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La segunda ola de coronavirus: por una apertura restringida

Escrito por Jorge Tovar
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Tras los errores de Bogotá, Medellín y el país en su conjunto, es posible y es hora de adoptar una estrategia que al mismo tiempo minimice los contagios y los daños económicos. Esta puede ser la ruta.

Jorge Tovar*

Aprender de la experiencia

El coronavirus nos tomó por sorpresa en el primer trimestre de 2020. Nadie en ninguna parte estaba preparado —salvo el torneo de tenis de Wimbledon, que tenía un seguro contra pandemias—.

Colombia, América y el mundo se enfrentaron a una crisis sanitaria y económica. Con justificada razón el país tuvo que cerrarse. El objetivo —se nos explicó— era retrasar la transmisión del virus entre la población; mejorar el sistema de salud, y evitar las tragedias que vivieron Nueva York, Guayaquil o Bérgamo: allí los médicos, prácticamente, tuvieron que elegir quién vivía y quién no.

Pero mi abuela decía que “al perro no lo capan dos veces”; es la versión popular del más elegante “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.

Las UCI de Bogotá

A finales de marzo del 2020, la alcaldesa de Bogotá anunció 1.200 camas, informó que dos semanas más tarde habría 2.200 y dijo ser capaz de ampliar la capacidad a 5. 000 de ser necesario.

En septiembre se alcanzó el tope de camas: 1.875. Las 2.000 nunca llegaron ni, afortunadamente, se necesitaron. Las 5.000 suenan al metro de Bogotá: promesas de videos en YouTube (ver Gráfica 1).
Las 2.000 prometidas, sin embargo, se están necesitando para la segunda ola. El fracaso en la gestión llevó a que algunos bogotanos dependieran de la generosidad de Barranquilla y Cartagena para sobrevivir: allá sí hay camas UCI disponibles.

Se veía venir

Llegamos a esta situación crítica porque desde la Alcaldía no supieron leer la información que ellos mismos publican.

Gráfica 1. Coronavirus – Bogotá: Pacientes en UCI

La Grafica 1 muestra que en agosto hubo un primer pico en el uso de camas UCI; después hubo un descenso continuo en la ocupación de camas, pero este se frenó a mediados de octubre. Para finales de noviembre y comienzos de diciembre, este frenazo era evidente. También se detuvo la disminución de casos diagnosticados y de fallecidos en Bogotá (Gráfica 2).

Gráfica 2. Coronavirus-Bogotá: Individuos diagnosticados positivo y fallecidos

La tregua de navidad

Aunque las cifras eran obvias, la alcaldesa organizó un evento de lanzamiento de navidad a finales de noviembre: los impulsos políticos superaron la seguridad sanitaria.
El evento fue particularmente problemático por dos razones:

  • La primera, directa: no debió fomentarse la concentración masiva de personas cuando ya se veía que la recuperación sanitaria en Bogotá estaba frenada;
  • La segunda, indirecta y quizás más importante: es la señal que se mandó desde la primera autoridad de la capital.

La navidad del 2020 debió venderse desde el principio como una navidad atípica, una navidad diferente: unas fiestas donde no debía reunirse nadie más allá del más inmediato círculo familiar. Las fiestas y reuniones de empresas, de amigos, de familias extendidas debieron desincentivarse de manera decisiva.

El fracaso en la gestión llevó a que algunos bogotanos dependieran de la generosidad de Barranquilla y Cartagena

La presencia de la alcaldesa dando la bienvenida a las fiestas de navidad tuvo el efecto contrario. Claudia López no entendió nunca este punto, pues llegó a decir que “empezó la época más feliz del año, pero nos pudo un ‘tris’ la emoción. No era un evento; era un recorrido por el parque, pero nos hicieron falta gestores de convivencia para estar garantizando un poquito mejor el distanciamiento”.

No. El problema no fue solo de distanciamiento; el problema central fue el mensaje que se envió. Una imagen vale más que mil palabras.
A pesar de todas las señales, utilizando la versión elegante del dicho, Bogotá tropezó nuevamente con la misma piedra. La Gráfica 2 muestra con claridad que desde mediados de noviembre estaban aumentando los casos diagnosticados; desde finales de ese mismo mes está aumentando el número de fallecidos.

Foto: Ministerio de Salud La segunda ola parece más agresiva que la primera.

Año nuevo: segunda ola

La cepa inglesa no es la culpable del caos bogotano; más allá de si está o no rondando las trancadas vías capitalinas, lo que sucedió en enero se esperaba del discurrir de las cifras.

La segunda ola llegó, y el sistema sanitario, bordeando el colapso, obligó a responder con un segundo encierro, por fases y desordenado.
Vivimos unas cuarentenas suficientes para frenar la débil recuperación económica y llevar nuevamente a miles —si no a millones de personas— a la desesperación por la incapacidad de ganar el sustento que necesitan ellos y sus familias.

Lo sucedido en Bogotá refleja lo que ocurrió en Colombia. Siempre será preferible una apertura restringida a una apertura desbocada que lleve a nuevos encierros. La Gráfica 3 muestra cómo, tras superar la primera ola, las cifras nunca descendieron a niveles significativamente bajos. La “nueva normalidad” comenzó cuando la fase descendente aún no se había consolidado.

Gráfica 3. Coronavirus-Colombia: Diagnósticos diarios y fecha de primeros síntomas

Se esperaba que el número de casos diagnosticados siguiera su curso descendente. Pero esto no sucedió y, como muestra la Gráfica 3, en octubre incluso se produjo un amago de aumento en el número de casos registrados.

Siempre será preferible una apertura restringida a una apertura desbocada que lleve a nuevos encierros

En Colombia, la segunda ola no arrancó en octubre; pero sí comenzó en ciudades como Medellín (Gráfica 4). Dado el peso poblacional de esta ciudad —sumado al pequeño “turupe” que Bogotá presentó por esas fechas—, el total nacional tuvo un amago de inicio de ola en el mes de octubre.

De ahí también que la capital antioqueña ya esté en una tercera ola, cada una más fuerte que la anterior.

Gráfica 4. Coronavirus-Medellín AM: Individuos diagnosticados positivo y fallecidos

Traumas por cerrar y por abrir

Las consecuencias de la pandemia en Colombia son devastadoras. El número de fallecidos —actualmente más de 300 personas diarias— es simplemente inaceptable (Gráfica 5).

A los terribles efectos de la pandemia hay que añadir las consecuencias económicas de los cierres. La filosofía del primer cierre, al menos de forma implícita, fue poner a todos en la misma situación: cerrar completamente y compensar a los hogares menos favorecidos. Ese error no se puede repetir.

Si el uso de máscaras minimiza la propagación, promovamos un mundo con máscaras en la calle, no uno donde se pueda prescindir eventualmente de estas.

Gráfica 5. Coronavirus – Colombia: Fallecidos diarios

La inmunidad de rebaño, en la actualidad, es una ilusión casi teórica. Las vacunas llegarán con rezago y con polémica, porque así somos los colombianos; pero no solucionarán el problema en el primer semestre de 2021, quizás ni siquiera en todo el año.

La primera apertura —la denominada reactivación económica— se estructuró con la ilusión de convivir con el virus y de permitir que trabajaran tantas personas como fuera posible. Tanto que hasta la alcaldesa —quien sin duda debe pensar en la pandemia 24 horas al día— se dejó llevar “por la emoción”.

El país no aguanta más decisiones basadas en emociones. Hasta ahora se han sacrificado diversos sectores, especialmente aquellos que causan aglomeraciones: bares, discotecas, bailaderos, conciertos y hasta moteles son negocios condenados a la quiebra. Se entiende este sacrificio, pues es difícil consumir tales productos con las condiciones necesarias de bioseguridad.

Apertura restringida

Hoy, casi un año después de iniciada la pandemia, entendemos que la transmisión por el aire es central: de ahí la importancia de los tapabocas.

En la apertura económica se trabajó para abrir otro de los sectores golpeados: restaurantes y similares. Comer implica quitarse el tapabocas, y hay evidencia suficiente de que la propagación es más probable en ambientes cerrados.

En un trabajo en el que participé hace varios años encontré que, en Bogotá, cerca del 50 % de estos negocios eran informales. Esto se debe que se necesita poco capital humano —y, en ocasiones, poco capital financiero— para vender comida.

El problema es que para comer en la calle hay que quitarse el tapabocas. En los centros comerciales se veía a la gente aproximarse al puesto de la empanada y del helado, quitarse la máscara y degustar el producto. Allí donde consumían, detrás llegaba el siguiente comensal a repetir el ritual.

En el negocio informal, en garajes y sitios no adecuados, el problema es igual y quizás peor, porque la circulación de aire es mínima.
¿Por qué se cierra el negocio que vende ropa? ¿Por qué se cierra la miscelánea? ¿Por qué se cierra la papelería? ¿Por qué se cierran la modistería, la zapatería? Suponiendo que no vendan comida, en ninguno de estos establecimientos el consumidor llega a quitarse el tapabocas.

Más importante: ¿puede el país soportar más tiempo que los niños no vayan al colegio? Más allá de la irresponsabilidad de FECODE, es urgente que los niños vuelvan a las aulas con medidas diseñadas por expertos; pero es imperativo alejarlos de las pantallas; es imperativo que estudien también aquellos que no tienen pantallas.

No se trata de prohibir la venta de comida. La nueva apertura —aquella que debe diseñarse pensando en no tener que acudir a otro encierro colectivo después de Semana Santa— debe restringir el consumo in situ.

Quien tenga terraza, bienvenido; quien compre el helado sólo podrá consumirlo en la calle, afuera, donde el viento corre y la ciencia demuestra que las posibilidades de contagio se reducen significativamente. En relación con esto último, puede consultarse este estudio sobre el flujo de aire en un taxi con las ventanas abiertas.

En apoyo a estos sectores, el Estado debe promover el domicilio, facilitar el acceso a tecnologías, a aplicaciones que les permitan sobrevivir. Con una economía operando de forma relativamente normal en otros sectores, las ayudas deben reorientarse a apoyar a aquellos que se están sacrificando por el bienestar general.

En la práctica, para evitar un nuevo encierro colectivo —que sería después de Semana Santa—, el ciudadano no debe quitarse el tapabocas fuera de su casa: nos cuesta dinero y nos cuesta la vida. La estrategia de abrir, celebrar, gozar y cerrar es excesivamente costosa. Que lo del perro sea cierto, al menos la tercera vez.

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