la historia nacional de una u otra manera. Desde apoyos económicos y planes de desarrollo (el neoliberalismo del Consenso de Washington, hoy tan controvertido) hasta la innecesaria intromisión en conflictos internos que en efecto no afectaban los intereses del país del Norte. Basta con recordar
- La decisión de Teodoro Roosevelt, amparado en la llamada Doctrina Monroe, que nos costó la separación de Panamá;
- La displicencia de ese país ante la masacre más despiadada de la época, la de las bananeras, fraguada por una transnacional que se fundó en sus tierras, la United Fruit Company.
- La generosa idea del general William Yarborough, quien tras su paso por la Colombia de las “Repúblicas Independientes”, hizo votos por el plan anticomunista que nos ha llevado a medio siglo de guerra: la operación Latin American Security Operation (Laso).
- Décadas después vino la guerra contra las drogas que declaró el presidente Nixon y que habría de ser el detonante de la oleada de violencia para un país que sufrió los desvaríos de unos narcotraficantes que se creyeron dueños del mundo
Entre estos narcotraficantes el principal sin duda fue Pablo Escobar Gaviria, hoy vuelto a la vida en la serie Narcos: una versión peculiar de la historia donde el mesianismo de Estados Unidos vuelve a ser distintivo y decisivo. Pero eso no es nada nuevo, a fin de cuentas los “gringos” siempre serán víctimas y redentores del mundo.
El problema consiste en que, amén de lo anterior, la serie Narcos viene con otros agravantes.
Banalización de la historia
En una entrevista con The New York Times el actor que interpreta a Escobar, Wagner Moura, dijo que "Queríamos ser tan precisos y respetuosos como fuera posible con la historia de Colombia, y los agentes de la DEA no son los héroes de la historia".
He aquí el primer lunar. La serie no se preocupa por explicar la historia de Colombia sino que la presenta de manera somera, cómica e irresponsable. Esto comienza por la ligereza al presentar el contexto socio-histórico del país al final de la década de 1980 y la primera mitad de la de 1990.
La serie ayuda a hacer más densa la bruma que muchos colombianos tienen frente a su propia historia.
Desde la toma del Palacio de Justicia (un acontecimiento que en la serie se afirma que fue orquestada por Escobar) hasta los actores que se toman la misma, el M-19, una guerrilla que, a juzgar por la producción de Netflix, parecía comandada por un grupúsculo de líderes alocados y sin doctrina. No podemos olvidar que algunos de los jefes de esta guerrilla, una vez desmovilizados, jugaron un papel decisivo en el origen y en la escritura de la Constitución de 1991 que tantos elogios ha merecido de analistas nacionales y extranjeros. Ni tampoco es posible ignorar el extermino del movimiento político surgido de los acuerdos de paz entre las FARC y el gobierno de Belisario Betancur: la Unión Patriótica.
Por supuesto que no es obligatorio presentar un contexto balanceado a que registre con más fidelidad la historia. Pero el no hacerlo implica dejar que el respeto a la historia colombiana de la que hablaba Moura sea un chiste. Un chiste que nos muestra en los más de 40 países que tienen acceso a Netflix como una nación que, además de violenta, solo tenía un problema: el narcotráfico. Este reduccionismo es un equívoco nefasto que cimienta la confusión frente a una sociedad que sigue siendo percibida en muchas partes como una selva de permanente guerra.
Además de lo anterior, la serie ayuda a hacer más densa la bruma que muchos colombianos tienen frente a su propia historia. Por ejemplo el mito de la financiación de parte de Escobar pata la operación de toma del Palacio se fija en la mente del espectador, pese a que varias investigaciones comprueban que ella fue obra exclusiva del M-19.
Estos mitos no son esclarecidos por los medios y se incrustan en la memoria gracias a las narconovelas que, so pretexto de crear conciencia, acaban por hacer apología de la narcocultura que tanto daño nos ha hecho.
Los personajes
![]() Secretario de Estados Unidos, Colin Powell, durante el plan Colombia. Foto: Wikimedia Commons |
Es cierto, Narcos no intenta y ni siquiera pretende hacer aquella apólogía. En la misma entrevista, el actor brasileño señala que “Narcos no iba a ser una serie sobre Pablo Escobar. Es una serie sobre el nacimiento del negocio de tráfico de drogas”.
Craso error. El atractivo de la serie no proviene de los paisajes bonitos de Colombia, ni de la fabulación que se intenta al contratar la actitud de los agentes Peña y Murphy. Lo que atrapa al espectador son las extravagancias de los mafiosos, la crueldad de Escobar y el desgaste que va mostrando su poder. La intención de mostrar la doble moral de los agentes de la DEA se pierde cuando se tiene de protagonista a un sujeto que pone bombas en las esquinas de las calles, vuela aviones o paga por la muerte de policías.
Siempre se ha creído que la vida de los buenos es aburrida, porque, al parecer, estos no tienen matices: son buenos y ya. En cambio, se cree que la vida del malo está llena de grises, porque hasta el ser más despiadado tiene momentos de dulzura, candidez y nobleza.
Pues bien, en Narcos lo que se quería hacer con los buenos acabó recayendo sobre el malo. Esto pese a la reiteración -en acciones y diálogos- del drama ético que enfrentan no solo los ayudantes gringos, sino también los agentes estatales que estuvieron en la lucha contra Escobar. La atracción de la serie, vale la pena repetir, está única y exclusivamente en Escobar.
Es defecto es especialmente llamativo si se tiene en cuenta que Netflix ha producido series donde el conflicto moral, ético y filosófico de los personajes ocupa el primer plano:
- Quizás Walter White, el protagonista de Breaking Bad, sea el más ilustre: su transformación, a medida que transcurren los capítulos, es notable. De profesor mediocre de química se convierte en el temible y despiadado Heisenberg.
- Pero si hay una serie en donde el bien y el mal se entrelazan es en Daredevil, basada en el célebre comic de Stan Lee. Allí los espectadores asistimos al desasosiego de Matt Murdock, quien, desesperado por acabar con el maleante de Hell's Kitchen, lleva a cabo actos que no son coherentes con sus convicciones.
Por último, a Narcos también hay que criticarle su equipo de actores. Es entendible que, toda vez que su audiencia es global, se utilicen histriones de todo el continente, pero eso no quiere decir que se tenga que caricaturizar y en algunos casos mentir. Por ejemplo, la representación de Carlos Ledher es cómica, la del expresidente Gaviria es pusilánime, la de Luis Carlos Galán es intrascendente, y la prosodia paisa que Moura quiso emular es hilarante, así como es cómico escuchar un Gonzalo Rodríguez Gacha cubano, un Jorge Ochoa brasileño o un Pacho Herrera argentino, en fin.
La estética del mal
![]() Wagner Moura actor de la serie producida por Netflix, Narcos. Foto: Wikimedia Commons |
No puedo dejar por fuera un punto que siempre suscitará voces a favor y otras en contra. Se trata de un elemento que cualquier facilista podría utilizar para refutar lo dicho hasta el momento: que Narcos es ficción. De hecho, en cada capítulo de la serie se advierte: “Inspirada en hechos reales. Algunos elementos son de ficción. Cualquier semejanza con personajes reales es mera coincidencia”.
En gracia de discusión hay que decir que un producto audiovisual como este no tiene por qué ser fiel a la realidad. La realidad, como la verdad, depende del lente que la mire o, incluso, de los documentos que alguien decida leer sobre algún acontecimiento. Versiones sobre los hechos siempre habrá, por eso cada vez son más las novelas, documentales y largometrajes que intentan darle un vuelco a verdades sobre las cuales todavía hay interrogantes.
Pero en el caso de esta serie nos encontramos ante otro escenario. En primer lugar, porque no es lo mismo “ficcionalizar” un hecho como la toma del Palacio que mentir sobre una concatenación de acaecimientos que marcaron la historia de un pueblo. La sola pretensión de hacer una estética sobre este tema trae atada una ética, toda vez que se está creando un imaginario sobre una serie de momentos históricos en la constitución de una sociedad a la que, lamentablemente, la han nutrido con producciones similares.
A Narcos también hay que criticarle su equipo de actores.
No se trata pues de crear una deontología de la ficción o de limitar la misma; más bien de dar insumos para tener una discusión necesaria, pues series como estas menoscaban la ya menoscaba imagen de Colombia.
¿Se puede manipular la historia en aras de un producto de ficción? ¿Se puede alterar la verdad para acentuar el carácter espectacular de un proyecto como Narcos? Es claro, esta estética del mal no tiene ínfulas reflexivas, no pretende arrojar interrogantes ni esclarecer nebulosos. Narcos pretende entretener.
Y ciertamente lo hace. Pero a expensas de las circunstancias y las desdichas de un país que, vaya ironía, está en la búsqueda de cerrar sus grietas de sangre.
* Escritor. @VillanoJair